CARTA A LOS HEBREOS

La carta a los Hebreos es una predicación culta, puesta por escrito y enviada a los cristianos de origen hebreo, que se entristecían por la nostalgia del culto fastoso del templo de Jerusalén y estaban tentados de abandonar las asambleas cristianas para regresar al hebraísmo. El autor del escrito, un literato culto de Alejandría y buen conocedor de la Biblia griega, dirige una calurosa invitación a la perseverancia en la fe y en la vida cristiana. La exhortación a la fidelidad (cf. Eb 10,19-13,24) es la consecuencia de un discurso teológico con el cual el autor pone en evidencia la superior dignidad de Cristo de frente a los ángeles (cf. Eb 1-2), la superior eficacia del sacerdocio de Jesús en relación con la mediación de Moisés y del sacerdocio levítico anticontestamentario (cf. Eb 3- 7), la superioridad del culto, del santuario y de la mediación de la alianza de Cristo sacerdote (cf. Eb 8,1-10,18).


Hebreos (BPD) 1



Capítulo 1












Capítulo 2






Capítulo 3

3 1 Por lo tanto, hermanos, ustedes que han sido santificados y participan de un mismo llamado celestial, piensen en Jesús, el Apóstol y Sumo Sacerdote de la fe que profesamos. 2 El es fiel a Dios, que lo constituyó como tal, así como también lo fue Moisés en toda la casa de Dios. 3 Porque él fue considerado digno de una gloria superior a la de Moisés, en la misma medida en que la dignidad del constructor es superior a la de la casa. 4 Porque toda casa tiene su constructor, y el constructor de todas las cosas es Dios. 5 Moisés fue fiel en toda su casa, en calidad de servidor, para dar testimonio de lo que debía anunciarse, 6 mientras que Cristo fue fiel en calidad de Hijo, como jefe de la casa de Dios. Y esa casa somos nosotros, con tal que conservemos la seguridad y la esperanza de la que nos gloriamos.




Capítulo 4





Capítulo 5





Capítulo 6




13 Porque cuando Dios hizo la promesa a Abraham, como no podía jurar por alguien mayor que él, juró por sí mismo, 14 diciendo: Sí, yo te colmaré de bendiciones y te daré una descendencia numerosa. 15 Y por su paciencia, Abraham vio la realización de esta promesa. 16 Los hombres acostumbran a jurar por algo más grande que ellos, y lo que se confirma con un juramento queda fuera de toda discusión. 17 Por eso Dios, queriendo dar a los herederos de la promesa una prueba más clara de que su decisión era irrevocable, la garantizó con un juramento. 18 De esa manera, hay dos realidades irrevocables –la promesa y el juramento– en las que Dios no puede engañarnos. Y gracias a ellas, nosotros, los que acudimos a él, nos sentimos poderosamente estimulados a aferrarnos a la esperanza que se nos ofrece. 19 Esta esperanza que nosotros tenemos, es como un ancla del alma, sólida y firme, que penetra más allá del velo, 20 allí mismo donde Jesús entró por nosotros, como precursor, convertido en Sumo Sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec.

Capítulo 7










Capítulo 8


3 Ahora bien, todo Sumo Sacerdote es constituido para presentar ofrendas y sacrificios; de ahí la necesidad de que tenga algo que ofrecer. 4 Si Jesús estuviera en la tierra, no podría ser sacerdote, porque ya hay aquí otros sacerdotes que presentan las ofrendas de acuerdo con la Ley. 5 Pero el culto que ellos celebran es una imagen y una sombra de las realidades celestiales, como Dios advirtió a Moisés cuando este iba a construir la Morada, diciéndole: Tienes que hacerlo todo conforme al modelo que te fue mostrado en la montaña. 6 Pero ahora, Cristo ha recibido un ministerio muy superior, porque es el mediador de una Alianza más excelente, fundada sobre promesas mejores. 7 Porque si esta primera Alianza hubiera sido perfecta, no habría sido necesario sustituirla por otra.8 En cambio, Dios hizo al pueblo este reproche: "Llegarán los días –dice el Señor– en que haré una Nueva Alianza con la casa de Israel y la casa de Judá, 9 no como aquella que hice con sus padres el día en que los tomé de la mano para sacarlos de Egipto. Ya que ellos no permanecieron fieles a mi Alianza, yo me despreocupé de ellos –dice el Señor–: 10 Y ésta es la Alianza que estableceré con la casa de Israel después de aquellos días –dice el Señor–: Pondré mis leyes en su conciencia, las grabaré en su corazón; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo. 11 Entonces nadie tendrá que instruir a su compatriota ni a su hermano, diciendo: «Conoce al Señor»; porque todos me conocerán, desde el más pequeño al más grande. 12 Porque yo perdonaré sus iniquidades y no me acordaré más de sus pecados".


Capítulo 9




15 Por eso, Cristo es mediador de una Nueva Alianza entre Dios y los hombres, a fin de que, habiendo muerto para redención de los pecados cometidos en la primera Alianza, los que son llamados reciban la herencia eterna que ha sido prometida. 16 Porque para que se cumpla un testamento es necesario que muera el testador: 17 mientras se vive, el testamento no vale, y sólo a su muerte entra en vigor. 18 De allí que tampoco la primera Alianza fuera inaugurada sin derramamiento de sangre. 19 Efectivamente, cuando Moisés promulgó delante de todo el pueblo cada uno de los mandamientos escritos en la Ley, tomó la sangre de novillos y chivos –junto con el agua, la lana escarlata y el hisopo– y roció el Libro y también a todo el pueblo, 20 diciendo: "Esta es la sangre de la Alianza que Dios ha establecido con ustedes". 21 De la misma manera, roció con sangre la Morada y todos los objetos del culto. 22 Además, según prescribe la Ley, casi todas las purificaciones deben hacerse con sangre, ya que no hay remisión de pecados sin derramamiento de sangre.

23 Ahora bien, si las figuras de las realidades celestiales debieron ser purificadas de esa manera, era necesario que esas mismas realidades también lo fueran, pero con sacrificios muy superiores. 24 Cristo, en efecto, no entró en un Santuario erigido por manos humanas –simple figura del auténtico Santuario– sino en el cielo, para presentarse delante de Dios en favor nuestro. 25 Y no entró para ofrecerse así mismo muchas veces, como lo hace el Sumo Sacerdote que penetra cada año en el Santuario con una sangre que no es la suya. 26 Porque en ese caso, hubiera tenido que padecer muchas veces desde la creación del mundo. En cambio, ahora él se ha manifestado una sola vez, en la consumación de los tiempos, para abolir el pecado por medio de su Sacrificio. 27 Y así como el destino de los hombres es morir una sola vez, después de lo cual viene el Juicio, 28 así también Cristo, después de haberse ofrecido una sola vez para quitar los pecados de la multitud, aparecerá por segunda vez, ya no en relación con el pecado, sino para salvar a los que lo esperan.

Capítulo 10





19 Por lo tanto, hermanos, tenemos plena seguridad de que podemos entrar en el Santuario por la sangre de Jesús, 20 siguiendo el camino nuevo y viviente que él nos abrió a través del velo del Templo, que es su carne. 21 También tenemos un Sumo Sacerdote insigne al frente de la casa de Dios. 22 Acerquémonos, entonces, con un corazón sincero y llenos de fe, purificados interiormente de toda mala conciencia y con el cuerpo lavado por el agua pura. 23 Mantengamos firmemente la confesión de nuestra esperanza, porque aquel que ha hecho la promesa es fiel. 24 Velemos los unos por los otros, para estimularnos en el amor y en las buenas obras. 25 No desertemos de nuestras asambleas, como suelen hacerlo algunos; al contrario, animémonos mutuamente, tanto más cuanto que vemos acercarse el día.




Capítulo 11





















32 ¿Y qué más puedo decir? Me faltaría tiempo para hablar de Gedeón, de Barac, de Sansón, de Jefté, de David, de Samuel y de los Profetas. 33 Ellos, gracias a la fe, conquistaron reinos, administraron justicia, alcanzaron el cumplimiento de las promesas, cerraron las fauces de los leones, 34 extinguieron la violencia del fuego, escaparon del filo de la espada. Su debilidad se convirtió en vigor: fueron fuertes en la lucha y rechazaron los ataques de los extranjeros. 35 Hubo mujeres que recobraron con vida a sus muertos. Unos se dejaron torturar, renunciando a ser liberados, para obtener una mejor resurrección. 36 Otros sufrieron injurias y golpes, cadenas y cárceles. 37 Fueron apedreados, destrozados, muertos por la espada. Anduvieron errantes, cubiertos con pieles de ovejas y de cabras, des provistos de todo, oprimidos y maltratados. 38 Ya que el mundo no era digno de ellos, tuvieron que vagar por desiertos y montañas, refugiándose en cuevas y cavernas.


Capítulo 12



7 Si ustedes tienen que sufrir es para su corrección; porque Dios los trata como a hijos, y ¿hay algún hijo que no sea corregido por su padre? 8 Si Dios no los corrigiera, como lo hace con todos, ustedes serían bastardos y no hijos. 9 Después de todo, nuestros padres carnales nos corregían, y no por eso dejábamos de respetarlos. Con mayor razón, entonces, debemos someternos al Padre de nuestro espíritu, para poseer la Vida. 10 Porque nuestros padres sólo nos corrigen por un breve tiempo y de acuerdo con su criterio. Dios, en cambio, nos corrige para nuestro bien, a fin de comunicarnos su santidad. 11 Es verdad que toda corrección, en el momento de recibirla, es motivo de tristeza y no de alegría; pero más tarde, produce frutos de paz y de justicia en los que han sido adiestrados por ella.



18 Ustedes, en efecto, no se han acercado a algo tangible: fuego ardiente, oscuridad, tinieblas, tempestad, 19 sonido de trompeta, y un estruendo tal de palabras, que aquellos que lo escuchaban no quisieron que se les siguiera hablando. 20 Porque no podrían soportar esta prescripción: Cualquiera que toque la montaña será apedreado, incluso los animales. 21 Este espectáculo era tan terrible, que Moisés exclamó: Estoy aterrado y tiemblo. 22 Ustedes, en cambio, se han acercado a la montaña de Sión, a la Ciudad del Dios viviente, a la Jerusalén celestial, a una multitud de ángeles, a una fiesta solemne, 23 a la asamblea de los primogénitos cuyos nombres están escritos en el cielo. Se han acercado a Dios, que es el Juez del universo, y a los espíritus de los justos que ya han llegado a la perfección, 24 a Jesús, el mediador de la Nueva Alianza, y a la sangre purificadora que habla más elocuentemente que la de Abel.



Capítulo 13



7 Acuérdense de quienes los dirigían, porque ellos les anunciaron la Palabra de Dios: consideren cómo terminó su vida e imiten su fe. 8 Jesucristo es el mismo ayer y hoy, y lo será para siempre. 9 No se dejen extraviar por cualquier clase de doctrinas extrañas. Lo mejor es fortalecer el corazón con la gracia, no con alimentos que de nada aprovechan a quienes los comen. 10 Nosotros tenemos un altar del que no tienen derecho a comer los ministros de la Antigua Alianza. 11 Los animales sacrificados, cuya sangre es llevada al Santuario por el Sumo Sacerdote para la expiación del pecado, son quemados fuera del campamento. 12 Por eso Jesús, para santificar al pueblo con su sangre, padeció fuera de las puertas de la ciudad. 13 Salgamos nosotros también del campamento, para ir hacia él, cargando su deshonra. 14 Porque no tenemos aquí abajo una ciudad permanente, sino que buscamos la futura. 15 Y por medio de él, ofrezcamos sin cesar a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de los labios que confiesan su Nombre.












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