TRATADO DEL AMOR DE DIOS



SAN FRANCISCO DE SALES







Tratado del Amor de Dios

LIBRO II ORIGEN DEL AMOR DIVINO



ORACIÓN DEDICATORIA

1
Santísima Madre de Dios, vaso de incomparable elección, Reina del amor soberano; tu eres la mas amable, la mas amante y la mas amada de todas las criaturas. El Padre celestial puso sus complacencias en ti desde la eternidad, destinando tu limpio corazón para perfeccionar el amor santo, a fin de que un ida amases a su único Hijo con ternura maternal, de la misma manera que El le quiso desde toda la eternidad con amor de Padre.
2
¡Oh Jesús, mi Salvador! ¿A quién puedo dedicar lo que voy a decir de tu amor santo mejor que al Corazón amabilísimo de la criatura mas amada de tu alma? Mas ¡oh Madre victoriosa!, ¿quién volverá sus ojos hacia ti sin contemplar a tu diestra al que tu Hijo quiso por tu amor honrar con el titulo de Padre, uniéndole a ti mediante un matrimonio virginal para que fuese tu ayuda y auxiliar en la empresa de educarle y de sostener su infancia? ¡Oh gran José, esposo amantísimo de la Madre del Amado! ¡Cuántas veces llevaste en tus manos al Amor de los cielos y la tierra, mientras que con los abrazos y los besos del divino Infante derretiase tu alma de gozo cuando te susurraba al oído que tu eras su mayor amigo y su carísimo padre!...

* * *

Colocábanse las lamparas del antiguo templo sobre azucenas de oro (
1R 7,49)... María y José, criaturas sin igual, azucenas sacratísimas de incomparable belleza, entre las que el Amado se apacienta (Ct 6,2) y a todos sus amantes apacienta, si tengo alguna esperanza de que mi obra, inspirada en el amor, Consiga iluminar e inflamar a los hijos de la luz (Lc 16,8), ¿dónde puedo colocarla mejor que en medio de vosotros, flores donde el Sol de justicia, esplendor y blancura de luz eterna (1S 7,25-26), se recreo hasta el punto de poner ahí las delicias del amor inefable que su corazón volcó a nosotros?

3
¡Oh Madre amada del Amado! ¡Oh Esposo amado de la Amada! Con el rostro a vuestros pies, que a mi Salvador llevaron, yo ofrezco, dedico y consagro esta obrita del amor a la inmensa grandeza de vuestro amor, y os lo pido fervorosamente por el Corazón de Jesús, Rey de todos los corazones, adorado por los vuestros, estimulad mi alma y las almas de cuantos lean sus páginas Con todo vuestro poder para que se inflamen en el Espíritu Santo, a fin de que inmolemos en holocausto nuestros afectos a la Bondad divina, y vivamos, muramos y resucitemos eternamente entre las llamas de aquel fuego (
Lc 12,49) celestial que Nuestro Señor Jesucristo, vuestro Hijo, deseo Con vehemencia encender en los corazones, y por ello no ceso de trabajar y de gemir hasta la muerte, y muerte de cruz (Ph 2,8).

¡VIVA JESUS!




CAPITULO IV PROVIDENCIA SOBRENATURAL DE DIOS SOBRE LAS CRIATURAS RACIONALES

Todo cuanto Dios ha hecho lo ha ordenado a la salvación de los hombres y de los ángeles; y he y he aquí el orden de su providencia a este respecto, según podemos deducirlo de la Sagrada Escritura y la doctrina de los Santos Padres, teniendo en cuenta la imperfecci6n con que solemos expresarnos. Dios conoció "ab aeterno" que podía crear un numero incalculable de criaturas de diversas especies y cualidades a las que El se podría comunicar, considerando que de todas las formas de comunicación no existiría ninguna tan excelente como la de unirse a alguna naturaleza creada, de tal suerte que la criatura fuese como injerta e incorporada a la Divinidad, formando con Ella una sola persona, su infinita bondad, que por si misma. tiende a comunicarse, resolvió y determino proceder de tal manera para que, así como eternamente hay una comunicación esencial en Dios, por la cual el Padre, engendrando al Hijo, le comunica toda su infinita e indivisible Divinidad, y el Padre y el Hijo juntos dan origen al Espíritu Santo comunicándole la propia y única Divinidad, esta Bondad soberana se comunico tan perfectamente a la criatura, que la naturaleza creada y la Divinidad, conservando cada una sus propiedades, quedaron íntimamente unidas en una sola persona.

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Entre todas las criaturas que la soberana omnipotencia podía producir tuvo a bien escoger la misma humanidad que unió después a la persona de Dios Hijo, reservándole la honra incomparable de quedar estrechamente ligada a su Divina Majestad, a fin de que gozase eternamente los tesoros de la infinita gloria. Después, habiendo preferido para esta suerte la humanidad sagrada de nuestro Salvador, dispuso la divina Providencia no reducir su Bondad a la sola persona del Hijo amado, sino extenderla benignamente a muchas otras criaturas; sobre el cumulo de cosas que podía producir, determino crear a los hombres y a los ángeles, como para que hiciesen compañía a su Hijo, participasen de sus gracias y de su gloria y le adorasen y alabasen eternamente. Y viendo que podía realizar de muchas maneras la humanación del Verbo, por ejemplo, creando su cuerpo y su alma de la nada, o formando el cuerpo de alguna materia ya existente, como hizo a Adán ya Eva, o por generación ordinaria de hombre y mujer o, finalmente, por generación extraordinaria, mediante la mujer sin la intervención del hombre, determino hacerlo de esta ultima manera; y entre todas las mujeres que para ello pudo elegir escogió a Nuestra Señora, por medio de la cual el Salvador de nuestras almas seria no solamente hombre, sino también hijo del género humano.

Además, en obsequio al mismo Salvador, la divina Providencia determino producir todas las cosas naturales y sobrenaturales para que, sirviéndole ángeles y hombres, pudieran participar de su gloria; por la cual, aunque Dios quiso crearlos dotados del libre albedrío, con verdadera libertad de escoger entre el bien y el mal, para demostrar que la Bondad divina los había destinado al bien ya la gloria, creolos en estado de justicia original, amor delicado que los disponía y encaminaba a la felicidad eterna.

Mas como la suprema sabiduría había determinado combinar el amor original con el querer de las criaturas, en forma que aquél no forzase a éste, dejándolo libre así, previo que una parte, la mas pequeña de la naturaleza angélica, perdiendo voluntariamente el santo amor, perdería en consecuencia su derecho a la gloria. y como la naturaleza angélica solo podría cometer pecado mediante malicia expresa, sin tentación precedente ni motivo que la pudiera excusar, y por otra parte, la mas grande porción permanecería fiel al Salvador, Dios, que había glorificado de manera tan amplia su misericordia en la creación de los ángeles, quiso magnificar su justicia y, en la plenitud de su indignación, abandonar para siempre aquella desgraciada y triste facción de rebeldes que, obcecados por la soberbia, tan ingratamente habían intentado seducir a los demás y abandonarle.

Previo también que el primer hombre abusaría de su libertad y que, al perder la gracia, veríase privado de la gloria: pero no quiso tratar de manera tan rigurosa a la naturaleza humana, como lo había hecho con la angélica. De ella había decretado elegir una venturosa porción para unirla a su Divinidad; vio que era una naturaleza débil, cual soplo que se va, pero no vuelve (
Ps 77,39), es decir, que se disipa en el camino; tuvo en cuenta la emboscada que Satanás había preparado al primer hombre y la magnitud de la tentación, que dio al traste con su estado; considero que todo el género humano perecería tras la falta de uno solo, y por todos estos motivos miro con lastima a nuestra naturaleza y decidió prodigarle su misericordia. Pero a fin de que la dulzura de su misericordia apareciese adornada con la belleza de su justicia, penso salvar al hombre mediante una rigurosa redención, la cual no se podría cumplir sin intermedio de su Hijo; así estableció que éste redimiese a los mortales no tan solo con un simple acto de amor, mas que suficiente de suyo para rescatar millares y millares de mundos (Alusión, sin duda, a la célebre estrofa de Santo Tomas en el Oficio del Corpus), sino con todos los actos de amor y de dolor que él haría y soportaría hasta la muerte, y muerte de cruz (Ph 2,8) a la cual lo destino, queriendo que de esta manera fuese compañero de nuestras miserias para hacernos después participes de su gloria.

Mostró con ello las riquezas de su bondad (Rm 2,4 Rm 9,23), mediante una redención copiosa(Ps 129,7), abundante, sobreabundante, grandiosa y excelente, que nos proporciono y reconquisto todos los recursos necesarios para poder llegar a la gloria de manera que nadie pudiera quejarse de que la misericordia divina le tiene desamparado.


CAPITULO V LA DIVINA PROVIDENCIA DOTO A LOS HOMBRES DE ABUNDANTISIMA REDENCION

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Teotimo, al decir que Dios había previsto y buscado primeramente una cosa y en segundo lugar otra, observando cierto género de orden en sus deseos, entiendo hablar según mi forma anterior de expresarme; a saber: que, aunque todo es efecto de un acto único y simple, el orden, la distinción o la dependencia de las cosas no han sido menos respetados que si hubiesen existido muchos actos en el entendimiento y en la voluntad de Dios. De que toda voluntad bien dispuesta, que se determina a querer muchos objetos igualmente presentes, ame mejor ante todo al objeto más amable, se sigue que la Providencia soberana, señalando "ab aeterno" su plan y sus rasgos a las cosas futuras, quiso primero y amo con preferente excelencia al objeto mas digno de su amor que es nuestro Salvador; y después, por orden, a las demás criaturas, según que se relacionen mas o menos con su honor y con su gloria.

Todo se hizo para este Hombre divino, que por eso es llamado primogénito entre todas las criaturas (
Col 1,15), poseído por la Divina Majestad antes que existiesen todas las cosas (Pr 8,22), creado al principio antes que todos los siglos, (Qo 24,14) en quien todas las cosas fueron hechas y que existe anteriormente a todo, y así todas las cosas fueron establecidas en El, y El es el jefe de la Iglesia, teniendo en todo y por todo la primacía (Col 1,16-18).

La viña se planta principalmente por el fruto: esto es lo que primero, se desea y busca, aunque las hojas y las flores precedan a la vendimia. Del mismo modo el Salvador fue primero en la mente creadora y en el plan de la Providencia al determinar la creación de todas las criaturas: en atención a este esperado fruto, planto la viña del Universo y estableció la sucesión de las generaciones que, a manera de hojas y flores, debíanle preceder como heraldos convenientes del divino racimo que la Esposa celebra en los Cantares (Ct 1,13), cuyo licor alegra a Dios y a los hombres (Jud 9,13).

¿Quién dudara ahora, Teotimo, de la abundancia de medios de salvación, si tenemos un tan grande Salvador, por cuya mira hemos sido creados y por cuyos merecimientos hemos sido redimidos? El murió por todos, porque todos estaban muertos (2Co 5,14); su misericordia fue más saludable para rescatar a la especie humana que dañina la culpa de Adán para perderla. Tan lejos estuvo el pecado de Adán de superar a la Bondad divina, que mas bien sirvió para excitarla y promoverla; de modo que, por una suave y amorosísima reacción y contienda se vigorizo a la vista del adversario y, como recogiendo todas sus fuerzas para vencer, hizo sobreabundar la gracia, donde había abundado la iniquidad (Rm 5,20).

De aquí que la Santa Iglesia, por un exceso santo de admiración, exclama en la vigilia pascual (En el Praeconium Paschale) : ¡Oh pecado de Adán, verdaderamente necesario, destruido por la muerte de Jesucristo! ¡Oh feliz culpa, que mereció tal y tan grande Redentor!" Bien podemos decir nosotros, ¡oh Teotimo!, lo del antiguo escritor (Plutarco, Vita Tem., 29) : "Estábamos perdidos si no nos hubiésemos perdido". Es decir, nuestra pérdida se ha trocado en ganancia, pues la naturaleza humana recibió más favores mediante la redención de su Salvador de los que hubiera recibido por la inocencia de Adán, si hubiera perseverado en ella. Aunque la divina Providencia dejo en el hombre grandes señales de su rigor junto a la gracia misma de su misericordia, como por ejemplo, deber morir, tener enfermedades, sentir trabajos, padecer rebeldías de los sentidos, es cierto que la divina Bondad, sobreponiéndose a todo, se complace en convertir esas miserias en mayor provecho de los que le aman (Rm 8,28), haciendo brotar la paciencia en los trabajos, el menosprecio al mundo ante la necesidad de morir y mil victorias sobre la concupiscencia: como el arco iris, cuando toca la planta llamada "palo rosa", la torna más fragante que azucena (Plinio, Hist. Nat., 12,24-52.), la redención de Cristo, en contacto con nuestras miserias, hácelas mas ventajosas y amables que la misma inocencia original.

Mayor fiesta habrá en el cielo, dice el Salvador, por un pecador arrepentido, que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de penitencia (Lc 15,7). De la misma manera el estado de redención vale cien veces mas que el de inocencia. Al ser rociados por la sangre de Nuestro Señor Jesucristo con el hisopo de la cruz, adquirimos incomparable blancura, mayor que la de la nieve de la inocencia (Ps 50,9); salimos como Naaman (2R 5,14) del rio de la salud, mas puros y limpios que si jamás hubiésemos sido leprosos, a fin de que la Divina Majestad no sea vencida por el mal, sino que venza al mal por medio del bien (Rm 12,21), su compasión, como aceite sagrado, nade sobre el rigor del juicio (Jc 2,13), y sus misericordias estén muy por encima de todas sus obras (Ps 144 Ps 9).



CAPITULO VI FAVORES ESPECIALES DE LA DIVINA PROVIDENCIA EN LA REDENCIÓN DE LOS HOMBRES

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Muestra Dios de admirable modo la riqueza incomprensible de su poder por tan grande variedad de cosas como vemos en la naturaleza, pero nos muestra con mayor esplendidez los tesoros infinitos de su bondad por la diferencia incomparable de bienes que reconocemos en la gracia. No se contento, Teotimo, en el colmo de su misericordia, con enviar a su pueblo, el género humano, redención plena y universal por la que cada uno de los hombres puede salvarse; sino que la diferencio de tantas formas que, reflejándose su liberalidad en esta variedad, la variedad hace ostensible su propia liberalidad.

Ante todo reservo para su Santísima Madre una gracia digna del amor de un Hijo que, siendo sabiduría, bondad y poder infinitos, debía prepararse Madre a gusto suyo. Quiso, pues, que su redención se le aplicase como remedio preservativo para que el pecado, que se transmitía de generación en generación, no llegase hasta Ella, preservada así de manera tan excelente que, cuando el torrente de la malicia original intento llevar sus aguas cenagosas sobre la concepción de esta Mujer privilegiada, con tanto empuje como el que se uso contra las otras hijas de Adán, al llegar ante Ella no paso adelante y se detuvo, como el Jordán en tiempo de Josué (
Is 3,16-17) y por semejante motivo: aquel rio suspendió su curso por respeto al Arca de la Alianza, y el pecado original retiro sus aguas por temor reverencial a la presencia del verdadero Tabernáculo de la eterna Alianza.

De esta manera libro a su Madre Dios de todo cautiverio (Ps 121,1), concediéndole el don de los dos estados de la naturaleza humana, pues tuvo la inocencia que el primer Adán perdió, y gozo, en grado muy excelente, la redención del segundo Adán; y como jardín escogido que debía dar el fruto de la vida, floreció en toda suerte de perfecciones. Hermoseando a su Madre el Hijo del Amor eterno con un vestido de oro recamado de piedras preciosas, la sentó a su lado como Reina (Ps 44,10), para ser la primera entre todos los elegidos en gozar las delicias de la divina diestra (Ps 15,11).

Esta Santísima Madre, como reservada completamente a su Hijo, fue redimida por El, no solo de la condena, sino de todo peligro de perdición, asegurándole la gracia en la perfección de la gracia; para caminar como bella naciente aurora (Ct 6,9) que va aumentando continuamente en esplendor hasta llegar al mediodía (b) Pr 4,18) b). Redención bien admirable, obra maestra del Redentor, la primera de todas las redenciones, por la que el Hijo, guiado de amor enteramente filial, previno a su Madre con bendiciones de dulzura (Ps 20,4) y la preservo no solo de pecado, como a los ángeles, sino de todo peligro de pecado de todo lo que pudiera distraerla o demorarle el ejercicio del amor. Mas aun: declara que entre todas las criaturas dotadas de razón que ha elegido, esta Madre es su única paloma, su toda perfecta, su queridísima amada sobre toda comparación (Ct 6,8 Ct 7,6). Dios reservo otros favores a un pequeño numero de criaturas excepcionales que quiso poner a salvo del peligro de condenación, como se asegura de San Juan Bautista y, probablemente, de Jeremías y de algún otro que la divina Providencia eligió desde el vientre de su madre, confirmándolos entonces en gracia perpetuamente a fin de que permaneciesen firmes en su amor, aunque sujetos a miserias humanas pecados veniales, cosas contrarias a la perfección del amor, pero no a1 amor mismo.

Estas almas, en comparación de las otras, son como reinas que, siempre coronadas de caridad, conservan el puesto principal en el amor de Cristo después de su Madre, Reina de reinas; Reina no solamente coronada de amor, sino de la perfección del amor y, lo que es más, coronada por su propio Hijo, objeto soberano del amor, pues los hijos son corona de sus padres y sus madres (Pr 17,6). Existen otras almas que Dios quiso dejar expuestas durante algún tiempo, no al peligro de condenarse, sino de perder su amor.

Hasta permite que lo pierdan en efecto, no asegurándoselo a lo largo de esta vida, sino solo para el fin de ella y por cierto periodo. Tales fueron los Apóstoles, David, la Magdalena y otros que durante un tiempo permanecieron apartados del amor de Dios, pero que, una vez convertidos (Qo 24,24) , fueron confirmados en gracia hasta la muerte, de modo que desde entonces, aun permaneciendo sujetos a imperfecciones, viéranse libres de pecado mortal y, por ello, del riesgo de perder el amor divino. Fueron como amigas santas del Esposo celestial, vestidas así, con el traje nupcial del sacratísimo amor, pero no coronadas, porque la corona es adorno de la cabeza, parte principal de la persona, y habiendo estado sujetas al amor de las cosas terrenas, esa parte principal no puede ceñir corona de amor celeste, siéndoles bastante llevar el traje que les permite participar del tálamo con el Esposo divino y vivir eternamente felices en compañía suya.


CAPITULO VII ADMIRABLE ECONOMIA DE LA DIVINA PROVIDENCIA EN LA DIVERSIDAD DE GRACIAS QUE DISTRIBUYE ENTRE LOS HOMBRES

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La divina Providencia concedió una incomparable gracia a la Reina de las reinas, Madre del amor hermoso (
Qo 24,24), singularmente perfecta. También concedió extraordinarios favores a otros seres. Después, esta Bondad soberana derramo abundantes bendiciones sobre todo el género humano y sobre la naturaleza angélica, de las cuales están como saturados, a semejanza de lluvia que cae sobre buenos y malos (Mt 5,45); todos fueron iluminados como por una luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo (Jn 1,9). Todos han recibido su parte como de sementera que cae no solamente en buen terreno, sino también por el camino, entre las espinas y las piedras (Mt 15,5-8), a fin de que todos queden inexcusables (Rm 1,20) delante del Redentor si no emplean redención tan superabundante para su propia salvación eterna.

Aunque lluvia tan copiosa de gracias, Teotimo, haya sido derramada sobre el género humano, y con ello se nos haya ofrecido, a todos por igual, tamaño numero de bendiciones, su variedad es tan grande que no se puede decir qué resulta más admirable, si la grandeza de todas las gracias reflejada en tan gran diversidad, o la diversidad puesta de manifiesto en tanta grandeza. ¿Quién no echa de ver que entre los cristianos los medios de salvación son mayores y más eficaces que entre los bárbaros (Contra lo que se pudiera pensar, este adjetivo esta usado aquí en su sentido propio, aunque espiritual) y que entre los cristianos mismos existen pueblos y ciudades donde los pastores trabajan con mayor preparación y fruto? Negar que tales medios externos son favores de la Providencia divina, o poner en duda que contribuyan a la salvación y perfección de las almas, seria ingratitud hacia su bondad excelsa y desmentir la verdadera experiencia, que nos hace ver que, ordinariamente, donde estos medios exteriores abundan, los interiores son más productivos y eficaces.

Así como nunca se ven dos hombres perfectamente iguales en dones de naturaleza, tampoco encontraremos dos seres idénticos en los sobrenaturales. Los ángeles, como aseguran San Agustín y Santo Tomas (SANTO TOMAS, I 62,6), recibieron la gracia según la variedad de sus condiciones naturales. Ahora bien, todos ellos son o de diferente especie o, al menos, de diversas condiciones, puesto que se distinguen los unos de los otros por tanto, existen tantas gracias diferentes cuantas son las diversidades de ángeles. Aunque, respecto a los hombres, las gracias no se les concedan según las condiciones naturales, la Bondad divina, no que se complace y, por decirlo así, se entretiene en producir gracias, las diversifica de mil maneras, para que se forme el bello esmalte de su redención y misericordia: por lo cual la Iglesia canta en la festividad de todo confesor pontífice; No se ha encontrado ninguno semejante a él (Qo 44,20). Y como en el cielo nadie conoce el nombre nuevo salvo quien lo recibe (Ap 2,17), porque cada uno de los bienaventurados tiene su particularidad según la gloria que adquiere, en la tierra cada uno recibe una gracia singular, diversa de todas las demás.

Así nuestro Salvador compara sus gracias a las perlas (Mt 13,45-46), las cuales, como dice Plinio (Hist. Nat., 9,35), se llaman también uniones, porque son tan únicas cada una en sus cualidades, que no se encuentran dos enteramente idénticas; de la misma manera que cada estrella se diferencia de las otras en claridad (1Co 15,41), los hombres serán diferentes unos de otros en la gloria, señal evidente de que lo fueron en la gracia Esta variedad en la gracia, o esta gracia en la variedad, produce una divina hermosura y una suavísima armonía que alegra a la santa ciudad de Jerusalén.

LLAMA DE AMOR VIVA B

LLAMA DE AMOR VIVA B


JESUS MARIA JOSE. DECLARACION DE LAS CANCIONES QUE TRATAN DE LA MUY INTIMA Y CALIFICADA UNION Y TRANSFORMACION DEL ALMA EN DIOS, POR EL MISMO QUE LAS COMPUSO, A PETICION DE DOÑA ANA DE PEÑALOSA.

PROLOGO

1. Alguna repugnancia he tenido, noble y devota señora, en declarar estas cuatro canciones que vuestra Merced me ha pedido, porque, por ser de cosas tan interiores y espirituales, para las cuales comúnmente falta lenguaje (porque lo espiritual excede al sentido) con dificultad se dice algo de la sustancia; porque también se habla mal de las entrañas de espíritu si no es con entrañable espíritu. Y, por el poco que hay en mí, lo he diferido hasta ahora que el Señor parece que ha abierto un poco la noticia y dado algún calor; debe ser por el santo deseo que Vuestra Merced tiene, que quizá como se hicieron para Vuestra Merced querrá Su Majestad que para Vuestra Merced se declaren. Me he animado, sabiendo cierto que de mi cosecha nada que haga al caso diré en nada, cuánto más en cosas tan subidas y sustanciales. Por eso no será mío sino lo malo y errado que en ello hubiere; y por eso lo sujeto todo al mejor parecer y al juicio de nuestra Madre la Iglesia Católica Romana, con cuya regla nadie yerra. Y con este presupuesto, arrimándome a la Escritura divina, y como se lleve entendido que todo lo que se dijere es tanto menor de lo que allí hay, como lo es lo pintado que lo vivo, me atreveré a decir lo que supiere.

2. Y no hay que maravillar que haga Dios tan altas y extrañas mercedes a las almas que él da en regalar; porque si consideramos que es Dios, y que se las hace como Dios, y con infinito amor y bondad, no nos parecerá fuera de razón; pues él dijo (Jn 14,23) que en el que le amase vendrían el Padre, Hijo y Espíritu Santo, y harían morada en él; lo cual había de ser haciéndole a El vivir y morar en el Padre, Hijo y Espíritu Santo en vida de Dios, como da a entender el alma en estas canciones.

3. Que, aunque en la canciones que arriba declaramos, hablamos del más perfecto grado de perfección a que en esta vida se puede llegar, que es la transformación en Dios, todavía estas canciones tratan del amor ya más calificado y perfeccionado en ese mismo estado de transformación. Porque, aunque es verdad que lo que éstas y aquéllas dicen todo es un estado de transformación, y no se puede pasar de allí en cuanto tal, pero puede con el tiempo y ejercicio calificarse, como digo, y sustanciarse mucho más el amor; bien así como, aunque, habiendo entrado el fuego en el madero, le tenga transformado en sí y está ya unido con él, todavía, afervorándose más el fuego y dando más tiempo en él, se pone mucho más candente e inflamado hasta centellear fuego de sí y llamear.

4. Y en este encendido grado se ha de entender que habla el alma aquí, ya tan transformada y calificada interiormente en fuego de amor, que no sólo está unida en este fuego, sino que hace ya viva llama en ella. Y ella así lo siente y así lo dice en estas canciones con íntima y delicada dulzura de amor, ardiendo en su llama, encareciendo en estas canciones algunos efectos que hace en ella. Las cuales iré declarando por el orden que las demás: que las pondré primero juntas, y luego, poniendo cada canción, las declararé brevemente; y después, poniendo cada verso, lo declararé de por sí.


CANCIONES QUE HACE EL ALMA EN LA INTIMA UNION CON DIOS


1
¡Oh llama de amor viva, 
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!
Pues ya no eres esquiva, 
acaba ya, si quieres;
¡rompe la tela de este dulce encuentro!

2
¡Oh cauterio suave!
¡Oh regalada llaga!
¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado, 
que a vida eterna sabe, 
y toda deuda paga!
Matando, muerte en vida la has trocado.

3
¡Oh lámparas de fuego, 
en cuyos resplandores
las profundas cavernas del sentido, 
que estaba oscuro y ciego, 
con extraños primores
calor y luz dan junto a su querido!

4
¡Cuán manso y amoroso
recuerdas en mi seno, 
donde secretamente solo moras, 
y en tu aspirar sabroso, 
de bien y gloria lleno, 
cuán delicadamente me enamoras!
La compostura de estas liras son como aquellas que en
Boscán están vueltas a lo divino, que dicen:

La soledad siguiendo, 
llorando mi fortuna, 
me voy por los caminos que se ofrecen, etc., en las cuales hay seis pies; y el cuarto suena con el primero, y el quinto con el segundo, y el sexto con el tercero.



CANCION 1

¡Oh llama de amor viva,

que tiernamente hieres

de mi alma en el más profundo centro!

Pues ya no eres esquiva,

acaba ya si quieres;

¡rompe la tela de este dulce encuentro!


DECLARACION

1. Sintiéndose ya el alma toda inflamada en la divina unión, y ya su paladar todo bañado en gloria y amor, y que hasta lo íntimo de su sustancia está revertiendo no menos que ríos de gloria, abundando en deleites (Ct 8,5) sintiendo correr de su vientre los ríos de agua viva que dijo el Hijo de Dios (Jn 7,38) que saldrían en semejantes almas, parécele que, pues con tanta fuerza está transformada en Dios y tan altamente de él poseída, y con tan ricas riquezas de dones y virtudes arreada, que está tan cerca de la bienaventuranza, que no la divide sino una leve tela. Y como ve que aquella llama delicada de amor, que en ella arde, cada vez que la está embistiendo, la está como glorificando con suave y fuerte gloria, tanto que, cada vez que la absorbe y embiste, le parece que le va a dar la vida eterna, y que va a romper la tela de la vida mortal, y que falta muy poco, y que por esto poco no acaba de ser glorificada esencialmente, dice con gran deseo a la llama, que es el Espíritu Santo, que rompa ya la vida mortal por aquel dulce encuentro, en que de veras la acabe de comunicar lo que cada vez parece que la va a dar cuando la encuentra, que es glorificarla entera y perfectamente. Y así, dice: ¡Oh llama de amor viva!

2. Para encarecer el alma el sentimiento y aprecio con que habla en estas cuatro canciones, pone en todas ellas estos términos: "¡oh!" y "cuán", que significan encarecimiento afectuoso; los cuales, cada vez que se dicen, dan a entender del interior más de lo que se dice por la lengua. Y sirve el "¡oh!" para mucho desear y para mucho rogar persuadiendo, y para entrambos efectos usa el alma de él en esta canción, porque en ella encarece e intima el gran deseo, persuadiendo al amor que la desate.

3. Esta llama de amor es el espíritu de su Esposo, que es el Espíritu Santo, al cual siente ya el alma en sí, no sólo como fuego que la tiene consumida y transformada en suave amor, sino como fuego que, demás de eso, arde en ella y echa llama, como dije; y aquella llama, cada vez que llamea, baña al alma en gloria y la refresca en temple de vida divina. Y ésta es la operación del Espíritu Santo en el alma transformada en amor, que los actos que hace interiores es llamear, que son inflamaciones de amor en que unida la voluntad del alma, ama subidísimamente, hecha un amor con aquella llama. Y así, estos actos de amor del alma son preciosísimos, y merece más en uno y vale más que cuanto había hecho en toda su vida sin esta transformación, por más que ello fuese. Y la diferencia que hay entre el hábito y el acto, hay entre la transformación en amor y la llama de amor, que es la que hay entre el madero inflamada y la llama de él: que la llama es efecto del fuego que allí está.

4. De donde, el alma que está en estado de transformación de amor, podemos decir que su ordinario hábito es como el madero que siempre está embestido en fuego; y los actos de esta alma son la llama que nace del fuego de amor, que tan vehemente sale cuanto es más intenso el fuego de la unión en la cual llama se unen y suben los actos de la voluntad arrebatada y absorta en la llama del Espíritu Santo, que es como el ángel que subió a Dios en la llama del sacrificio de Manué (Jc 13,20). Y así, en este estado no puede el alma hacer actos, que el Espíritu Santo los hace todos y la mueve a ellos; y por eso, todos los actos de ella son divinos, pues es hecha y movida por Dios. De donde al alma le parece que cada vez que llamea esta llama, haciéndola amar con sabor y temple divino, la está dando vida eterna, pues la levanta a operación de Dios en Dios.

5. Y éste es el lenguaje y palabras que trata Dios en las almas purgadas y limpias, todas encendidas como dijo David (Ps 118,140): Tu palabra es encendida vehementemente; y el profeta (Jr 23,29): ¿Por ventura mis palabras no son como fuego? Las cuales palabras, como él mismo dice por san Juan (Jn 6,64) son espíritu y vida; la cual sienten las almas que tienen oídos para oírla, que, como digo, son las almas limpias y enamoradas; que los que no tienen el paladar sano, sino que gustan otras cosas, no pueden gustar el espíritu y vida de ellas, antes les hacen sinsabor. Y por eso, cuanto más altas palabras decía el Hijo de Dios, tanto más algunos se desabrían por su impureza, como fue cuando predicó aquella sabrosa y amorosa doctrina de la Sagrada Eucaristía, que muchos de ellos volvieron atrás (Jn 6,60-61,67).

6. Y no porque los tales no gusten este lenguaje de Dios, que habla de dentro, han de pensar que no le gustan otros, como aquí se dice, como las gustó san Pedro (Jn 6,69) en el alma cuando dijo a Cristo: ¿Dónde iremos, Señor, que tienes palabras de vida eterna? Y la Samaritana olvidó el agua y el cántaro por la dulzura de las palabras de Dios (Jn 4,28). Y así, estando esta alma tan cerca de Dios, que está transformada en llama de amor, en que se le comunica el Padre, Hijo y Espíritu Santo, ¿qué increíble cosa se dice que guste un rastro de vida eterna, aunque no perfectamente, porque no lo lleva la condición de esta vida? Mas es tan subido el deleite que aquel llamear del Espíritu Santo hace en ella, que la hace saber a qué sabe la vida eterna. Que por eso llama a la llama "viva"; no porque no sea siempre viva, sino porque le hace tal efecto, que la hace vivir en Dios espiritualmente y sentir vida de Dios, al modo que dice David (Ps 83,3): Mi corazón y mi carne se gozaron en Dios vivo. No porque sea menester decir que sea vivo, pues siempre lo está, sino para dar a entender que el espíritu y sentido vivamente gustaban a Dios, hechos en Dios, lo cual es gustar a Dios vivo, esto es, vida de Dios y vida eterna. Ni dijera David allí: "Dios vivo", sino porque vivamente le gustaba, aunque no perfectamente, sino como un viso de vida eterna. Y así, en esta llama siente el alma tan vivamente a Dios, que le gusta con tanto sabor y suavidad, que dice: ¡Oh llama de amor viva! que tiernamente hieres.

7. Esto es: que con tu ardor tiernamente me tocas. Que, por cuanto esta llama es llama de vida divina, hiere al alma con ternura de vida de Dios; y tanto y tan entrañablemente la hiere y enternece, que la derrite en amor, porque se cumpla en ella lo que en la Esposa en los Cantares (Ct 5,6), que se enterneció tanto, que se derritió, y así dice ella allí: Luego que el Esposo habló, se derritió mi alma; porque el habla de Dios es el efecto que hace en el alma.

8. Mas ¿cómo se puede decir que la hiere, pues en el alma no hay ya cosa por herir, estando ya el alma toda cauterizada con el fuego de amor? Es cosa maravillosa que, como el amor nunca está ocioso, sino en continuo movimiento, como la llama, está echando siempre llamaradas acá y allá; y el amor, cuyo oficio es herir para enamorar y deleitar, como en la tal alma está en viva llama, estále arrojando sus heridas como llamaradas ternísimas de delicado amor, ejercitando jocunda y festivalmente las artes y juegos del amor, como en el palacio de sus bodas, como Asuero con la esposa Ester (Est 2,17ss.), mostrando allí sus gracias, descubriéndola sus riquezas y la gloria de su grandeza, porque se cumpla en esta alma lo que él dijo en los Proverbios (Pr 8,30-31), diciendo: Deleitábame yo por todos los días, jugando delante de él todo el tiempo, jugando en la redondez de las tierras, y mis deleites estar con los hijos de los hombres, es a saber, dándoselos a ellos. Por lo cual estas heridas, que son sus juegos, son llamaradas de tiernos toques que al alma tocan por momentos de parte del fuego de amor, que no está ocioso. Los cuales, dice, acaecen y hieren, de mi alma en el más profundo centro.

9. Porque en la sustancia del alma, donde ni el centro del sentido ni el demonio puede llegar, pasa esta fiesta del Espíritu Santo; y, por tanto, tanto más segura, sustancial y deleitable, cuanto más interior el es; porque cuanto más interior es, es más pura; cuanto hay más de pureza, tanto más abundante frecuente y generalmente se comunica Dios. Y así, es tanto más el deleite y el gozar del alma y del espíritu porque es Dios el obrero de todo, sin que el alma haga de suyo nada. Que, por cuanto el alma no puede obrar de suyo nada si no es por el sentido corporal, ayudada de él, del cual en este caso está ella muy libre y muy lejos, su negocio es ya sólo recibir de Dios, el cual solo puede en el fondo del alma, sin ayuda de los sentidos, hacer obra y mover al alma en ella. Y así, todos los movimientos de la tal alma son divinos; y aunque son suyos, de ella lo son, porque los hace Dios en ella con ella, que da su voluntad y consentimiento. Y, porque decir hiere en el más profundo centro de su alma da a entender que tiene el alma otros centros no tan profundos, conviene advertir cómo sea esto.

10. Y, cuanto a lo primero, es de saber que el alma, en cuanto espíritu, no tiene alto ni bajo, ni más profundo, ni menos profundo en su ser, como tienen los cuerpos cuantitativos; que, pues en ella no hay partes, no tiene más diferencia dentro que fuera, que toda ella es de una manera y no tiene centro de hondo y menos hondo cuantitativo; porque no puede estar en una parte más ilustrada que en otra, como los cuerpos físicos, sino toda en una manera, en más o en menos, como el aire que todo está de una manera ilustrado y no ilustrado en más o en menos.

11. En las cosas, aquello llamamos centro más profundo que es a lo que más puede llegar su ser y virtud y la fuerza de su operación y movimiento, y no puede pasar de allí; así como el fuego o la piedra que tiene virtud y movimiento natural y fuerza para llegar al centro de su esfera, y no pueden pasar de allí ni dejar de llegar ni estar allí, si no es por algún impedimento contrario y violento. Según esto, diremos que la piedra, cuando en alguna manera está dentro de la tierra, aunque no sea en lo más profundo de ella, está en su centro en alguna manera, porque está dentro de la esfera de su centro y actividad y movimiento; pero no diremos que está en el más profundo de ella, que es el medio de la tierra; y así siempre le queda virtud y fuerza e inclinación para bajar y llegar hasta este más último y profundo centro, si se le quita el impedimento de delante; y, cuando llegare y no tuviere de suyo más virtud e inclinación para más movimiento, diremos que está en el más profundo centro suyo.

12. El centro del alma es Dios, al cual cuando ella hubiere llegado según toda la capacidad de su ser y según la fuerza de su operación e inclinación, habrá llegado al último y más profundo centro suyo en Dios, que será cuando con todas sus fuerzas entienda, ame y goce a Dios. Y cuando no ha llegado a tanto como esto, cual acaece en esta vida mortal, en que no puede el alma llegar a Dios según todas sus fuerzas, aunque esté en este su centro, que es Dios, por gracia y por la comunicación suya que con ella tiene, por cuanto todavía tiene movimiento y fuerza para más, no está satisfecha, aunque esté en el centro, no empero en el más profundo, pues puede ir al más profundo en Dios.

13. Es, pues, de notar que el amor es la inclinación del alma y la fuerza y virtud que tiene para ir a Dios, porque mediante el amor se une el alma con Dios; y así, cuantos más grados de amor tuviere, tanto más profundamente entra en Dios y se concentra con él. De donde podemos decir que cuantos grados de amor de Dios el alma puede tener, tantos centros puede tener en Dios, uno más adentro que otro; porque el amor más fuerte es más unitivo, y de esta manera podemos entender las muchas mansiones que dijo el Hijo de Dios (Jn 14,2) haber en la casa de su Padre. De manera que para que el alma esté en su centro, que es Dios, según lo que habemos dicho, basta que tenga un grado de amor, porque por uno solo se une con él por gracia. Si tuviere dos grados, habrá unídose y concentrádose con Dios otro centro más adentro; y si llegare a tres, concentrarse ha como tres; y si llegare hasta el último grado, llegará a herir el amor de Dios hasta el último centro y más profundo del alma, que será transformarla y esclarecerla según todo el ser y potencia y virtud de ella, según es capaz de recibir, hasta ponerla que parezca Dios. Bien así como cuando el cristal limpio y puro es embestido de la luz, cuantos más grados de luz va recibiendo, tanto más de luz en él se va reconcentrando, y tanto más se va él esclareciendo; y puede llegar a tanto por la copiosidad de luz que recibe, que venga él a parecer todo luz, y no se divise entre la luz, estando él esclarecido en ella todo lo que puede recibir de ella, que es venir a parecer como ella.

14. Y así, en decir el alma aquí que la llama de amor hiere en su más profundo centro, es decir, que, cuanto alcanza la sustancia, virtud y fuerza del alma, la hiere y embiste el Espíritu Santo. Lo cual dice, no porque quiera dar a entender aquí que sea ésta tan sustancial y enteramente como la beatífica vista de Dios en la otra vida, porque, aunque el alma llegue en esta vida mortal a tan alto estado de perfección como aquí va hablando, no llega ni puede llegar a estado perfecto de gloria, aunque por ventura por vía de paso acaezca hacerle Dios alguna merced semejante; pero dícelo para dar a entender la copiosidad y abundancia de deleite y gloria que en esta manera de comunicación en el Espíritu Santo siente. El cual deleite es tanto mayor y más tierno, cuanto más fuerte y sustancialmente está transformada y reconcentrada en Dios; que, por ser tanto como lo más a que en esta vida se puede llegar (aunque, como decimos, no tan perfecto como en la otra), lo llama el más profundo centro. Aunque, por ventura, el hábito de la caridad puede el alma tener en esta vida tan perfecto como en la otra, mas no la operación ni el fruto; aunque el fruto y la operación de amor crecen tanto de punto en este estado, que es muy semejante al de la otra; tanto que, pareciéndole al alma ser así, osa decir lo que solamente se osa decir de la otra, es a saber: "en el más profundo centro de mi alma".

15. Y porque las cosas raras y de que hay poca experiencia son más maravillosas y menos creíbles, cual es lo que vamos diciendo del alma en este estado, no dudo sino que algunas personas, no lo entendiendo por ciencia ni sabiéndolo por experiencia, o no lo creerán, o lo tendrán por demasía, o pensarán que no es tanto como ello es en sí. Pero a todos estos yo respondo, que el Padre de las lumbres (Jc 1,17), cuya mano no es abreviada (Is 59,1) y con abundancia se difunde sin aceptación de personas do quiera que halla lugar, como el rayo del sol, mostrándose también él a ellos en los caminos y vías alegremente, no duda ni tiene en poco tener sus deleites con los hijos de los hombres de mancomún en la redondez de las tierras (Pr 8,31). Y no es de tener por increíble que a un alma ya examinada, purgada y probada en el fuego de tribulaciones y trabajos y variedad de tentaciones, y hallada fiel en el amor, deje de cumplirse en esta fiel alma en esta vida lo que el Hijo de Dios prometió (Jn 14,23), conviene a saber: que si alguno le amase, vendría la Santísima Trinidad en él y moraría de asiento en él; lo cual es ilustrándole el entendimiento divinamente en la sabiduría del Hijo, y deleitándole la voluntad en el Espíritu Santo, y absorbiéndola el Padre poderosa y fuertemente en el abrazo abisal de su dulzura.

16. Y si esto usa con algunas almas, como es verdad que lo usa, de creer es de que ésta de que vamos hablando no se quedará atrás en estas mercedes de Dios; pues que lo que de ella vamos diciendo, según la operación del Espíritu Santo que en ella hace, es mucho más que lo que en la comunicación y transformación de amor pasa; porque lo uno es como ascua encendida, y lo otro, según habemos dicho, como ascua en que tanto se afervora el fuego, que no solamente está encendida, sino echando llama viva. Y así, estas dos maneras de unión -solamente de amor, y unión con inflamación de amor- son en cierta manera comparadas al fuego de Dios, que dice Isaías (Is 31,9) que está en Sión, y al horno de Dios que está en Jerusalén; que la una significa la Iglesia militante, en que está el fuego de la caridad no en extremo encendido, y la otra significa visión de paz, que es la triunfante, donde este fuego está como horno encendido en perfección de amor. Que, aunque, como habemos dicho, esta alma no ha llegado a tanta perfección como ésta, todavía en comparación de la otra unión común, es como horno encendido, con visión tanto más pacífica y gloriosa y tierna, cuanto la llama es más clara y resplandeciente que el fuego en el carbón.

17. Por tanto, sintiendo el alma que esta viva llama del amor vivamente le está comunicando todos los bienes, porque este divino amor todo lo trae consigo, dice: ¡Oh llama de amor viva, que tiernamente hieres, y es como si dijera: ¡ Oh encendido amor, que con tus amorosos movimientos regaladamente estás glorificándome según la mayor capacidad y fuerza de mi alma, es a saber: dándome inteligencia divina según toda la habilidad y capacidad de mi entendimiento, y comunicándome el amor según la mayor fuerza de mi voluntad, y deleitándome en la sustancia del alma con el torrente de tu deleite (Ps 35,9) en tu divino contacto y junta sustancial según la mayor pureza de mi sustancia y capacidad y anchura de mi memoria! Y esto acaece así, y más de lo que se puede y alcanza a decir, al tiempo que se levanta en el alma esta llama de amor. Que por cuanto el alma, según su sustancia y potencias, memoria, entendimiento y voluntad, está bien purgada, la sustancia divina, que, como dice el Sabio (Sg 7,24), toca en todas las partes por su limpieza, profunda y sutil y subidamente con su divina llama la absorbe en sí, y en aquel absorbimiento del alma en la sabiduría, el Espíritu Santo, ejercita los vibramientos gloriosos de su llama, que, por ser tan suave, dice el alma luego: Pues ya no eres esquiva.

18. Es a saber, pues ya no afliges, ni aprietas, ni fatigas como antes hacías; porque conviene saber que esta llama de Dios, cuando el alma estaba en estado de purgación espiritual, que es cuando va entrando en contemplación, no le era tan amigable y suave como ahora lo es en este estado de unión. Y el declarar cómo esto sea nos habemos de detener algún tanto.

19. En lo cual es de saber que, antes que este divino fuego de amor se introduzca y una en la sustancia del alma por acabada y perfecta purgación y pureza, esta llama, que es el Espíritu Santo, está hiriendo en el alma, gastándole y consumiéndole las imperfecciones de sus malos hábitos; y ésta es la operación del Espíritu Santo, en la cual la dispone para la divina unión y transformación y amor en Dios. Porque es de saber que el mismo fuego de amor que después se une con el alma glorificándola, es el que antes la embiste purgándola; bien así como el mismo fuego que entra en el madero es el que primero le está embistiendo e hiriendo con su llama, enjugándole y desnudándole de sus feos accidentes, hasta disponerle con su calor, tanto que pueda entrar en él y transformarle en sí. Y esto llaman los espirituales vía purgativa. En el cual ejercicio el alma padece mucho detrimento, y siente graves penas en el espíritu, que de ordinario redundan en el sentido, siéndole esta llama muy esquiva. Porque en esta disposición de purgación no le es esta llama clara, sino oscura, que, si alguna luz le da, es para ver sólo y sentir sus miserias y defectos; ni le es suave, sino penosa, porque, aunque algunas veces le pega calor de amor, es con tormento y aprieto; y no le es deleitable, sino seca, porque, aunque alguna vez por su benignidad le da algún gusto para esforzarla y animarla, antes y después que acaece, lo basta y paga todo con otro tanto trabajo; ni le es reficionadora y pacífica, sino consumidora y argüidora, haciéndola desfallecer y penar en el conocimiento propio; y así, no le es gloriosa, porque antes la pone miserable y amarga en luz espiritual que le da de propio conocimiento, enviando Dios fuego, como dice Jeremías (Lm 1,13), en sus huesos, y enseñándola, y como también dice David (Ps 16,3), examinándola en fuego.

20. Y así, en esta sazón padece el alma acerca del entendimiento grandes tinieblas, acerca de la voluntad grandes sequedades y aprietos, y en la memoria grave noticia de sus miserias, por cuanto el ojo espiritual está muy claro en el conocimiento propio. Y en la sustancia del alma padece desamparo y suma pobreza, seca y fría y a veces caliente, no hallando en nada alivio, ni un pensamiento que la consuele, ni aun poder levantar el corazón a Dios, habiéndosele puesto esta llama tan esquiva, como dice Job (Jb 30,21) que en este ejercicio hizo Dios con él, diciendo: Mudádoteme has en cruel. Porque, cuando estas cosas juntas padece el alma, verdaderamente le parece que Dios se ha hecho cruel contra ella y desabrido.

21. No se puede encarecer lo que el alma padece en este tiempo, es a saber, muy poco menos que en el purgatorio. Y no sabría yo ahora dar a entender esta esquivez cuánta sea ni hasta dónde llega lo que en ella se pasa y siente, sino con lo que a este propósito dice Jeremías (Lm 3,1-9) con estas palabras: Yo varón que veo mi pobreza en la vara de su indignación; hame amenazado y trájome a las tinieblas y no a la luz: tanto ha vuelto y convertido su mano contra mí. Hizo envejecer mi piel y mi carne y desmenuzó mis huesos; cercóme en rededor, y rodeóme de hiel y trabajo; en tenebrosidades me colocó como muertos sempiternos; edificó en derredor de mí, porque no salga; agravóme las prisiones; y, además de esto, cuando hubiere dado voces y rogado, ha excluido mi oración; cerróme mis caminos con piedras cuadradas, y trastornó mis pisadas y mis sendas. Todo esto dice Jeremías, y va allí diciendo mucho más. Que, por cuanto en esta manera está Dios medicinando y curando al alma en sus muchas enfermedades para darle salud, por fuerza ha de penar según su dolencia en la tal purga y cura, porque aquí le pone Tobías el corazón sobre las brasas, para que en él se extrique y desenvuelva todo género de demonio (Tb 6,8), y así, aquí van saliendo a luz todas sus enfermedades, poniéndoselas en cura, y delante de sus ojos a sentir.

22. Y las flaquezas y miserias que antes el alma tenía asentadas y encubiertas en sí, las cuales antes no veía ni sentía, ya con la luz y calor del fuego divino las ve y las siente; así como la humedad que había en el madero no se conocía hasta que dio en él el fuego y le hizo sudar, humear y respendar, y así hace el alma imperfecta cerca de esta llama. Porque, ¡oh cosa admirable!, levántanse en el alma a esta sazón contrarios contra contrarios: los del alma contra los de Dios, que embisten el alma, y, como dicen los filósofos, unos relucen cerca de los otros y hacen la guerra en el sujeto del alma, procurando los unos expeler a los otros por reinar ellos en ella, conviene a saber: las virtudes y propiedades de Dios en extremo perfectas contra los hábitos y propiedades del sujeto del alma en extremo imperfectos, padeciendo ella dos contrarios en sí. Porque, como esta llama es de extremada luz, embistiendo ella en el alma, su luz luce en las tinieblas (Jn 1,5) del alma, que también son extremadas, y el alma entonces siente sus tinieblas naturales y viciosas, que se ponen contra la sobrenatural luz y no siente la luz sobrenatural, porque la tiene en sí como sus tinieblas, que las tiene en sí, y las tinieblas no comprehenden a la luz (Jn 1,5). Y así, estas tinieblas suyas sentirá en tanto que la luz las embistiere porque no pueden las almas ver sus tinieblas si no embistiere en ellas la divina luz, hasta que, expeliéndolas la divina luz, quede ilustrada el alma y vea la luz en sí transformada, habiendo sido limpiado y fortalecido el ojo espiritual con la luz divina. Porque inmensa luz en vista impura y flaca, totalmente le era tinieblas, sujetando el eminente sensible la potencia; y así, érale esta llama esquiva en la vista del entendimiento.

23. Y porque esta llama de suyo es en extremo amorosa y tierna, y amorosamente embiste en la voluntad, y la voluntad de suyo es seca y dura en extremo, y lo duro se siente cerca de lo tierno, y la sequedad cerca del amor, embistiendo esta llama amorosa y tiernamente en la voluntad, siente la voluntad su natural dureza y sequedad para con Dios; y no siente el amor y ternura de la llama, estando ella prevenida con dureza y sequedad, en que no caben estos otros contrarios de ternura y amor, hasta que, siendo expelidos por ella, reine en la voluntad amor y ternura de Dios. Y de esta manera era esta llama esquiva a la voluntad, haciéndola sentir y padecer su dureza y sequedad. Y, ni más ni menos, porque esta llama es amplísima e inmensa y la voluntad es estrecha y angosta, siente su estrechura y angostura la voluntad en tanto que la llama la embiste, hasta que, dando en ella, la dilate y ensanche y haga capaz de sí misma. Y porque también esta llama es sabrosa y dulce, y la voluntad tenía el paladar del espíritu destemplado con humores de desordenadas aficiones, érale desabrida y amarga y no podía gustar el dulce manjar del amor de Dios. Y de esta manera también siente la voluntad su aprieto y sinsabor cerca de esta amplísima y sabrosísima llama, y no siente el sabor de ella, porque no la siente en sí, sino lo que tiene en sí, que es su miseria. Y, finalmente, porque esta llama es de inmensas riquezas y bondad y deleites, y el alma de suyo es pobrísima y no tiene bien ninguno ni de qué se satisfacer, conoce y siente claramente sus miserias y pobrezas y malicia cerca de estas riquezas y bondad y deleites, y no conoce las riquezas, bondad y deleites de la llama, porque la malicia no comprehende a la bondad, ni la pobreza a las riquezas, etc., hasta tanto que esta llama acabe de purificar el alma y con su transformación la enriquezca, glorifique y deleite. De esta manera le era antes esquiva esta llama al alma sobre lo que se puede decir, peleando en ella unos contrarios contra otros: Dios, que es todas las perfecciones, contra todos los hábitos imperfectos de ella para que, transformándola en sí, la suavice y pacifique y establezca como el fuego hace al madero cuando ha entrado en él.

24. Esta purgación en pocas almas acaece tan fuerte; sólo en aquellas que el Señor quiere levantar a más alto grado de unión, porque a cada una dispone con purga más o menos fuerte, según el grado a que la quiere levantar, y según también la impureza e imperfección de ella, y así, esta pena se parece a la del purgatorio; porque así como se purgan allí los espíritus para poder ver a Dios por clara visión en la otra vida, así, en su manera, se purgan aquí las almas para poder transformarse en él por amor en ésta.

25. La intensión de esta purgación y cómo es en más y cómo en menos, y cuándo según el entendimiento y cuándo según la voluntad, y cómo según la memoria, y cuándo y cómo también según la sustancia del alma, y también cuándo según todo, y la purgación de la parte sensitiva y cómo se conocerá cuándo lo es la una y la otra, y a qué tiempo y punto y sazón de camino espiritual comienza, porque lo tratamos en la noche oscura de la Subida del Monte Carmelo, y no hace ahora a nuestro propósito, no lo digo. Basta saber ahora que el mismo Dios, que quiere entrar en el alma por unión y transformación de amor, es el que antes está embistiendo en ella y purgándola con la luz y calor de su divina llama, así como el mismo fuego que entra en el madero es el que le dispone, como antes habemos dicho. Así, la misma que ahora le es suave, estando dentro embestida en ella, le era antes esquiva, estando fuera embistiendo en ella.

26. Y esto es lo que quiere dar a entender cuando dice el alma el presente verso: Pues ya no eres esquiva, que en suma es como si dijera: Pues ya no solamente no me eres oscura como antes, pues eres la divina luz de mi entendimiento, que te puedo ya mirar; y no solamente no haces desfallecer mi flaqueza, mas antes eres la fortaleza de mi voluntad con que te puedo amar y gozar, estando toda convertida en amor divino; y ya no eres pesadumbre y aprieto para la sustancia de mi alma, mas antes eres la gloria y deleites y anchura de ella, pues que de mí se puede decir lo que se canta en los divinos Cantares (Ct 8,5), diciendo: ¿Quién es ésta que sube del desierto abundante en deleites, estribando sobre su Amado, acá y allá vertiendo amor? Pues esto es así, ¡acaba ya si quieres!

27. Es a saber: acaba ya de consumar conmigo perfectamente el matrimonio espiritual con tu beatífica vista. Porque ésta es la que pide el alma, que, aunque es verdad que en este estado tan alto está el alma tanto más conforme y satisfecha cuanto más transformada en amor y para sí ninguna cosa sabe, ni acierta a pedir, sino para su Amado, pues la caridad, como dice san Pablo (1Co 13,5), no pretende para sí sus cosas, sino para el Amado; porque vive en esperanza todavía, en que no se puede dejar de sentir vacío, tiene tanto de gemido, aunque suave y regalado, cuanto le falta para la acabada posesión de la adopción de hijos de Dios, donde, consumándose su gloria, se quietara su apetito. El cual, aunque acá más juntura tenga con Dios, nunca se hartará ni quietará hasta que parezca su gloria (Ps 16,15), mayormente teniendo ya el sabor y golosina de ella, como aquí se tiene. Que es tal, que, si Dios no tuviese aquí favorecida también la carne, amparando al natural con su diestra, como hizo a Moisés en la piedra (Ex 33,22), para que sin morirse pudiera ver su gloria, a cada llamarada de éstas se corrompería el natural y moriría, no teniendo la parte inferior vaso para sufrir tanto y tan subido fuego de gloria.

28. Y por eso, este apetito y la petición de él no es aquí con pena, que no está aquí capaz el alma de tenerla, sino con deseo suave y deleitable, pidiendo la conformidad de su espíritu y sentido. Que por eso dice en el verso: acaba ya si quieres, porque está la voluntad y apetito tan hecho uno con Dios, que tiene por su gloria cumplirse lo que Dios quiere. Pero son tales las asomadas de gloria y amor que en estos toques se trasluce quedar a la puerta por entrar en el alma, no cabiendo por la angostura de la casa terrestre, que antes sería poco amor no pedir entrada en aquella perfección cumplimiento de amor. Porque, demás de esto, ve allí el alma que en aquella fuerza deleitable comunicación del Esposo la está el Espíritu Santo provocando y convidando con aquella inmensa gloria que le está proponiendo ante sus ojos, con maravillosos modos y suaves afectos, diciéndole en su espíritu lo que en los Cantares (Ct 2,10-14) a la Esposa, lo cual refiere ella, diciendo: Mirad lo que me está diciendo mi Esposo: levántate y date priesa, amiga mía, paloma mía, hermosa mía, y ven; pues que ya ha pasado el invierno, y la lluvia se fue y alejó, y las flores han parecido en nuestra tierra, y ha llegado el tiempo del podar. La voz de la tortolilla se ha oído en nuestra tierra, la higuera ha producido sus frutos, las floridas viñas han dado su olor. Levántate, amiga mía, graciosa mía, y ven, paloma mía en los horados de la piedra, en la caverna de la cerca; muéstrame tu rostro, suene tu voz en mis oídos, porque tu voz es dulce y tu rostro hermoso. Todas estas cosas siente el alma y las entiende distintísimamente en subido sentido de gloria, que la está mostrando el Espíritu Santo en aquel suave y tierno llamear, con gana de entrarle en aquella gloria. Y por eso ella aquí, provocada, responde diciendo: acaba ya si quieres. En lo cual le pide al Esposo aquellas dos peticiones que él nos enseñó en el Evangelio (Mt 6,10), conviene a saber: adveniat regnum tuum; fiat voluntas tua. Y así es como si dijera: "acaba", es a saber, de darme este reino, "si quieres", esto es, según es tu voluntad. Y, para que así sea, rompe la tela de este dulce encuentro.

29. La cual tela es la que impide este tan grande negocio. Porque es fácil cosa llegar a Dios, quitados los impedimentos y rompidas las telas que dividen la junta entre el alma y Dios. Las telas que pueden impedir a esta junta, que se han de romper para que se haga y posea perfectamente el alma a Dios, podemos decir que son tres, conviene a saber: temporal, en que se comprehenden todas las criaturas; natural, en que se comprehenden las operaciones e inclinaciones puramente naturales; la tercera, sensitiva, en que sólo se comprehende la unión del alma con el cuerpo, que es vida sensitiva y animal, de que dice san Pablo (2Co 5,1): sabemos que si esta nuestra casa terrestre se desata, tenemos habitación de Dios en los cielos. Las dos primeras telas de necesidad se han de haber rompido para llegar a esta posesión de unión de Dios, en que todas las cosas del mundo están negadas y renunciadas, y todos los apetitos y afectos naturales mortificados, y las operaciones del alma de naturales ya hechas divinas. Todo lo cual se rompió e hizo en el alma por los encuentros esquivos de esta llama cuando ella era esquiva; porque en la purgación espiritual que arriba hemos dicho, acaba el alma de romper estas dos telas, y de ahí viene a unirse con Dios, como aquí está, y no queda por romper más que la tercera de la vida sensitiva. Que por eso dice aquí "tela", y no "telas"; porque no hay más que esta que romper, la cual, por ser ya tan sutil y delgada y espiritualizada con esta unión de Dios, no la encuentra la llama rigurosamente como a las otras dos hacía, sino sabrosa y dulcemente. Que por eso aquí le llama dulce encuentro, el cual es tanto más dulce y sabroso, cuanto más le parece que le va a romper la tela de la vida.

30. Donde es de saber que el morir natural de las almas que llegan a este estado, aunque la condición de su muerte, en cuanto el natural, es semejante a las demás, pero en la causa y en el modo de la muerte hay mucha diferencia. Porque, si las otras mueren muerte causada por enfermedad o por longura de días, éstas, aunque en enfermedad mueran o en cumplimiento de edad, no las arranca el alma sino algún ímpetu y encuentro de amor mucho más subido que los pasados y más poderoso y valeroso, pues pudo romper la tela y llevarse la joya del alma. Y así, la muerte de semejantes almas es muy suave y muy dulce, más que les fue la vida espiritual toda su vida; pues que mueren con más subidos ímpetus y encuentros sabrosos de amor, siendo ellas como el cisne, que canta más suavemente cuando se muere. Que por eso dijo David (Ps 115,15) que era preciosa la muerte de los santos en el acatamiento de Dios, porque aquí vienen en uno a juntarse todas las riquezas del alma, y van allí a entrar los ríos del amor del alma en la mar, los cuales están allí ya tan anchos y represados, que parecen ya mares; juntándose lo primero y lo postrero de sus tesoros, para acompañar al justo que va y parte para su reino, oyéndose ya las alabanzas desde los fines de la tierra, que, como dice Isaías (Is 24,16), son gloria del justo.

31. Sintiéndose, pues, el alma a la sazón de estos gloriosos encuentros tan al canto de salir a poseer acabada y perfectamente su reino, en las abundancias que se ve está enriquecida (porque aquí se conoce pura y rica y llena de virtudes y dispuesta para ello, porque en este estado deja Dios a alma ver su hermosura y fíale los dones y virtudes que le ha dado, porque todo se le vuelve en amor y alabanzas, sin toque de presunción ni vanidad, no habiendo ya levadura de imperfección que corrompa la masa) y como ve que no le falta más que romper esta flaca tela de vida natural en que se siente enredada, presa e impedida su libertad, con deseo de verse desatada y verse con Cristo (Ph 1,23), haciéndole lástima que una vida tan baja y flaca la impida otra tan alta y fuerte, pide que se rompa, diciendo: Rompe la tela de este dulce encuentro.

32. Y llámale "tela" por tres cosas: la primera, por la trabazón que hay entre el espíritu y la carne; la segunda, porque divide entre Dios y el alma; la tercera, porque así como la tela no es tan opaca y condensa que no se pueda traslucir lo claro por ella, así en este estado parece esta trabazón tan delgada tela, por estar ya muy espiritualizada e ilustrada y adelgazada, que no se deja de traslucir la Divinidad en ella. Y como siente el alma la fortaleza de la otra vida, echa de ver la flaqueza de estotra, y parécele mucho delgada tela, y aun tela de araña, como la llama David (Ps 89,9), diciendo: Nuestros años como la araña meditarán. Y aun es mucho menos delante del alma que así está engrandecida; porque, como está puesta en el sentir de Dios, siente las cosas como Dios, delante del cual, como también dice David (Ps 8,4), mil años son como el día de ayer que pasó, y según Isaías (Is 40,17), todas las gentes son como si no fuesen. Y ese mismo tomo tienen delante del alma, que todas las cosas le son nada, y ella es para sus ojos nada. Sólo su Dios para ella es el todo.

33. Pero hay aquí que notar: ¿por qué razón pide aquí más que "rompa" la tela, que la "corte" o que la "acabe", pues todo parece una cosa? Podemos decir que por cuatro cosas. La primera, por hablar con más propiedad; porque más propio es del encuentro romper que cortar y que acabar. La segunda, porque el amor es amigo de fuerza de amor y de toque fuerte e impetuoso, lo cual se ejercita más en el romper que en el cortar y acabar. La tercera, porque el amor apetece que el acto sea brevísimo, porque se cumple más presto, y tiene tanta más fuerza y valor cuanto es más espiritual, porque la virtud unida más fuerte es que esparcida. E introdúcese el amor al modo que la forma en la materia, que se introduce en un instante, y hasta entonces no había acto sino disposiciones para él; y así, los actos espirituales como en un instante se hacen en el alma, porque son infusos de Dios, pero los demás que el alma de suyo hace, más se pueden llamar disposiciones de deseos y afectos sucesivos, que nunca llegan a ser actos perfectos de amor o contemplación, sino algunas veces cuando, como digo, Dios los forma y perfecciona en el espíritu. Por lo cual dijo el Sabio (Qo 7,9) que el fin de la oración es mejor que el principio, y lo que comúnmente se dice que la oración breve penetra los cielos. De donde el alma que ya está dispuesta, muchos más y más intensos actos puede hacer en breve tiempo que la no dispuesta en mucho; y aun, por la gran disposición que tiene, se suele quedar harto tiempo en acto de amor o contemplación. Y a la que no está dispuesta todo se le va en disponer el espíritu; y aun después se suele quedar el fuego por entrar en el madero, ahora por la mucha humedad de él, ahora por el poco calor que dispone, ahora por lo uno y lo otro; mas en el alma dispuesta, por momentos entra el acto de amor, porque la centella a cada toque prende en la enjuta yesca. Y así, el alma enamorada más quiere la brevedad del romper que el espacio del cortar y acabar. La cuarta es porque se acabe más presto la tela de la vida; porque el cortar y acabar hácese con más acuerdo, porque se espera a que la cosa esté sazonada o acabada, o algún otro término, y el romper no espera al parecer madurez ni nada de eso.

34. Y esto quiere el alma enamorada, que no sufre dilaciones de que se espere a que naturalmente se acabe la vida ni a que en tal o tal tiempo se corte; porque la fuerza del amor y la disposición que en sí ve, la hacen querer y pedir se rompa luego la vida con algún encuentro o ímpetu sobrenatural de amor. Sabe muy bien aquí el alma que es condición de Dios llevar antes de tiempo consigo las almas que mucho ama, perfeccionando en ellas en breve tiempo por medio de aquel amor lo que en todo suceso por su ordinario paso pudieran ir ganando. Porque esto es lo que dijo el Sabio (Sg 4,10-14): El que agrada a Dios es hecho amado, y, viviendo entre los pecadores fue trasladado, arrebatado fue porque la malicia no mudara su entendimiento, o la afición no engañara su alma. Consumido en breve, cumplió muchos tiempos; porque era su alma agradable a Dios, por tanto, se apresuró a sacarle de medio, etc. Hasta aquí son palabras del Sabio, en las cuales se verá con cuánta propiedad y razón usa el alma de aquel término "romper"; pues en ellas usa el Espíritu Santo de estos dos términos: "arrebatar" y "apresurar" que son ajenos de toda dilación. En el apresurarse Dios da a entender la priesa con que hizo perfeccionar en breve el amor del justo; en el arrebatar se da a entender llevarle antes de su tiempo natural. Por eso es gran negocio para el alma ejercitar en esta vida los actos de amor, porque, consumándose en breve, no se detenga mucho acá o allá sin ver a Dios.

35. Pero veamos ahora por qué también a este embestimiento interior del Espíritu le llama encuentro más que otro nombre alguno. Y es la razón porque sintiendo el alma en Dios infinita gana, como habemos dicho, de que se acabe la vida y que, como no ha llegado el tiempo de su perfección, no se hace, echa de ver que para consumarla y elevarla de la carne, hace él en ella estos embestimientos divinos y gloriosos a manera de encuentros, que, como son a fin de purificarla y sacarla de la carne, verdaderamente son encuentros con que siempre penetra, endiosando la sustancia del alma, haciéndola divina, en lo cual absorbe al alma sobre todo ser a ser de Dios. Y la causa es porque la encontró Dios y la traspasó en el Espíritu Santo vivamente, cuyas comunicaciones son impetuosas, cuando son atesoradas, como lo es este encuentro; al cual, porque en él el alma vivamente gusta de Dios, llama dulce; no porque otros muchos toques y encuentros que en este estado recibe dejen de ser dulces, sino por eminencia que tiene sobre todos los demás; porque le hace Dios, como habemos dicho, a fin de desatarla y glorificarla presto De donde a ella le nacen alas para decir: Rompe la tela, etc.

36. Resumiendo, pues, ahora toda la canción, es como si dijera: ¡Oh llama del Espíritu Santo, que tan íntima y tiernamente traspasas la sustancia de mi alma y la cauterizas con tu glorioso ardor! Pues ya estás tan amigable que te muestras con gana de dárteme en vida eterna, si antes mis peticiones no llegaban a tus oídos, cuando con ansias y fatigas de amor, en que penaba mi sentido y espíritu por la mucha flaqueza e impureza mía y poca fortaleza de amor que tenía, te rogaba me desatases y llevases contigo, porque con deseo te deseaba mi alma, porque el amor impaciente no me dejaba conformar tanto con esta condición de vida que tú querías que aún viviese; y si los pasados ímpetus de amor no eran bastantes, porque no eran de tanta calidad para alcanzarlo, ahora que estoy tan fortalecida en amor, que no sólo no desfallece mi sentido y espíritu en ti, mas antes, fortalecidos de ti, mi corazón y mi carne se gozan en Dios vivo (Ps 83,2), con grande conformidad de las partes, donde lo que tú quieres que pida, pido, y lo que no quieres, no quiero ni aun puedo ni me pasa por pensamiento querer; y pues son ya delante de tus ojos más válidas y estimadas mis peticiones, pues salen de ti y tú me mueves a ellas, y con sabor y gozo en el Espíritu Santo te lo pido, saliendo ya mi juicio de tu rostro (Ps 16,2), que es cuando los ruegos precias y oyes, rompe la tela delgada de esta vida y no la dejes llegar a que la edad y años naturalmente la corten, para que te pueda amar desde luego con la plenitud y hartura que desea mi alma sin término ni fin.