CONFESIONES

CONFESIONES DE SAN AGUSTÍN


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Libro I


Confiesa San Agustín los vicios y pecados de su infancia y de su puericia, y da gracias a Dios por los beneficios que recibió de su mano en una y otra edad

Capítulo 1

Reconociendo Agustín la grandeza y majestad de Dios se enciende en deseos de alabarle


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Grande sois, Señor, y muy digno de toda alabanza (1), grande es vuestro poder, e infinita vuestra sabiduría: y no obstante eso, os quiere alabar el hombre, que es una pequeña parte de vuestras criaturas: el hombre que lleva en sí no solamente su mortalidad y la marca de su pecado (2), sino también la prueba y testimonio de que Vos resistís a los soberbios (3). Pero Vos mismo lo excitáis a ello de tal modo, que hacéis que se complazca en alabaros; porque nos criasteis para Vos (4), y está inquieto nuestro corazón hasta que descanse en Vos.

Pero enseñadme, Señor, y haced que entienda si debe ser primero el invocaros que el alabaros, y antes el conoceros que el invocaros.

Mas ¿quién os invocara sin conoceros?, porque así se expondría a invocar otra cosa muy diferente de Vos, el que sin conoceros os invocara y llamara. O decidme, si es menester antes invocaros, para poder conoceros.

Mas ¿cómo os han de invocar, sin haber antes creído en Vos?, y ¿cómo han de creer, si no han tenido quien les predique y les dé conocimiento de Vos? Pero también es cierto que alabaran al Señor los que le buscan: porque los que le busquen, le hallaran, y luego que le hallen, le alabaran.

Pues concededme, Señor, que os busque yo invocándoos, y que os invoque creyendo en Vos, pues ya me habéis anunciado y predicado. Mi fe, Señor, os invoca: la fe, digo, que Vos me habéis dado e inspirado por la humanidad de vuestro santísimo Hijo, y por el ministerio de vuestros apóstoles y predicadores.


(1) En toda esta excelente obra habla el Santo inmediata y directamente con Dios; y así toda ella contiene una sola y continuada oración del Santo, y la comienza alabando a Dios, regla fija y constante, que todos los autores sagrados y profanos han seguido respectivamente sin excepción alguna. Esto mismo se observa en la Oración dominical, que es el modelo de todas las mejores oraciones, porque las tres primeras peticiones que incluye tienen por objeto la gloria de Dios, la extensión del culto y el establecimiento de su reino en todos los corazones. Y para alabar a Dios, San Agustín, desde el principio de sus Confesiones se vale de las palabras del 
Ps 144,3, en que David alaba a Dios considerándole como rey, como bueno, como misericordioso, como gobernador de todas las cosas y conservador de ellas; y como bienhechor y favorecedor de los hombres, a quienes incesantemente comunica grandes beneficios.

(2) Alude el Santo al desorden de la concupiscencia, que testifica que somos hijos de Adán nacidos en pecado original, cuyo efecto es la rebeldía del cuerpo contra el espíritu.

(3) Alude al mismo pecado original y a sus efectos, que son la ignorancia, la concupiscencia desordenada, la flaqueza, la malicia; y también todos los males del cuerpo, como la muerte, las enfermedades, los dolores y las demás molestias que, como dice Santo Tomas, no solamente son efectos de aquel primer pecado, sino también un claro testimonio de que somos hijos de Adán y Eva, que pecaron quebrantando con soberbia aquel precepto que les impuso Dios y apeteciendo ser semejantes a Él cuanto a la ciencia del bien y del mal: con cuya soberbia nos precipitaron a la multitud de miserias por las cuales suspiramos incesantemente en este valle de lágrimas. Con lo cual nos incita San Agustín al aborrecimiento del pecado, principalmente de la soberbia, pues todos los trabajos y penalidades de esta vida son otros tantos testimonios de que Dios aborrece y castiga los pecados, y determinadamente el de la soberbia.

(4) Nos pone el Santo delante nuestro último fin, que es Dios, a quien debemos adorar, servir y amar, y ordenar a esto mismo toda nuestra vida: porque nos hizo Dios para sí, y nuestro corazón no puede hallar descanso sino en Dios.

Capítulo II

Que Dios está en el hombre y el hombre en Dios


102
¿Y cómo he de invocar a mi Dios y Señor? Llamándole para que venga a mí, esté dentro de mí mismo. Pues ¿qué lugar hay en mí adonde pueda venir y estar mi Dios? ¿Cómo ha de venir a mí aquel soberano Dios, que crio el cielo y la tierra?

¿Por ventura, Dios y Señor mío, hay en mí alguna cosa adonde podéis caber Vos? ¿Acaso cabéis en los cielos y tierra que Vos hicisteis, y en que me criasteis? ¿O es mejor el decir que estáis en todo lo que tiene ser, por cuanto ninguna cosa pudiera existir sin Vos?

Pues si yo también existo y tengo ser, ¿para qué os suplico que vengáis a mí, no pudiendo yo existir ni tener ser si no estuvierais ya en mí? En todas partes estáis, y aun en el infierno, donde yo no estoy; pues como dice David, aunque bajara al infierno, allí os hallara también (5).

Luego es verdad, Dios mío, que yo no existiría ni tendría ser alguno si Vos no estuvierais en mí. ¿O sería mejor decir que no existiría ni tendría ser si yo mismo no estuviera en Vos, de quien, por quien y en quien tienen ser todas las cosas? Así es también, Señor; también así es verdad. Pues si yo estoy en Vos, ¿para donde os llamo?, ¿o desde donde habéis de venir a mí?, ¿o qué paraje tengo que buscar que esté fuera del cielo y de la tierra, para que desde éstos venga mi Dios a mí, que tiene dicho por Jeremias: Yo lleno el cielo y la tierra?


(5) De la inmensidad de Dios se infiere rectamente que está en todas las criaturas; y que no puede ser algo lo que no esté en Dios. Lo cual se explica con el ejemplo que usa el mismo Santo (lib. 7, c. 5) diciendo que toda criatura respecto a Dios es como una esponja en el mar: pues el mar está en ella penetrándola por todas partes, y ella está en el mar que la contiene.

Capítulo III

Como Dios está en todas partes


103
Mas ¿por ventura cabéis en el cielo y tierra, aunque es cierto que les llenáis? ¿O los llenáis de tal modo que sobre todavía, porque no cabéis todo en cielo y tierra? Pues ¿adónde derramáis todo eso que de Vos ha sobrado, después de haber llenado tierra y cielo? ¿No será mejor decir que para estar Vos en vuestras criaturas no es necesario que os contengan ellas, siendo, por el contrario, que sois Vos quien las contiene a todas? Así, los vasos que están llenos de Vos, no son ellos los que os contienen, haciéndoos allí estable y permanente; pues aunque ellos se rompan, Vos no os derramaréis. Y cuando os derramáis sobre nosotros, no es cayendo Vos, sino antes más bien levantándonos a nosotros que estábamos caídos; y lejos de desuniros Vos y disiparos, nos recogéis y reunís a nosotros.

Pero, Señor, supuesto que llenáis todas las cosas, ¿las llenáis con todo vuestro ser?, o acaso, porque no pueden ellas abarcaros todo entero y de una vez, ¿no reciben más que una parte de Vos? ¿Y esa misma parte la reciben también y al mismo tiempo todas las criaturas?, ¿o cada una de ellas recibe distinta parte, y más grande las mayores, y mas pequeñas las que son menores? En tal caso habría en Vos alguna parte que fuese mayor que otra. Pero ¿no es más cierto que todo Vos estáis en todas partes y que ninguna cosa hay que os abarque ni comprenda todo? (6)

(6) La doctrina de este capítulo y la del precedente nos obliga a contemplarnos siempre y en todas partes en la presencia de Dios, para que en todas partes le temamos como justo, y le amemos como bueno.

Capítulo IV

Que la majestad y perfección de Dios son inexplicables


104
Pues, Dios mío, ¿qué ser es el vuestro?, ¿qué es lo que Vos sois sino mi Dios y Señor? Porque ¿qué otro Señor hay sino este Señor mismo?, ¿o qué Dios sino el Dios nuestro? Vos sois, Dios mío, un soberano Ser, altísimo, perfectísimo, poderosísimo, omnipotentísimo, misericordiosísimo y justísimo, ocultísimo (7) y presentísimo, hermosísimo y fortísimo; tan estable como incomprensible; inmutable y que todo lo mudáis; nunca nuevo y nunca viejo; renováis todas las cosas, y dejáis envejecer a los soberbios sin que lo reconozcan; siempre estáis en acción y siempre quieto; recogiendo y no necesitando; lleváis, llenáis y protegéis todas las cosas; las criais, aumentáis y perfeccionáis todas. Buscáis sin que os falte cosa alguna; tenéis amor y no tenéis inquietud; tenéis celos y estáis seguro; os arrepentís y no tenéis pesadumbre; os enojáis y tenéis tranquilidad; mudáis vuestras obras sin mudar de parecer.

Recibís también lo que halláis, sin haber jamás perdido cosa alguna; nunca sois pobre y os alegráis con las ganancias (8); nunca avariento y nos pedís usuras (9); en obras de supererogación os damos algo de mas, y Vos os constituís nuestro deudor; pero todo eso que os damos, ¿de quién sino de Vos lo recibimos?, ¿ni quién tiene cosa alguna que no sea dadiva vuestra? Finalmente, pagáis deudas sin deber a nadie; y perdonáis lo que os deben sin perder nada de lo que os es debido.

Pero Dios mío de mi vida y dulzura de mi alma, ¿qué es todo esto que acabo de decir, respecto de lo que Vos sois?, ¿y qué es cuanto puede decir cualquiera que hable de Vos? Y así, infelices y desgraciados aquellos que de Vos no hablan; pues aun los que hablan mucho de Vos se quedan tan cortos como si fueran mudos.

(7) Ocultísimo, porque su divinidad no se nos manifiesta y obliga a contemplarnos siempre y en todas partes en la presencia de Dios, para que en todas partes le temamos como justo, y le amemos como bueno.

(8) Explica el santo doctor en estas y en las siguientes palabras el amor con que Dios busca nuestras almas y premia nuestras obras sin tener necesidad de nuestros bienes, para lo cual usa el Santo estas locuciones metaforicas, tomadas del amor y deseo de las riquezas.

(9) Llaman los teólogos obras de supererogación aquéllas que no caen debajo de precepto, ni hay obligación de hacerlas; pero como éstas también se hacen con los auxilios de la divina gracia, cuando Dios las premia, son dones suyos los que corona y premia.

Capítulo V

Pide Agustín a Dios perdón de sus pecados


105
¡Oh!, ¡quién pudiera descansar en Vos! ¿Cuándo tendré yo la dicha de que vengáis a mi corazón y le poseáis enteramente, y le embriaguéis de vuestro espíritu, para que olvide yo todos mis males, y me abrace y una estrechamente con Vos, que sois mí único y verdadero bien? Decidme Vos, Dios mío, ¿qué es lo que sois para mí? Usad conmigo esta misericordia, para que yo lo pueda decir con vuestra gracia.

Pero ¿qué soy yo para Vos, que me mandáis que os ame, y si yo no lo ejecuto, os enojáis conmigo y me amenazáis con el castigo de la mayor infelicidad? ¿Y es por ventura pequeña infelicidad el mismo dejar de amaros? ¡Ay de mí, si tal hiciera!

Pues decidme, Dios mío y Señor, por vuestra infinita misericordia, lo que Vos sois para mí. Responded diciendo a mi alma: Yo soy tu salud eterna. Mas decídselo de tal modo que lo oiga bien y lo entienda. He aquí, Señor, delante de Vos, los oídos de mi corazón abridlos Vos y decid a mi alma: Yo soy tu salud. Que al oír esta voz, yo correré siguiéndola, y me abrazaré con Vos. No me ocultéis la hermosura de vuestro rostro. Muera yo (10) para verle, y no moriré dejándole de ver.

(10) San Agustín, abrasado de los vivísimos deseos de ver a Dios, pide aquí la muerte de su cuerpo, para llegar a conseguir la presencia divina, que tan ardientemente deseaba, asegurándose de este modo contra los peligros que hay de perder la vida del alma mientras se vive en la tierra.


106
Estrecha es, Señor, la casa de mi alma, para que vengáis a ella; pues ensanchadla Vos. Esta para caerse y amenaza ruina; pues reparadla Vos y fortalecedla. Tiene varias cosas que desagradan a vuestros ojos: bien lo conozco y confieso; pero ¿quién sino Vos puede limpiarla?, ¿o a quién sino a Vos he de clamar diciendo: Limpiadme, Señor, de las ocultas manchas de mis culpas, y no imputéis a vuestro siervo las ajenas? Yo creo y tengo fe, y por eso hablo y me explico de este modo: bien lo sabéis Vos, Señor. ¿No es verdad, Dios mío, que habiéndoos confesado yo mis culpas y acusándome a mí mismo, Vos ya habéis perdonado las impiedades de mi corazón? No alego esto con ánimo de entrar a juicio con Vos, que sois la suma Verdad; pues no quiero engañarme a mí mismo lisonjeándome de ser justo; no sea que entonces se verifique en mí que mí propia iniquidad mintió y se engañó a sí misma. No quiero, pues, entrar en juicio con Vos; porque si Vos, Señor, atendéis a todas nuestras culpas, ¿quién podrá comparecer en vuestra presencia?

Capítulo VI

Describe Agustín su infancia, y alaba la eternidad y providencia divina


107
Permitid, Señor, que no obstante ser yo polvo y ceniza, hable delante de vuestra misericordia. Permitidme hablar, Señor, pues vuestra misericordia es a quien hablo y no a los hombres, que harían burla y se reirían de mí. Y si acaso os riereis Vos también, estoy muy cierto de que lo convertirías en provecho mío, volviendo a tener misericordia de mí.

Pero ¿qué es lo que yo intento deciros, Dios y Señor mío, sino que ignoro de donde haya venido a esta vida (11), que no sé si la llame vida mortal o muerte vital? Aquí estaban ya para recibirme los consuelos y favores de vuestra misericordia, según oí de los padres que me engendraron y de quien hicisteis que yo naciera, porque a mí no me ha quedado especie alguna de lo que entonces paso. Recibiéronme, pues, los consuelos y favores que me previno vuestra misericordia, proveyéndome y surtiéndome de la leche que había de mamar y necesitaba para mí sustento. Porque ni mi madre ni las amas que me criaban se llenaban los pechos a sí mismas, sino que Vos, Dios mío, eráis quien se los llenaba, ministrándome por medio de ellas el alimento propio de mí infancia, según las determinaciones de vuestra providencia, que surte abundantísimamente de cuanto es necesario a todas las criaturas.

También era don vuestro el que yo no quisiese más que aquello que me dabais; y que las amas que me criaban quisiesen también darme lo que para mí les dabais: como efectivamente lo hacían, dándome con mucho afecto y amor bien ordenado lo que habían recibido de Vos con abundancia. Porque era bueno y conveniente para ellas darme aquel mismo bien que de ellas recibía; aunque, a la verdad, no de ellas sino de Vos me venía aquel bien por ministerio de ellas: porque todos los bienes, sean corporales o espirituales, vienen siempre de Vos, Dios y Señor mío, de quien depende toda la salud y felicidad de mí cuerpo y alma: como lo advertí después, reflexionando la multitud de beneficios que interior y exteriormente me habéis hecho, que son tantas voces que me habéis dado para que lo reconozca. Mas por entonces lo que yo sabía era mamar, y entretenerme con las cosas que me eran agradables; y llorar y disgustarme con las que me eran incomodas y molestas: esto era lo que sabía, y nada más.

(11) Nació en 13 de noviembre del año 354.


108
Después también comencé a reír: primeramente mientras estaba dormido, y después también reia estando despierto. Así me lo han contado, y yo lo he creído, porque lo mismo vemos en los otros niños; pues yo no me acuerdo de estas cosas.

Poco a poco iba también conociendo donde estaba, y procuraba manifestar mi voluntad y deseos a los que podían cumplírmelos; pero no podía manifestárselos bien, porque mis deseos estaban dentro de mí, y aquellas personas estaban fuera; y por ninguno de sus sentidos podían recibir ni penetrar el interior de mi alma. Por eso me agitaba, daba voces, y hacia aquellas pocas señas y ademanes que podía, para significar mis deseos interiores; a los cuales no se parecían ni eran bastante semejantes mis ademanes y acciones. Y cuando no me daban los gustos que pedía, o por no haberme entendido, o porque no me hiciese daño, me indignaba con mis mayores porque no me obedecían, y con las personas libres porque no se me sujetaban y servían, y me vengaba de todos con llorar.

Lo mismo he visto que hacen todos los niños que yo he podido observar: y que yo fui también como ellos, mejor me lo han dado a entender los mismos niños que lo ignoran, que los que me criaron, que lo saben.
109
Pues he aquí que mi infancia murió hace ya mucho tiempo y, no obstante, yo todavía estoy vivo; pero Vos, Señor, sois el único que siempre vive y en quien nada muere, porque vuestro ser es antes del principio de los siglos, y antes de todo cuanto se puede decir antes. Vos sois el Dios y Señor de todo lo que criaseis, en Vos están permanentes e inmutables las causas y principios de todas las cosas mudables y transitorias; en Vos viven inalterables y eternas las ideas y razones de todas las criaturas temporales y destituidas de razón.
110
Yo os confieso y alabo, soberano Señor del cielo y de la tierra, por aquellos primeros principios de mi vida y de mí infancia, de que no me acuerdo: lo cual quisisteis que los hombres lo infiriesen y conjeturasen de lo que ven y experimentan que sucede a los otros, y creyesen muchas cosas de sí mismos, solamente por la autoridad de aquellas mujeres que los asistieron en aquella edad.

Yo entonces verdaderamente ya tenía algún ser, y también tenía vida; y al írseme acabando aquella edad de mí infancia, buscaba indicios y señas con que darme a entender a otros, y hacerles conocer mis pensamientos y deseos. ¿Quién sino Vos, Dios mío, había de ser el autor de una tal criatura? ¿Por ventura puede alguno ser la causa o artífice de sí mismo?, ¿o hay algún otro conducto por donde se nos comunique el ser y la vida fuera de Vos, que nos hacéis y formáis, y en quien el ser y el vivir no son dos cosas realmente distintas, sino que Vos mismo sois la suma vida y el sumo ser?

Sumo sois, y no sois capaz de mutación; ni este día, que para nosotros pasa y se hace sucesivamente, pasa también para Vos, no obstante que él está en Vos, donde están todas las cosas, porque no tuvieran camino alguno por donde ir pasando si no estuvieran contenidas en Vos. Como vuestros años no pasan ni se acaban, por eso todos ellos no son más que un día presente siempre continuo. ¿Cuánta multitud de días nuestros y de nuestros padres han pasado ya por ese vuestro día siempre presente, y de él tomaron su modo de existir, y efectivamente existieron a su modo, y todavía han de pasar por él otros muchos que tomaran de él su modo de ser sucesivamente, y existirán y serán según su modo?

Pero Vos, Señor, siempre sois el mismo; y todas las cosas que han de ser mañana y en los demás días adelante, y todas las que fueron ayer y en los demás días antecedentes, en ese hoy vuestro las haréis, y en ese hoy las habéis hecho.

¿Qué importara si alguno no entendiere esto que digo? Alégrese él, no obstante, y exclame diciendo: ¡Qué misterio tan grande será ése! Alégrese, vuelvo a decir, aunque no lo entienda bien; y quiera mas hallaros sin entenderlo, que entenderlo sin hallaros.

Capítulo VII

Que aun la primera edad de la infancia no está libre de pecados


111
Sedme propicio, Dios mío, y aplacad vuestro enojo contra los pecados de los hombres. Aunque sea un pecador el que os invoca, tenéis misericordia de él, porque Vos hicisteis al hombre, pero no a su pecado.

¿Quién podrá hacer que yo me acuerde de los pecados de mí infancia? Porque nadie está limpio de pecado en vuestra presencia, aunque sea el infante recién nacido, que hace un solo día que vive sobre la tierra. Pues ¿quién me los podrá traer a la memoria? ¿Por ventura me los podrá recordar cualquier niño tamañito, en quien hecho de ver lo que de mí no me acuerdo?

Pero ¿en qué podía yo pecar entonces? ¿Por ventura seria en pedir el pecho ansiosamente y llorando? Porque si ahora pidiera yo el alimento correspondiente a mí edad con tanta ansia como entonces el pecho, con razón se burlarían de mí los hombres, justísimamente seria reprendido. Luego es verdad que también entonces hacia algunas cosas reprensibles, aunque ni la razón ni la costumbre permitieran que fuese yo reprendido entonces, pues no podía entender a quien me reprendiese. Es verdad que después, conforme vamos siendo mayores, vamos perdiendo también y echando fuera de nosotros esos malos resabios y propiedades; pero también lo es que jamás se habrá visto que un hombre cuerdo y juicioso, cuando quiere limpiar o purificar alguna cosa, quite y arroje de ella lo que tenía de bueno.

¿Se puede acaso decir que eran buenas propiedades respecto de aquella edad pedir llorando aun aquello que le seria dañoso, indignarse fuertemente con los que no son sus criados, con las personas libres y respetables por su mayor edad, con los mismos que le dieron el ser y con otros muchos sujetos prudentes, que no quieren obedecer a las insinuaciones de su voluntad, y procurar también, cuanto le es posible, maltratarlos con araños y golpes, porque no obedecen a lo que el niño manda, cuando le sería perjudicial y dañoso que le obedecieran? De donde puede inferirse que en la infancia la pequeñez y delicadeza de aquel cuerpecito no puede hacer daño; pero que el ánimo, aun en aquella edad, no es inocente.

Yo mismo he visto y experimentado a un niño de pecho, que aun no sabía hablar, y tenía tales celos y envidia de otro hermanito suyo de leche, que le miraba con un rostro ceñudo y con semblante pálido y turbado. ¿Y quién hay que pueda ignorar esto? Dícese que las madres y las armas enmiendan estos y semejantes defectos de los niños usando de no sé qué remedios.

Mas ¿podrá decirse que también es inocencia no poder sufrir un niño que de aquella fuente de leche copiosa y abundante participe el otro que está necesitado, y solamente puede vivir con aquel alimento? No obstante, se les toleran con facilidad y se les disimulan estas cosas, no porque sean de ninguna o muy poca importancia, sino porque han de acabarse con aquella edad. Y aunque Vos, Señor, aprobéis que con los niños se tenga esta conducta, no obstante, si aquellas propiedades se advirtieran en otro de más años, no debieran disimularse ni sufrirse.
112
Vos, pues, Dios y Señor mío, que disteis al niño aquella vida de que goza y aquel cuerpo dotado de sentidos, como lo vemos, y, adornado de sus miembros y figura bien proporcionada; y para la conservación e integridad de todo esto le disteis también los conatos y esfuerzos que son propios de un viviente animado y sensitivo, me mandáis que por todo esto os alabe y bendiga, os confiese y cante a vuestro nombre canticos de alabanzas, ¡oh altísimo y soberano Señor de cielo y tierra!, pues verdaderamente os dais a conocer por Dios todopoderoso y sumamente bueno, aunque no hubierais hecho más que estas cosas, que nadie puede hacer sino Vos solo, de quien únicamente provienen todos los modos y diferencias que tienen de ser las criaturas, y como hermosísimo dais hermosura a todas las cosas, y las ordenáis y gobernáis por las justísimas leyes que les habéis impuesto a todas ellas.

Esta mí edad, Señor, que yo por mí no me acuerdo haberla tenido ni pasado, acerca de la cual tengo que creer lo que de ella otros me refieren, y que yo mismo conjeturo haberla vivido, por lo que veo y experimento en los demás niños (bien que esta conjetura es muy segura y cierta), no me determino a juntarla con la vida que tengo ni a contarla por una parte de lo que he vivido en este mundo. Porque en cuanto a estar envuelta en las oscuras tinieblas de mí olvido, es igual y semejante a la que tuve y pasé en el vientre de mi madre. Pues decidme, Dios mío, habiendo yo sido concebido en culpa, y viviendo en ella en el seno de mi madre, ¿en dónde, Señor, yo, siervo vuestro, estuve sin pecado, o en qué tiempo he sido inocente? Pero dejo aparte toda aquella edad, porque ¿qué he de hacer ni decir de ella, si no ha dejado algún rastro en mi memoria?

Capítulo VIII

Del modo con que aprendió a hablar, cuando llego a la niñez


113
Creciendo insensiblemente y adelantando en edad todos los días, llegué desde la infancia a la puericia (12), o por mejor decir, la puericia llego y sucedió a mí infancia. Ni ésta se retiro o aparto de mí, porque ¿adónde se ha ido?, pero verdaderamente dejo de ser y se acabo aquella edad. De modo, que ya no era yo infante, esto es, sin habla, sino niño que podía hablar y hablaba.

Yo me acuerdo bastante de esto y he reflexionado después el modo con que aprendí a hablar, porque no fue esto por medio de alguna enseñanza de mis maestros o mayores, que me fuesen diciendo las palabras con determinado orden y método de doctrina, como poco después me enseñaron a leer; sino que yo mismo aprendí, valiéndome del entendimiento que Vos, Dios mío, me disteis. Porque viendo que ni con gemidos y voces diferentes, ni con varios movimientos y ademanes del cuerpo, podía explicar como quería los interiores efectos y deseos de mí voluntad, de modo que me entendiesen todos, y todo lo que les quería decir para que me obedeciesen, pronunciaba yo mentalmente las voces y palabras que oía, cuando ellos nombraban alguna cosa; y cuando en correspondencia de alguna palabra que habían dicho se movían corporalmente hacia alguna cosa, lo veía y observaba, y entonces conocía que aquella cosa se nombraba con aquella misma voz que ellos habían pronunciado, cuando querían mostrarla o significarla. Se conocía que ellos querían esto por las acciones y movimientos del cuerpo, que son como palabras naturales y lenguaje de que usan todas las naciones, y se forman, ya con todo el rostro, ya con los ojos solamente, ya con otras señas de los demás miembros del cuerpo, y ya finalmente con el sonido de la voz: con cuyas señas y acciones dan a entender las afecciones del alma en orden a pedir, retener, desechar, huir o aborrecer estas o aquellas cosas.

De este modo iba yo aprendiendo poco a poco muchas palabras en varias sentencias y proposiciones que oía, puestas y colocadas en sus propios y correspondientes lugares; y oyendo unas mismas palabras muchas veces, iba aprendiendo lo que significaban. Finalmente, adiestrándose mis labios y lengua en formar aquellas mismas palabras, conseguí explicar con ellas los deseos de mí voluntad. De este modo comencé a hablar con los que andaban a mí lado, y éste fue como el primer paso que di en la carrera peligrosa del trato y sociedad humana, dependiendo siempre de la autoridad de mis padres y voluntad de mis mayores.

(12) Los antiguos, según dice San Isidoro (lib. II, Orig. cap. 2), dividían la vida del hombre en seis edades, esto es, en infancia, puericia, adolescencia, juventud, varonía o gravedad y vejez. La infancia comprendía los siete primeros años desde que nace el hombre y la puericia los siete siguientes. La adolescencia comprendía otros catorce años y se extendía hasta los veintiocho. La juventud se concluía a los cincuenta años. La varonía o gravedad (que es la edad media entre juventud y vejez) duraba hasta los sesenta años. Y últimamente la vejez, que no tiene mas término que la muerte.

Capítulo 1X

Del aborrecimiento que los muchachos tienen al estudio, amor al juego y temor al castigo


114
¡Qué de miserias y engaños, Dios y Señor mío, comencé desde luego a experimentar en la sociedad humana! Porque desde la tierna edad de mí puericia me proponían y enseñaban que era recto y justo obedecer a los que me aconsejaban que procurase lucir y florecer en este siglo, aventajándome y sobresaliendo en el estudio de aquellas artes y facultades parleras que sirven para adquirir reputación y honor entre los hombres, y las riquezas del mundo vanas y falaces.

En consecuencia de esto me pusieron a la escuela para que aprendiese a leer y escribir: en lo que yo no advertía qué utilidad pudiese haber y, no obstante, me azotaban cuando era negligente en aprender. Este rigor era alabado de mis padres y mayores; pero ello es cierto que muchos que nos han precedido en esta vida nos han dejado abiertos unos caminos trabajosos, por los cuales nos hacen ir por fuerza, multiplicando así los dolores y penalidades a los hijos de Adán.

Pero hallé y tuve maestros que os invocaban, Dios y Señor mío, y en sus necesidades se encomendaban a Vos, y yo también lo aprendí de ellos. Desde entonces conocí yo, según los alcances de mí corta edad, que Vos eráis una cosa tan grande y excelente, que podíais oírnos y favorecernos, aunque no os manifestarais a nuestros sentidos. Por lo cual desde niño acostumbraba acudir a Vos como a mí defensa y amparo, y rompía los nudos de mí lengua para invocaros y pediros favor; y aun siendo yo tan pequeño, os suplicaba con el mayor fervor que no me azotasen en la escuela. Y cuando (para bien mío) no me lo concedíais, los hombres, y aun mis padres, que no me deseaban mal alguno, se reían de que me hubiesen azotado; siendo así que era para mí entonces el mayor y mas grave mal que pudiera sucederme.
115
¿Hay por ventura, Señor, algún ánimo tan grande, y unido a Vos con un amor tan fino y excelente, que se burle tanto de los trabajos por vuestro amor? (porque la insensatez puede también hacerlo): ¿hay, pues, algún hombre, vuelvo a decir, que en fuerza del amor y caridad fervorosa con que os ama, esté tan grandemente apasionado de Vos, que se burle de los potros, garfios de hierro y de otros tormentos semejantes? (para librarse de los cuales y compelidos del gran temor que les tienen los hombres, en todo el universo acuden a Vos con fervorosas suplicas): ¿hay, pues, alguno que los juzgue todos tan leves y de tan poca consideración, que se burle tanto de los que temen aquellas penas y martirios como nuestros padres se reían y burlaban de los tormentos con que los muchachos éramos afligidos de nuestros maestros? Pues a la verdad, ni yo los temía menos que aquellos otros puedan temer los tormentos insinuados, ni os suplicaba con menos fervor que ellos que me libraseis de semejantes castigos, no obstante que los mereciese por mí negligencia en aprender, haciendo menos de lo que me pedían y mandaban en cuanto a leer y escribir. Porque a mí no me faltaba memoria ni ingenio, pues Vos, Señor, me lo disteis muy suficiente para aquella edad; pero gustaba del juego, y por él me castigaban los que tenían el mismo gusto y ejecutaban lo propio. Pero los juegos y diversiones de los que son ya hombres hechos se llaman quehaceres, negocios y ocupaciones; y los juegos y entretenimientos de los muchachos son castigados de los maestros y mayores como delitos; y no hay quien tenga lastima ni se compadezca de aquellos, o de éstos, o de unos y de otros.

En efecto, cualquier hombre que juzgue bien y rectamente de las cosas no me parece que aprobaría que yo fuese azotado por jugar a la pelota en aquella edad, porque el juego me impedía aprovechar en un estudio, con el cual había yo de jugar, cuando mayor, con modo más culpable y reprensible; ni tampoco negaría que el mismo que me azotaba incurría en semejantes o mayores defectos, pues si en alguna disputa era vencido por otro maestro quedaba más atormentado de cólera y envidia, que podía yo quedar cuando en el juego de la pelota era vencido del compañero con quien jugaba.

Capítulo X

Como por amor al juego no se aplicaba al estudio


116
No obstante, ello es cierto que yo pecaba, Dios y Señor mío, autor y ordenador de todas las criaturas (aunque de los pecados solamente ordenador (13), mas no autor), es cierto que yo pecaba, obrando contra lo que me mandaban mis padres y maestros: pues podía hacer buen uso de aquellas letras que querían que aprendiese, fuese su ánimo entonces el que fuese. Porque, a la verdad, yo no dejaba de hacer aquello que me mandaban, por ocuparme en otras cosas mejores, sino por la afición que tenía al juego, en cuyos lances deseaba con cierto aire de soberbia quedar siempre victorioso; y también porque gustaba de oír fingidos cuentos y fabulas, que cada vez me aficionaban mas, y excitaban en mí mayor deseo de oírlas; y avivándose mas y mas mí curiosidad, y pasándose de los oídos a los ojos, me inclinaba y hacia desear ardentísimamente hallarme en aquellos espectáculos y juegos a que los hombres ya grandes solían asistir: los cuales espectáculos y juegos los disponen y mandan ejecutar unos sujetos tan autorizados y de tan superior dignidad en la república, que casi todos los demás hombres desearían que sus hijos llegasen a verse en estado de mandar y disponer aquello mismo; y no obstante, llevan a bien y consienten que sean castigados, si por divertirse en ver aquellos juegos, dejan de adelantar en el estudio con el cual desean que lleguen algún día a poder dar al pueblo aquellos espectáculos y diversiones.

Mirad, Señor, con ojos de misericordia estas contrariedades de los hombres, y libradnos de incurrir en ellas a todos los que os invocamos; y librad también a los que todavía no os invocan, para que lo hagan, y los libréis enteramente.

(13) Es doctrina del santo doctor, y la repite muchas veces, que de los mismos pecados de los hombres se suele Dios servir, ya para castigo de otros antecedentes, ya para humillar a los soberbios, ya para otros fines de su ocultísima y justísima Providencia. Así, en el capítulo XII de este mismo libro, dice el Santo: Tu vero... errore omnium utebaris ad utilitatem meam: meo autem (scit. utebaris ad poenam meam). Ita de non bene facientibus tu bene faciebas mihi. Jussisti enim, et sic est, ut poena sua sibi sit omnis inordinatus animus: pero del error que cometían todos aquellos, os servíais para mí provecho y del que yo cometía..., os valíais para mí castigo. Así, Señor, de los que no hacían bien, hacíais bien para mí: y de mí mismo pecado formabais justamente mí castigo. Porque Vos habéis dispuesto (y se cumple puntualmente la orden) que todo corazón desordenado sea verdugo de sí mismo.

También en el libro II de La Ciudad de Dios, cap. 17, dice el Santo: Deus sicut naturarum bonarum optimus Creator est, ita malarum voluntatum justissimus ordinator: así como Dios es optimo Criador de todas las cosas buenas, así es también justísimo ordenador de todas las voluntades malas; de donde se infiere que la mente de San Agustín en este capítulo X de las Confesiones es la misma que en los lugares citados, y en otros muchos que pudieran citarse; y en todos enseña constantemente el Santo que de las cosas buenas es Dios no solamente ordenador, sino también autor y criador; pero de los pecados, errores y vicios solamente es ordenador: peccatorum tantum ordinator; no porque los mande, sino porque primeramente los permite y luego los ordena a los fines que tiene determinadas su altísima Providencia, que tuvo por mejor sacar de los males bienes, que dejar de permitir que hubiese males: Melius judicavit de malis bene facere, quam mala nulla esse permittere, que dice el santo doctor en el Enquiridión, caps. 29 y 27.

Capítulo XI

LLAMA DE AMOR VIVA 2

LLAMA DE AMOR VIVA B


JESUS MARIA JOSE. DECLARACION DE LAS CANCIONES QUE TRATAN DE LA MUY INTIMA Y CALIFICADA UNION Y TRANSFORMACION DEL ALMA EN DIOS, POR EL MISMO QUE LAS COMPUSO, A PETICION DE DOÑA ANA DE PEÑALOSA.

PROLOGO

1. Alguna repugnancia he tenido, noble y devota señora, en declarar estas cuatro canciones que vuestra Merced me ha pedido, porque, por ser de cosas tan interiores y espirituales, para las cuales comúnmente falta lenguaje (porque lo espiritual excede al sentido) con dificultad se dice algo de la sustancia; porque también se habla mal de las entrañas de espíritu si no es con entrañable espíritu. Y, por el poco que hay en mí, lo he diferido hasta ahora que el Señor parece que ha abierto un poco la noticia y dado algún calor; debe ser por el santo deseo que Vuestra Merced tiene, que quizá como se hicieron para Vuestra Merced querrá Su Majestad que para Vuestra Merced se declaren. Me he animado, sabiendo cierto que de mi cosecha nada que haga al caso diré en nada, cuánto más en cosas tan subidas y sustanciales. Por eso no será mío sino lo malo y errado que en ello hubiere; y por eso lo sujeto todo al mejor parecer y al juicio de nuestra Madre la Iglesia Católica Romana, con cuya regla nadie yerra. Y con este presupuesto, arrimándome a la Escritura divina, y como se lleve entendido que todo lo que se dijere es tanto menor de lo que allí hay, como lo es lo pintado que lo vivo, me atreveré a decir lo que supiere.

2. Y no hay que maravillar que haga Dios tan altas y extrañas mercedes a las almas que él da en regalar; porque si consideramos que es Dios, y que se las hace como Dios, y con infinito amor y bondad, no nos parecerá fuera de razón; pues él dijo (Jn 14,23) que en el que le amase vendrían el Padre, Hijo y Espíritu Santo, y harían morada en él; lo cual había de ser haciéndole a El vivir y morar en el Padre, Hijo y Espíritu Santo en vida de Dios, como da a entender el alma en estas canciones.

3. Que, aunque en la canciones que arriba declaramos, hablamos del más perfecto grado de perfección a que en esta vida se puede llegar, que es la transformación en Dios, todavía estas canciones tratan del amor ya más calificado y perfeccionado en ese mismo estado de transformación. Porque, aunque es verdad que lo que éstas y aquéllas dicen todo es un estado de transformación, y no se puede pasar de allí en cuanto tal, pero puede con el tiempo y ejercicio calificarse, como digo, y sustanciarse mucho más el amor; bien así como, aunque, habiendo entrado el fuego en el madero, le tenga transformado en sí y está ya unido con él, todavía, afervorándose más el fuego y dando más tiempo en él, se pone mucho más candente e inflamado hasta centellear fuego de sí y llamear.

4. Y en este encendido grado se ha de entender que habla el alma aquí, ya tan transformada y calificada interiormente en fuego de amor, que no sólo está unida en este fuego, sino que hace ya viva llama en ella. Y ella así lo siente y así lo dice en estas canciones con íntima y delicada dulzura de amor, ardiendo en su llama, encareciendo en estas canciones algunos efectos que hace en ella. Las cuales iré declarando por el orden que las demás: que las pondré primero juntas, y luego, poniendo cada canción, las declararé brevemente; y después, poniendo cada verso, lo declararé de por sí.


CANCIONES QUE HACE EL ALMA EN LA INTIMA UNION CON DIOS


1
¡Oh llama de amor viva, 
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!
Pues ya no eres esquiva, 
acaba ya, si quieres;
¡rompe la tela de este dulce encuentro!

2
¡Oh cauterio suave!
¡Oh regalada llaga!
¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado, 
que a vida eterna sabe, 
y toda deuda paga!
Matando, muerte en vida la has trocado.

3
¡Oh lámparas de fuego, 
en cuyos resplandores
las profundas cavernas del sentido, 
que estaba oscuro y ciego, 
con extraños primores
calor y luz dan junto a su querido!

4
¡Cuán manso y amoroso
recuerdas en mi seno, 
donde secretamente solo moras, 
y en tu aspirar sabroso, 
de bien y gloria lleno, 
cuán delicadamente me enamoras!
La compostura de estas liras son como aquellas que en
Boscán están vueltas a lo divino, que dicen:

La soledad siguiendo, 
llorando mi fortuna, 
me voy por los caminos que se ofrecen, etc., en las cuales hay seis pies; y el cuarto suena con el primero, y el quinto con el segundo, y el sexto con el tercero.



CANCION 1

¡Oh llama de amor viva,

que tiernamente hieres

de mi alma en el más profundo centro!

Pues ya no eres esquiva,

acaba ya si quieres;

¡rompe la tela de este dulce encuentro!


DECLARACION

1. Sintiéndose ya el alma toda inflamada en la divina unión, y ya su paladar todo bañado en gloria y amor, y que hasta lo íntimo de su sustancia está revertiendo no menos que ríos de gloria, abundando en deleites (Ct 8,5) sintiendo correr de su vientre los ríos de agua viva que dijo el Hijo de Dios (Jn 7,38) que saldrían en semejantes almas, parécele que, pues con tanta fuerza está transformada en Dios y tan altamente de él poseída, y con tan ricas riquezas de dones y virtudes arreada, que está tan cerca de la bienaventuranza, que no la divide sino una leve tela. Y como ve que aquella llama delicada de amor, que en ella arde, cada vez que la está embistiendo, la está como glorificando con suave y fuerte gloria, tanto que, cada vez que la absorbe y embiste, le parece que le va a dar la vida eterna, y que va a romper la tela de la vida mortal, y que falta muy poco, y que por esto poco no acaba de ser glorificada esencialmente, dice con gran deseo a la llama, que es el Espíritu Santo, que rompa ya la vida mortal por aquel dulce encuentro, en que de veras la acabe de comunicar lo que cada vez parece que la va a dar cuando la encuentra, que es glorificarla entera y perfectamente. Y así, dice: ¡Oh llama de amor viva!

2. Para encarecer el alma el sentimiento y aprecio con que habla en estas cuatro canciones, pone en todas ellas estos términos: "¡oh!" y "cuán", que significan encarecimiento afectuoso; los cuales, cada vez que se dicen, dan a entender del interior más de lo que se dice por la lengua. Y sirve el "¡oh!" para mucho desear y para mucho rogar persuadiendo, y para entrambos efectos usa el alma de él en esta canción, porque en ella encarece e intima el gran deseo, persuadiendo al amor que la desate.

3. Esta llama de amor es el espíritu de su Esposo, que es el Espíritu Santo, al cual siente ya el alma en sí, no sólo como fuego que la tiene consumida y transformada en suave amor, sino como fuego que, demás de eso, arde en ella y echa llama, como dije; y aquella llama, cada vez que llamea, baña al alma en gloria y la refresca en temple de vida divina. Y ésta es la operación del Espíritu Santo en el alma transformada en amor, que los actos que hace interiores es llamear, que son inflamaciones de amor en que unida la voluntad del alma, ama subidísimamente, hecha un amor con aquella llama. Y así, estos actos de amor del alma son preciosísimos, y merece más en uno y vale más que cuanto había hecho en toda su vida sin esta transformación, por más que ello fuese. Y la diferencia que hay entre el hábito y el acto, hay entre la transformación en amor y la llama de amor, que es la que hay entre el madero inflamada y la llama de él: que la llama es efecto del fuego que allí está.

4. De donde, el alma que está en estado de transformación de amor, podemos decir que su ordinario hábito es como el madero que siempre está embestido en fuego; y los actos de esta alma son la llama que nace del fuego de amor, que tan vehemente sale cuanto es más intenso el fuego de la unión en la cual llama se unen y suben los actos de la voluntad arrebatada y absorta en la llama del Espíritu Santo, que es como el ángel que subió a Dios en la llama del sacrificio de Manué (Jc 13,20). Y así, en este estado no puede el alma hacer actos, que el Espíritu Santo los hace todos y la mueve a ellos; y por eso, todos los actos de ella son divinos, pues es hecha y movida por Dios. De donde al alma le parece que cada vez que llamea esta llama, haciéndola amar con sabor y temple divino, la está dando vida eterna, pues la levanta a operación de Dios en Dios.

5. Y éste es el lenguaje y palabras que trata Dios en las almas purgadas y limpias, todas encendidas como dijo David (Ps 118,140): Tu palabra es encendida vehementemente; y el profeta (Jr 23,29): ¿Por ventura mis palabras no son como fuego? Las cuales palabras, como él mismo dice por san Juan (Jn 6,64) son espíritu y vida; la cual sienten las almas que tienen oídos para oírla, que, como digo, son las almas limpias y enamoradas; que los que no tienen el paladar sano, sino que gustan otras cosas, no pueden gustar el espíritu y vida de ellas, antes les hacen sinsabor. Y por eso, cuanto más altas palabras decía el Hijo de Dios, tanto más algunos se desabrían por su impureza, como fue cuando predicó aquella sabrosa y amorosa doctrina de la Sagrada Eucaristía, que muchos de ellos volvieron atrás (Jn 6,60-61,67).

6. Y no porque los tales no gusten este lenguaje de Dios, que habla de dentro, han de pensar que no le gustan otros, como aquí se dice, como las gustó san Pedro (Jn 6,69) en el alma cuando dijo a Cristo: ¿Dónde iremos, Señor, que tienes palabras de vida eterna? Y la Samaritana olvidó el agua y el cántaro por la dulzura de las palabras de Dios (Jn 4,28). Y así, estando esta alma tan cerca de Dios, que está transformada en llama de amor, en que se le comunica el Padre, Hijo y Espíritu Santo, ¿qué increíble cosa se dice que guste un rastro de vida eterna, aunque no perfectamente, porque no lo lleva la condición de esta vida? Mas es tan subido el deleite que aquel llamear del Espíritu Santo hace en ella, que la hace saber a qué sabe la vida eterna. Que por eso llama a la llama "viva"; no porque no sea siempre viva, sino porque le hace tal efecto, que la hace vivir en Dios espiritualmente y sentir vida de Dios, al modo que dice David (Ps 83,3): Mi corazón y mi carne se gozaron en Dios vivo. No porque sea menester decir que sea vivo, pues siempre lo está, sino para dar a entender que el espíritu y sentido vivamente gustaban a Dios, hechos en Dios, lo cual es gustar a Dios vivo, esto es, vida de Dios y vida eterna. Ni dijera David allí: "Dios vivo", sino porque vivamente le gustaba, aunque no perfectamente, sino como un viso de vida eterna. Y así, en esta llama siente el alma tan vivamente a Dios, que le gusta con tanto sabor y suavidad, que dice: ¡Oh llama de amor viva! que tiernamente hieres.

7. Esto es: que con tu ardor tiernamente me tocas. Que, por cuanto esta llama es llama de vida divina, hiere al alma con ternura de vida de Dios; y tanto y tan entrañablemente la hiere y enternece, que la derrite en amor, porque se cumpla en ella lo que en la Esposa en los Cantares (Ct 5,6), que se enterneció tanto, que se derritió, y así dice ella allí: Luego que el Esposo habló, se derritió mi alma; porque el habla de Dios es el efecto que hace en el alma.

8. Mas ¿cómo se puede decir que la hiere, pues en el alma no hay ya cosa por herir, estando ya el alma toda cauterizada con el fuego de amor? Es cosa maravillosa que, como el amor nunca está ocioso, sino en continuo movimiento, como la llama, está echando siempre llamaradas acá y allá; y el amor, cuyo oficio es herir para enamorar y deleitar, como en la tal alma está en viva llama, estále arrojando sus heridas como llamaradas ternísimas de delicado amor, ejercitando jocunda y festivalmente las artes y juegos del amor, como en el palacio de sus bodas, como Asuero con la esposa Ester (Est 2,17ss.), mostrando allí sus gracias, descubriéndola sus riquezas y la gloria de su grandeza, porque se cumpla en esta alma lo que él dijo en los Proverbios (Pr 8,30-31), diciendo: Deleitábame yo por todos los días, jugando delante de él todo el tiempo, jugando en la redondez de las tierras, y mis deleites estar con los hijos de los hombres, es a saber, dándoselos a ellos. Por lo cual estas heridas, que son sus juegos, son llamaradas de tiernos toques que al alma tocan por momentos de parte del fuego de amor, que no está ocioso. Los cuales, dice, acaecen y hieren, de mi alma en el más profundo centro.

9. Porque en la sustancia del alma, donde ni el centro del sentido ni el demonio puede llegar, pasa esta fiesta del Espíritu Santo; y, por tanto, tanto más segura, sustancial y deleitable, cuanto más interior el es; porque cuanto más interior es, es más pura; cuanto hay más de pureza, tanto más abundante frecuente y generalmente se comunica Dios. Y así, es tanto más el deleite y el gozar del alma y del espíritu porque es Dios el obrero de todo, sin que el alma haga de suyo nada. Que, por cuanto el alma no puede obrar de suyo nada si no es por el sentido corporal, ayudada de él, del cual en este caso está ella muy libre y muy lejos, su negocio es ya sólo recibir de Dios, el cual solo puede en el fondo del alma, sin ayuda de los sentidos, hacer obra y mover al alma en ella. Y así, todos los movimientos de la tal alma son divinos; y aunque son suyos, de ella lo son, porque los hace Dios en ella con ella, que da su voluntad y consentimiento. Y, porque decir hiere en el más profundo centro de su alma da a entender que tiene el alma otros centros no tan profundos, conviene advertir cómo sea esto.

10. Y, cuanto a lo primero, es de saber que el alma, en cuanto espíritu, no tiene alto ni bajo, ni más profundo, ni menos profundo en su ser, como tienen los cuerpos cuantitativos; que, pues en ella no hay partes, no tiene más diferencia dentro que fuera, que toda ella es de una manera y no tiene centro de hondo y menos hondo cuantitativo; porque no puede estar en una parte más ilustrada que en otra, como los cuerpos físicos, sino toda en una manera, en más o en menos, como el aire que todo está de una manera ilustrado y no ilustrado en más o en menos.

11. En las cosas, aquello llamamos centro más profundo que es a lo que más puede llegar su ser y virtud y la fuerza de su operación y movimiento, y no puede pasar de allí; así como el fuego o la piedra que tiene virtud y movimiento natural y fuerza para llegar al centro de su esfera, y no pueden pasar de allí ni dejar de llegar ni estar allí, si no es por algún impedimento contrario y violento. Según esto, diremos que la piedra, cuando en alguna manera está dentro de la tierra, aunque no sea en lo más profundo de ella, está en su centro en alguna manera, porque está dentro de la esfera de su centro y actividad y movimiento; pero no diremos que está en el más profundo de ella, que es el medio de la tierra; y así siempre le queda virtud y fuerza e inclinación para bajar y llegar hasta este más último y profundo centro, si se le quita el impedimento de delante; y, cuando llegare y no tuviere de suyo más virtud e inclinación para más movimiento, diremos que está en el más profundo centro suyo.

12. El centro del alma es Dios, al cual cuando ella hubiere llegado según toda la capacidad de su ser y según la fuerza de su operación e inclinación, habrá llegado al último y más profundo centro suyo en Dios, que será cuando con todas sus fuerzas entienda, ame y goce a Dios. Y cuando no ha llegado a tanto como esto, cual acaece en esta vida mortal, en que no puede el alma llegar a Dios según todas sus fuerzas, aunque esté en este su centro, que es Dios, por gracia y por la comunicación suya que con ella tiene, por cuanto todavía tiene movimiento y fuerza para más, no está satisfecha, aunque esté en el centro, no empero en el más profundo, pues puede ir al más profundo en Dios.

13. Es, pues, de notar que el amor es la inclinación del alma y la fuerza y virtud que tiene para ir a Dios, porque mediante el amor se une el alma con Dios; y así, cuantos más grados de amor tuviere, tanto más profundamente entra en Dios y se concentra con él. De donde podemos decir que cuantos grados de amor de Dios el alma puede tener, tantos centros puede tener en Dios, uno más adentro que otro; porque el amor más fuerte es más unitivo, y de esta manera podemos entender las muchas mansiones que dijo el Hijo de Dios (Jn 14,2) haber en la casa de su Padre. De manera que para que el alma esté en su centro, que es Dios, según lo que habemos dicho, basta que tenga un grado de amor, porque por uno solo se une con él por gracia. Si tuviere dos grados, habrá unídose y concentrádose con Dios otro centro más adentro; y si llegare a tres, concentrarse ha como tres; y si llegare hasta el último grado, llegará a herir el amor de Dios hasta el último centro y más profundo del alma, que será transformarla y esclarecerla según todo el ser y potencia y virtud de ella, según es capaz de recibir, hasta ponerla que parezca Dios. Bien así como cuando el cristal limpio y puro es embestido de la luz, cuantos más grados de luz va recibiendo, tanto más de luz en él se va reconcentrando, y tanto más se va él esclareciendo; y puede llegar a tanto por la copiosidad de luz que recibe, que venga él a parecer todo luz, y no se divise entre la luz, estando él esclarecido en ella todo lo que puede recibir de ella, que es venir a parecer como ella.

14. Y así, en decir el alma aquí que la llama de amor hiere en su más profundo centro, es decir, que, cuanto alcanza la sustancia, virtud y fuerza del alma, la hiere y embiste el Espíritu Santo. Lo cual dice, no porque quiera dar a entender aquí que sea ésta tan sustancial y enteramente como la beatífica vista de Dios en la otra vida, porque, aunque el alma llegue en esta vida mortal a tan alto estado de perfección como aquí va hablando, no llega ni puede llegar a estado perfecto de gloria, aunque por ventura por vía de paso acaezca hacerle Dios alguna merced semejante; pero dícelo para dar a entender la copiosidad y abundancia de deleite y gloria que en esta manera de comunicación en el Espíritu Santo siente. El cual deleite es tanto mayor y más tierno, cuanto más fuerte y sustancialmente está transformada y reconcentrada en Dios; que, por ser tanto como lo más a que en esta vida se puede llegar (aunque, como decimos, no tan perfecto como en la otra), lo llama el más profundo centro. Aunque, por ventura, el hábito de la caridad puede el alma tener en esta vida tan perfecto como en la otra, mas no la operación ni el fruto; aunque el fruto y la operación de amor crecen tanto de punto en este estado, que es muy semejante al de la otra; tanto que, pareciéndole al alma ser así, osa decir lo que solamente se osa decir de la otra, es a saber: "en el más profundo centro de mi alma".

15. Y porque las cosas raras y de que hay poca experiencia son más maravillosas y menos creíbles, cual es lo que vamos diciendo del alma en este estado, no dudo sino que algunas personas, no lo entendiendo por ciencia ni sabiéndolo por experiencia, o no lo creerán, o lo tendrán por demasía, o pensarán que no es tanto como ello es en sí. Pero a todos estos yo respondo, que el Padre de las lumbres (Jc 1,17), cuya mano no es abreviada (Is 59,1) y con abundancia se difunde sin aceptación de personas do quiera que halla lugar, como el rayo del sol, mostrándose también él a ellos en los caminos y vías alegremente, no duda ni tiene en poco tener sus deleites con los hijos de los hombres de mancomún en la redondez de las tierras (Pr 8,31). Y no es de tener por increíble que a un alma ya examinada, purgada y probada en el fuego de tribulaciones y trabajos y variedad de tentaciones, y hallada fiel en el amor, deje de cumplirse en esta fiel alma en esta vida lo que el Hijo de Dios prometió (Jn 14,23), conviene a saber: que si alguno le amase, vendría la Santísima Trinidad en él y moraría de asiento en él; lo cual es ilustrándole el entendimiento divinamente en la sabiduría del Hijo, y deleitándole la voluntad en el Espíritu Santo, y absorbiéndola el Padre poderosa y fuertemente en el abrazo abisal de su dulzura.

16. Y si esto usa con algunas almas, como es verdad que lo usa, de creer es de que ésta de que vamos hablando no se quedará atrás en estas mercedes de Dios; pues que lo que de ella vamos diciendo, según la operación del Espíritu Santo que en ella hace, es mucho más que lo que en la comunicación y transformación de amor pasa; porque lo uno es como ascua encendida, y lo otro, según habemos dicho, como ascua en que tanto se afervora el fuego, que no solamente está encendida, sino echando llama viva. Y así, estas dos maneras de unión -solamente de amor, y unión con inflamación de amor- son en cierta manera comparadas al fuego de Dios, que dice Isaías (Is 31,9) que está en Sión, y al horno de Dios que está en Jerusalén; que la una significa la Iglesia militante, en que está el fuego de la caridad no en extremo encendido, y la otra significa visión de paz, que es la triunfante, donde este fuego está como horno encendido en perfección de amor. Que, aunque, como habemos dicho, esta alma no ha llegado a tanta perfección como ésta, todavía en comparación de la otra unión común, es como horno encendido, con visión tanto más pacífica y gloriosa y tierna, cuanto la llama es más clara y resplandeciente que el fuego en el carbón.

17. Por tanto, sintiendo el alma que esta viva llama del amor vivamente le está comunicando todos los bienes, porque este divino amor todo lo trae consigo, dice: ¡Oh llama de amor viva, que tiernamente hieres, y es como si dijera: ¡ Oh encendido amor, que con tus amorosos movimientos regaladamente estás glorificándome según la mayor capacidad y fuerza de mi alma, es a saber: dándome inteligencia divina según toda la habilidad y capacidad de mi entendimiento, y comunicándome el amor según la mayor fuerza de mi voluntad, y deleitándome en la sustancia del alma con el torrente de tu deleite (Ps 35,9) en tu divino contacto y junta sustancial según la mayor pureza de mi sustancia y capacidad y anchura de mi memoria! Y esto acaece así, y más de lo que se puede y alcanza a decir, al tiempo que se levanta en el alma esta llama de amor. Que por cuanto el alma, según su sustancia y potencias, memoria, entendimiento y voluntad, está bien purgada, la sustancia divina, que, como dice el Sabio (Sg 7,24), toca en todas las partes por su limpieza, profunda y sutil y subidamente con su divina llama la absorbe en sí, y en aquel absorbimiento del alma en la sabiduría, el Espíritu Santo, ejercita los vibramientos gloriosos de su llama, que, por ser tan suave, dice el alma luego: Pues ya no eres esquiva.

18. Es a saber, pues ya no afliges, ni aprietas, ni fatigas como antes hacías; porque conviene saber que esta llama de Dios, cuando el alma estaba en estado de purgación espiritual, que es cuando va entrando en contemplación, no le era tan amigable y suave como ahora lo es en este estado de unión. Y el declarar cómo esto sea nos habemos de detener algún tanto.

19. En lo cual es de saber que, antes que este divino fuego de amor se introduzca y una en la sustancia del alma por acabada y perfecta purgación y pureza, esta llama, que es el Espíritu Santo, está hiriendo en el alma, gastándole y consumiéndole las imperfecciones de sus malos hábitos; y ésta es la operación del Espíritu Santo, en la cual la dispone para la divina unión y transformación y amor en Dios. Porque es de saber que el mismo fuego de amor que después se une con el alma glorificándola, es el que antes la embiste purgándola; bien así como el mismo fuego que entra en el madero es el que primero le está embistiendo e hiriendo con su llama, enjugándole y desnudándole de sus feos accidentes, hasta disponerle con su calor, tanto que pueda entrar en él y transformarle en sí. Y esto llaman los espirituales vía purgativa. En el cual ejercicio el alma padece mucho detrimento, y siente graves penas en el espíritu, que de ordinario redundan en el sentido, siéndole esta llama muy esquiva. Porque en esta disposición de purgación no le es esta llama clara, sino oscura, que, si alguna luz le da, es para ver sólo y sentir sus miserias y defectos; ni le es suave, sino penosa, porque, aunque algunas veces le pega calor de amor, es con tormento y aprieto; y no le es deleitable, sino seca, porque, aunque alguna vez por su benignidad le da algún gusto para esforzarla y animarla, antes y después que acaece, lo basta y paga todo con otro tanto trabajo; ni le es reficionadora y pacífica, sino consumidora y argüidora, haciéndola desfallecer y penar en el conocimiento propio; y así, no le es gloriosa, porque antes la pone miserable y amarga en luz espiritual que le da de propio conocimiento, enviando Dios fuego, como dice Jeremías (Lm 1,13), en sus huesos, y enseñándola, y como también dice David (Ps 16,3), examinándola en fuego.

20. Y así, en esta sazón padece el alma acerca del entendimiento grandes tinieblas, acerca de la voluntad grandes sequedades y aprietos, y en la memoria grave noticia de sus miserias, por cuanto el ojo espiritual está muy claro en el conocimiento propio. Y en la sustancia del alma padece desamparo y suma pobreza, seca y fría y a veces caliente, no hallando en nada alivio, ni un pensamiento que la consuele, ni aun poder levantar el corazón a Dios, habiéndosele puesto esta llama tan esquiva, como dice Job (Jb 30,21) que en este ejercicio hizo Dios con él, diciendo: Mudádoteme has en cruel. Porque, cuando estas cosas juntas padece el alma, verdaderamente le parece que Dios se ha hecho cruel contra ella y desabrido.

21. No se puede encarecer lo que el alma padece en este tiempo, es a saber, muy poco menos que en el purgatorio. Y no sabría yo ahora dar a entender esta esquivez cuánta sea ni hasta dónde llega lo que en ella se pasa y siente, sino con lo que a este propósito dice Jeremías (Lm 3,1-9) con estas palabras: Yo varón que veo mi pobreza en la vara de su indignación; hame amenazado y trájome a las tinieblas y no a la luz: tanto ha vuelto y convertido su mano contra mí. Hizo envejecer mi piel y mi carne y desmenuzó mis huesos; cercóme en rededor, y rodeóme de hiel y trabajo; en tenebrosidades me colocó como muertos sempiternos; edificó en derredor de mí, porque no salga; agravóme las prisiones; y, además de esto, cuando hubiere dado voces y rogado, ha excluido mi oración; cerróme mis caminos con piedras cuadradas, y trastornó mis pisadas y mis sendas. Todo esto dice Jeremías, y va allí diciendo mucho más. Que, por cuanto en esta manera está Dios medicinando y curando al alma en sus muchas enfermedades para darle salud, por fuerza ha de penar según su dolencia en la tal purga y cura, porque aquí le pone Tobías el corazón sobre las brasas, para que en él se extrique y desenvuelva todo género de demonio (Tb 6,8), y así, aquí van saliendo a luz todas sus enfermedades, poniéndoselas en cura, y delante de sus ojos a sentir.

22. Y las flaquezas y miserias que antes el alma tenía asentadas y encubiertas en sí, las cuales antes no veía ni sentía, ya con la luz y calor del fuego divino las ve y las siente; así como la humedad que había en el madero no se conocía hasta que dio en él el fuego y le hizo sudar, humear y respendar, y así hace el alma imperfecta cerca de esta llama. Porque, ¡oh cosa admirable!, levántanse en el alma a esta sazón contrarios contra contrarios: los del alma contra los de Dios, que embisten el alma, y, como dicen los filósofos, unos relucen cerca de los otros y hacen la guerra en el sujeto del alma, procurando los unos expeler a los otros por reinar ellos en ella, conviene a saber: las virtudes y propiedades de Dios en extremo perfectas contra los hábitos y propiedades del sujeto del alma en extremo imperfectos, padeciendo ella dos contrarios en sí. Porque, como esta llama es de extremada luz, embistiendo ella en el alma, su luz luce en las tinieblas (Jn 1,5) del alma, que también son extremadas, y el alma entonces siente sus tinieblas naturales y viciosas, que se ponen contra la sobrenatural luz y no siente la luz sobrenatural, porque la tiene en sí como sus tinieblas, que las tiene en sí, y las tinieblas no comprehenden a la luz (Jn 1,5). Y así, estas tinieblas suyas sentirá en tanto que la luz las embistiere porque no pueden las almas ver sus tinieblas si no embistiere en ellas la divina luz, hasta que, expeliéndolas la divina luz, quede ilustrada el alma y vea la luz en sí transformada, habiendo sido limpiado y fortalecido el ojo espiritual con la luz divina. Porque inmensa luz en vista impura y flaca, totalmente le era tinieblas, sujetando el eminente sensible la potencia; y así, érale esta llama esquiva en la vista del entendimiento.

23. Y porque esta llama de suyo es en extremo amorosa y tierna, y amorosamente embiste en la voluntad, y la voluntad de suyo es seca y dura en extremo, y lo duro se siente cerca de lo tierno, y la sequedad cerca del amor, embistiendo esta llama amorosa y tiernamente en la voluntad, siente la voluntad su natural dureza y sequedad para con Dios; y no siente el amor y ternura de la llama, estando ella prevenida con dureza y sequedad, en que no caben estos otros contrarios de ternura y amor, hasta que, siendo expelidos por ella, reine en la voluntad amor y ternura de Dios. Y de esta manera era esta llama esquiva a la voluntad, haciéndola sentir y padecer su dureza y sequedad. Y, ni más ni menos, porque esta llama es amplísima e inmensa y la voluntad es estrecha y angosta, siente su estrechura y angostura la voluntad en tanto que la llama la embiste, hasta que, dando en ella, la dilate y ensanche y haga capaz de sí misma. Y porque también esta llama es sabrosa y dulce, y la voluntad tenía el paladar del espíritu destemplado con humores de desordenadas aficiones, érale desabrida y amarga y no podía gustar el dulce manjar del amor de Dios. Y de esta manera también siente la voluntad su aprieto y sinsabor cerca de esta amplísima y sabrosísima llama, y no siente el sabor de ella, porque no la siente en sí, sino lo que tiene en sí, que es su miseria. Y, finalmente, porque esta llama es de inmensas riquezas y bondad y deleites, y el alma de suyo es pobrísima y no tiene bien ninguno ni de qué se satisfacer, conoce y siente claramente sus miserias y pobrezas y malicia cerca de estas riquezas y bondad y deleites, y no conoce las riquezas, bondad y deleites de la llama, porque la malicia no comprehende a la bondad, ni la pobreza a las riquezas, etc., hasta tanto que esta llama acabe de purificar el alma y con su transformación la enriquezca, glorifique y deleite. De esta manera le era antes esquiva esta llama al alma sobre lo que se puede decir, peleando en ella unos contrarios contra otros: Dios, que es todas las perfecciones, contra todos los hábitos imperfectos de ella para que, transformándola en sí, la suavice y pacifique y establezca como el fuego hace al madero cuando ha entrado en él.

24. Esta purgación en pocas almas acaece tan fuerte; sólo en aquellas que el Señor quiere levantar a más alto grado de unión, porque a cada una dispone con purga más o menos fuerte, según el grado a que la quiere levantar, y según también la impureza e imperfección de ella, y así, esta pena se parece a la del purgatorio; porque así como se purgan allí los espíritus para poder ver a Dios por clara visión en la otra vida, así, en su manera, se purgan aquí las almas para poder transformarse en él por amor en ésta.

25. La intensión de esta purgación y cómo es en más y cómo en menos, y cuándo según el entendimiento y cuándo según la voluntad, y cómo según la memoria, y cuándo y cómo también según la sustancia del alma, y también cuándo según todo, y la purgación de la parte sensitiva y cómo se conocerá cuándo lo es la una y la otra, y a qué tiempo y punto y sazón de camino espiritual comienza, porque lo tratamos en la noche oscura de la Subida del Monte Carmelo, y no hace ahora a nuestro propósito, no lo digo. Basta saber ahora que el mismo Dios, que quiere entrar en el alma por unión y transformación de amor, es el que antes está embistiendo en ella y purgándola con la luz y calor de su divina llama, así como el mismo fuego que entra en el madero es el que le dispone, como antes habemos dicho. Así, la misma que ahora le es suave, estando dentro embestida en ella, le era antes esquiva, estando fuera embistiendo en ella.

26. Y esto es lo que quiere dar a entender cuando dice el alma el presente verso: Pues ya no eres esquiva, que en suma es como si dijera: Pues ya no solamente no me eres oscura como antes, pues eres la divina luz de mi entendimiento, que te puedo ya mirar; y no solamente no haces desfallecer mi flaqueza, mas antes eres la fortaleza de mi voluntad con que te puedo amar y gozar, estando toda convertida en amor divino; y ya no eres pesadumbre y aprieto para la sustancia de mi alma, mas antes eres la gloria y deleites y anchura de ella, pues que de mí se puede decir lo que se canta en los divinos Cantares (Ct 8,5), diciendo: ¿Quién es ésta que sube del desierto abundante en deleites, estribando sobre su Amado, acá y allá vertiendo amor? Pues esto es así, ¡acaba ya si quieres!

27. Es a saber: acaba ya de consumar conmigo perfectamente el matrimonio espiritual con tu beatífica vista. Porque ésta es la que pide el alma, que, aunque es verdad que en este estado tan alto está el alma tanto más conforme y satisfecha cuanto más transformada en amor y para sí ninguna cosa sabe, ni acierta a pedir, sino para su Amado, pues la caridad, como dice san Pablo (1Co 13,5), no pretende para sí sus cosas, sino para el Amado; porque vive en esperanza todavía, en que no se puede dejar de sentir vacío, tiene tanto de gemido, aunque suave y regalado, cuanto le falta para la acabada posesión de la adopción de hijos de Dios, donde, consumándose su gloria, se quietara su apetito. El cual, aunque acá más juntura tenga con Dios, nunca se hartará ni quietará hasta que parezca su gloria (Ps 16,15), mayormente teniendo ya el sabor y golosina de ella, como aquí se tiene. Que es tal, que, si Dios no tuviese aquí favorecida también la carne, amparando al natural con su diestra, como hizo a Moisés en la piedra (Ex 33,22), para que sin morirse pudiera ver su gloria, a cada llamarada de éstas se corrompería el natural y moriría, no teniendo la parte inferior vaso para sufrir tanto y tan subido fuego de gloria.

28. Y por eso, este apetito y la petición de él no es aquí con pena, que no está aquí capaz el alma de tenerla, sino con deseo suave y deleitable, pidiendo la conformidad de su espíritu y sentido. Que por eso dice en el verso: acaba ya si quieres, porque está la voluntad y apetito tan hecho uno con Dios, que tiene por su gloria cumplirse lo que Dios quiere. Pero son tales las asomadas de gloria y amor que en estos toques se trasluce quedar a la puerta por entrar en el alma, no cabiendo por la angostura de la casa terrestre, que antes sería poco amor no pedir entrada en aquella perfección cumplimiento de amor. Porque, demás de esto, ve allí el alma que en aquella fuerza deleitable comunicación del Esposo la está el Espíritu Santo provocando y convidando con aquella inmensa gloria que le está proponiendo ante sus ojos, con maravillosos modos y suaves afectos, diciéndole en su espíritu lo que en los Cantares (Ct 2,10-14) a la Esposa, lo cual refiere ella, diciendo: Mirad lo que me está diciendo mi Esposo: levántate y date priesa, amiga mía, paloma mía, hermosa mía, y ven; pues que ya ha pasado el invierno, y la lluvia se fue y alejó, y las flores han parecido en nuestra tierra, y ha llegado el tiempo del podar. La voz de la tortolilla se ha oído en nuestra tierra, la higuera ha producido sus frutos, las floridas viñas han dado su olor. Levántate, amiga mía, graciosa mía, y ven, paloma mía en los horados de la piedra, en la caverna de la cerca; muéstrame tu rostro, suene tu voz en mis oídos, porque tu voz es dulce y tu rostro hermoso. Todas estas cosas siente el alma y las entiende distintísimamente en subido sentido de gloria, que la está mostrando el Espíritu Santo en aquel suave y tierno llamear, con gana de entrarle en aquella gloria. Y por eso ella aquí, provocada, responde diciendo: acaba ya si quieres. En lo cual le pide al Esposo aquellas dos peticiones que él nos enseñó en el Evangelio (Mt 6,10), conviene a saber: adveniat regnum tuum; fiat voluntas tua. Y así es como si dijera: "acaba", es a saber, de darme este reino, "si quieres", esto es, según es tu voluntad. Y, para que así sea, rompe la tela de este dulce encuentro.

29. La cual tela es la que impide este tan grande negocio. Porque es fácil cosa llegar a Dios, quitados los impedimentos y rompidas las telas que dividen la junta entre el alma y Dios. Las telas que pueden impedir a esta junta, que se han de romper para que se haga y posea perfectamente el alma a Dios, podemos decir que son tres, conviene a saber: temporal, en que se comprehenden todas las criaturas; natural, en que se comprehenden las operaciones e inclinaciones puramente naturales; la tercera, sensitiva, en que sólo se comprehende la unión del alma con el cuerpo, que es vida sensitiva y animal, de que dice san Pablo (2Co 5,1): sabemos que si esta nuestra casa terrestre se desata, tenemos habitación de Dios en los cielos. Las dos primeras telas de necesidad se han de haber rompido para llegar a esta posesión de unión de Dios, en que todas las cosas del mundo están negadas y renunciadas, y todos los apetitos y afectos naturales mortificados, y las operaciones del alma de naturales ya hechas divinas. Todo lo cual se rompió e hizo en el alma por los encuentros esquivos de esta llama cuando ella era esquiva; porque en la purgación espiritual que arriba hemos dicho, acaba el alma de romper estas dos telas, y de ahí viene a unirse con Dios, como aquí está, y no queda por romper más que la tercera de la vida sensitiva. Que por eso dice aquí "tela", y no "telas"; porque no hay más que esta que romper, la cual, por ser ya tan sutil y delgada y espiritualizada con esta unión de Dios, no la encuentra la llama rigurosamente como a las otras dos hacía, sino sabrosa y dulcemente. Que por eso aquí le llama dulce encuentro, el cual es tanto más dulce y sabroso, cuanto más le parece que le va a romper la tela de la vida.

30. Donde es de saber que el morir natural de las almas que llegan a este estado, aunque la condición de su muerte, en cuanto el natural, es semejante a las demás, pero en la causa y en el modo de la muerte hay mucha diferencia. Porque, si las otras mueren muerte causada por enfermedad o por longura de días, éstas, aunque en enfermedad mueran o en cumplimiento de edad, no las arranca el alma sino algún ímpetu y encuentro de amor mucho más subido que los pasados y más poderoso y valeroso, pues pudo romper la tela y llevarse la joya del alma. Y así, la muerte de semejantes almas es muy suave y muy dulce, más que les fue la vida espiritual toda su vida; pues que mueren con más subidos ímpetus y encuentros sabrosos de amor, siendo ellas como el cisne, que canta más suavemente cuando se muere. Que por eso dijo David (Ps 115,15) que era preciosa la muerte de los santos en el acatamiento de Dios, porque aquí vienen en uno a juntarse todas las riquezas del alma, y van allí a entrar los ríos del amor del alma en la mar, los cuales están allí ya tan anchos y represados, que parecen ya mares; juntándose lo primero y lo postrero de sus tesoros, para acompañar al justo que va y parte para su reino, oyéndose ya las alabanzas desde los fines de la tierra, que, como dice Isaías (Is 24,16), son gloria del justo.

31. Sintiéndose, pues, el alma a la sazón de estos gloriosos encuentros tan al canto de salir a poseer acabada y perfectamente su reino, en las abundancias que se ve está enriquecida (porque aquí se conoce pura y rica y llena de virtudes y dispuesta para ello, porque en este estado deja Dios a alma ver su hermosura y fíale los dones y virtudes que le ha dado, porque todo se le vuelve en amor y alabanzas, sin toque de presunción ni vanidad, no habiendo ya levadura de imperfección que corrompa la masa) y como ve que no le falta más que romper esta flaca tela de vida natural en que se siente enredada, presa e impedida su libertad, con deseo de verse desatada y verse con Cristo (Ph 1,23), haciéndole lástima que una vida tan baja y flaca la impida otra tan alta y fuerte, pide que se rompa, diciendo: Rompe la tela de este dulce encuentro.

32. Y llámale "tela" por tres cosas: la primera, por la trabazón que hay entre el espíritu y la carne; la segunda, porque divide entre Dios y el alma; la tercera, porque así como la tela no es tan opaca y condensa que no se pueda traslucir lo claro por ella, así en este estado parece esta trabazón tan delgada tela, por estar ya muy espiritualizada e ilustrada y adelgazada, que no se deja de traslucir la Divinidad en ella. Y como siente el alma la fortaleza de la otra vida, echa de ver la flaqueza de estotra, y parécele mucho delgada tela, y aun tela de araña, como la llama David (Ps 89,9), diciendo: Nuestros años como la araña meditarán. Y aun es mucho menos delante del alma que así está engrandecida; porque, como está puesta en el sentir de Dios, siente las cosas como Dios, delante del cual, como también dice David (Ps 8,4), mil años son como el día de ayer que pasó, y según Isaías (Is 40,17), todas las gentes son como si no fuesen. Y ese mismo tomo tienen delante del alma, que todas las cosas le son nada, y ella es para sus ojos nada. Sólo su Dios para ella es el todo.

33. Pero hay aquí que notar: ¿por qué razón pide aquí más que "rompa" la tela, que la "corte" o que la "acabe", pues todo parece una cosa? Podemos decir que por cuatro cosas. La primera, por hablar con más propiedad; porque más propio es del encuentro romper que cortar y que acabar. La segunda, porque el amor es amigo de fuerza de amor y de toque fuerte e impetuoso, lo cual se ejercita más en el romper que en el cortar y acabar. La tercera, porque el amor apetece que el acto sea brevísimo, porque se cumple más presto, y tiene tanta más fuerza y valor cuanto es más espiritual, porque la virtud unida más fuerte es que esparcida. E introdúcese el amor al modo que la forma en la materia, que se introduce en un instante, y hasta entonces no había acto sino disposiciones para él; y así, los actos espirituales como en un instante se hacen en el alma, porque son infusos de Dios, pero los demás que el alma de suyo hace, más se pueden llamar disposiciones de deseos y afectos sucesivos, que nunca llegan a ser actos perfectos de amor o contemplación, sino algunas veces cuando, como digo, Dios los forma y perfecciona en el espíritu. Por lo cual dijo el Sabio (Qo 7,9) que el fin de la oración es mejor que el principio, y lo que comúnmente se dice que la oración breve penetra los cielos. De donde el alma que ya está dispuesta, muchos más y más intensos actos puede hacer en breve tiempo que la no dispuesta en mucho; y aun, por la gran disposición que tiene, se suele quedar harto tiempo en acto de amor o contemplación. Y a la que no está dispuesta todo se le va en disponer el espíritu; y aun después se suele quedar el fuego por entrar en el madero, ahora por la mucha humedad de él, ahora por el poco calor que dispone, ahora por lo uno y lo otro; mas en el alma dispuesta, por momentos entra el acto de amor, porque la centella a cada toque prende en la enjuta yesca. Y así, el alma enamorada más quiere la brevedad del romper que el espacio del cortar y acabar. La cuarta es porque se acabe más presto la tela de la vida; porque el cortar y acabar hácese con más acuerdo, porque se espera a que la cosa esté sazonada o acabada, o algún otro término, y el romper no espera al parecer madurez ni nada de eso.

34. Y esto quiere el alma enamorada, que no sufre dilaciones de que se espere a que naturalmente se acabe la vida ni a que en tal o tal tiempo se corte; porque la fuerza del amor y la disposición que en sí ve, la hacen querer y pedir se rompa luego la vida con algún encuentro o ímpetu sobrenatural de amor. Sabe muy bien aquí el alma que es condición de Dios llevar antes de tiempo consigo las almas que mucho ama, perfeccionando en ellas en breve tiempo por medio de aquel amor lo que en todo suceso por su ordinario paso pudieran ir ganando. Porque esto es lo que dijo el Sabio (Sg 4,10-14): El que agrada a Dios es hecho amado, y, viviendo entre los pecadores fue trasladado, arrebatado fue porque la malicia no mudara su entendimiento, o la afición no engañara su alma. Consumido en breve, cumplió muchos tiempos; porque era su alma agradable a Dios, por tanto, se apresuró a sacarle de medio, etc. Hasta aquí son palabras del Sabio, en las cuales se verá con cuánta propiedad y razón usa el alma de aquel término "romper"; pues en ellas usa el Espíritu Santo de estos dos términos: "arrebatar" y "apresurar" que son ajenos de toda dilación. En el apresurarse Dios da a entender la priesa con que hizo perfeccionar en breve el amor del justo; en el arrebatar se da a entender llevarle antes de su tiempo natural. Por eso es gran negocio para el alma ejercitar en esta vida los actos de amor, porque, consumándose en breve, no se detenga mucho acá o allá sin ver a Dios.

35. Pero veamos ahora por qué también a este embestimiento interior del Espíritu le llama encuentro más que otro nombre alguno. Y es la razón porque sintiendo el alma en Dios infinita gana, como habemos dicho, de que se acabe la vida y que, como no ha llegado el tiempo de su perfección, no se hace, echa de ver que para consumarla y elevarla de la carne, hace él en ella estos embestimientos divinos y gloriosos a manera de encuentros, que, como son a fin de purificarla y sacarla de la carne, verdaderamente son encuentros con que siempre penetra, endiosando la sustancia del alma, haciéndola divina, en lo cual absorbe al alma sobre todo ser a ser de Dios. Y la causa es porque la encontró Dios y la traspasó en el Espíritu Santo vivamente, cuyas comunicaciones son impetuosas, cuando son atesoradas, como lo es este encuentro; al cual, porque en él el alma vivamente gusta de Dios, llama dulce; no porque otros muchos toques y encuentros que en este estado recibe dejen de ser dulces, sino por eminencia que tiene sobre todos los demás; porque le hace Dios, como habemos dicho, a fin de desatarla y glorificarla presto De donde a ella le nacen alas para decir: Rompe la tela, etc.

36. Resumiendo, pues, ahora toda la canción, es como si dijera: ¡Oh llama del Espíritu Santo, que tan íntima y tiernamente traspasas la sustancia de mi alma y la cauterizas con tu glorioso ardor! Pues ya estás tan amigable que te muestras con gana de dárteme en vida eterna, si antes mis peticiones no llegaban a tus oídos, cuando con ansias y fatigas de amor, en que penaba mi sentido y espíritu por la mucha flaqueza e impureza mía y poca fortaleza de amor que tenía, te rogaba me desatases y llevases contigo, porque con deseo te deseaba mi alma, porque el amor impaciente no me dejaba conformar tanto con esta condición de vida que tú querías que aún viviese; y si los pasados ímpetus de amor no eran bastantes, porque no eran de tanta calidad para alcanzarlo, ahora que estoy tan fortalecida en amor, que no sólo no desfallece mi sentido y espíritu en ti, mas antes, fortalecidos de ti, mi corazón y mi carne se gozan en Dios vivo (Ps 83,2), con grande conformidad de las partes, donde lo que tú quieres que pida, pido, y lo que no quieres, no quiero ni aun puedo ni me pasa por pensamiento querer; y pues son ya delante de tus ojos más válidas y estimadas mis peticiones, pues salen de ti y tú me mueves a ellas, y con sabor y gozo en el Espíritu Santo te lo pido, saliendo ya mi juicio de tu rostro (Ps 16,2), que es cuando los ruegos precias y oyes, rompe la tela delgada de esta vida y no la dejes llegar a que la edad y años naturalmente la corten, para que te pueda amar desde luego con la plenitud y hartura que desea mi alma sin término ni fin.