EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO - 2 PARTE



La transfiguración de Jesús

Mc. 9. 2-9 Lc. 9. 28-36

Mateo (BPD) 17

17 1 Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado. 2 Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. 3 De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús. 4 Pedro dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». 5 Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo». 6 Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. 7 Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: «Levántense, no tengan miedo». 8 Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo. 9 Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos».

Elías, figura de Juan el Bautista

Mc. 9. 11-13
10 Entonces los discípulos le preguntaron: «¿Por qué dicen los escribas que primero debe venir Elías?». 11 Él respondió: «Sí, Elías debe venir a poner en orden todas las cosas; 12 pero les aseguro que Elías ya ha venido, y no lo han reconocido, sino que hicieron con él lo que quisieron. Y también harán padecer al Hijo del hombre». 13 Los discípulos comprendieron entonces que Jesús se refería a Juan el Bautista.

Curación de un endemoniado epiléptico

Mc. 9. 14-29 Lc. 9. 37-42 Mt. 21. 21 Mc. 11. 22-33 Lc. 17. 6
14 Cuando se reunieron con la multitud, se le acercó un hombre y, cayendo de rodillas,15 le dijo: «Señor, ten piedad de mi hijo, que es epiléptico y está muy mal: frecuentemente cae en el fuego y también en el agua. 16 Yo lo llevé a tus discípulos, pero no lo pudieron curar». 17 Jesús respondió: «¡Generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo estaré con ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que soportarlos? Tráiganmelo aquí». 18 Jesús increpó al demonio, y este salió del niño, que desde aquel momento quedó curado. 19 Los discípulos se acercaron entonces a Jesús y le preguntaron en privado: «¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?». 20 «Porque ustedes tienen poca fe, les dijo. Les aseguro que si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, dirían a esta montaña: “Trasládate de aquí a allá”, y la montaña se trasladaría; y nada sería imposible para ustedes». 21 .

El segundo anuncio de la Pasión

Mc. 9. 30-32 Lc. 9. 44-45
22 Mientras estaban reunidos en Galilea, Jesús les dijo: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres: 23 lo matarán y al tercer día resucitará». Y ellos quedaron muy apenados.

La contribución debida al Templo

24 Al llegar a Cafarnaún, los cobradores del impuesto del Templo se acercaron a Pedro y le preguntaron: «¿El Maestro de ustedes no paga el impuesto?». 25 «Sí, lo paga», respondió. Cuando Pedro llegó a la casa, Jesús se adelantó a preguntarle: «¿Qué te parece, Simón? ¿De quiénes perciben los impuestos y las tasas los reyes de la tierra, de sus hijos o de los extraños?». 26 Y como Pedro respondió: «De los extraños», Jesús le dijo: «Eso quiere decir que los hijos están exentos. 27 Sin embargo, para no escandalizar a esta gente, ve al lago, echa el anzuelo, toma el primer pez que salga y ábrele la boca. Encontrarás en ella una moneda de plata: tómala, y paga por mí y por ti».

INSTRUCCIÓN A LOS DISCÍPULOS


La infancia espiritual

Mc. 9. 33-37   Lc. 9. 46-48 Mc. 10. 15 Lc. 18. 17
18 1 En aquel momento los discípulos se acercaron a Jesús para preguntarle: «¿Quién es el más grande en el Reino de los Cielos?». 2 Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos 3 y dijo: «Les aseguro que si ustedes no cambian o no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos. 4 Por lo tanto, el que se haga pequeño como este niño, será el más grande en el Reino de los Cielos. 5 El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí mismo.

La gravedad del escándalo

Mc. 9. 42 Lc. 17. 1-2 Mc. 9. 43-47 Mt. 5. 29-30
6 Pero si alguien escandaliza a uno de estos pequeños que creen en mí, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo hundieran en el fondo del mar. 7¡Ay del mundo a causa de los escándalos! Es inevitable que existan, pero ¡ay de aquel que los causa!
8
 Si tu mano o tu pie son para ti ocasión de pecado, córtalos y arrójalos lejos de ti, porque más te vale entrar en la Vida manco o lisiado, que ser arrojado con tus dos manos o tus dos pies en el fuego eterno. 9 Y si tu ojo es para ti ocasión de pecado, arráncalo y tíralo lejos, porque más te vale entrar con un solo ojo en la Vida, que ser arrojado con tus dos ojos en la Gehena del fuego. 10 Cuídense de despreciar a cualquiera de estos pequeños, porque les aseguro que sus ángeles en el cielo están constantemente en presencia de mi Padre celestial. 11 .

La oveja perdida

Lc. 15. 3-7
12 ¿Qué les parece? Si un hombre tiene cien ovejas, y una de ellas se pierde, ¿no deja las noventa y nueve restantes en la montaña, para ir a buscar la que se extravió? 13 Y si llega a encontrarla, les aseguro que se alegrará más por ella que por las noventa y nueve que no se extraviaron. 14 De la misma manera, el Padre que está en el cielo no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños.

La corrección fraterna

Lc. 17. 3
15 Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. 16 Si no te escucha, busca una o dos personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos17 Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad. Y si tampoco quiere escuchar a la comunidad, considéralo como pagano o publicano. 18 Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo.

La oración en común

19 También les aseguro que si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá. 20 Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos».

El perdón de las ofensas

Lc. 17. 4
21 Entonces se adelantó Pedro y le dijo: «Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?». 22 Jesús le respondió: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.

La parábola del servidor despiadado

23 Por eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores. 24 Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía diez mil talentos. 25 Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda. 26 El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: “Señor, dame un plazo y te pagaré todo”. 27 El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda.
28
 Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: “Págame lo que me debes”. 29 El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: “Dame un plazo y te pagaré la deuda”. 30 Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía. 31 Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor. 32 Este lo mandó llamar y le dijo: “¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda. 33 ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti?”. 34 E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía. 35 Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos».

LA CONSUMACIÓN DEL REINO DE LOS CIELOS


PARTE NARRATIVA


El matrimonio y el divorcio

Mc. 10. 1-12 Mt. 5. 31-32 Lc. 16. 18
19 1 Cuando Jesús terminó de decir estas palabras, dejó la Galilea y fue al territorio de Judea, más allá del Jordán. 2 Lo siguió una gran multitud y allí curó a los enfermos. 3 Se acercaron a él algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le dijeron: «¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer por cualquier motivo?». 4 Él respondió: «¿No han leído ustedes que el Creador, desde el principio, los hizo varón y mujer; 5 y que dijo: Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y los dos no serán sino una sola carne? 6 De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido».
7
 Le replicaron: «Entonces, ¿por qué Moisés prescribió entregar una declaración de divorcio cuando uno se separa?». 8 Él les dijo: «Moisés les permitió divorciarse de su mujer, debido a la dureza del corazón de ustedes, pero al principio no era así. 9 Por lo tanto, yo les digo: El que se divorcia de su mujer, a no ser en caso de unión ilegal, y se casa con otra, comete adulterio».

La continencia voluntaria

10 Los discípulos le dijeron: «Si esta es la situación del hombre con respecto a su mujer, no conviene casarse». 11 Y él les respondió: «No todos entienden este lenguaje, sino sólo aquellos a quienes se les ha concedido. 12 En efecto, algunos no se casan, porque nacieron impotentes del seno de su madre; otros, porque fueron castrados por los hombres; y hay otros que decidieron no casarse a causa del Reino de los Cielos. ¡El que pueda entender, que entienda!».

Jesús y los niños

Mc. 10. 13-16 Lc. 18. 15-17
13 Le trajeron entonces a unos niños para que les impusiera las manos y orara sobre ellos. Los discípulos los reprendieron, 14 pero Jesús les dijo: «Dejen a los niños, y no les impidan que vengan a mí, porque el Reino de los Cielos pertenece a los que son como ellos». 15 Y después de haberles impuesto las manos, se fue de allí.

El joven rico

Mc. 10. 17-22 Lc. 18. 18-23
16 Luego se le acercó un hombre y le preguntó: «Maestro, ¿qué obras buenas debo hacer para conseguir la Vida eterna?». 17 Jesús le dijo: «¿Cómo me preguntas acerca de lo que es bueno? Uno solo es el Bueno. Si quieres entrar en la Vida eterna, cumple los Mandamientos». 18 «¿Cuáles?», preguntó el hombre. Jesús le respondió: «No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio19 honrarás a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo». 20 El joven dijo: «Todo esto lo he cumplido: ¿qué me queda por hacer?». 21 «Si quieres ser perfecto, le dijo Jesús, ve, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres: así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme». 22 Al oír estas palabras, el joven se retiró entristecido, porque poseía muchos bienes.

El peligro de las riquezas

Mc. 10. 23-27 Lc. 18. 24-27
23 Jesús dijo entonces a sus discípulos: «Les aseguro que difícilmente un rico entrará en el Reino de los Cielos. 24 Sí, les repito, es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos». 25 Los discípulos quedaron muy sorprendidos al oír esto y dijeron: «Entonces, ¿quién podrá salvarse?». 26 Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: «Para los hombres esto es imposible, pero para Dios todo es posible».

La recompensa prometida a los discípulos

Mc. 10. 28-31 Lc. 18. 28-30; 22. 30; 13. 30
27 Pedro, tomando la palabra, dijo: «Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué nos tocará a nosotros?». 28 Jesús les respondió: «Les aseguro que en la regeneración del mundo, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, ustedes, que me han seguido, también se sentarán en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. 29 Y el que a causa de mi Nombre deje casa, hermanos o hermanas, padre, madre, hijos o campos, recibirá cien veces más y obtendrá como herencia la Vida eterna. 30 Muchos de los primeros serán los últimos, y muchos de los últimos serán los primeros.

La parábola de los obreros de la última hora

20 1 Porque el Reino de los Cielos se parece a un propietario que salió muy de madrugada a contratar obreros para trabajar en su viña. 2 Trató con ellos un denario por día y los envió a su viña. 3 Volvió a salir a media mañana y, al ver a otros desocupados en la plaza, 4 les dijo: “Vayan ustedes también a mi viña y les pagaré lo que sea justo”. 5 Y ellos fueron. Volvió a salir al mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. 6 Al caer la tarde salió de nuevo y, encontrando todavía a otros, les dijo: “¿Cómo se han quedado todo el día aquí, sin hacer nada?”. 7 Ellos le respondieron: “Nadie nos ha contratado”. Entonces les dijo: “Vayan también ustedes a mi viña”.
8
 Al terminar el día, el propietario llamó a su mayordomo y le dijo: “Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por los últimos y terminando por los primeros”. 9 Fueron entonces los que habían llegado al caer la tarde y recibieron cada uno un denario. 10Llegaron después los primeros, creyendo que iban a recibir algo más, pero recibieron igualmente un denario. 11 Y al recibirlo, protestaban contra el propietario, 12 diciendo: “Estos últimos trabajaron nada más que una hora, y tú les das lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso del trabajo y el calor durante toda la jornada”. 13 El propietario respondió a uno de ellos: “Amigo, no soy injusto contigo, ¿acaso no habíamos tratado en un denario? 14 Toma lo que es tuyo y vete. Quiero dar a este que llega último lo mismo que a ti. 15 ¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?”. 16 Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos».

El tercer anuncio de la Pasión

Mc. 10. 32-34 Lc. 18. 31-33
17 Cuando Jesús se dispuso a subir a Jerusalén, llevó consigo sólo a los Doce, y en el camino les dijo: 18 «Ahora subimos a Jerusalén, donde el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas. Ellos lo condenarán a muerte 19 y lo entregarán a los paganos para que sea maltratado, azotado y crucificado, pero al tercer día resucitará».

La petición de la madre de Santiago y Juan

Mc. 10. 35-40
20 Entonces la madre de los hijos de Zebedeo se acercó a Jesús, junto con sus hijos, y se postró ante él para pedirle algo. 21 «¿Qué quieres?», le preguntó Jesús. Ella le dijo: «Manda que mis dos hijos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda». 22 «No saben lo que piden», respondió Jesús. «¿Pueden beber el cáliz que yo beberé?». «Podemos», le respondieron. 23 «Está bien, les dijo Jesús, ustedes beberán mi cáliz. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes se los ha destinado mi Padre».

El carácter servicial de la autoridad

Mc. 10. 42-45 Lc. 22. 25-27
24 Al oír esto, los otros diez se indignaron contra los dos hermanos. 25 Pero Jesús los llamó y les dijo: «Ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad. 26 Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; 27 y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo: 28 como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud».

Curación de los dos ciegos de Jericó

Mc. 10. 46-52 Lc. 18. 35-43
29 Cuando salieron de Jericó, mucha gente siguió a Jesús. 30 Había dos ciegos sentados al borde del camino y, al enterarse de que pasaba Jesús, comenzaron a gritar: «¡Señor, Hijo de David, ten piedad de nosotros!». 31 La multitud los reprendía para que se callaran, pero ellos gritaban más: «¡Señor, Hijo de David, ten piedad de nosotros!».32 Jesús se detuvo, los llamó y les preguntó: «¿Qué quieren que haga por ustedes?».33 Ellos le respondieron: «Señor, que se abran nuestros ojos». 34 Jesús se compadeció de ellos y tocó sus ojos. Inmediatamente, recobraron la vista y lo siguieron.

La entrada mesiánica en Jerusalén

Mc. 11. 1-10 Lc. 19. 28-38 Jn. 12. 12-15
21 1 Cuando se acercaron a Jerusalén y llegaron a Betfagé, al monte de los Olivos, Jesús envió a dos discípulos, 2 diciéndoles: «Vayan al pueblo que está enfrente, e inmediatamente encontrarán un asna atada, junto con su cría. Desátenla y tráiganmelos. 3 Y si alguien les dice algo, respondan: “El Señor los necesita y los va a devolver en seguida”». 4 Esto sucedió para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta:
5
 Digan a la hija de Sión:
Mira que tu rey viene hacia ti,
humilde y montado sobre un asna,
sobre la cría de un animal de carga.
6
 Los discípulos fueron e hicieron lo que Jesús les había mandado; 7 trajeron el asna y su cría, pusieron sus mantos sobre ellos y Jesús se montó. 8 Entonces la mayor parte de la gente comenzó a extender sus mantos sobre el camino, y otros cortaban ramas de los árboles y lo cubrían con ellas. 9 La multitud que iba delante de Jesús y la que lo seguía gritaba:
«¡Hosana al Hijo de David!
¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
¡Hosana en las alturas!».
10
 Cuando entró en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió, y preguntaban: «¿Quién es este?». 11 Y la gente respondía: «Es Jesús, el profeta de Nazaret en Galilea».

La expulsión de los vendedores del Templo

Mc. 11. 15-17 Lc. 19. 45-46 Jn. 2. 13-16
12 Después Jesús entró en el Templo y echó a todos los que vendían y compraban allí, derribando las mesas de los cambistas y los asientos de los vendedores de palomas. 13Y les decía: «Está escrito: Mi casa será llamada casa de oración, pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones»14 En el Templo se le acercaron varios ciegos y paralíticos, y él los curó. 15 Al ver los prodigios que acababa de hacer y a los niños que gritaban en el Templo: «¡Hosana al Hijo de David!», los sumos sacerdotes y los escribas se indignaron 16 y le dijeron: «¿Oyes lo que dicen estos?». «Sí, respondió Jesús, ¿pero nunca han leído este pasaje:
De la boca de las criaturas y de los niños de pecho,
has hecho brotar una alabanza?».
17
 En seguida los dejó y salió de la ciudad para ir a Betania, donde pasó la noche.

Maldición de la higuera estéril

Mc. 11. 12-14, 20-24 Mt. 17. 20 Lc. 17. 6
18 A la mañana temprano, mientras regresaba a la ciudad, tuvo hambre. 19 Al ver una higuera cerca del camino, se acercó a ella, pero no encontró más que hojas. Entonces le dijo: «Nunca volverás a dar fruto». Y la higuera se secó de inmediato. 20 Cuando vieron esto, los discípulos dijeron llenos de asombro: «¿Cómo se ha secado la higuera tan repentinamente?». 21 Jesús les respondió: «Les aseguro que si tienen fe y no dudan, no sólo harán lo que yo acabo de hacer con la higuera, sino que podrán decir a esta montaña: “Retírate de ahí y arrójate al mar”, y así lo hará. 22 Todo lo que pidan en la oración con fe, lo alcanzarán».

Discusión sobre la autoridad de Jesús

Mc. 11. 27-33 Lc. 20. 1-8
23 Jesús entró en el Templo y, mientras enseñaba, se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo, para decirle: «¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿Y quién te ha dado esa autoridad?». 24 Jesús les respondió: «Yo también quiero hacerles una sola pregunta. Si me responden, les diré con qué autoridad hago estas cosas. 25 ¿De dónde venía el bautismo de Juan? ¿Del cielo o de los hombres?». Ellos se hacían este razonamiento: «Si respondemos: “Del cielo”, él nos dirá: “Entonces, ¿por qué no creyeron en él?”. 26 Y si decimos: “De los hombres”, debemos temer a la multitud, porque todos consideran a Juan un profeta». 27 Por eso respondieron a Jesús: «No sabemos». Él, por su parte, les respondió: «Entonces yo tampoco les diré con qué autoridad hago esto».

La parábola de los dos hijos

Lc. 7. 29-30
28 «¿Qué les parece? Un hombre tenía dos hijos y, dirigiéndose al primero, le dijo: “Hijo, quiero que hoy vayas a trabajar a mi viña”. 29 Él respondió: “No quiero”. Pero después se arrepintió y fue. 30 Dirigiéndose al segundo, le dijo lo mismo y este le respondió: “Voy, Señor”, pero no fue. 31 ¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre?». «El primero», le respondieron.
Jesús les dijo: «Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios. 32
 En efecto, Juan vino a ustedes por el camino de la justicia y no creyeron en él; en cambio, los publicanos y las prostitutas creyeron en él. Pero ustedes, ni siquiera al ver este ejemplo, se han arrepentido ni han creído en él.

La parábola de los viñadores homicidas

Mc. 12. 1-12 Lc. 20. 9-19
33 Escuchen otra parábola: Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero. 34 Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para percibir los frutos. 35 Pero los viñadores se apoderaron de ellos, y a uno lo golpearon, a otro lo mataron y al tercero lo apedrearon. 36 El propietario volvió a enviar a otros servidores, en mayor número que los primeros, pero los trataron de la misma manera. 37 Finalmente, les envió a su propio hijo, pensando: “Respetarán a mi hijo”. 38Pero, al verlo, los viñadores se dijeron: “Este es el heredero: vamos a matarlo para quedarnos con su herencia”. 39 Y apoderándose de él, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron. 40 Cuando vuelva el dueño, ¿qué les parece que hará con aquellos viñadores?». 41 Le respondieron: «Acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros, que le entregarán el fruto a su debido tiempo».
42
 Jesús agregó: «¿No han leído nunca en las Escrituras:
La piedra que los constructores rechazaron
ha llegado a ser la piedra angular:
esta es la obra del Señor,
admirable a nuestros ojos?
43
 Por eso les digo que el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos». 44 . 45 Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír estas parábolas, comprendieron que se refería a ellos. 46 Entonces buscaron el modo de detenerlo, pero temían a la multitud, que lo consideraba un profeta.

La parábola del banquete nupcial

Lc. 14. 16-24
22 1 Jesús les habló otra vez en parábolas, diciendo: 2 «El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo. 3 Envió entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero estos se negaron a ir. 4 De nuevo envió a otros servidores con el encargo de decir a los invitados: “Mi banquete está preparado; ya han sido matados mis terneros y mis mejores animales, y todo está a punto: Vengan a las bodas”. 5 Pero ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a su negocio; 6 y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron.
7
 Al enterarse, el rey se indignó y envió a sus tropas para que acabaran con aquellos homicidas e incendiaran su ciudad. 8 Luego dijo a sus servidores: “El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él. 9 Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren”. 10 Los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados.
11
 Cuando el rey entró para ver a los comensales, encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta. 12 “Amigo, le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?”. El otro permaneció en silencio. 13 Entonces el rey dijo a los guardias: “Atenlo de pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes”. 14Porque muchos son llamados, pero pocos son elegidos».

El impuesto debido a la autoridad

Mc. 12. 13-17 Lc. 20. 20-26
15 Los fariseos se reunieron entonces para sorprender a Jesús en alguna de sus afirmaciones. 16 Y le enviaron a varios discípulos con unos herodianos, para decirle: «Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas con toda fidelidad el camino de Dios, sin tener en cuenta la condición de las personas, porque tú no te fijas en la categoría de nadie. 17 Dinos qué te parece: ¿Está permitido pagar el impuesto al César o no?». 18 Pero Jesús, conociendo su malicia, les dijo: «Hipócritas, ¿por qué me tienden una trampa? 19 Muéstrenme la moneda con que pagan el impuesto». Ellos le presentaron un denario. 20 Y él les preguntó: «¿De quién es esta figura y esta inscripción?». 21 Le respondieron: «Del César». Jesús les dijo: «Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios». 22 Al oír esto, quedaron admirados y, dejando a Jesús, se fueron.

Discusión sobre la resurrección de los muertos

Mc. 12. 18-27 Lc. 20. 27-40
23 Aquel mismo día se le acercaron unos saduceos, que son los que niegan la resurrección, y le propusieron este caso: 24 «Maestro, Moisés dijo: “Si alguien muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda”. 25 Ahora bien, había entre nosotros siete hermanos. El primero se casó y como murió sin tener hijos, dejó su esposa al hermano. 26 Lo mismo ocurrió con el segundo, después con el tercero, y así sucesivamente hasta el séptimo. 27 Finalmente, murió la mujer. 28Respóndenos: cuando resuciten los muertos, ¿de cuál de los siete será esposa, ya que lo fue de todos?». 29 Jesús les dijo: «Están equivocados, porque desconocen las Escrituras y el poder de Dios. 30 En la resurrección ni los hombres ni las mujeres se casarán, sino que todos serán como ángeles en el cielo. 31 Y con respecto a la resurrección de los muertos, ¿no han leído la palabra de Dios, que dice: 32 Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? ¡Él no es un Dios de muertos, sino de vivientes!». 33 La multitud, que había oído esto, quedó asombrada de su enseñanza.

El mandamiento principal

Mc. 12. 28-31 Lc. 10. 25-28
34 Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron en ese lugar, 35 y uno de ellos, que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: 36 «Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?». 37Jesús le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. 38 Este es el más grande y el primer mandamiento. 39 El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. 40 De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas».

El Mesías, hijo y Señor de David

Mc. 12. 35-37 Lc. 20. 41-44
41 Mientras los fariseos estaban reunidos, Jesús les hizo esta pregunta: 42 «¿Qué piensan acerca del Mesías? ¿De quién es hijo?». Ellos le respondieron: «De David». 43Jesús les dijo: «¿Por qué entonces, David, movido por el Espíritu, lo llama “Señor”, cuando dice:
44
 Dijo el Señor a mi Señor:
Siéntate a mi derecha,
hasta que ponga a tus enemigos
debajo de tus pies?
45
 Si David lo llama “Señor”, ¿cómo puede ser hijo suyo?».
46
 Ninguno fue capaz de responderle una sola palabra, y desde aquel día nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

La hipocresía y la vanidad de los escribas y fariseos

Lc. 11. 46 Mc. 12. 38-39 Lc. 20. 46 Mt. 20. 26 Lc. 14. 11
23 1 Entonces Jesús dijo a la multitud y a sus discípulos: 2 «Los escribas y fariseos ocupan la cátedra de Moisés; 3 ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les digan, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen. 4 Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo. 5 Todo lo hacen para que los vean: agrandan las filacterias y alargan los flecos de sus mantos; 6 les gusta ocupar los primeros puestos en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, 7 ser saludados en las plazas y oírse llamar “mi maestro” por la gente.
8
 En cuanto a ustedes, no se hagan llamar “maestro”, porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos. 9 A nadie en el mundo llamen “padre”, porque no tienen sino uno, el Padre celestial. 10 No se dejen llamar tampoco “doctores”, porque sólo tienen un Doctor, que es el Mesías. 11 El más grande  entre ustedes será el que los sirva, 12 porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado».

Invectivas contra los escribas y los fariseos

Lc. 11. 39-48, 52, 49-51
13 «¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que cierran a los hombres el Reino de los Cielos! Ni entran ustedes, ni dejan entrar a los que quisieran. 14 . 15 ¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que recorren mar y tierra para conseguir un prosélito, y cuando lo han conseguido lo hacen dos veces más digno de la Gehena que ustedes!
16
 ¡Ay de ustedes, guías ciegos, que dicen: “Si se jura por el santuario, el juramento no vale; pero si se jura por el oro del santuario, entonces sí que vale”! 17 ¡Insensatos y ciegos! ¿Qué es más importante: el oro o el santuario que hace sagrado el oro? 18Ustedes dicen también: “Si se jura por el altar, el juramento no vale, pero vale si se jura por la ofrenda que está sobre el altar”. 19 ¡Ciegos! ¿Qué es más importante, la ofrenda o el altar que hace sagrada esa ofrenda? 20 Ahora bien, jurar por el altar, es jurar por él y por todo lo que está sobre él. 21 Jurar por el santuario, es jurar por él y por aquel que lo habita. 22 Jurar por el cielo, es jurar por el trono de Dios y por aquel que está sentado en él.
23
 ¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que pagan el diezmo de la menta, del hinojo y del comino, y descuidan lo esencial de la Ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad! Hay que practicar esto, sin descuidar aquello. 24 ¡Guías ciegos, que filtran el mosquito y se tragan el camello!
25
 ¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que limpian por fuera la copa y el plato, mientras que por dentro están llenos de codicia y desenfreno! 26 ¡Fariseo ciego! Limpia primero la copa por dentro, y así también quedará limpia por fuera. 27 ¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que parecen sepulcros blanqueados: hermosos por fuera, pero por dentro llenos de huesos de muertos y de podredumbre! 28 Así también son ustedes: por fuera parecen justos delante de los hombres, pero por dentro están llenos de hipocresía y de iniquidad.
29
 ¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que construyen los sepulcros de los profetas y adornan las tumbas de los justos, 30 diciendo: “Si hubiéramos vivido en el tiempo de nuestros padres, no nos hubiéramos unido a ellos para derramar la sangre de los profetas”! 31 De esa manera atestiguan contra ustedes mismos que son hijos de los que mataron a los profetas. 32 ¡Colmen entonces la medida de sus padres!
33
 ¡Serpientes, raza de víboras! ¿Cómo podrán escapar a la condenación de la Gehena?34 Por eso, yo voy a enviarles profetas, sabios y escribas; ustedes matarán y crucificarán a unos, azotarán a otros en las sinagogas, y los perseguirán de ciudad en ciudad. 35 Así caerá sobre ustedes toda la sangre inocente derramada en la tierra, desde la sangre del justo Abel, hasta la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías, al que ustedes asesinaron entre el santuario y el altar. 36 Les aseguro que todo esto sobrevendrá a la presente generación.

Reproche de Jesús a Jerusalén

Lc. 13. 34-35
37 ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como la gallina reúne bajo sus alas a los pollitos, y tú no quisiste! 38 Por eso, a ustedes la casa les quedará desierta. 39 Les aseguro que ya no me verán más, hasta que digan:
¡Bendito el que viene en nombre del Señor!».
 

DISCURSO SOBRE EL FINAL DE LOS TIEMPOS

Anuncio de la destrucción del Templo

Mc. 13. 1-4 Lc. 21. 5-7
24 1 Jesús salió del Templo y, mientras iba caminando, sus discípulos se acercaron a él para hacerle notar las construcciones del Templo. 2 Pero él les dijo: «¿Ven todo esto? Les aseguro que no quedará aquí piedra sobre piedra: todo será destruido».
3
 Cuando llegó al monte de los Olivos, Jesús se sentó y sus discípulos le preguntaron en privado: «¿Cuándo sucederá esto y cuál será la señal de tu Venida y del fin del mundo?».

El comienzo de las tribulaciones

Mc. 13. 5-13 Lc. 21. 8-19
4 Él les respondió: «Tengan cuidado de que no los engañen, 5 porque muchos se presentarán en mi Nombre, diciendo: “Yo soy el Mesías”, y engañarán a mucha gente. 6Ustedes oirán hablar de guerras y de rumores de guerras; no se alarmen: todo esto debe suceder, pero todavía no será el fin. 7 En efecto, se levantará nación contra nación y reino contra reino. En muchas partes habrá hambre y terremotos. 8 Todo esto no será más que el comienzo de los dolores del parto.
9
 Ustedes serán entregados a la tribulación y a la muerte, y serán odiados por todas las naciones a causa de mi Nombre. 10 Entonces muchos sucumbirán; se traicionarán y se odiarán los unos a los otros. 11 Aparecerá una multitud de falsos profetas, que engañarán a mucha gente. 12 Al aumentar la maldad se enfriará el amor de muchos, 13pero el que persevere hasta el fin, se salvará. 14 Esta Buena Noticia del Reino será proclamada en el mundo entero como testimonio delante de todos los pueblos, y entonces llegará el fin.

La gran tribulación de Jerusalén

Mc. 13. 14-23 Lc. 21. 20-24; 17. 23
15 Cuando vean en el Lugar santo la Abominación de la desolación, de la que habló el profeta Daniel –el que lea esto, entiéndalo bien– 16 los que estén en Judea, que se refugien en las montañas; 17 el que esté en la azotea de su casa, no baje a buscar sus cosas; 18 y el que esté en el campo, que no vuelva a buscar su manto. 19 ¡Ay de las mujeres que estén embarazadas o tengan niños de pecho en aquellos días! 20Rueguen para que no tengan que huir en invierno o en día sábado. 21 Porque habrá entonces una gran tribulación, como no la hubo desde el comienzo del mundo hasta ahora, ni la habrá jamás. 22 Y si no fuera abreviado ese tiempo, nadie se salvaría; pero será abreviado, a causa de los elegidos.
23
 Si alguien les dice entonces: “El Mesías está aquí o está allí”, no lo crean. 24 Porque aparecerán falsos mesías y falsos profetas que harán milagros y prodigios asombrosos, capaces de engañar, si fuera posible, a los mismos elegidos. 25 Por eso los prevengo.

La manifestación gloriosa del Hijo del hombre

Lc. 17. 24, 37 Mc. 13. 24-27 Lc. 21. 25-27
26 Si les dicen: “El Mesías está en el desierto”, no vayan; o bien: “Está escondido en tal lugar”, no lo crean. 27 Como el relámpago que sale del oriente y brilla hasta el occidente, así será la Venida del Hijo del hombre. 28 Donde esté el cadáver, se juntarán los buitres.
29
 Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán. 30Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre. Todas las razas de la tierra se golpearán el pecho y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo, lleno de poder y de gloria. 31 Y él enviará a sus ángeles para que, al sonido de la trompeta, congreguen a sus elegidos de los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte.

La parábola de la higuera

Mc. 13. 28-32 Lc. 21. 29-33
32 Aprendan esta comparación, tomada de la higuera: cuando sus ramas se hacen flexibles y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano. 33 Así también, cuando vean todas estas cosas, sepan que el fin está cerca, a la puerta. 34Les aseguro que no pasará esta generación, sin que suceda todo esto. 35 El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. 36 En cuanto a ese día y esa hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre.

Exhortación a la vigilancia y a la fidelidad

Mc. 13. 35 Lc. 17. 26-27, 34-35
37 Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé. 38 En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca; 39 y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos. Los mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre. 40 De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado. 41 De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada.
42
 Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor. 43Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa. 44 Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada.

La parábola del servidor fiel

Lc. 12. 42-46
45 ¿Cuál es, entonces, el servidor fiel y previsor, a quien el Señor ha puesto al frente de su personal, para distribuir el alimento en el momento oportuno? 46 Feliz aquel servidor a quien su señor, al llegar, encuentre ocupado en este trabajo. 47 Les aseguro que lo hará administrador de todos sus bienes. 48 Pero si es un mal servidor, que piensa: “Mi señor tardará”, 49 y se dedica a golpear a sus compañeros, a comer y a beber con los borrachos, 50 su señor llegará el día y la hora menos pensada, 51 y lo castigará. Entonces él correrá la misma suerte que los hipócritas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes.




La parábola de las diez jóvenes del cortejo





Mateo (BPD) 25

25 1 Por eso, el Reino de los Cielos será semejante a diez jóvenes que fueron con sus lámparas al encuentro del esposo. 2 Cinco de ellas eran necias y cinco, prudentes. 3 Las necias tomaron sus lámparas, pero sin proveerse de aceite, 4 mientras que las prudentes tomaron sus lámparas y también llenaron de aceite sus frascos. 5 Como el esposo se hacía esperar, les entró sueño a todas y se quedaron dormidas. 6 Pero a medianoche se oyó un grito: “Ya viene el esposo, salgan a su encuentro”. 7 Entonces las jóvenes se despertaron y prepararon sus lámparas. 8 Las necias dijeron a las prudentes: “¿Podrían darnos un poco de aceite, porque nuestras lámparas se apagan?”. 9 Pero estas les respondieron: “No va a alcanzar para todas. Es mejor que vayan a comprarlo al mercado”. 10 Mientras tanto, llegó el esposo: las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta. 11 Después llegaron las otras jóvenes y dijeron: “Señor, señor, ábrenos”, 12 pero él respondió: “Les aseguro que no las conozco”. 13 Estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora.

La parábola de los talentos

Lc. 19. 12-27
14 El Reino de los Cielos es también como un hombre que, al salir de viaje, llamó a sus servidores y les confió sus bienes. 15 A uno le dio cinco talentos, a otro dos, y uno solo a un tercero, a cada uno según su capacidad; y después partió. En seguida, 16 el que había recibido cinco talentos, fue a negociar con ellos y ganó otros cinco. 17 De la misma manera, el que recibió dos, ganó otros dos, 18 pero el que recibió uno solo, hizo un pozo y enterró el dinero de su señor.
19
 Después de un largo tiempo, llegó el señor y arregló las cuentas con sus servidores.20 El que había recibido los cinco talentos se adelantó y le presentó otros cinco. “Señor, le dijo, me has confiado cinco talentos: aquí están los otros cinco que he ganado”. 21“Está bien, servidor bueno y fiel, le dijo su señor, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor”. 22 Llegó luego el que había recibido dos talentos y le dijo: “Señor, me has confiado dos talentos: aquí están los otros dos que he ganado”. 23 “Está bien, servidor bueno y fiel, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor”.
24
 Llegó luego el que había recibido un solo talento. “Señor, le dijo, sé que eres un hombre exigente: cosechas donde no has sembrado y recoges donde no has esparcido.25 Por eso tuve miedo y fui a enterrar tu talento: ¡aquí tienes lo tuyo!”. 26 Pero el señor le respondió: “Servidor malo y perezoso, si sabías que cosecho donde no he sembrado y recojo donde no he esparcido, 27 tendrías que haber colocado el dinero en el banco, y así, a mi regreso, lo hubiera recuperado con intereses. 28 Quítenle el talento para dárselo al que tiene diez, 29 porque a quien tiene, se le dará y tendrá de más, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. 30 Echen afuera, a las tinieblas, a este servidor inútil; allí habrá llanto y rechinar de dientes”.

El Juicio final

31 Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. 32 Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, 33 y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a la izquierda.
34
 Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: “Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, 35porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; 36 desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver”. 37 Los justos le responderán: “Señor, ¿cuándo te vimos habriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? 38 ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? 39 ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?”. 40 Y el Rey les responderá: “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo”.
41
 Luego dirá a los de la izquierda: “Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, 42 porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; 43 estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron”. 44 Estos, a su vez, le preguntarán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?”. 45 Y él les responderá: “Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo”. 46 Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna».

LA PASIÓN Y LA RESURRECCIÓN DE JESÚS


La conspiración contra Jesús

Mc. 14. 1-2 Lc. 22. 1-2
26 1 Cuando Jesús terminó de decir todas estas palabras, dijo a sus discípulos: 2 «Ya saben que dentro de dos días se celebrará la Pascua, y el Hijo del hombre será entregado para ser crucificado». 3 Entonces los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo se reunieron en el palacio del Sumo Sacerdote, llamado Caifás, 4 y se pusieron de acuerdo para detener a Jesús con astucia y darle muerte. 5 Pero decían: «No lo hagamos durante la fiesta, para que no se produzca un tumulto en el pueblo».

La unción de Jesús en Betania

Mc. 14. 3-9 Jn. 12. 1-8
6 Cuando Jesús se encontraba en Betania, en casa de Simón el leproso, 7 se acercó una mujer con un frasco de alabastro, que contenía un perfume valioso, y lo derramó sobre su cabeza, mientras él estaba comiendo. 8 Al ver esto, sus discípulos, indignados, dijeron: «¿Para qué este derroche? 9 Se hubiera podido vender el perfume a buen precio para repartir el dinero entre los pobres». 10 Jesús se dio cuenta y les dijo: «¿Por qué molestan a esta mujer? Ha hecho una buena obra conmigo. 11 A los pobres los tendrán siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre. 12 Al derramar este perfume sobre mi cuerpo, ella preparó mi sepultura. 13 Les aseguro que allí donde se proclame esta Buena Noticia, en todo el mundo, se contará también en su memoria lo que ella hizo».

La traición de Judas

Mc. 14. 10-11 Lc. 22. 3-6
14 Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes15 y les dijo: «¿Cuánto me darán si se lo entrego?». Y resolvieron darle treinta monedas de plata16 Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión favorable para entregarlo.

Los preparativos para la comida pascual

Mc. 14. 12-16 Lc. 22. 7-13
17 El primer día de los Ácimos, los discípulos fueron a preguntar a Jesús: «¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual?». 18 Él respondió: «Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona, y díganle: “El Maestro dice: Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos”». 19 Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y prepararon la Pascua.

El anuncio de la traición de Judas

Mc. 14. 17-21 Lc. 22. 14, 21-23 Jn. 13. 21-30
20 Al atardecer, estaba a la mesa con los Doce 21 y, mientras comían, Jesús les dijo: «Les aseguro que uno de ustedes me entregará». 22 Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle uno por uno: «¿Seré yo, Señor?». 23 Él respondió: «El que acaba de servirse de la misma fuente que yo, ese me va a entregar. 24 El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!». 25 Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó: «¿Seré yo, Maestro?». «Tú lo has dicho», le respondió Jesús.

La institución de la Eucaristía

Mc. 14. 22-25 Lc. 22. 19-20 1 Cor. 11. 23-25
26 Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomen y coman, esto es mi Cuerpo». 27 Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: «Beban todos de ella, 28 porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos para la remisión de los pecados. 29 Les aseguro que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el Reino de mi Padre».

El anuncio de las negaciones de Pedro

Mc. 14. 26-31 Lc. 22. 39, 31-34 Jn. 13. 37-38
30 Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monte de los Olivos. 31 Entonces Jesús les dijo: «Esta misma noche, ustedes se van a escandalizar a causa de mí. Porque dice la Escritura: Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño32 Pero después que yo resucite, iré antes que ustedes a Galilea». 33 Pedro, tomando la palabra, le dijo: «Aunque todos se escandalicen por tu causa, yo no me escandalizaré jamás». 34 Jesús le respondió: «Te aseguro que esta misma noche, antes que cante el gallo, me habrás negado tres veces». 35 Pedro le dijo: «Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré». Y todos los discípulos dijeron lo mismo.

La oración de Jesús en Getsemaní

Mc. 14. 26, 32-42 Lc. 22. 40-46 Jn. 18. 1
36 Cuando Jesús llegó con sus discípulos a una propiedad llamada Getsemaní, les dijo: «Quédense aquí, mientras yo voy allí a orar». 37 Y llevando con él a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse. 38 Entonces les dijo: «Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense aquí, velando conmigo». 39 Y adelantándose un poco, cayó con el rostro en tierra, orando así: «Padre mío, si es posible, que pase lejos de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya».
40
 Después volvió junto a sus discípulos y los encontró durmiendo. Jesús dijo a Pedro: «¿Es posible que no hayan podido quedarse despiertos conmigo, ni siquiera una hora?41 Estén prevenidos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil». 42 Se alejó por segunda vez y suplicó: «Padre mío, si no puede pasar este cáliz sin que yo lo beba, que se haga tu voluntad».
43
 Al regresar los encontró otra vez durmiendo, porque sus ojos se cerraban de sueño.44 Nuevamente se alejó de ellos y oró por tercera vez, repitiendo las mismas palabras.45 Luego volvió junto a sus discípulos y les dijo: «Ahora pueden dormir y descansar: ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. 46 ¡Levántense! ¡Vamos! Ya se acerca el que me va a entregar».

El arresto de Jesús

Mc. 14. 43-52 Lc. 22. 47-53 Jn. 18. 2-11
47 Jesús estaba hablando todavía, cuando llegó Judas, uno de los Doce, acompañado de una multitud con espadas y palos, enviada por los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. 48 El traidor les había dado esta señal: «Es aquel a quien voy a besar. Deténganlo». 49 Inmediatamente se acercó a Jesús, diciéndole: «Salud, Maestro», y lo besó. 50 Jesús le dijo: «Amigo, ¡cumple tu cometido!». Entonces se abalanzaron sobre él y lo detuvieron.
51
 Uno de los que estaban con Jesús sacó su espada e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja. 52 Jesús le dijo: «Guarda tu espada, porque el que a hierro mata a hierro muere. 53 ¿O piensas que no puedo recurrir a mi Padre? Él pondría inmediatamente a mi disposición más de doce legiones de ángeles. 54 Pero entonces, ¿cómo se cumplirían las Escrituras, según las cuales debe suceder así?». 55 Y en ese momento dijo Jesús a la multitud: «¿Soy acaso un bandido, para que salgan a arrestarme con espadas y palos? Todos los días me sentaba a enseñar en el Templo, y ustedes no me detuvieron». 56 Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que escribieron los profetas. Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.

Jesús ante el Sanedrín

Mc. 14. 53-65 Lc. 22. 54-55, 63-71 Jn. 18. 24, 15-16
57 Los que habían arrestado a Jesús lo condujeron a la casa del Sumo Sacerdote Caifás, donde se habían reunido los escribas y los ancianos. 58 Pedro lo seguía de lejos hasta el palacio del Sumo Sacerdote; entró y se sentó con los servidores, para ver cómo terminaba todo.
59
 Los sumos sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban un falso testimonio contra Jesús para poder condenarlo a muerte; 60 pero no lo encontraron, a pesar de haberse presentado numerosos testigos falsos. Finalmente, se presentaron dos 61 que declararon: «Este hombre dijo: “Yo puedo destruir el Templo de Dios y reconstruirlo en tres días”».
62
 El Sumo Sacerdote, poniéndose de pie, dijo a Jesús: «¿No respondes nada? ¿Qué es lo que estos declaran contra ti?». 63 Pero Jesús callaba. El Sumo Sacerdote insistió: «Te conjuro por el Dios vivo a que me digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios». 64 Jesús le respondió: «Tú lo has dicho. Además, les aseguro que de ahora en adelante verán al Hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir sobre las nubes del cielo»65Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo: «Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Ustedes acaban de oír la blasfemia. 66 ¿Qué les parece?». Ellos respondieron: «Merece la muerte».
67
 Luego lo escupieron en la cara y lo abofetearon. Otros lo golpeaban, 68 diciéndole: «Tú, que eres el Mesías, profetiza, dinos quién te golpeó».

Las negaciones de Pedro

Mc. 14. 66-72 Lc. 22. 56-62 Jn. 18. 17, 25-27
69 Mientras tanto, Pedro estaba sentado afuera, en el patio. Una sirvienta se acercó y le dijo: «Tú también estabas con Jesús, el Galileo». 70 Pero él lo negó delante de todos, diciendo: «No sé lo que quieres decir». 71 Al retirarse hacia la puerta, lo vio otra sirvienta y dijo a los que estaban allí: «Este es uno de los que acompañaban a Jesús, el Nazareno». 72 Y nuevamente Pedro negó con juramento: «Yo no conozco a ese hombre». 73 Un poco más tarde, los que estaban allí se acercaron a Pedro y le dijeron: «Seguro que tú también eres uno de ellos; hasta tu acento te traiciona». 74 Entonces Pedro se puso a maldecir y a jurar que no conocía a ese hombre. En seguida cantó el gallo, 75  y Pedro recordó las palabras que Jesús había dicho: «Antes que cante el gallo, me negarás tres veces». Y saliendo, lloró amargamente.

Jesús conducido ante Pilato

Mc. 15. 1 Lc. 23. 1 Jn. 18. 28
27 1 Cuando amaneció, todos los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo deliberaron sobre la manera de hacer ejecutar a Jesús. 2 Después de haberlo atado, lo llevaron ante Pilato, el gobernador, y se lo entregaron.

La muerte de Judas

3 Judas, el que lo entregó, viendo que Jesús había sido condenado, lleno de remordimiento, devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y a los ancianos, 4 diciendo: «He pecado, entregando sangre inocente». Ellos respondieron: «¿Qué nos importa? Es asunto tuyo». 5 Entonces él, arrojando las monedas en el Templo, salió y se ahorcó. 6 Los sumos sacerdotes, juntando el dinero, dijeron: «No está permitido ponerlo en el tesoro, porque es precio de sangre». 7 Después de deliberar, compraron con él un campo, llamado «del alfarero», para sepultar a los extranjeros. 8 Por esta razón se lo llama hasta el día de hoy «Campo de sangre». 9 Así se cumplió lo anunciado por el profeta Jeremías: Y ellos recogieron las treinta monedas de plata, cantidad en que fue tasado aquel a quien pusieron precio los israelitas. 10  Con el dinero se compró el «Campo del alfarero», como el Señor me lo había ordenado.

Jesús ante Pilato

Mc. 15. 2-5 Lc. 23. 2-5, 13-16 Jn. 18. 33-38
11 Jesús compareció ante el gobernador, y este le preguntó: «¿Tú eres el rey de los judíos?». Él respondió: «Tú lo dices». 12 Al ser acusado por los sumos sacerdotes y los ancianos, no respondió nada. 13 Pilato le dijo: «¿No oyes todo lo que declaran contra ti?». 14 Jesús no respondió a ninguna de sus preguntas, y esto dejó muy admirado al gobernador.

Jesús y Barrabás

Mc. 15. 6-15 Lc. 23. 18-25  Jn. 18. 39-40; 19. 1, 4-16
15 En cada Fiesta, el gobernador acostumbraba a poner en libertad a un preso, a elección del pueblo. 16 Había entonces uno famoso, llamado Barrabás. 17 Pilato preguntó al pueblo que estaba reunido: «¿A quién quieren que ponga en libertad, a Barrabás o a Jesús, llamado el Mesías?». 18 Él sabía bien que lo habían entregado por envidia. 19 Mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó decir: «No te mezcles en el asunto de ese justo, porque hoy, por su causa, tuve un sueño que me hizo sufrir mucho».
20
 Mientras tanto, los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la multitud que pidiera la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. 21 Tomando de nuevo la palabra, el gobernador les preguntó: «¿A cuál de los dos quieren que ponga en libertad?». Ellos respondieron: «A Barrabás». 22 Pilato continuó: «¿Y qué haré con Jesús, llamado el Mesías?». Todos respondieron: «¡Que sea crucificado!». 23 Él insistió: «¿Qué mal ha hecho?». Pero ellos gritaban cada vez más fuerte: «¡Que sea crucificado!».
24
 Al ver que no se llegaba a nada, sino que aumentaba el tumulto, Pilato hizo traer agua y se lavó las manos delante de la multitud, diciendo: «Yo soy inocente de esta sangre. Es asunto de ustedes». 25 Y todo el pueblo respondió: «Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos». 26 Entonces, Pilato puso en libertad a Barrabás; y a Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado.

La coronación de espinas

Mc. 15. 16-20 Jn. 19. 2-3
27 Los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio y reunieron a toda la guardia alrededor de él. 28 Entonces lo desvistieron y le pusieron un manto rojo. 29Luego tejieron una corona de espinas y la colocaron sobre su cabeza, pusieron una caña en su mano derecha y, doblando la rodilla delante de él, se burlaban, diciendo: «Salud, rey de los judíos». 30 Y escupiéndolo, le quitaron la caña y con ella le golpeaban la cabeza. 31 Después de haberse burlado de él, le quitaron el manto, le pusieron de nuevo sus vestiduras y lo llevaron a crucificar.

La crucifixión de Jesús

Mc. 15. 21-27 Lc. 23. 26, 33, 38 Jn. 19. 17-24
32 Al salir, se encontraron con un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo obligaron a llevar la cruz. 33 Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota, que significa «lugar del Cráneo», 34 le dieron de beber vino con hiel. Él lo probó, pero no quiso tomarlo. 35Después de crucificarlo, los soldados sortearon sus vestiduras y se las repartieron36 y sentándose allí, se quedaron para custodiarlo. 37 Colocaron sobre su cabeza una inscripción con el motivo de su condena: «Este es Jesús, el rey de los judíos». 38 Al mismo tiempo, fueron crucificados con él dos bandidos, uno a su derecha y el otro a su izquierda.

Injurias a Jesús crucificado

Mc. 15. 29-32 Lc. 23. 35-37, 39
39 Los que pasaban, lo insultaban y, moviendo la cabeza, 40 decían: «Tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!». 41 De la misma manera, los sumos sacerdotes, junto con los escribas y los ancianos, se burlaban, diciendo: 42 «¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! Es rey de Israel: que baje ahora de la cruz y creeremos en él. 43Ha confiado en Dios; que él lo libre ahora si lo ama, ya que él dijo: “Yo soy Hijo de Dios”».44 También lo insultaban los bandidos crucificados con él.

La muerte de Jesús

Mc. 15. 33-39 Lc. 23. 44-48 Jn. 19. 29-30
45 Desde el mediodía hasta las tres de la tarde, las tinieblas cubrieron toda la región.46 Hacia las tres de la tarde, Jesús exclamó en alta voz: «Elí, Elí, lemá sabactani», que significa: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»47 Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron: «Está llamando a Elías». 48 En seguida, uno de ellos corrió a tomar una esponja, la empapó en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña, le dio de beber. 49 Pero los otros le decían: «Espera, veamos si Elías viene a salvarlo». 50 Entonces Jesús, clamando otra vez con voz potente, entregó su espíritu.
51
 Inmediatamente, el velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo, la tierra tembló, las rocas se partieron 52 y las tumbas se abrieron. Muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron 53 y, saliendo de las tumbas después que Jesús resucitó, entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a mucha gente. 54 El centurión y los hombres que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y todo lo que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron: «¡Verdaderamente, este era Hijo de Dios!».

Las mujeres que siguieron a Jesús

Mc. 15. 40-41 Lc. 23. 49 Jn. 19. 25
55 Había allí muchas mujeres que miraban de lejos: eran las mismas que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirlo. 56 Entre ellas estaban María Magdalena, María –la madre de Santiago y de José– y la madre de los hijos de Zebedeo.

La sepultura de Jesús

Mc. 15. 42-47 Lc. 23. 50-55 Jn. 19. 38-42
57 Al atardecer, llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que también se había hecho discípulo de Jesús, 58 y fue a ver a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Pilato ordenó que se lo entregaran. 59 Entonces José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia 60 y lo depositó en un sepulcro nuevo que se había hecho cavar en la roca. Después hizo rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro, y se fue. 61 María Magdalena y la otra María estaban sentadas frente al sepulcro.
62
 A la mañana siguiente, es decir, después del día de la Preparación, los sumos sacerdotes y los fariseos se reunieron y se presentaron ante Pilato, 63 diciéndole: «Señor, nosotros nos hemos acordado de que ese impostor, cuando aún vivía, dijo: “A los tres días resucitaré”. 64 Ordena que el sepulcro sea custodiado hasta el tercer día, no sea que sus discípulos roben el cuerpo y luego digan al pueblo: “¡Ha resucitado!”. Este último engaño sería peor que el primero». 65 Pilato les respondió: «Ahí tienen la guardia, vayan y aseguren la vigilancia como lo crean conveniente». 66 Ellos fueron y aseguraron la vigilancia del sepulcro, sellando la piedra y dejando allí la guardia.

El anuncio de la resurrección

Mc. 16. 1-8 Lc. 24. 1-10 Jn. 20. 1-2
28 1 Pasado el sábado, al amanecer del primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a visitar el sepulcro. 2 De pronto, se produjo un gran temblor de tierra: el Ángel del Señor bajó del cielo, hizo rodar la piedra del sepulcro y se sentó sobre ella. 3 Su aspecto era como el de un relámpago y sus vestiduras eran blancas como la nieve. 4 Al verlo, los guardias temblaron de espanto y quedaron como muertos.5 El Ángel dijo a las mujeres: «No teman, yo sé que ustedes buscan a Jesús, el Crucificado. 6 No está aquí, porque ha resucitado como lo había dicho. Vengan a ver el lugar donde estaba, 7 y vayan en seguida a decir a sus discípulos: “Ha resucitado de entre los muertos, e irá antes que ustedes a Galilea: allí lo verán”. Esto es lo que tenía que decirles». 8 Las mujeres, atemorizadas pero llenas de alegría, se alejaron rápidamente del sepulcro y corrieron a dar la noticia a los discípulos.

La aparición de Jesús a las mujeres

9 De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: «Alégrense». Ellas se acercaron y, abrazándole los pies, se postraron delante de él. 10 Y Jesús les dijo: «No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán».

El soborno a los soldados

11 Mientras ellas se alejaban, algunos guardias fueron a la ciudad para contar a los sumos sacerdotes todo lo que había sucedido. 12 Estos se reunieron con los ancianos y, de común acuerdo, dieron a los soldados una gran cantidad de dinero, 13 con esta consigna: «Digan así: “Sus discípulos vinieron durante la noche y robaron su cuerpo, mientras dormíamos”. 14 Si el asunto llega a oídos del gobernador, nosotros nos encargaremos de apaciguarlo y de evitarles a ustedes cualquier contratiempo». 15 Ellos recibieron el dinero y cumplieron la consigna. Esta versión se ha difundido entre los judíos hasta el día de hoy.

La misión universal de los Apóstoles

Mc. 16. 14-18 Lc. 24. 36-49 Jn. 20. 21 Hech. 1. 8
16 Los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. 17 Al verlo, se postraron delante de él; sin embargo, algunos todavía dudaron. 18Acercándose, Jesús les dijo: «Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. 19Vayan, entonces, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, 20 y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo».