MILAGROS EUCARISTICOS

El milagro de Faverney

Corría el año 1608, época calamitosa para la Iglesia de Francia, sometida a los ataques de los calvinistas que, en ocasiones, llegaban a profanar la persona misma del Señor, presente en la Eucaristía, misterio que odiaban especialmente los herejes seguidores de Calvino.

Esta situación había creado la natural inquietud entre los fieles, amantes fervorosos de la Eucaristía.
En Faverney, pequeña ciudad de la diócesis de Besanzón, había un monasterio benedictino cuyos monjes acostumbraban a preparar cada año, la víspera de Pentecostés, una capilla adornada con sabanillas y otros lienzos sobre cuya mesa se elevaba un Tabernáculo donde había dos Hostias consagradas, puestas dentro de un viril de plata. Y también aquel año 1608 fue expuesto el Santísimo Sacramento la vigilia de Pentecostés, que coincidió con el día 25 de mayo.

El pueblo fiel homenajeó a Jesús Eucaristia, desagraviándole de las ofensas de los protestantes calvinistas, y, llegada la noche, todo el mundo se recogió y se cerraron las puertas de la iglesia, quedando en el altar de la capilla dos velas encendidas. Y seguramente las chispas de ellas, cayendo sobre los adornos, prendieron el fuego.
Pronto se esparció por todo el templo una espesa humareda. Las llamas devoraron ornamentos, manteles, tarimas y Tabernáculos. Todo quedó reducido a cenizas y ascuas. Los religiosos lloraban de tristeza, cuando contemplaron una maravillosa realidad: sobre aquel montón de cenizas ardientes, vieron el viril milagrosamente suspendido en medio de la iglesia...
Al momento se propagó por la villa la noticia del prodigio, y acudieron al monasterio muchísimas personas de Faverney y de los lugares inmediatos, y, ante la inmensa multitud, el viril continuó suspendido en el aire durante treinta y tres horas, al cabo de las cuales se colocó sobre un corporal que habían puesto debajo.

De esta manera quiso la Providencia divina preservar a los católicos fieles de los errores calvinistas y corroborarlos más y más en la religión católica, mostrándoles, por medio de un asombroso prodigio, la verdad de todo cuanto la Iglesia nos enseña acerca de la presencia real de Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento.

El milagro de Lanciano
Milagro Eucarístico de LancianoLa pequeña ciudad de Lanciano se encuentra a 4 kilómetros de Pescara Barí (Italia), que bordea el Adriático. En el siglo VIII, un monje basiliano, después de haber realizado la doble consagración del pan y del vino, comenzó a dudar de la presencia real del Cuerpo y de la Sangre del Salvador en la hostia y en el cáliz. Fue entonces cuando se realizó el milagro delante de los ojos del sacerdote; la hostia se tornó un pedazo de carne viva; en el cáliz el vino consagrado en sangre viva, coagulándose en cinco piedrecitas irregulares de forma y tamaño diferentes.
Esta carne y esta sangre milagrosa se han conservado, y durante el paso de los siglos, fueron realizadas diversas investigaciones eclesiásticas.

Verificación del milagro.

Quisieron en la década de 1970, verificar la autenticidad del milagro, aprovechándose del adelanto de la ciencia y de los medios que se disponía. El análisis científico de aquellas reliquias, que datan de trece siglos, fue confiado a un grupo de expertos. Con todo rigor, los profesores Odoardo Linolli, catedrático de Anatomía, Histología Patológica , Química y Microscopia clínica, y Ruggero Bertellí, de la Universidad de Siena efectuaron los análisis de laboratorio. He aquí los resultados:
La carne es verdaderamente carne. La sangre es verdaderamente sangre. Ambos son sangre y carne humanas. La carne y la sangre son del mismo grupo sanguíneo (AB). La carne y la sangre pertenecen a una persona VIVA.
El diagrama de esta sangre corresponde al de una sangre humana que fue extraída de un cuerpo humano ese mismo día. La carne está constituida por un tejido muscular del corazón (miocardio). La conservación de estas reliquias dejadas en estado natural durante siglos y expuestas a la acción de agentes físicos, atmosféricos y biológicos, es un fenómeno extraordinario.
Uno queda estupefacto ante tales conclusiones, que manifiestan de manera evidente y precisa la autenticidad de este milagro  eucarístico.

Otro detalle inexplicable: pesando las piedrecitas de sangre coaguladas, y todas son de tamaño diferente, cada una de éstas tiene exactamente el mismo peso que las cinco piedrecitas juntas.
Conclusiones. ¡Cuántas conclusiones, cuántas ideas y profundizaciones sobre los designios de Dios podemos sacar del milagro de Lanciano!
1. Precisamente cuando los soberbios afirman: "La ciencia enterró la religión, la Iglesia y la oración, que son cosas superadas. Nada de esto es importante". Para éstos el milagro de Lanciano es una respuesta categórica. Es justo la ciencia, con sus recursos actuales que vienen a probar la autenticidad del milagro. ¡Y qué milagro!
2. Realmente un milagro destinado a nuestro tiempo de incredulidad. Pues, como dice San Pablo, los milagros no están hechos para aquellos que creen, sino para los que no creen. Precisamente en este tiempo, cuando un cierto número de cristianos duda de la Presencia Real, admitiendo solo una Presencia espiritual de Cristo en el alma del que comulga, la ciencia la comprueba con una evidencia de un milagro que dura ya más de trece siglos.
3. La iglesia de Lanciano, donde se produjo el milagro, está dedicada a San Longinos, el soldado que traspasó el Corazón de Cristo con la lanza, en la cruz. ¿Coincidencia?
4. La constatación científica por los expertos de que se trata de carne y sangre de una persona viva, viviente en la actualidad, pues esta sangre es la misma que hubiese sido retirada en el mismo día, de una persona viva.
5. Por lo tanto es la misma carne viva, no carne de un cadáver, sino una carne animada y gloriosa, que recibimos en la Eucaristía, para que podamos vivir la vida de Cristo.
6. Un hecho impresionante: la carne que está allí es carne del corazón. No es un músculo cualquiera, pero del músculo que propulsiona la sangre y, en consecuencia, la vida.
7. Las proteímas contenidas en la sangre están normalmente repartidas en una relación de porcentaje idéntica al del esquema proteico de la sangre fresca normal.

Para nosotros, cincuenta años, medio siglo, es prácticamente una vida. Trece siglos nos parecen una eternidad y es tal vez con esta sensación ya de eternidad que "sentimos" el milagro de Lanciano, donde Dios permitió la comprobación por la ciencia de los hombres de sus palabras omnipotentes: ESTO ES MI CUERPO, ESTE ES EL CALIZ DE MI SANGRE, DEL NUEVO Y ETERNO TESTAMENTO.

Este texto fue publicado en:
Sol de Fátima, nº. 83, Mayo Junio 1982,
Revista Roma de Buenos Aires, nº. 28, Septiembre de 1978,
Legionario de Colombia nº. 5.

La siguiente información se encuentra en la monografía del Profesor Linoli, docente de anatomía e histologia patológica y citogénetica, publicada después de la última investigación científica de la Carne y de la Sangre milagrosa en 1970 y revisada en el año 1991.
Información aportada por la Cardióloga Italiana Marina De Cesare, quien participó en la investigación del milagro.


Después de varias investigaciones, hoy el Milagro Eucarístico se conserva en la Iglesia de San Francisco, en un precioso relicario de plata.

En particular, la Carne tiene una forma redondeada, con un diámetro de entre 55 y 60 mm., de un color entre amarillo oscuro y marrón. La lámina de tejido se presenta sutilizada y ampliamente lacerada en la parte central, debido a su retiro hacia el borde externo, donde se encuentra leventada en pliegues. Es evidente que se trata de un órgano con cavidad, visto en sección trasversal, histológicamente reconocido como corazón. La parte inferior, más espesa, puede ser identificada como ventrículo izquierdo; la parte superior, más delgada como es abitual, puede ser identificada como el ventrículo derecho. A lo largo de los siglos, la Carne milagrosa ha sido objeto de manipulaciones reiteradas que han llevado a la pérdida de partes centrales como la pared interventricular, de la cual sólo han quedado rastros en la base, entre los dos ventrículos. Además, la única cavidad actual fue perdiendo agua, con la consiguiente momificación y reducción de dimensiones.

La Sangre del Milagro Eucarístico, contenida dentro de un antiguo cáliz de vidrio, se presenta bajo el aspecto de 5 fragmentos del peso total de 15.18 gramos, de color amarillo-marrón y de consistencia uniformemente dura.

El estudio realizado en los anos 1970-1971 fue dirigido a:

1) averiguar la estructura histológica del tejido considerado Carne;

2) definir si la sustancia considerada Carne responde a las características de ésta;

3) establecer a qué especie histológica pertenecen la Carne y la Sangre;

4) precisar en los dos tejidos el grupo sanguíneo;

5) indagar sobre los compuestos proteicos y minerales de la Sangre.

1) Estudio Histologico de la antigua Carne de Lanciano

Los pequenos fragmentos extraídos del tejido momificado han sido sometidos a estudios histológicos según métodos clásicos de investigación: coloraciones sobre secciones miotómicas (Mallory, Van Gieson, método de Ignesti, impregnación con plata según Gomori, entre otros) y sucesivo examen en el microscopio electrónico.

El tejido aparece compuesto de fibrocélulas ( = células que componen el tejido muscular) orientadas en sentido longitudinal, oblicuo y trasversal. Las mismas fibrocélulas ponen en evidencia, con mayores agrandamientos, una estructura fibrilar longitudinal, que lleva al reconocimiento de tejido muscular estriado. Las fibras aparecen organizadas en uniones sincítícas, o sea a través de bifurcaciones y recíprocas uniones en los extremos.

Las características antes descriptas conllevan al diagnóstico de tejido miocárdico. De hecho, la orientación de las fibrocélulas y la agregación sincitíca se encuentran sólo en el músculo cardíaco : el corazón, durante la contracción, realiza movimientos complejos de torción, contracciones desde abajo hacia arriba y desde el exterior hacia el interior de la cavidad ventricular. El trabajo resultante tiene como finalidad la expulsión de la sangre desde la cavidad ventricular hacia las grandes arterias. Los músculos esqueléticos no necesitan de tan compleja organización, ya que están constituídos de fibrocélulas dispuestas según la misma orientación. En los fragmentos histológicos se han evidenciado también otras estructuras, típicas del corazón: un lóbulo de tejido adiposo, ramificaciones nerviosas que pertecen a un nervio vago (que regula la frequencia de la pulsación cardíaca) y finalmente estructuras endocardíacas (tejido que reviste internamente el corazón y sus válvulas), ausentes en otros tejidos musculares. Finalmente se evidenciaron estructuras vasculares de tipo arterioso y venoso normales, que no presentan alteraciones estructurales, que más bien pertenecen a un individuo sano y joven.

Es necesario también precisar que no se relevaron sustancias momificantes, las cuales eran empleadas para conservar los tejidos.

Conclusión: el tejido de la antigua Carne de Lanciano partenece a un Corazón. Un Corazón sano.

2) Examen microscópico y microquímico de la antigua Sangre de Lanciano.

Sobre secciones en el micrótomo no aparecen elementos celulares. Los estudios microquímicos han arrojado resultados contrastantes comparando la muestra en examen y sangre humana disecada.

3) Búsqueda cromotográfica de la hemoglobina en la antigua Sangre.

La prueba realizada tanto en la muestra en cuestión como en otras muestras de referencia, demostró la real naturaleza hematosa de la antigua Sangre de Lanciano.

Dicha prueba tiene plena validez para el reconocimiento de la sangre aún en el caso de materiales danados a lo largo del tiempo, que pueden presentar resultados contrastantes con respecto a los exámenes anteriormente mencionados.

4) Definición inmunológica de la especie a la que pertenecen la antigua Sangre y la antigua Carne de Lanciano.

Los tejidos en examen han sido analizados con sueros antiproteína humana, sueros de conejo y sueros de buey.

Conclusión: las pruebas de precipitación han demostrado que la Sangre y la Carne del Milagro Eucaristico de Lanciano pertenecen a la especie humana.

5) Determinación del grupo sanguineo en la antigua Sangre y en la antigua Carne de Lanciano.

Las pruebas empleadas para la determinación del grupo sanguíneo (ABO) han manifestado que tanto la Sangre como la Carne de Lanciano pertecen al grupo AB.

6) Análisis electroforético de las proteinas de la antigua Sangre de Lanciano.

La composición porcentual de las proteínas en el líquido en examen repite los valores conocidos para el suero de sangre humana normal:

albúmina = 61% ;
globulinas alfa-1 = 2,38% ;
globulinas alfa-2 = 7,14% ;
globulinas beta = 7,14% ;
gamma = 21,42%.

La relación albúmina-globulina resulta ser del 1,62% siendo el valor normal de entre 1,13 y 1,73.

Las proteínas fraccionadas de la muestra en examen presentan entonces una curva electroforética parecida a la sangre fresca normal (un suero de sangre no se puede utilizar con fines electroforéticos después de los 2-4 días de refrigerado).

7) Determinación de los minerales (calcio, cloruros, fósforo, magnesio, potasio, sodio) en la antigua Sangre de Lanciano.

Con respecto a las muestras de sangre humana normal disecada, el porcentaje de minerales resultaron alteradas por el contacto con la pared de vidrio del contenedor y por la exposición al polvo de mampostería rico en sales de calcio.

Consideraciones finales
Los resultados de la investigación efectuada sobre fragmentos de la Antigua Sangre y de la antigua Carne que se conoce tradicionalmente con el nombre de Milagro Eucarístico de Lanciano (siglo VIII), se resumen en los siguientes puntos:

- La Sangre es efectivamente tal;

- La Carne pertenece al miocardio;

- La Carne y la Sangre pertenecen a la especie humana;

- El grupo sanguíneo identificado tanto en la Sangre como en la Carne es de tipo AB,

- El examen electroforético de las proteínas de la Sangre se acerca al examen en el suero fresco.

El diagnóstico histológico de miocardio hace que sea poco aceptable la hipótesis de un "falso". De hecho sólo una mano experta en disección anatómica hubiese podido obtener del corazón (órgano cavo) de cadáver una rebanada uniforme y continua, considerando que las primeras disecciones anatómicas sobre el hombre fueron posteriores al 1300.

Además las perforaciones por clavos presentes en el contorno, llevan a deducir que el fragmento de corazón aparecido en el altar de la iglesia de Lanciano estuviese en estado vivo y entonces tendiese, por “rigor mortis” , a retraerse concéntricamente cuestión a la que se opusieron los monjes basilianos, clavando en una tablilla de madera la sección de corazón. En tal modo, el hecho de retraerse centrífugamente ha lacerado el tejido en su parte central, como ya se ha dicho.

Un fragmento de miocardio y de coágulos hemáticos, dejados en el estado natural durante siglos y además expuestos a la acción de los agentes fisicos atmosféricos, ambientales y parasitosos, llegaron a nosotros así, inexplicablemente inalterados aún después de más de un milenio, para someterse a las investigaciones científicas de las que sólo hoy, después de siglos de historia, disponemos.














EL MILAGRO DE ALBANY
El párroco de Albany (Estado de Nueva York), fue requerido para atender a un enfermo grave que moraba a considerable distancia de la iglesia. Dispúsose al punto para partir a caballo, llevando suspendida del cuello una pequeña píxide (caja pequeña donde se transporta el Santísimo Sacramento) para darle el Viático. Después de cabalgar durante cierto número de millas, un fuerte temporal de lluvia y viento le impedía adelantar con su caballo y tuvo que pararse y entrar en una posada. Allí, por el mismo motivo, se refugió un mensajero que iba a verlo y comunicarle que el enfermo había experimentado una mejoría, aunque seguía grave. Tranquilizado con esta noticia, el párroco resolvió no continuar el camino de noche y pasarlo allí, colocando devotamente la píxide en un armario bajo llave.
Durmió profundamente y al alborear reemprendió su viaje. Ya cerca de su destino, se dio cuenta, con suma pena, de que no había tomado consigo la píxide con el Santísimo Sacramento. Al darse cuenta, por poco cae de su montura abrumado por la vergüenza y la alarma, pues eran herejes todos los de la posada. Con esto dio media vuelta, picó las espuelas y se dirigió a toda velocidad a la posada donde había pernoctado.
En cuanto atravesó el portal, saltó del caballo y rápido se fue en busca del hostelero, preguntándole si acaso había dado a alguien el cuarto donde él había dormido.

Yo soy el que debo preguntarle, señor mío contestóle dicho hostelero . ¿Qué hizo usted en aquel cuarto, que no hemos podido abrir de ningún modo? Ninguno de nosotros pudimos abrir, por más que hemos forcejeado, y la llave está en la cerradura. Y lo que es más, si uno mira por el agujero, aparece todo él iluminado.
Con indescriptible sentimiento de gozo, se lanzó el párroco escaleras arriba, seguido del hostelero, su mujer, los criados y unos cuantos huéspedes, atraídos por la curiosidad. Dando la vuelta a la llave, abrió sin la menor dificultad, y entrando cayó de rodillas, confundido ante el mueble que había servido de sagrario al Señor de Cielos y Tierra. Con esto, levantándose, tomó la píxide reverente, y expuso con inusitada elocuencia a la gente admirada, el Misterio Eucarístico. La emoción daba fuerza a sus palabras y les declaró que tenían que darse por envidiablemente afortunados de haber obrado Dios aquel milagro en su casa. Con lo cual, postrados de rodillas, expresaron su deseo de ser recibidos en la Iglesia Católica. El párroco permaneció allí algunos días, durante los cuales los instruyó, bautizó a todos los que allí moraban y a algunas otras personas y los recibió en la Iglesia. Logrado esto, se encaminó a casa del enfermo, hallándolo restablecido y en plena convalecencia".









































El milagro eucarístico de Casia
Milagro Eucarístico de CasiaCasia es una preciosa localidad italiana, rodeada de las montañas de la Umbría,  muy conocida porque vio nacer a  Santa Rita , abogada de los casos imposibles, cuyo cuerpo incorrupto descansa en la basílica. Sin embargo, se da la circunstancia de que también en la misma basílica se conserva la reliquia de un gran milagro Eucarístico que tuvo lugar en Siena, Italia, en 1330.
En la capilla del milagro, debajo del tabernáculo hay una caja de cristal con los huesos del Beato Simone Fidati, quien estuvo envuelto en el Milagro Eucarístico. El Padre Simone fue sacerdote Agustino durante la mitad del siglo XIV. Era conocido a través de la Umbría como un hombre sabio y santo, a pesar de que era muy joven. Otros sacerdotes le buscaban para confesarse. Durante el tiempo que el Beato Simone estuvo asignado al monasterio Agustino de Siena, un día un sacerdote vino a él para hacerle esta extraña confesión.
Había perdido su respeto por la Eucaristía. De esto nosotros podríamos deducir que el posiblemente no creía en la Presencia Real de Jesús en la Eucaristía. En la vida de este sacerdote no quedaba entusiasmo. Hacía las cosas por rutina y porque tenia que hacerlo, pero cada vez se desprendía más y más de Dios y de su congregación.
Este sacerdote recibió una llamada de un enfermo. En vez de poner la Eucaristía en el relicario para llevarla cerca de su corazón, el sacerdote tomó la Hostia e irreverentemente la puso entre las páginas del Breviario. Cuando llegó a la casa del enfermo, lo preparó para recibir la Eucaristía. Abrió el libro para tomar la Hostia y darle la comunión. Al abrir el libro, el sacerdote fue sacudido al encontrar en su lugar dos manchas redondas de sangre en las páginas, una frente a la otra. El sacerdote se fue de la casa con gran pánico, e inmediatamente buscó a Beato Simone, quien era conocido por su santidad.

Beato Simone escuchó al sacerdote contarle su pecado y el milagro, y le dio la absolución. Pero obtuvo de él las dos páginas manchadas de sangre. Una fue puesta en un tabernáculo en Perugia y la otra, con la Santa Hostia adherida fue al monasterio Agustino en Cascia.
El milagro Eucarístico ha sido venerado a través de los años en el monasterio Agustino de Cascia. Fue verificado por el Obispo de allí. Ha sido llevado en procesión solemne durante la fiesta del Cuerpo de Cristo. El Papa ha concedido indulgencias especiales a aquellos que veneren el Milagro Eucarístico.

En 1930, hubo un Congreso Eucarístico en Norcia, cerca de Cascia. En esta ocasión se hizo una hermosa Custodia para llevar el Milagro Eucarístico. Fue un honor del Sexto Centenario del milagro. Cuando una nueva iglesia en honor de Santa Rita fue construida, al lado del monasterio Agustino, se construyó una capilla especial para el Milagro Eucarístico.

A este milagro se le atribuye un fenómeno muy extraño. ¿O podría ser un milagro dentro de un milagro? A través de los años, las personas empezaron a notar un cambio en la página con la mancha de sangre. Un rostro comenzó a aparecer en la página. Es casi como si un color mas oscuro apareciera en ciertas partes de la página. Hay algunos que ven el rostro de Cristo. Cuando el sacerdote en el santuario abre el tabernáculo para mostrar a los fieles el Milagro Eucarístico, se pone sus vestimentas. Cuando trae la Custodia al Altar, pone una linterna detrás de la página para mostrar el rostro. Es un perfil perfectamente formado de un hombre con barba y bigote.
El prodigio es conmemorado de forma especial en la fiesta del Corpus Christi en que se lleva la reliquia en solemnemente procesión.
































El siguiente hecho ocurrió en la histórica ciudad de Huesca. Durante la noche del 29 al 30 de noviembre del año 1648, fue robado en la iglesia catedral un copón con las Sagradas Formas, sin que, por desgracia, se diera cuenta persona alguna del horrible sacrilegio. Al amanecer del día siguiente, subió el campanero, según era su costumbre, a tocar el Ángelus y a dar la señal para la Misa primera. Al terminar, un hecho extraño llamó poderosamente su atención. En un montón de estiércol que había en un campo cercano al seminario, vio un objeto que brillaba de una manera extraordinaria. Extrañado de aquel fenómeno, bajó a la iglesia a decirlo al sacristán, y ambos se dirigieron enseguida al lugar de donde salía tan fuerte resplandor. Cuál no fue su sorpresa al ver que la luz procedía del interior del montón, y que, al excavar por aquel punto, aparecía un copón resplandeciente, que contenía la Sagrada Eucaristía.
La noticia de este prodigio se divulgó por toda la ciudad con la velocidad del rayo. Con gran concurso de pueblo y piadosísima reverencia, el copón milagroso fue devuelto a la iglesia, y se pudo comprobar, sin ninguna clase de duda, que era el mismo que, el día anterior, estaba en el Sagrario y que unas manos impías se habían atrevido a robar.
En memoria de este prodigio, se tomó el acuerdo de que perpetuamente, el día 30 de noviembre, aniversario del robo sacrílego, se cantara un Te Deum en la catedral, después de Tercia, en acción de gracias, y que, por el mismo motivo, la Misa conventual y las Vísperas de aquel día se celebrarían con la exposición de Nuestro Señor. También, en el lugar de tan rico hallazgo, fue levantada una capilla, que la acción del tiempo ha arruinado totalmente.



Milagro Eucarístico de CebreiroEl milagro de O Cebreiro
 O Cebreiro (El Cebrero en español) es una aldea ubicada en la provincia de Lugo en Galicia (España) situada  a 1293 metros de altitud.

En un día de invierno del año 1300 en el que nevaba abundamente, un vecino de la localidad de Barxamaior, llamado Juan Santín, labriego, se dirigió hacia el Monasterio de Cebreiro para oir misa, sin importarle el tiempo tan adverso que hacía y el difícil camino de subida. Por fin llega al templo, cansado y empapado, sin apenas aliento.

Un sacerdote benedictino que no esperaba que en un día tan desapacible, con tanta nieve y viento fuera alguien a Misa, menosprecia el sacrificio del campesino y le dice que una Misa no merece tanto esfuerzo. La falta de
fe, caridad y tacto del monje no obtiene respuesta alguna por parte del labriego.

Comienza la Santa Misa. Cuando llega el momento de la Consagración, el sacerdote percibe cómo la Hostia se convierte en carne sensible a la vista, y el cáliz con el vino en sangre, que hierve y tiñe los corporales. El sacerdote, sorprendido, cae en la cuenta de su falta de fe y exclama al estilo de Santo Tomás: "¡Señor mío y Dios mío".

Jesús quiso premiar de esta forma el enorme esfuerzo del labriego, al mismo tiempo que afianzar no sólo la fe de aquel sacerdote, sino la de todos los hombres. La noticia del milagro se propagó por todas partes propiciando así una gran devoción a Cristo en la Eucaristía. A pesar del tiempo transcurrido, a pesar de las guerras e incendios, el milagro llega a nuestro siglo XXI tan carente de fe, como signo poderoso de la verdad: Cristo está vivo, resucitado, Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, en la Eucaristía.

Los protagonistas de la historia, el monje y el campesino Juan Santín, tienen sus modestos mausoleos en la iglesia, cerca del lugar del milagro Eucarístico.

En el año 1486 llegaron a O Cebreiro, de camino hacia Santiago de Compostela en peregrinación, los Reyes Católicos, hospedándose en el monasterio. Querían conocer de primera mano qué había sucedido en aquella Santa Misa, querían saber del prodigio. Los monjes les mostraron los corporales con la sangre que había quedado en el Cáliz y la Hostia en la patena. Como recuerdo de la visita donaron el
relicario donde se ha guardado el milagro hasta nuestros días. El cáliz de Cebreiro es el mismo que figura en el escudo de Galicia.

En el siglo XXI, Cebreiro sigue siendo una pequeña aldea que tiene, sin embargo, un gran tesoro: La Iglesia del milagro Eucarístico, de construcción prerrománica, del siglo IX, con tres sencillas naves de ábsides rectangulares y una torre. Preside en el presbiterio la imagen de un Cristo Gótico.

Los monjes benedictinos levantaron y custodiaron este templo desde el año 836 a 1853, año en que se vieron obligados a abandonar O Cebreiro como consecuencia de la desamortización de Mendizábal. La iglesia quedó en ruinas hasta su restauración en 1962. Los peregrinos del Camino de Santiago suelen parar en Cebreiro para acudir a la iglesia benedictina y contemplar la urna blindada con el cáliz, la patena y el relicario.

































La misa milagrosa del Padre Cabañuelas
Un prodigio eucarístico en el Santuario de Guadalupe (Cáceres)

El Venerable padre Cabañuelas, o fray Pedro de Valladolid, que era su nombre en religión, protagonista del suceso prodigioso que nos ocupa, fue uno de los eximios varones que ilustraron con su virtud la incipiente vida religiosa en el cenobio guadalupense en los primeros tiempos de su establecimiento en él de la Orden de San Jerónimo, en 1389.
Son los discípulos aventajados, él y otros más, del Venerable padre fray Fernando Yáñez de Figueroa, ilustre cacereño de la más rancia nobleza y primer prior del monasterio, que brillan por su santidad a lo largo de la primera mitad del siglo XV, algunos de los cuales, ocho en total, han quedado inmortalizados por el pincel de Zurbarán en otros tantos lienzos de los once que decoran la sacristía del Santuario de Guadalupe. Los tres restantes son escenas de la vida de San Jerónimo.
El padre Cabañuelas abrazó, siendo muy joven, la vida religiosa y siempre se distinguió por su acendrada devoción a la Eucaristía, en cuya contemplación y meditación gastaba gran parte de las horas del día y de la noche. Pero quiso el Señor aquilatar aquella su fe en el gran Misterio, permitiendo al enemigo de las almas viniera a turbar su imaginación con terribles dudas sobre la presencia real de Cristo en el Sacramento del Altar, dudas que se acrecentaban hasta producirle tremenda angustia, mientras celebraba el Santo Sacrificio.
El suceso milagroso que disipó todas sus dudas y le curó radicalmente de todas sus incertidumbres para el resto de su vida, podemos situarlo cronológicamente hacia 1420, como a los cincuenta años de su edad, y es él mismo quien nos lo refiere, aunque en tercera persona, en una relación que de su puño y letra se halló entre sus papeles después de su muerte, y que transcribimos a continuación.

"A un fraile de esta casa, dice, acaeció que un sábado, diciendo Misa, después que hubo consagrado el Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo, vio una cosa como nube que cubrió el ara y el cáliz, de manera que no veía otra cosa sino un poco de la cruz que estaba detrás del ara, lo cual le puso gran temor y con muchas lágrimas rogaba al Señor que pluguiese a su piedad de manifestarle qué cosa era aquélla y lo librase de tan gran peligro. Y estando así muy atribulado y espantado, poco a poco se fue quitando aquella nube; y, desde que se quitó, no halló la Hostia consagrada y vio la hijuela que estaba sobre el cáliz, quitada; y acató en el cáliz y lo vio vacío. Y cuando él vio esto, comenzó a llorar muy fuertemente, demandando misericordia a Dios y encomendándose devotamente a la Virgen María.
"Y estando así afligido, vio venir la Hostia consagrada puesta en una patena muy resplandeciente, y púsose sobre el cáliz; y comenzó a salir de ella gotas de sangre, en abundancia. Y desde que la sangre hubo caído en el cáliz, púsose la hijuela encima del cáliz y la Hostia encima del ara, como antes estaba. Y el dicho fraile, estando así muy espantado y llorando, oyó una voz que le dijo: Acaba tu oficio, y sea a ti en secreto lo que viste".
El momento en que Zurbarán lo representa en el lienzo, uno de los mejores, junto con “La Perla", por la belleza de su composición, expresión de los rostros, luminosidad y colorido, de cuantos salieron de su pincel, es aquel en que, viendo aparecer de nuevo por el aire la resplandeciente patena con la Hostia consagrada, cae de rodillas, entre atónito y arrobado, reconociendo y rindiendo su inteligencia a la evidencia del milagro, mientras que el lego que le servía, de rodillas también, semeja no haberse percatado lo que también hace notar el padre Cabañuelas en su relación del prodigio eucarístico operado en aquella "Misa milagrosa".
El hecho fue pronto conocido y divulgado por todos los ámbitos de la nación, y hasta los mismos reyes de Castilla, don Juan II y su esposa doña María de Aragón, junto con el príncipe don Enrique, el futuro Enrique IV, acudieron a Guadalupe, por conocer y tratar al siervo de Dios, elegido ya a la sazón prior del monasterio, quedando tan prendados de su virtud y santidad, que la reina le eligió por su consejero en materias del espíritu, y mandó en su testamento que, cuando trajeran sus restos al Santuario, colocaran a su lado los del padre Cabañuelas, como en efecto se hizo.
Aún nos queda un precioso testimonio de la "Misa milagrosa": los corporales y la hijuela, con unas gotas de sangre, usados en la misma, reconocidos ante notario apostólico en el siglo XVII, fueron declarados auténticos y son hoy la más preciada reliquia con que se honra el relicario guadalupense, como fueron también preclara reliquia eucarística, expuesta a la veneración de los fieles, entre dos velas encendidas, en el Congreso Eucarístico Nacional de Toledo, octubre de 1926.
El padre Cabañuelas murió el 20 de marzo de 1441, en olor de santidad, muy querido y venerado de todos.




LA PRESENCIA REAL PROBADA POR LAS CURACIONES
En Lourdes, a la hora de la procesión con el Santísimo, los enfermos, alineados por donde ha de pasar la Custodia, piden la salud a Jesucristo, y el Prelado da la bendición con el Santísimo a cada enfermo. Y suceden con frecuencia curaciones repentinas de enfermedades declaradas incurables. Arturo Frérotte de Nancy, de 32 años de edad, estaba enfermo de una tisis aguda. En el hospital, los médicos confesaron que tenía completamente destruidos ambos pulmones. En agosto tuvo lugar una peregrinación de enfermos a Lourdes, y Arturo pidió ser inscrito en ella. La Junta directiva, visto el certificado de la comisión médica, rehusaba admitirlo por temor de que muriese durante el camino. Arturo, sin embargo, supo con su insistencia vencer aquella indecisión: que yo pueda ver a la Virgen de Lourdes, exclamaba, y mi curación es un hecho. Llegó el 30 de agosto, y estaba ya en Lourdes. Arturo fue trasladado por dos robustos jóvenes a la plaza del Rosario, en donde se celebraba la Misa. Todos oraban; al llegar la comunión, quiso Arturo acercarse a recibir a Jesús; pero se abrigaba el temor de que no podría retener la sagrada partícula por causa de la tos. Sin embargo, apenas hubo recibido a Jesús Sacramentado, cesaron al punto así la tos como los estremecimientos de la calentura.
El diez fue de nuevo trasladado al hospital, en donde los médicos apreciaron una leve mejora, que, sin embargo, no daba ninguna esperanza. Había cesado la fiebre y aun desaparecido la tos; pero quedaban huecas las enormes cavidades de sus pulmones. Arturo no se desanimó. El 16 se hallaba sobre su lecho alineado con los otros enfermos en la anchurosa plaza del Rosario. Treinta mil personas hacen corte o acompañan en procesión a Jesús Sacramentado. Ya comienza la conmovedora bendición de los enfermos, y entretanto, nuestro Arturo aguarda que Jesús pase junto a él; ya lo tiene allí mismo... cuando, en un arranque súbito de fervor, exclama: ¡Señor, haced que pueda andar! Mientras el Obispo levanta sobre él la custodia para bendecirlo, Arturo siente en su corazón la palabra de Jesús que le dice: ¡Levántate y anda! Impulsado como por una fuerza indescriptible, salta de su camilla, y curado ya, póstrase a los pies de Jesús; después lo acompaña en la procesión, y, dos horas más tarde, en la oficina médica de comprobaciones, después de un examen minucioso, se le reconoció perfectamente sano. Jesús Sacramentado acababa de curarle.
Los milagros de Lourdes nos demuestran que Jesucristo está verdaderamente en la Eucaristía.










































Tumaco (Colombia)El suceso de Tumaco
Retroceden las olas del mar ante la Hostia consagrada.
El siguiente suceso tuvo lugar el 31 de enero de 1906, en el pueblo de Tumaco, perteneciente a la República sudamericana de Colombia, y situado en una pequeñísima isla a la parte occidental de aquella República, bañada por el océano Pacífico. Hallábase allí de cura misionero, en dicho tiempo, el reverendo padre fray Gerardo Larrondo de San José, teniendo como auxiliar en la cura de almas al padre fray Julián Moreno de San Nicolás de Tolentino, ambos recoletos.

Eran casi las diez de la mañana, cuando comenzó a sentirse un espantoso temblor de tierra, siendo éste de tanta duración que, según cree el padre Larrondo, no debió bajar de diez minutos, y tan intenso, que dio con todas las imágenes de la iglesia en tierra. De más está decir el pánico que se apoderó de aquel pueblo, el cual todo en tropel se agolpó en la iglesia y alrededores, llorando y suplicando a los padres organizasen inmediatamente una procesión y fueran conducidas en ellas las imágenes, que en un momento fueron colocadas por la gente en sus respectivas andas.

Les parecía a los padres más prudente animar y consolar a sus feligreses, asegurándoles que no había motivo para tan horrible espanto como el que se había apoderado de todos, y en esto se ocupaban los dos fervorosos ministros del Señor cerca de la iglesia, cuando advirtieron que, como efecto de aquella continua conmoción de la tierra, iba el mar alejándose de la playa y dejando en seco quizá hasta kilómetro y medio de terreno de lo que antes cubrían las aguas, las cuales iban a la vez acumulándose mar adentro, formando como una montaña que, al descender de nivel, había de convertirse en formidable ola, quedando probablemente sepultado bajo ella o siendo tal vez barrido por completo el pueblo de Tumaco, cuyo suelo se halla precisamente a más bajo nivel que el del mar.

Aterrado entonces el padre Larrondo, se lanzó precipitadamente hacia la iglesia, y, llegándose al altar, sumió a toda prisa las Formas del sagrado copón, reservándose solamente la Hostia grande, y acto seguido, vuelto hacia el pueblo, llevando el copón en una mano y en otra a Jesucristo Sacramentado, exclamó: "Vamos, hijos míos, vamos todos hacia la playa y que Dios se apiade de nosotros."

Como electrizados a la presencia de Jesús, y ante la imponente actitud de su ministro, marcharon todos llorando y clamando a Su Divina Majestad, tuviera misericordia de ellos. El cuadro debió ser ciertamente de lo más tierno y conmovedor que puede pensarse, por ser Tumaco una población de muchos miles de habitantes, todos los cuales se hallaban allí, con todo el terror de una muerte trágica grabado ya de antemano en sus facciones. Acompañaban también al divino Salvador las imágenes de la iglesia traídas a hombros, sin que los padres lo hubieran dispuesto, sólo por irresistible impulso de la fe y la confianza de aquel pueblo fervorosarnente cristiano.
Poco tiempo había pasado, cuando ya el padre Larrondo se hallaba en la playa, y aquella montaña formada por las aguas comenzaba a moverse hacia el continente, y las aguas avanzaban como impetuoso aluvión, sin que poder alguno de la tierra fuera capaz de contrarrestar aquella arrolladora ola, que en un instante amenazaba destruir el pueblo de Tumaco.

No se intimidó, sin embargo, el fervoroso recoleto; antes bien, descendió intrépido a la arena y, colocándose dentro de la jurisdicción ordinaria de las aguas, en el instante mismo en que la ola estaba ya llegando y crecía hasta el último límite el terror y la ansiedad de la muchedumbre, levantó con mano firme y con el corazón lleno de fe la Sagrada hostia a la vista de todos, y trazó con ella en el espacio la señal de la Cruz. ¡Momento solemne! ¡Espectáculo horriblemente sublime! La ola avanza un paso más y, sin tocar el sagrado copón que permanece elevado, viene a estrellarse contra el ministro de Jesucristo, alcanzándole el agua solamente hasta la cintura. Apenas se ha dado cuenta el padre Larrondo de lo que acaba de sucederle, cuando oye primeramente al padre Julián, que se hallaba a su lado, y luego a todo el pueblo en masa, que exclamaban como enloquecidos por la emoción: ¡Milagro! ¡Milagro!

En efecto: como impelida por invisible poder superior a todo poder de la naturaleza, aquella ola se había contenido instantáneamente, y la enorme montaña de agua, que amenazaba borrar de la faz de la tierra el pueblo de Tumaco, iniciaba su movimiento de retroceso para desaparecer, mar adentro, volviendo a recobrar su ordinario nivel y natural equilibrio.
Ya comprende el lector cuánta debió ser la alegría y la santa algazara de aquel pueblo, a quien Jesús Sacramentado acababa de librar de una inevitable y horrorosa hecatombe.

A las lágrimas de terror sucediéronse las lágrimas del más íntimo alborozo; a los gritos de angustia y desaliento siguieron los gritos de agradecimiento y de alabanza, y por todas partes y de todos los pechos brotaban estentóreos vivas a Jesús Sacramentado.

Mandó entonces el padre Larrondo fuesen a traer de la iglesia la Custodia, y, colocando en ella la Sagrada Hostia, organizóse, acto seguido, una solemnísima procesión, que fue recorriendo calles y alrededores del pueblo, hasta ingresar Su Divina Majestad con toda pompa y esplendor en su santo templo, de donde tan pobre y precipitadamente había salido minutos antes.

Como el dicho estremecimiento no tuvo lugar sólo en Tumaco, sino en gran parte de la costa del Pacífico por los grandes daños y trastornos que aquella ola, rechazada en Tumaco, causó en otros puntos de la costa menos expuestos que éste a ser destruidos por el mar, se puede calcular la importancia del beneficio que Jesús dispensó a aquel cristiano pueblo, el cual, por estar, como hemos dicho, a nivel más bajo que el del mar, probablemente hubiera desaparecido con todos sus habitantes. He aquí lo que en carta, que tenemos a la vista, nos dice hablando de esto el misionero reverendo padre fray Bernardino García de la Concepción, que por entonces se hallaba en la ciudad de Panamá: "En Panamá estaba en la mayor bajamar, y de repente (lo vi yo) vino la pleamar y sobrepasó el puerto, entrando en el mercado y llevándose toda clase de cajas, las embarcaciones menores que estaban en seco fueron lanzadas a gran distancia, habiendo habido muchas desgracias".

El suceso de Tumaco tuvo grandísima resonancia en el mundo, y de varias naciones de Europa escribieron al padre Larrondo,  suplicándole una relación de lo acontecido.    
















Santísimo Misterio de San Juan de las Abadesas
Puente de San Juan De Las Abadesas
El Conde Vifredo, en el 887, fundó un monasterio en el Pirineo catalán, alrededor del cual se agrupó pronto la población que hoy se llama "San Juan de las Abadesas", en la provincia de Gerona  y diócesis de Vich, a las orillas del río Ter, en España.

En 1251 se construyó para la iglesia del monasterio un grupo escultórico de madera, representando el descendimiento de la Cruz: lo componían las imágenes de Jesús y su Madre, José de Arimatea y Nicodemus, con San Juan, el discípulo amado, y los dos ladrones. Las esculturas, que sobrevivieron a la contienda de 1936, están dotadas de un gran sentimiento y emotividad. La cabeza, sobre todo, de Jesús, es de una imponente hermosura. Y en la frente de ella mandó abrir el artista una cavidad de unos seis centímetros de diámetro a fin de colocar dentro la Sagrada Eucaristía. Y así se hizo, depositando una Hostia consagrada dividida en tres fracciones.
El caso es que la memoria de aquella Hostia oculta en la cabeza del Crucifijo se había borrado al llegar al siglo xv.

Pero en 1426, al renovar la pintura de las imágenes y observar que la del Crucifijo tenía en la frente una placa de plata, hallaron dentro un pequeño lienzo de lino blanco, y, envuelta en él, la Hostia consagrada en 1251 del todo incorrupta, que desde entonces es venerada allí mismo hasta la actualidad con el nombre de "Santísimo Misterio de San Juan de las Abadesas" .


San Antonio y la mula

Predicaba San Antonio de Padua en Rímini (Italia). Allí los herejes patarinos habían desfigurado el dogma de la presencia real, reduciendo la Eucaristía a una simple cena conmemorativa.
Antonio, en su predicación, ilustró plenamente la realidad de la presencia de Jesús en la Hostia Santa. Mas los jefes de la herejía no aceptaban las razones del Santo e intentaban rebatir sus argumentos. Entre ellos, Bonvillo, que era el principal y se hacía el sabiondo, le dijo:

-Menos palabras; si quieres que yo crea en ese misterio, has de hacer el siguiente milagro: Yo tengo una mula; la tendré sin comer por tres días continuos, pasados los cuales nos presentaremos juntos ante ella: yo con el pienso, y tú con tu sacramento. Si la mula, sin cuidarse del pienso, se arrodilla y adora ese tu Pan, entonces también lo adoraré yo.
Aceptó el Santo la prueba y se retiró a implorar el auxilio de Dios con oraciones, ayunos y penitencias.
Durante tres días privó el hereje a su mula de todo pienso y luego la sacó a la plaza pública. Al mismo tiempo, por el lado opuesto de la plaza, entraba en ella San Antonio, llevando en sus manos una Custodia con el Cuerpo de Cristo; todo ello ante una multitud de personas ansiosas de conocer el resultado de aquel extraordinario compromiso contraído por el santo franciscano.
Encaróse entonces el Santo con el hambriento animal, y, hablando con él, le dijo:

-En nombre de aquel Señor a quien yo, aunque indigno, tengo en mis manos, te mando que vengas luego a hacer reverencia a tu Creador, para que la malicia de los herejes se confunda y todos entiendan la verdad de este altísimo sacramento, que los sacerdotes tratamos en el altar, y que todas las criaturas están sujetas a su Creador.
Mientras decía el Santo estas palabras, el hereje echaba cebada a la mula para que comiese; pero la mula, sin hacer caso de la comida avanzó pausadamente, como si hubiese tenido uso de razón, y, doblando respetuosamente las rodillas ante el Santo que mantenía levantada la Sagrada Hostia, permaneció en esta postura hasta que San Antonio le concedió licencia para que se levantara. Bonvillo cumplió su promesa y se convirtió de todo corazón a la fe católica; los herejes se retractaron de sus errores, y San Antonio, después de dar la bendición con el Santísimo en medio de una tempestad de vítores y aplausos, condujo la Hostia procesionalmente y en triunfo a la iglesia, donde se dieron gracias a Dios por el estupendo portento y conversión de tantos herejes.





































Las Santas Hostias de Pézilla-la-Rivière


En Francia se había desencadenado un formidable temporal. Era el año 1793, el año de la Revolución Francesa, y un huracán de impiedad lo destruía y arrasaba todo. La religión y sus ministros eran perseguidos por todas partes y sin compasión, profanadas sacrílegamente las iglesias y proscrito el culto católico, y a los sacerdotes que querían escapar de una muerte segura e inevitable, no les quedaba otra solución que esconderse o emprender el camino del destierro.
A pesar de su celo por las almas confiadas a su pastoral solicitud, el reverendo Jaime Perone, párroco de Pézilla de la Rivière, población situada a unos cuantos kilómetros de Perpiñán, no tuvo otro recurso que dejar, como muchos otros, la parroquia, y esconderse, aunque lo hizo no muy lejos de sus ovejas, para estar al acecho y en espera de que amainase el temporal.
Llegó en efecto, un día en el cual parecía que la tempestad había cesado
y el bueno del sacerdote regresó enseguida a su parroquia y reanudó el ejercicio de su ministerio, como si nada hubiese ocurrido. El domingo siguiente a su regreso que fue el 15 de septiembre celebró la santa Misa delante de un gran concurso de pueblo, y fueron muchos los que se acercaron a recibir la Sagrada Comunión, y aun se hizo por el interior del templo la procesión llamada de la Minerva. Acabada ésta, el sacerdote guardó en el sagrario la Hostia grande de la custodia, juntamente con otras cuatro pequeñas que había reservado por si era necesario administrar el Viático a algún enfermo.
El celo por las almas de sus feligreses había convertido en excesivamente optimista al señor cura, el cual había tomado por señales de bonanza lo que no era más que un compás de espera en la persecución comenzada. Conocida, en efecto, por los revolucionarios de Pézilla y de sus contornos la intrépida osadía del reverendo Jaime Perone, acordaron hacer un escarmiento ejemplar en su persona.
Avisado de ello el señor cura, se marchó precipitadamente de la parroquia, sin acordarse de la Eucaristía, que dejaba en el sagrario de la iglesia. Fue al llegar a Sant Feliu d'Avall, a cuatro kilómetros de Pézilla, cuando se dio cuenta del lamentable olvido; pero ya era tarde. De la honda pena y sentimiento que le atormentaban fueron testimonio elocuentísimo estas palabras, que dijo ante un grupo de personas: ¡Ah! ¡Qué daría yo para poder volver a Pézilla y permanecer allí tan sólo un cuarto de hora!
Oyó estas palabras una feligresa de Pézilla, jovencita de quince años, llamada Rosa Llorens, la cual, conociendo, por el tono y el sentimiento con que fueron pronunciadas, que se trataba de algo muy grave, pensaba en cuál pudiera ser el motivo de una turbación y pena tales.
"No hay duda decía para sus adentros Rosa Llorens- que solamente alguna cosa santa, la Eucaristía tal vez, encerrada en el sagrario y expuesta a indignos sacrilegios y profanaciones, pueden producir un sentimiento tan grande y una tan profunda y cruel angustia".
Mas, ¿cómo salir de dudas? Los revolucionarios eran los dueños de Pézilla, la iglesia estaba cerrada y las llaves estaban en poder del alcalde, Marcos Estrada, y no era fácil que éste quisiera entregarlas a persona alguna, y menos a una beata.
    No le quedó, pues, otro recurso que esperar y encomendar a Dios aquel asunto.  El día 26 de diciembre de aquel mismo año de 1793 tuvo efecto la renovación del Ayuntamiento de Pézilla y dejó de ser Alcalde Marcos Estrada, que fue reemplazado en aquel cargo por Juan Bonafós, mejor dispuesto que su antecesor por las cosas de la religión y de la iglesia.
Rosa Llorens creyó que había llegado la hora de salir de dudas, y, con este objeto, fue a visitar al nuevo alcalde, y le pidió, con todo el interés, que tuviera a bien enterarse de si realmente las Hostias santas estaban o no en el sagrario de la iglesia.
Bonafós, a pesar de las ideas liberales y avanzadas de que hacía alarde, era privadamente un buen cristiano, y accedió fácilmente a los deseos de Rosa.
En el día y hora convenido, el alcalde y Rosa Llorens entraron con la mayor reserva y disimulo en la iglesia: abrieron el sagrario, y efectivamente, encontraron dentro, y en su ostensorio, la Hostia grande que había servido para la procesión del 15 de septiembre, y además, un copón con cuatro Hostias pequeñas, una de ellas partida en dos.

Rosa, con finísima perspicacia, había adivinado la causa de la angustia moral del buen señor Párroco Inmediatamente fue concertada la manera de salvar a aquel tesoro. El alcalde Bonafós quiso encargarse de guardar la Hostia grande con el ostensorio, porque decía: Yo también quiero mi parte de Dios. Rosa Lloréns envolvió respetuosamente las cuatro pequeñas Hostias en un purificador, y se las llevó a su casa.
El Santísimo Sacramento estaba ya al abrigo de toda profanación. Mas ¿de qué manera?
Muy contra la voluntad del alcalde y de la piadosa Rosa, aquellos divinos tesoros hubieron de permanecer escondidos. Dios nos libre de que los revolucionarios hubiesen tenido noticia de la existencia del Santísimo Sacramento en sus casas. La profanación hubiera sido inevitable y sus poseedores severísimamente castigados.
La Hostia grande con el ostensorio fue colocada dentro de un arca de madera, y así estuvo, en este humilde sagrario, desde el 7 de febrero de 1794 hasta el 9 de diciembre de 1800. En este tabernáculo, el Dios de la Eucaristía solamente podía recibir las visitas y las adoraciones de Juan Bonafós y de su cristiana esposa, que no dejaban pasar un solo día sin postrarse delante de aquella arca y sin ofrecer a su divino Huésped sus homenajes de amor y veneración. El mismo alcalde calmó también el ansia del señor párroco, que se había refugiado en Gerona (España), comunicándole que el Santísimo Sacramento estaba bien guardado y custodiado, fuera de todo peligro.


¿Y cuál fue la suerte de las cuatro pequeñas Hostias confiadas a la piedad de Rosa Llorens?
Cuando ésta llegó a su casa con tan rico presente habló con su madre de la mejor manera de guardar el divino Tesoro. Entre los varios utensilios que poseían, ninguno les pareció más digno y a propósito para guardar la divina Eucaristía que un frasco de cristal, y éste fue, durante la revolución, el tabernáculo y el palacio del Rey de los cielos y tierra. Más adelante, este frasco fue cubierto con una especie de conopeo de seda.
Faltaba, con todo, encontrar un lugar a propósito donde colocar ese copón improvisado, y a falta de un sagrario mejor, escogieron un armario abierto dentro de la pared, lo arreglaron y adornaron convenientemente y trasladaron a él el frasco con las cuatro Hostias y el purificador.
Vuestra habitación,     ¡oh Señor!, es sencilla y humildísima, pero no os faltarán las adoraciones de esta cristiana y piadosísima familia y las invisibles de los ángeles del cielo, que rodean vuestro tabernáculo, donde esté.
Para que el Dios Eucaristía no echase de menos, en la medida de lo posible el sagrario de la iglesia, aquellas buenas mujeres colgaron delante del armario una lamparilla que hiciese incesantemente compañía al Dios del Amor.

Por razones facilísimas de entender, fueron muy pocas las personas que tuvieron noticia de la existencia del Sacramento en casa de Juan Bonafós. No ocurrió lo mismo en la de Rosa Llorens, la cual, recomendando


la más impenetrable reserva, comunicó el secreto a algunas personas piadosas del pueblo y fueron éstas las que se constituyeron en guardias de honor del Santísimo Sacramento.
He aquí algunas de las estratagemas de que echaron mano para poder visitar al divino Prisionero de amor, sin llamar la atención de nadie. Al entrar las mujeres en casa de Rosa Llorens, le preguntaban si tenía un poco de fuego, una brizna de perejil o bien alguna otra cosa referente a la comida y los hombres preguntaban por cualquier herramienta de trabajo. Si la respuesta era afirmativa, era señal de que podían entrar a visitar a Nuestro Señor, sin ningún temor. Si la respuesta era negativa, era señal de que existía algún peligro, y entonces renunciaban a sus piadosos deseos.
Todos los años, el día de Jueves Santo, aquellas piadosas almas organizaban solemnes homenajes a su Dios Eucaristía. Con este objeto, arreglaban un altarcito con profusión de flores y de luces, y pasaban largos ratos en fervorosísima y devota adoración. Finalmente, con velas encendidas, todos los concursantes recorrían en devota procesión la pequeña sala donde se hospedaba el divino Sacramento.
A pesar de éstas y otras muchas precauciones, fue imposible evitar que se entreviera algo de lo que ocurría en aquella casa. Más de una vez, la familia Llorens estuvo a punto de que le hiciesen un registro domiciliario. Fue éste, en cierta ocasión, tan inminente, que, sorprendidos por la noticia, corrieron a esconder su divino Tesoro dentro de un saco de harina. En otras dos ocasiones, la familia Llorens se vio en el trance de tener que confiar la guarda del Sacramento a una virtuosísima viuda, llamada Ana Duchamp, la cual, una vez pasado el peligro, devolvió el sagrado depósito a los primeros guardadores.
Un día, uno de los revolucionarios de Pézilla, llamado Godail, intrigado por ciertos indicios, quiso averiguar el misterio en que vivía envuelta aquella, familia. Ya de noche, se encaramó al tejado de la casa Lloréns, y acercándose al orificio de la chimenea, que daba precisamente a la habitación donde se guardaban las sagradas Hostias, oyó perfectamente toda la conversación de la familia, la cual, como de costumbre, versaba sobre el inestimable Tesoro. Según todas las previsiones humanas, aquella familia estaba perdida. Pero Dios vela por los suyos, pues ocurrió que, habiendo encontrado Godail, pocos días después a Rosa Llorens, le dijo estas palabras: Sé con certeza que guardáis en vuestra casa las sagradas Hostias, pero os juro que no lo diré a nadie.
Finalmente, después de siete años de tempestad, el horizonte de la Iglesia de Francia se serenó y volvió a lucir un sol espléndido, el sol de la libertad religiosa. Las iglesias se abrieron nuevamente al culto, los sacerdotes volvieron del destierro, y la vida religiosa comenzó, otra vez, en las parroquias. Ocurría esto en 1800. El primer sacerdote que entró en Pézilla, después de la revolución, fue el reverendo Honorato Siuroles, vicario de la parroquia. Su primera diligencia fue hacerse cargo de las sagradas Hostias Con este fin, el 5 de diciembre del mencionado año 1800, se presentó en casa de la familia Llorens, para examinar las sagradas Especies y devolverlas al sagrario de la iglesia. Mas, ¡oh prodigio! al abrir el armario y quedar visibles las sagradas Hostias, vieron todos los presentes, con inefable estupefacción, que el frasco, antes sencillo y sin ningún adorno, estaba todo dorado, a manera de granitos de oro introducidos en el cristal.
¿No era este prodigio una demostración divina y sobrenatural del agradecimiento que el Dios del Sagrario sentía por aquella familia, que tan de buen grado y tan piadosamente le había acogido durante aquellos siete años de proscripción y de destierro del sagrario de la iglesia?
Porque el dorado del frasco es algo que no explica la ciencia. En diferentes ocasiones ha sido examinado por entendidos en la materia, y nunca se ha encontrado una explicación satisfactoria. Por otra parte, la ejecución de aquel dorado es tan perfecta, que los más hábiles doradores no se atreverían a hacer otra igual. El frasco así dorado, con las cuatro Hostias y el purificador, fue trasladado al sagrario de la iglesia parroquial.
El 9 de diciembre del mismo año de 1800, habiendo regresado de su destierro el párroco Jaime Perone, se procedió al traslado de la Hostia grande con el ostensorio, que durante siete años, había sido guardada en la casa del señor alcalde.
Fue aquel día de gran fiesta para todo el pueblo de Pézilla. Con el retorno de su Dios al sagrario de la iglesia, celebraba también el retorno de su amado pastor, y un aire de misterio y de sobrenaturalismo penetraba todos los corazones, porque, ¿no era acaso, un milagro evidentísimo, la conservación de las especies sacramentales durante siete años? ¿No lo era, y tal vez mayor, el dorado milagroso del frasco? ¿Y no había sido también una especial providencia de Dios la tranquilidad que, durante siete años de revolución, disfrutó la villa de Pézilla, en medio de las convulsiones que agitaron toda Francia?
Hace más de doscientos años que las sagradas Hostias de Pézilla fueron devueltas al sagrario de la iglesia parroquial. Colocadas en una custodia construida ex profeso, con cinco viriles uno en el centro, para la Hostia grande, y cuatro pequeños, a los lados, para las Hostias pequeñas , conservan todavía la misma incorruptibilidad, la misma blancura y consistencia del primer día.
La manera providencial como fueron guardadas durante los años de la Revolución Francesa, y más aún, el milagro perpetuo y constante de su incorruptibilidad, después de mucho más de una centuria, han hecho que el pueblo cristiano haya visto en estas sagradas Hostias una demostración manifiesta del poder y bondad del Dios de la Eucaristía. Desde entonces, la devoción a las sagradas Hostias de Pézilla de la Rivière ha ido creciendo extraordinariamente. En homenaje al Dios de la Eucaristía, se ha levantado en Pézilla un suntuosísimo templo de estilo románico, donde se guardan y reciben una continua adoración las cinco Hostias y el frasco dorado. Este templo fue bendecido e inaugurado por el señor Obispo de Perpiñán, el día 30 de abril de 1893.





































La Beata Imelda
Esta niña angelical nació en la ciudad de Bolonia en 1322. Era hija de los Condes de Lambertini, ilustres en nobleza y en virtud. La condesa, desconsolada porque no tenía hijos, había rogado fervorosamente para que le fuese concedida una hijita, y, según se dice, obtuvo tal merced del Cielo por medio del Santísimo Rosario, del cual era devotísima.
La pequeña Imelda pronto llamó la atención por sus celestiales inclinaciones. Cuando lloraba, se sentía consolada al oír los nombres de Jesús y de María; cuando comenzó a hablar, fueron estos nombres dulcísimos los que pronunció con más frecuencia. A veces, la encontraban con las manos levantadas al cielo, en oración, y con los ojos anegados en lágrimas de ternura .
Permanecía largos ratos sobre las rodillas de su madre, aprendiendo las primeras oraciones. Era muy devota de la Madre de Dios, y, sobre todo, de la Sagrada Eucaristía. Pasaba muchas ho­ras delante del Sagrario, como extasiada, y, con mu­cha frecuencia, se alejaba de las fiestas de familia, y se iba al oratorio del palacio, prefiriendo a todo bullicio el encanto de aquel altarcito, que ella misma arreglaba y adornaba con flores. Más de cuatro veces se habían preguntado sus parientes: "¿Qué llegará a ser, con el tiempo, esta niña?.
 Apenas tenía nueve años  cuando ya la voz de Dios se había dejado oír claramente en su alma, y la había invitado al recogimiento del claustro. Es cierto que era todavía muy jovencita para ser religiosa, pero su falta de edad era compensada por sus bellas cualidades y por su juicio de persona mayor. En aquella época, varios niños y niñas habían entrado en algunos conventos.
Así fue como Imelda pudo satisfacer pronto sus ansias de unirse con Jesucristo. Sin hacer caso de las advertencias de los parientes, ni de ninguna consideración humana, entró bien decidida y con el corazón lleno de alegría, en el monasterio dominico de Val di Pietra.
No había hecho aún la Primera Comunión, pues los niños, en aquel tiempo, no eran tan dichosos como ahora, cuando, por voluntad de la Santa Iglesia, pueden comulgar tan pronto. Por esta causa suspiraba siempre por el día más feliz de su vida, y era tan grande el concepto que tenía de la Eucaristía, que no sabía entender cómo era posible no morir de amor al recibir el Pan de los Ángeles. Reiteradamente había suplicado al sacerdote que la dejase comulgar, pero no obtuvo esta gracia; su edad lo impedía; era demasiado pequeña.
Mas, he aquí que, el día 12 de mayo de 1333, cuando ya habían comulgado todas las monjas y cuando ya había sido cerrada la puerta del Sagrario y estaban apagados los cirios del altar, mientras las religiosas se dirigían a sus ocupaciones, Imelda se quedó postrada en tierra, en el coro, con gran desconsuelo. De repente, el coro se iluminó con una luz milagrosa y se llenó de un aroma suavísimo, que, esparciéndose por todo el convento, atrajo otra vez hacia la iglesia a todas las monjas. Una Hostia se movía sola, en el aire, y parecía que quería ir hacia la monja-niña, que se derretía de amor, temblorosa y con las manos juntas, bajo la influencia del Sol de las almas. Al ver tal milagro, el sacerdote entendió claramente la voluntad de Dios, se revistió de nuevo, y tomando la Hostia que flotaba en el espacio, administró a Imelda la Sagrada Comunión.
Tumba de la Beata Imelda en la Iglesia de San Segismundo, Bolonia (Italia)Entonces Imelda cerró los ojos a toda cosa exterior, juntó las manos, inclinó la cabeza... y pareció quedar dormida. Pero pronto su color rosado se transformó en un color ligeramente blanquecino, y pasaron varias horas sin que se desvaneciera el encanto. Entonces las monjas presintieron lo que sucedía; se acercaron a ella, la llamaron, pero no respondió; estaba muerta, muerta de amor a Jesús, tal como se había imaginado...
Un gran gentío acudió a Val-di-Pietra para ver el cuerpo de la joven novicia. Y nadie dudó en venerarla enseguida como bienaventurada.
Cada año, el día 12 de  mayo se celebra en el convento con toda solemnidad. Los Papas vieron siempre con buenos ojos este culto, hasta que, por fin, un decreto de León XII, en 1826, la declaró Beata, autorizando su oficio litúrgico y Misa propia.

La Beata Imelda es la patrona de las niñas de Primera Comunión.





¿POR QUÉ IR A MISA?
Una persona que siempre iba a Misa, escribió una carta al editor de un periódico quejándose de que no tenia ningún sentido ir a Misa todos los domingos. "He ido a la Iglesia durante 30 años, escribía. En ese tiempo he escuchado algo así como unos 3,000 sermones. Pero juro por mi vida, que no puedo recordar uno solo de ellos. Por eso pienso que estoy perdiendo mi tiempo y los padres están perdiendo su tiempo dando sermones. "


Para el deleite del editor, esto empezó una verdadera controversia en la columna de "Cartas al Editor". Esto continuó durante semanas hasta que alguien escribió esta nota:

"He estado casado por 30 años. Durante ese tiempo mi esposa me ha cocinado unas 32,000 comidas. Pero juro por mi vida, que no puedo recordar el menú entero de todas esas comidas. Pero sé una cosa: Esas comidas me nutrieron y me dieron la fuerza necesaria para hacer mi trabajo. Si mi esposa no me hubiera dado todas esas comidas, estaría físicamente muerto hoy. Igualmente, si no hubiera ido a la iglesia para nutrirme, ¡estaría espiritualmente muerto hoy!  Cuando tú no estás en nada.... ¡Dios si está en algo!  La fe ve lo invisible, cree lo increíble y recibe lo imposible! Da gracias a Dios por nuestra nutrición física y simplemente di:
Jesús, ¿podrías atender la puerta por favor?.
Creo en Dios como un ciego cree en el sol, no porque lo ve, sino porque lo siente."








Misericordia Divina

Por John Vennari, de la edición de Marzo 2001 de “Catholic Family News.”
Noticias de la Familia Católica. Traducido por El Trabajo de Dios

Gran testimonio acerca de los sacramentos
Relato verdadero del prisionero Claudio Newman (1944)

La siguiente historia verdadera de Claudio Newman ocurrió en Misisipi USA en 1944. El relato fue narrado por el Padre O'Leary, un sacerdote de Misisipi, quien estuvo directamente envuelto en los eventos. El ha dejado una cinta grabada acerca de esto, para la posteridad.
Claudio Newman era un hombre de raza negra que trabajaba el campo para un hacendado. Se había casado cuando tenía 17 años con una chica de la misma edad. Un día, dos años después, se encontraba arando en el campo. Otro trabajador corrió a decirle que su esposa estaba gritando dentro de su casa. Inmediatamente Claudio corrió y encontró un hombre atacando a su mujer. Claudio se enfureció, tomó un hacha y le rajó la cabeza al asaltante dejándosela abierta. Cuando descubrieron quien era el hombre muerto se dieron cuenta de que era el empleado preferido del dueño de la hacienda para la cual Claudio trabajaba. Claudio fue arrestado. Más tarde fue sentenciado por asesinato y condenado a morir en la silla eléctrica.
Mientras estaba en la cárcel esperando su ejecución, Claudio compartió un bloque de celdas con otros cuatro prisioneros. Una noche, los cinco hombres estaban pasando el tiempo hablando bobadas y se les había acabado la conversación. Claudio se dió cuenta que un prisionero llevaba algo colgado del cuello. El le pregunto que era eso y el joven Católico le dijo que era una medalla. Claudio le preguntó, que es una medalla? A lo cual el joven no le supo responder o para que la llevaba. En ese momento y con ira, el muchacho se quitó la medalla de su cuello y la tiró al piso a los pies de Claudio diciendo grocerías y maldiciendo, le dijo que la agarrara.

Claudio recogió la medalla, y con el permiso de los celadores de la carcel la puso en una cuerdita y la llevó al rededor de su cuello. Para él era algo curioso, pero el se la quería poner.

Durante la noche, mientras dormía fue despertado por un toque sobre la muñeca. Y allí parada, como Claudio le dijo al sacerdote después, estaba la mujer mas hermosa que Dios hubiera creado. Al principio el estaba lleno de miedo. La Señora calmó a Claudio y le dijo, “Si tu quieres que yo sea tu Madre, y si te gustaría ser mi hijo, haz que te traigan un sacerdote de la Iglesia Católica.” Luego de esto, ella desapareció.
Claudio inmediatamente se llenó de miedo, y empezó a gritar, “un fantasma, un fantasma”, y corrió a la celda de uno de los otros prisioneros. Empezó a gritar que él quería ver a un sacerdote Católico.

El Padre O'Leary. El sacerdote que relata esta historia fue llamado a primera hora la mañana siguiente. Él fue y encontró a Claudio quien le contó lo que le había ocurrido la noche anterior. Entonces Claudio junto con los otros cuatro hombres de su bloque de celdas pidió que se les diera instrucción religiosa, y enseñanzas del Catecismo.
Inicialmente, el Padre O'Leary tenía dificultad para creer la historia. Los otros prisioneros le dijeron al sacerdote que todo en la historia era verdad, pero que por supuesto, ninguno de ellos vió o escuchó a la Señora.

El Padre O'Leary prometió enseñarles el Catecismo como lo habían pedido. Luego regresó a su parroquia y le dijo al rector lo que había sucedido, después volvió a la prisión el día siguiente para darles instrucción.
 
Fue entonces cuando el sacerdote descubrió que Claudio Newman no podía ni leer ni escribrir. La única manera para él saber sin un libro estaba al derecho era si el libro tenía algúna imagen. Claudio nunca había ido a la escuela. Su ignorancia de Religión era aun mas profunda. No sabía absolutamente nada de Religión. No sabía quien era Jesús. No sabía ninguna cosa, excepto de que existía un Dios.
Claudio empezó a recibir instrucciones y los otros prisioneros le ayudaron en sus estudios. Después de unos pocos días dos de las Hermanas Religiosas de la escuela de la Parroquia del Padre O'Leary consiguieron permiso del jefe de la cárcel para visitar la prisión. Ellas querían conocer a Claudio y también a las mujeres que estaban recluidas. Las hermanas empezaron entonces a enseñar el Catecismo a las mujeres también.
Después de varias semanas se llegó el momento en que el Padre O'Leary iba a dar instrucciones sobre el Sacramento de la Confesión. Las hermanas se sentaron también a participar en la clase. El sacerdote dijo a los prisioneros, “Bueno muchachos, hoy voy a enseñarles sobre el Sacramento de la Confesión”
Claudio dijo, “O, yo ya se sobre eso”
”La Señora me dijo”, “que cuando nosotros vamos a la confesión nosotros nos estamos arrodillando, no delante de un sacerdote, sino que nosotros nos estamos arrodillando ante la cruz de su hijo. Y que cuando nosotros sentimos realmente dolor por nuestros pecados, y los confesamos, la Sangre que el derramó fluye sobre nosotros y nos baña y libra de todos los pecados.”

El Padre O’Leary  y las hermanas se quedaron totalmente sorprendidos con las bocas abiertas. Claudio pensó que estaban enojados y les dijo “O, no se enojen, no se enojen. Yo no debí haberles revelado esto”
El sacerdote dijo, “Nosotros no estamos enojados. Estamos es sorprendidos. Has vuelto a verla de nuevo?”

Claudio le respondió, “Venga padre conmigo, vamos allí alrededor del bloque de celdas, alejémonos de los demás”
Cuando estaban solos, Claudio le dijo al sacerdote, “Ella me dijo que si usted dudaba o me mostraba desconfianza, que Yo le recordara que cuando usted estaba caído en una zanja en Holanda, en 1940, usted le hizo una promesa a ella la cual Ella está todavía esperando que le cumpla.” Y el Padre O'Leary recuerda, Claudio me dijo exactamente cual era la promesa que Yo había hecho.

Esto convenció al Padre O'Leary de que Claudio estaba diciendo la verdad acerca de las visiones de Nuestra Señora la Virgen María.

Después regresaron a la clase del Catecismo sobre la Confesión. Y Claudio le siguió diciendo a los otros prisioneros, “Ustedes no deberían de sentir miedo de ir a la confesión. Ustedes realmente le están diciendo los pecados a Dios, no a este sacerdote o a cualquier sacerdote. Le estamos diciendo los pecados es a Dios.” Después Claudio les dijo, “Saben ustedes, La Señora dijo que la confesión es algo como un teléfono. Nosotros hablamos a Dios a través del sacerdote y Él nos habla también a través del sacerdote.”
 
Una semana mas tarde, el Padre O'Leary se estaba preparando para  enseñarles la clase acerca del Santísimo Sacramento. Las hermanas se encontraban allí también para participar. Claudio les dijo que la Señora también le había enseñado a el acerca de la Sagrada Comunión, y le pidió al padre que le dejara decirle lo que le había dicho ella. El sacerdote consintió inmediatamente. Claudio les relató, “La Señora me dijo que en la Comunión, Yo solo puedo ver lo que parece un pedazo de pan. Pero Ella me dijo que ESO es realmente y verdaderamente Su Hijo. Y que Él estará conmigo tan solo por unos momentos como cuando Él estaba con ella antes de nacer en Belén. Y que yo debería de pasar mi tiempo como Ella lo hizo, en todo su tiempo con Él, amándole, adorándole, agradeciéndole, alabándole y pidiéndole sus bendiciones. Yo no debería de molestarme por nadie ni por ninguna otra cosa. Pero tan solo debería de pasar esos pocos minutos con Él.”
Finalmente todos recibieron las instrucciones, Claudio fue recibido en la Iglesia Católica, y luego llegó también el tiempo para que el fuera ejecutado. Su ejecución iba a ocurrir a las doce y cinco minutos de la noche.

The Jefe de la Cárcel le preguntó, “Claudio, tu tienes el privilegio de una última petición. Que deseas?”
”Bueno”, dijo Claudio, ”ustedes están todos conmovidos. El carcelero lo está también. Pero acaso no entienden ustedes? Yo no voy a morir. Tan solo este cuerpo. Yo voy a estar con Ella. Entonces, puedo tener una fiesta?
“Que quieres decir?”, preguntó el Jefe de la Cárcel.
“Una fiesta!” dijo Claudio. “Le pueden dar ustedes permiso al Padre para que traiga algún ponqué y crema helada y le permiten ustedes a los prisioneros del segundo piso estar libres en el salón principal para que podamos estar todos reunidos para tener una fiesta?”

Alguien podría atacar al Padre, dijo el carcelero.
Claudio voltió hacia los hombres que estaban allí y dijo, “O no, ellos no lo harán, cierto que no, compañeros?”.

Así que el sacerdote visitó un patrón rico de la parroquia y le suplicó la crema helada y el ponqué. Ellos tuvieron su fiesta.
Después, porque Claudio lo había pedido, hicieron una Hora Santa (Adoración al Santísimo Sacramento.) El sacerdote había traído libros de oración de la Iglesia y todos hicieron las Estaciones de la Cruz y tuvieron una Hora Santa, sin el Santísimo Sacramento.
Luego los hombres fueron puestos de nuevo en sus celdas. El sacerdote fue a la Capilla para sacar el Santísimo Sacramento y darle a Claudio la Sagrada Comunión.

El Padre O'Leary regresó a la celda de Claudio. Claudio se arrodilló en un lado de las rejas, el sacerdote se arrodilló en el otro, y juntos rezaron mientras el reloj seguía marcando la hora hacia la ejecución de Claudio.

Quince minutos antes de la ejecución, el Jefe de la Cárcel subió corriendo las escalas gritando,  “Perdón official, perdón official, el Gobernador ha dado un perdón por dos semanas!”

Claudio no se había dado cuenta de que el Gobernador y el Abogado del distrito estaban tratando de parar la ejecución para salvarle su vida. Cuando Claudio se dio cuenta, empezó a llorar. El sacerdote y el Jefe de la Cárcel pensaron que esta era una reacción de alegría porque el ya no iba a ser ejecutado. Pero Claudio dijo, “Hombres, ustedes no saben. Y padre, usted no sabe. Si ustedes alguna vez miraran en el rostro de Ella, y miraran en sus ojos, ustedes no quisieran vivir un día mas.”
Claudio entonces preguntó, “Que cosa he hecho errónea en estas últimas semanas que Dios no me permite ir a casa?” Y el sacerdote dijo que Claudio sollozaba como alguien que está descorazonado. 
El Jefe de la Cárcel dejó el cuarto. El sacerdote permaneció allí y le dio a Claudio la Sagrada Comunión. Finalmente Claudio se aquietó. Después Claudio dijo, “Porqué? Porqué todavía me tengo que quedar aquí por otras dos semanas?”

El sacerdote tuvo de repente una idea.
Le recordó a Claudio acerca de un prisionero de la cárcel quien odiaba a Claudio intensamente. El prisionero había llevado una vida horriblemente inmoral, también iba a ser ejecutado a muerte.
El sacerdote dijo, “Quizás Nuestra Madre Santísima quiere que tu ofrezcas esta abnegación de estar con ella, para su conversión.” El sacerdote continuó, “Porqué no le ofreces a Dios cada momento que tu estás separado de Ella por este prisionero, para que de esta manera el no tenga que estar separado de Dios por toda una eternidad?”

Claudio se puso de acuerdo, y le pidió al sacerdote que le enseñara las palabras para hacer ese ofrecimiento. El sacerdote lo hizo. En ese entonces los únicos que sabían sobre el ofrecimiento eran Claudio y el Padre O'Leary.

Al día siguiente, Claudio le dijo al sacerdote, “Ese prisionero que me odiaba antes, pero, O Padre, como me odia ahora!” El sacerdote le respondió, “Bueno, ese es un buen signo.”
Dos semanas después, Claudio fue ejecutado.

El Padre O'Leary cuenta, “Nunca he visto a alguien ir a su muerte con mas felicidad y gozo. Aun los testigos oficiales y los reporteros de los periódicos estaban asombrados. Decían que no podían entender como alguien se podía ir y sentar en la silla eléctrica realmente radiante de felicidad.”

Sus últimas palabras para el Padre O'Leary fueron, “Padre, yo lo recordaré a usted. Y cuando usted tenga una petición, pídame, y yo le pido a Ella.”
 
Dos meses después, se llegó el momento para que el hombre de raza blanca quien había odiado a Claudio fuera ejecutado, el Padre O'Leary dijo, “Este fue el hombre mas sucio, la persona mas inmoral que Yo haya conocido. Su odio por Dios, por todo lo espiritual desafiaba cualquier descripción.”
Justo antes de su ejecución, el doctor del condado le rogó a este hombre que por lo menos se arrodillara y dijera un Padre Nuestro antes de que el Jefe de la Cárcel viniera por el.

El prisionero le escupió la cara al doctor.
Cuando el había sido asegurado en la silla eléctrica, el Jefe de la Cárcel le dijo, “Si tienes algo que decir, dilo ahora.”
El hombre condenado empezó a blasfemar.

De repente el condenado a muerte paró, y sus ojos se fijaron en la esquina del salón, y su rostro se llenó de terror absoluto.
El gritó.
Volviéndose hacia el Jefe de la Cárcel, entonces dijo, “Jefe, consígame un sacerdote!”

Ahora, el Padre O'Leary había estado en el salón puesto que la ley requería que un hombre del clero estuviese presente en las ejecuciones. El sacerdote sin embargo estaba escondido detrás de unos reporteros puesto que el hombre condenado había amenazado maldecir a Dios si veía cualquier sacerdote.
El Padre O'Leary inmediatamente fue hacia el hombre condenado. El salón fue desocupado de todo el resto de gente y el sacerdote escuchó la confesión del hombre. El hombre dijo que había sido Católico, pero que se había salido de su religión cuando tenía dieciocho años debido a su vida inmoral.
Cuando todo el mundo regresó al salón, el Jefe de la Cárcel le preguntó al sacerdote, “Que le hizo a este hombre cambiar de idea?”
“Yo no se” dijo el Padre O'Leary, “yo no le pregunté”

El Jefe de la Cárcel dijo, “Bueno, yo no voy a poder dormir si no lo se”
 
El Jefe de la Cárcel se acercó al hombre condenado y le preguntó, “Hijo, que te hizo cambiar de idea?”
El prisionero respondió, “Recuerda ese hombre de raza negra, Claudio – a quien yo odiaba tanto? Pues bien, el está parado allá (el señalo), allá en la esquina. Y detrás de él con una mano sobre cada uno de sus hombros esta la Madre Santísima. Y Claudio me dijo, ‘Yo ofrecí mi muerte en unión con Cristo en la cruz por tu salvación. Ella ha obtenido este regalo para ti: el de que tu puedas ver tu lugar en el Infierno, si no te arrepientes’. Me fue mostrado mi lugar en el Infierno, y ahí fue cuando yo grité.”
Este, entonces es el poder de Nuestra Señora.
Vemos muchos paralelos entre estos hechos de la historia de Claudio Newman y el mensaje de Fátima en 1917. Hay énfasis sobre:
Confesión Sacramental,
Sagrada Comunión,
Hacer sacrificios por los pecadores,
La vision del Infierno.

“Muchas almas van al Infierno” dijo Nuestra Señora de Fátima, “porque nadie reza y hace sacrificios por ellas.”

Traducido por el Apostolado del Trabajo de Dios.