LA CULTURA DE LA VIDA Y LA CULTURA DE LA MUERTE

LA TENSIÓN ENTRE LA CULTURA DE LA VIDA Y LA CULTURA DE LA MUERTE EN LA EVANGELIUM VITAE
Cardenal Alfonso López Trujillo
Presidente del Pontificio Consejo para la Familia
1. Las culturas de la muerte y de la vida: dimensión antropológica
Esta histórica encíclica, Evangelium vitae, está llamada a movilizar las conciencias en una perspectiva de cultura de la vida, especialmente de los dirigentes del mundo. Es, sin embargo, un apelo universal de frente al desencadenarse de la cultura de la muerte que crece, en forma alarmante, e introduce una confusión de extrema gravedad. Es bueno recordar que estas expresiones han sido usadas, por vez primera, en el magisterio pontificio, en la encíclica Centesimus annus (1).
Son expresiones muy significativas. La "cultura de la muerte" muestra que el desbarajuste no es espontáneo. Es fruto de una mentalidad que se ha ido creando, como efecto de una deseducación sistemática, tendiente a sepultar los valores evangélicos y morales. Esta "cultura", la mentalidad anti-vida (2), muestra que hay una nueva manera de ver la situación que obedece a una profunda distorsión. No nos hallamos solamente frente a dramas personales inmensos de personas acosadas por los acontecimientos o presiones, o abandonadas, sino que esta situación adquiere nuevas proporciones de alcance social y que obedecen a proyectos políticos, sociales y económicos que, en su conjunto, conforman una cultura signada por la deshumanización.
Cuando el Santo Padre eleva su clamor profético suscita una reacción, en muchos sectores, de acogida, no obstante una contestación difusa ya conocida. La Iglesia, con entrañas maternales, es reconocida como conciencia y defensa de la humanidad. Para algunos, incluso para algunas religiones, la voz del Papa es un lenguaje claro, articulado en el amor a la humanidad. La Iglesia proclama y se expresa como recogiendo las profundas aspiraciones y derechos que muchos no aciertan a descubrir o no se atreven a presentar.
Podríamos decir que el centro de la encíclica es una profunda preocupación antropológica, la verdad sobre el hombre que sólo se ilumina plenamente en el Verbo encarnado (3), que es Luz de las gentes. El gran drama hoy, la terrible enfermedad que debilita sociedades enteras, toca la verdad del hombre que es como aprisionada, asfixiada, en la expresión de San Pablo (ver Rom 1,18). Esta raíz de la confusión lleva a un lenguaje que no es el cauce para transmitir y encontrar la verdad, sino para ocultarla y enceguecer los espíritus y debilitarlos, al privarlos del pan de la verdad.
¿Qué ha ocurrido para que en cerca de sólo 30 años lo que antes avergonzaba a los parlamentos, como un crimen cobarde, que el ensañarse en los más débiles e inocentes, hoy se exhiba como un derecho? ¡El delito se vuelve derecho (4)!, y la eliminación de los más débiles aparece como un ejercicio noble de la libertad, como una "conquista" de la civilización, sobre todo de las mujeres. Todo esto se esconde, habilidosamente, en la fórmula pro-choice.
Es una ideología de la muerte que no sólo se "tolera" sino que se impone, se exporta y se transmuta en "lenguaje imperial" que todo lo arrasa.
América Latina está amenazada. Hay una "conjura" contra la vida; una "conspiración" en curso. Y las manipulaciones son evidentes. Algunos gobernantes son vencidos, no convencidos, por las amenazas y las restricciones. Desafortunadamente hay un positivismo, un pragmatismo, una información superficial que nos pone en los antípodas de lo que era para Platón el ideal de la democracia. Es decir, el gobierno de los pueblos no se pone en las manos de los filósofos (o de los sabios), sino de quienes se mueven en el pragmatismo de fáciles obediencias ante el poder del dinero. Impera una visión inmediatista y el temor a perder el favor de los poderosos.
Nos hallamos, pues, en el núcleo del problema. Permitidme una reciente anécdota: el 12 de julio pasado fui invitado a presentar la encíclica Evangelium vitae en el Parlamento Europeo en Estrasburgo (la invitación provenía de los Partidos Populares). Fueron cerca de cuatro horas de un diálogo muy vivo, cordial e interesante. Fue para mí muy indicativo ver cómo los traductores (un grupo grande) ofrecieron una hora gratis de su tiempo para dar espacio mayor al diálogo iniciado. Una parlamentaria, de lengua alemana, protestante, con tono respetuoso me decía: "¿Por qué la Iglesia ha olvidado a los jóvenes?". No acertaba yo a entender tal aseveración. Ella se explicó: "¿Por qué la Iglesia les niega el uso de los anticonceptivos y de los preservativos? La Iglesia no ayuda a los jóvenes y, así, los abandona". Varios, sobre todo algunas parlamentarias, parecían asentir. Algunos, de hecho, después hablaron en una línea semejante. Otros, desde luego, no se mostraban de acuerdo.
Me llamó mucho la atención esta intervención y más cuando en la presentación de la encíclica no me había referido a la anticoncepción. Hacia el final resolví avanzar estas ideas: ¿Qué hombre y qué mujer queremos? ¿Cuál es la imagen y el diseño que queremos promover, si esto estuviera en nuestras manos? El fondo de la cuestión es la verdad del hombre. Le pregunté, respetuosamente: ¿Qué tipo de hija ella quisiera construir? ¿Aquella que, en la revolución sexual, sin una comprensión de la verdad del sexo, lleva los instrumentos anticonceptivos en la cartera...? Si pudiéramos elegir a nuestras propias madres, ¿qué tipo de mujer y de madre buscaríamos? El Santo Padre en el mensaje a la señora Nafis Sadik, con ocasión de la Conferencia de El Cairo sobre población y desarrollo, y a los gobernantes, preguntaba: ¿qué clase de juventud queréis modelar hacia el futuro? ¡Sí! la cuestión es antropológica y si esto no se aclara, qué difícil será el diálogo si se deja de lado lo que es el hombre, ¡imagen de Dios!
Aquello que percibía hace 30 años el Concilio (en estos días celebramos 30 años de la promulgación de la Gaudium et spes) sobre la centralidad de la antropología -ligada a la cristología- es algo que hoy se capta con especial evidencia (5). Unida a la concepción del hombre, como primera expresión de su ser social, está la familia, la primera comunidad, de tal manera que la sociedad es captada como una cadena solidaria de comunidades.
Me parece que es ésta la perspectiva de esa profunda intuición de Pablo VI con la célebre concepción de la "civilización del amor". Más que una visión política peculiar, el Pontífice de la Populorum progressio y de la Humanae vitae, entendía que la sociedad es sólo concebible como un encuentro comunitario de personas, más aún, de comunidades congregadas y vivificadas por el amor, a partir de la comunidad básica, célula primordial y vital que es la familia.
La Gaudium et spes es como una explicación sistemática de la humanidad que se construye como una familia. El Santo Padre Juan Pablo II centró su reciente intervención en la ONU en el tema de la familia de naciones.
2. Una palabra profética que conmueve al mundo
La histórica encíclica, Evangelium vitae, constituye un anuncio de la dignidad del hombre y un clamor que adquiere tonalidades proféticas (en denuncias que la Iglesia no puede callar) de todo lo que destruye al hombre y pretende robarle su original grandeza.
Desde la verdad del hombre, la Iglesia presta su voz a quienes de ella carecen, sumidos en la impotencia. El derecho a la expresión hace parte de la sensibilidad moderna. Pero hay toda una categoría de personas a las cuales se niega la participación y se impide expresar su dolor y sus aspiraciones. A esa "categoría de personas" hace el Papa referencia estableciendo una comparación entre la encíclica Evangelium vitae y la Rerum novarum, la gran encíclica de León XIII que puso la base a la moderna doctrina social de la Iglesia, la cual ha ido ampliando su campo de reflexión hasta adquirir las proporciones del mundo.
De la Rerum novarum se decía que se había recibido como un terremoto. Bernanos pone esta expresión en los labios de uno de los protagonistas del Diario de un cura rural: ¡la tierra se movió bajo nuestros pies! (6). Tal fue el estremecimiento por la enseñanza de la Iglesia, llena de novedad y de esperanza, contra las ideologías y contra las injusticias. La denuncia era contra la injusticia que sufría la "clase" obrera (no entro a precisar el sentido variado del término "clase") explotada. Mientras la materia salía de las fábricas como ennoblecida, los obreros perdían en humanidad. Eran tratados como animales. Se perdía su ser de hombres. Así, dice el Santo Padre, como la Iglesia no calló entonces, hoy, en defensa de una "nueva categoría de personas" se vuelve voz de los que de ella carecen (7).
3. La defensa de los más débiles
¿A cuál categoría se refiere el Santo Padre? A grupos de personas que experimentan la impotencia. Hay una cierta analogía respecto del concepto de "proletariado", con alguna resonancia mesiánica, y la categoría de los más débiles. El proletariado, como negación total, se convierte como resucitado de su alienación, emerge como sensus historiae. Habrá mayor impotencia, una más amplia negación, la que sufre el nascituro, el concebido no nacido, víctima de adultos que no le reconocen sus derechos, como si fueran sus dueños, árbitros de la vida; víctimas de quienes están obligados a un mayor amor y más cálida ternura. Es ésta la expresión del Papa: "Hoy una gran multitud de seres humanos débiles e indefensos, como son, concretamente, los niños aún no nacidos, está siendo aplastada en su derecho fundamental a la vida. Si la Iglesia, al final del siglo pasado, no podía callar ante los abusos entonces existentes, menos aún puede callar hoy, cuando a las injusticias sociales del pasado, tristemente no superadas todavía, se añaden en tantas partes del mundo injusticias y opresiones incluso más graves, consideradas tal vez como elementos de progreso de cara a la organización de un nuevo orden mundial" (8).
¿Cómo ha podido acontecer que lo que reconocía el juramento hipocrático, tantos siglos antes de Cristo, el mundo moderno, con tantos avances y conquistas, lo ignore y lo rechace? ¡Porque lo que hay de por medio no es algo, una cosa, un instrumento de que es dable usar, que se puede eliminar y tratar como basura! ¡El nascituro es alguien, es un ser humano, es un concebido, debe ser tratado como una persona humana! ¿Cómo pueden los parlamentos padecer tan peligrosa obnubilación? ¿Cómo pueden las madres rechazar algo que deberían defender con ternura y amor de predilección, así fuera por instinto? Es verdad que el Papa, con entrañas de misericordia, se rebela, o se resiste a creer, contra la idea de que pueda haber madres que en lugar de ser fuentes de vida, se vuelvan no sólo sepulcros sino sus verdugos. Y señala toda una cadena de responsables que mueven, presionan y acosan a las madres a cometer el crimen del aborto: la sociedad, la familia (sin compasión), sobre todo los parlamentos que promueven leyes inicuas (9). Hay una circulación de amorosa compasión respecto de las madres (sin negar el horror del delito), incluso cuando han incurrido en este crimen abominable.
¿Cómo ha podido operarse tan desconcertante cambio en la mentalidad, de tal modo que la alegría en la acogida de la vida nueva se transforme en desconfianza, en temor, hasta la decisión de eliminar al concebido como si fuera un injusto agresor?
Hace unos meses visité algunos países de África. Me contaban acerca de una significativa tradición, en muchos lugares. Cuando nace un niño en una clínica o en un hospital, acude la tribu con cantos y danzas para recoger al niño y conducirlo, en ambiente de fiesta, hasta su casa. Algo parecido a los pastores que corrieron presurosos hasta el pesebre de Belén: hay villancicos, hay cantos de los ángeles. Nuestros hogares se llenan de canciones en la "noche buena". Navidad es la fiesta del nacimiento del Salvador, y en cada hogar, cuando irrumpe la vida, hay navidad. ¡Quiénes, cómo, con cuáles derechos destruyen estas tradiciones y vuelven los vientres en cárceles, antesalas de las penas capitales del aborto! Qué contraste: mientras la Iglesia mira con fundada desconfianza y sólo en circunstancias muy especiales, el recurso a la pena capital, aún cuando se trata de delincuentes -protagonistas de crímenes atroces (10)-, las democracias modernas se consideran autorizadas para decretar las penas de muerte a los más débiles, indefensos, a los más inocentes. ¡Se equivocan quienes sostienen la idea de que el aborto no es un abominable homicidio!
Es la moderna masacre de 50 millones de víctimas de abortos legalizados, al año, de una democracia que los despedaza en el útero materno, como homenaje al derecho que les reconoce falso de eliminar a los nascituri como si fueran simples apéndices, agregados celulares, como una especie de tumor en el seno materno. Es ésta la idea que muchas madres que abortan tienen: cuando pueden contemplar a sus hijos, en los scanners, y ven que no son cosas, surge una nueva corriente de ternura y responsabilidad y se convierten en fervientes defensoras del fruto de su vientre. Hay una cadena de centros de defensa de la vida en México, por ejemplo, que han salvado más de 10,000 nascituri.
Hoy, el nuevo muro que se alza, dividiendo a la humanidad, no es ya el de Berlín, construido por la ideología (11), sino el que separa la cultura de la vida y de la muerte. Y este muro de vergüenza se levanta al interior de la mayoría de los países del mundo.
Estamos en medio del conflicto, de la lucha. La Iglesia se halla en medio de la batalla. Hay que decidir, fieles a la voluntad del Señor, por la vida. ¡No podía ser de otra manera (12)! En Estados Unidos los abortistas pro-choice son contrarrestados así: el mejor pro-choice es pro-life (ésa es la verdad y la libertad).
La Iglesia toma en sus manos la causa de los más débiles e inocentes contra la prepotencia de los poderosos. Su fuerza arbitraria se transmuta en tiranía, por el peso de las mayorías (mal informadas o dominadas por las ideologías) en los parlamentos, que creen poder fundar las leyes no en la justicia sino en su voluntad soberana y arbitraria. La Iglesia no puede callar mientras cunde el grito de los inocentes.
Es una lucha llena de peligros porque los poderosos cuentan con todos los medios, excepto la verdad, el amor y la justicia. Son ríos de dinero los que corren para difundir el imperialismo contraceptivo y abortivo. Se habla de más de 13 millones de dólares, sumando los presupuestos de las instituciones que buscan el control de la natalidad. Hay que recordar que el Fondo de las Naciones Unidas para la Población y el Desarrollo (UNPFA) tiene metas bien ambiciosas para antes del año 2000. Y esto sin contar las ayudas oficiales para abortar. Oí en estos días que abortar cuesta cerca de 500,000 liras en Italia (unos 350 dólares). El resto lo paga el Estado. ¡Y en Singapur costaría cinco dólares! En los países abortistas, los que rechazan esas leyes inicuas son obligados contribuyentes.
Curiosamente, mientras las democracias modernas admiten toda clase de protestas, van tendiendo a que se considere imposible protestar contra esta masacre. ¡Se vuelve difícil, con tantos riesgos, propender por la objeción de conciencia! La Iglesia no protege y menos suscita movimientos violentos en defensa de la vida. Algunos quieren inculcar esa caricatura. Y ningún movimiento pro-vida apoyaría a quienes buscan hacer justicia por propia mano, sustituyendo a las autoridades. ¿Cómo hacen creer que hace parte de su ideario liquidar médicos abortistas? Castigar esos delitos es algo que, con leyes justas, corresponde a las autoridades. La vergüenza moral es que esto no se haga.
Nos hallamos ante la insensatez de pensar que no castigar el crimen, la despenalización, sea una vía civilizada. Se olvida que elevar al nivel de principio que el delito no sea punible es cancelar la categoría de delito. Eso podría corresponder al juez, analizadas las circunstancias. Hay circunstancias atenuantes, como las hay agravantes. El error radica en que, a priori, el legislador señale quien, en concreto, al cometer un delito, no merezca ser castigado. ¡He aquí la vía hacia el totalitarismo, por la acumulación de poderes! El legislador se arroga el papel de juez que elimina la pena.
Es verdad que el problema es dramático cuando las leyes inicuas se vuelven invulnerables, con un muro de silencio. Será prohibido no sólo actuar, sino -si la manipulación fuera posible- pensar contra lo que las leyes arbitrarias disponen. ¿Quién, entonces, defiende a los inocentes? Ellos, los nascituri, no pueden protestar, manifestar en las calles, organizar su defensa. Si el nascituro pudiera defenderse de la letal agresión que perpetran los cómplices del delito al realizarlo, tendría todo el derecho a hacerlo, incluso hasta quitar la vida al injusto agresor, según la moral con los principios clásicos conocidos. No se puede negar que es en extremo dolorosa la situación cuando las leyes inicuas se defienden hasta impedir el clamor de una sociedad que se siente asaltada en sus derechos. Y todo en nombre de una democracia "pluralista" que debiera ostentar un amor que incluso privilegie a los más necesitados e indefensos. ¡Cuán peligrosa es una democracia que se complace en despedazar a los más inocentes! En breve, lo esperamos, se reconocerá el límite cruel de una democracia que silencia y condena a muerte a los más débiles. Cómo hoy los pueblos se avergüenzan de hablar de democracia cuando aceptaban como un derecho el esclavismo.
Quizás no se ha perdido del todo la vergüenza por semejantes delitos. Se busca cubrir, con el maquillaje de un lenguaje rebuscado, la gravedad del crimen. Se llega a imaginar que los artificios del lenguaje son suficientes para ocultar la iniquidad. Es el caso de la expresión "interrupción del embarazo". ¡No se habla del aborto! A El Cairo se llevaba un paquete de expresiones artificiosas que enmascaraba la realidad y los propósitos. ¡Cuántos rodeos para hacer pasar inadvertidamente el aborto como instrumento de planificación de la familia! Cuántos rodeos para no tener que aludir a una deformación de la verdad del sexo y su responsabilidad que tiene su lugar en el matrimonio.
Como se empezó a hablar de un aborto "seguro" (safe abortion), sin hacer referencia a los derechos del concebido a quien lo único que se asegura es la muerte; de un "aborto raro", cuando la tendencia en varios países va en la línea de ampliar las "causales" de aborto, en el tiempo y en las circunstancias... ¿"Raro" el aborto en Europa, que sólo es rechazado por Irlanda y Malta; "raro" en Estados Unidos, cuando se hacía circular de nuevo los recursos económicos para un control natal sin referencias morales?
Con todo, el mismo lenguaje tiene sus trampas... Se habla hoy más del "producto", con una expresión de fábrica, en vez del hijo. Se evita a toda costa hablar del matrimonio y se hace referencia a "uniones", a la "pareja". Pero no son raros los resbalones. Se difunde la idea de la "vacuna anti-bebé", lo que equivale a catalogar al nascituro como un virus. Por tanto, la maternidad es una enfermedad y la esterilidad un bien buscado, no una humillación. Pensar que en Brasil más de la tercera parte de las mujeres en edad fértil han sido esterilizadas. Mientras en el año 1960 se establecía como proyección para esta década una población de 210 millones de habitantes, los datos estadísticos indican que no pasan de 160 millones.
Hay otra categoría de personas en altísimo riesgo por la mentalidad anti-vida: son los enfermos, los enfermos terminales, pero también, los nascituri que no gozan de una "calidad de vida", cuya existencia es considerada inútil y nociva. Se apela aquí a todos los resortes de la compasión para concluir que la eutanasia o la eugenesia es una acto de humana compasión, incluso un comportamiento responsable. Al derecho de "morir dignamente", es decir sin dolores... corresponde el derecho a una complicidad compasiva.
Nuevamente nos hallamos ante un problema serio de distorsión antropológica. ¿Quién es este nascituro? ¿Quién es este enfermo cuyo cuerpo se erosiona irremediablemente? ¿Es imagen de Dios, es cuerpo y alma, es ser humano, persona humana, o no? ¿La enfermedad, la falta de la salud, de ese tipo de calidad de vida de la que tanto se habla hoy, cancela su realidad de persona?
Permitidme expresar que, precisamente aquí, es donde, con peculiar claridad, se dan cita la razón y la fe, la verdad del hombre, iluminada plenamente desde el Verbo encarnado. ¿Este nascituro enfermo, del cual se quieren liberar, después de un diagnóstico prenatal con tal intención, que merece vivir, tiene un derecho a ello? ¿Este enfermo que se revuelca en el dolor y en la angustia, vive así una vida digna de ser vivida? No hay duda de que nos hallamos ante uno de los más duros dramas. La Iglesia no lo oculta. Pues bien, ¿cuál es la última raíz de su dignidad, de su realidad personal, así nadie los amara, acogiera, acompañara y fueran declarados fardos pesados e insoportables? La respuesta es ésta: la última raíz de su dignidad personal es que ellos son amados, queridos por Dios. Porque Dios los ha amado, por ello vienen al mundo. Dice la imitación de Cristo: "no hay creatura tan pequeña y humilde (ita parva et humilis) que no represente la bondad de Dios". En una filosofía digna de tal nombre, Deus est infundens bonitatem in rebus. El bien, todo bien, la bondad de la vida, esa calidad ontológica única e insustituible, tiene su fuente en Dios que da, que infunde, la bondad en las cosas.
No es bueno o malo lo que dan como veredicto los parlamentos, sino lo que Dios, Señor de la vida, establece. ¡Ved cómo es de peligroso olvidar la ley natural!
Aquí la antropología se introduce y se explica, en la mayor profundidad, con lo que llamamos el diseño de Dios, el plan de Dios. La verdad del hombre pasa por esta pregunta: ¿qué quiere Dios del hombre, de este hombre, de este niño, de este enfermo, de este hogar? La razón y la fe se enlazan en un homenaje de obediencia, de apertura a Dios. El hombre es imagen y se hace imagen, como vocación, en la medida en que él se abre, se comunica, con quien es su Creador. Sólo así se reconoce como objeto de amor y emerge a su realidad más noble.
Permitidme una anécdota, que quizás hará más comprensible esta verdad del hombre. Llevamos a cabo un encuentro internacional en Río de Janeiro sobre "los niños de la calle" (os meninos da rua). Fue convocado por nuestro Pontificio Consejo. Me llamó mucho la atención la constante que fue surgiendo de la experiencia de los especialistas, de los que han dedicado lo mejor de sus energías a este apostolado. Contaban que esos niños abandonados no temen la muerte. Más aún, se desprecian a sí mismos en la medida en que son despreciados. Diríamos que introyectan esa actitud que los hace experimentar que sobran, que están como de más... Algo sobre tal sensación fue abordado por la filosofía, cuando el hombre no experimenta la paternidad.
Los niños, os meninos da rua, se transforman cuando se sienten amados (en una familia que los acoge, en una institución que les da calor de un hogar), se sienten personas; es como un amanecer, en una como creación en el milagro del amor. La psicología tendría mucho que decir sobre la forma como se va tejiendo nuestra conciencia personal y moral, la conciencia de un yo, al encontrarse con el tú, de otros, que reflejan de alguna manera el Tú (con mayúscula) de Dios mismo.
Así, de manera similar, amanece en la vida del enfermo cuando el amor se expresa en compañía, en cuidados, en la cura debida. Es un modo claro de expresar que valen, que cuentan, que son personas. La madre Teresa de Calcuta narra cómo los enfermos, aquellos que recoge en las calles, los acribillados por el sida, mueren como amaneciendo, en paz, cuando se sienten amados. Es la antropología que se vuelve praxis de caridad.
Es verdad que todo esto representa otro lenguaje. Aquí radica el problema de la comunicación. Se juega para el futuro la misma posibilidad del diálogo, base de la coexistencia entre personas y pueblos. Hay que rehacer la posibilidad misma del diálogo en la cultura de la vida. Al drama del enfermo la Iglesia acude como el Buen Samaritano, con entrañas de misericordia, con una capacidad de compadecer (cum pati) que es compartir en el respeto, no suprimir o liquidar.
A todo esto se refiere la Evangelium vitae en no pocos lugares (13). Nada tiene que ver esta compasión con el encarnecimiento terapéutico.
Hay una "lógica" implacable. Si a otros tratamos como cosas, en las que se "agotaron" las personas, en un cambio cualitativo impuesto... tratados como cosas, no como personas, como carga, un mañana (un mañana más o menos próximo), cuando la salud se erosione, cuando pasen los años, también nosotros seremos tratados así. Los periódicos hace un tiempo informaban del comportamiento de unas enfermeras en Austria que resolvieron deshacerse de los enfermos (de semejante carga), asfixiándolos con las almohadas. Mañana los psiquiatras podrán comenzar a hablar de ese "complejo"... del complejo de la almohada para ancianos y enfermos.
4. Los países pobres y la demografía
Pero la categoría de personas se torna también categoría de pueblos. Nos hallamos en la perspectiva demográfica.
Encontramos aquí un amplio campo que entra plenamente en la doctrina social de la Iglesia, y donde se juega una solidaridad real, con un actitud de respeto y de justicia.
Hay muchos pueblos pobres en el mundo maltratados por los poderosos del mundo. Son manipulados, recortados en su soberanía, con políticas demográficas impuestas, con procedimientos condicionantes que la Iglesia no cesa de denunciar (14).
Hay una denuncia vigorosa, hasta cierto punto inusitada, en la que Juan Pablo II muestra la trama ideológica que todo lo invade, con un gran temor, en vez de una corriente de solidaridad, porque pueden disturbar su tranquilidad. Una tranquilidad egoísta, satisfecha e injusta. "Éstos -los poderosos de la tierra- consideran también como una pesadilla el crecimiento demográfico actual y temen que los pueblos más prolíficos y más pobres representen una amenaza para el bienestar y la tranquilidad de sus Países. Por consiguiente, antes que querer afrontar y resolver estos graves problemas respetando la dignidad de las personas y de las familias, y el derecho inviolable de todo hombre a la vida, prefieren promover e imponer por cualquier medio una masiva planificación de los nacimientos. Las mismas ayudas económicas, que estarían dispuestos a dar, se condicionan injustamente a la aceptación de una política antinatalista" (15).
Hay documentos, recientemente publicados, que prueban lo fundado de esta denuncia. Lo que pone en movimiento drásticos mecanismos de defensa es el temor que suscitan pueblos pobres, agresores de la placidez de los poderosos. Es un riesgo, o un atentado contra el poder de la fuerza, contra la fuerza transmutada en "derecho", el de los fuertes. En un organismo de la ONU se celebra la imaginación de festivales de control natal: los niños inflan como bombas de juguete los preservativos. Se los distribuyen en escuelas y colegios. ¡El sexo es un juego (16)! Se trata de un "Rapport" de 1990, de la Banca Mundial, publicada en Washington. El profesor Schooyans muestra las inquietantes conclusiones del documento, coordinado por Kissinger, del año 1974, que tiene como título Implications of world wide Population Grow for U.S. security and overseas interests. El control natal es cuestión de "seguridad" (17).
Se habla de un darwinismo social. ¿Qué significa? En el evolucionismo hay un filum, el de los más fuertes, que avanza, permanece, mientras otros caen en el camino. En los campos sociales y económicos pareciera que habría una ideología y unas políticas demográficas que conceden todos los derechos a los pueblos ricos, los cuales son negados a los pobres. Éstos no tendrían derecho a engendrar hijos, a procrear. Esto sería ya una irresponsabilidad.
La ideología culpabiliza a los pobres por su acelerado crecimiento poblacional. Ellos así atentarían contra el ecosistema. Son la causa del deterioro del medio ambiente. Ideas semejantes fueron llevadas a la Conferencia de Río de Janeiro sobre el medio ambiente. Fue necesario que la delegación de la Santa Sede recordara los abusos que provienen de los desafueros de una industrialización sin límites y que defendiera los derechos de la familia y de una paternidad responsable. ¡Poco se habló de la polución letal de centrales nucleares como Chernobyl!
La ideología se construye sobre mitos.
Primero se exageran los peligros con tonos apocalípticos. El mundo en la "revolución demográfica", superpoblado, no soportaría más habitantes. No cabemos en un mundo con recursos limitados. No caben más pasajeros en la balsa. Las proyecciones hacia el futuro serían aterradoras si no se frena el crecimiento demográfico de los pobres, rápido y por todos los medios. ¿Dónde está la verdad?
Imposible resumir aquí, en toda su fuerza, una serie de argumentos que han sido objeto en varios recientes congresos sobre demografía, en una reflexión seria que se ha profundizado en el documento de trabajo Evoluciones demográficas: dimensiones éticas y pastorales (18), del Pontificio Consejo para la Familia.
Algunas breves consideraciones:
Se olvida que nos hallamos en un momento de transición que muestra que al crecimiento acelerado desde 1825, hacia la década del '70, se ha alcanzado una tendencia hacia una estabilización. Ésta es producto del hecho de la drástica caída de la tasa de nacimientos en muchos países ricos que acusan el "invierno demográfico" y de los cambios operados en tantos países en donde no se puede hablar de "explosión" demográfica. Un período de rápido crecimiento poblacional, causado por la reducción notable de la mortalidad infantil y a los avances de la medicina y de la higiene, que han permitido que la media de esperanza de vida haya aumentado en forma tan positiva.
Ilustra muy bien este nuevo momento, el hecho de las rectificaciones de proyecciones que antes eran lanzadas a los cuatro vientos con tintes apocalípticos. Y no me refiero a las confusiones del Club de Roma hace años. Los mismos datos de las Naciones Unidas cambian sorprendentemente, en los últimos años. Es aleccionador el libro del profesor Gérard-François Dumont, Le monde et les hommes. Les grandes évolutions démographiques (19).
Él trabaja sobre los mismos datos de Naciones Unidas. ¿Qué es posible observar? En menos de cinco años ya no se usa la proyección alta que hace poco se ofrecía y se difundía por doquiera, es decir, los 11 mil millones de habitantes para el año 2025. Se habla ahora de la hipótesis media de 8 mil millones. ¡En un lapso de 30 años, solamente, se hace ya una "rebaja" de 3 mil millones! ¡Más de la mitad de la actual población mundial! Se trata de hipótesis de proyecciones cambiantes que se suceden caprichosamente. Hay ya hipótesis que contemplan la posibilidad (es verdad, muy baja) de 4 mil millones de habitantes en el año 2010...
El problema radica en los recursos actuales y potenciales, y los que la imaginación y el trabajo del hombre pueden descubrir, explotar y arbitrar.
Y esto en cada país, en cada región, y en todo el mundo. Somos una familia. ¡El problema es el desarrollo "integral", como lo señalaba Pablo VI en la Populorum progressio, de todo el hombre y de todos los hombres! Hoy hay países como Estados Unidos que son una despensa para el mundo. El progreso, el crecimiento agrícola es superior, muy superior, a sus necesidades. En el mundo ha habido un notable crecimiento en la agricultura. En algunas partes guerras intestinas, más que desastres ecológicos, han provocado sensibles reducciones. Hay una capacidad de imaginación que abre nuevas esperanzas. Se dice que si el hombre tiene una boca, goza de dos manos y de inteligencia. Gracias a ello no es verdad que choquemos contra límites inalterables.
Es necesario desmontar pieza por pieza los mitos que liquidan la esperanza, por medio de un esfuerzo científico, serio, abierto al diálogo. Hoy tenemos la sensación de un diálogo de sordos en donde se cree que la victoria está de parte de quienes cuentan con más medios de comunicación para imponer sus impresiones. La ONU podría ayudar no poco y liberarse de ataduras políticas, burocráticas, que traicionan su noble diseño original, propiciando un diálogo urgente y posible. Tiene el riesgo de convertir sus órganos en pulpos de una especie de gran poder omnipotente y arbitrario.
A pesar de la dificultad de acopiar datos serios en muchos países, hay cifras que son indicativas. Si en Nigeria y en Ciudad de México las estadísticas se caracterizan por caprichosas, no es imposible captar tendencias y hacer previsiones, al menos por un lapso adecuado de tiempo. Por lo que hemos comprobado, por ejemplo, en América Latina la cuestión demográfica está lejos de ser dramática. Algunos países están en el umbral que llevaría incluso a un desequilibrio demográfico. Y esto lo van reconociendo los datos oficiales.
Allí donde los recursos actuales no cubren ni son suficientes para las necesidades de una población en crecimiento, como v.gr. en algunos países de África y en Asia, un esfuerzo colectivo por el desarrollo, y no el recurso a métodos y técnicas inmorales, indignas del hombre, es la única vía de solución posible. La dignidad de los pueblos no puede ser puesta en juego.
Se equivocan quienes creen que los caudales inmensos de dinero, puestos al servicio de la anticoncepción y del aborto, para la esterilización masiva, con distintos métodos, son la solución a los problemas. Se difunden en las escuelas y colegios primero textos que banalizan el sexo y luego píldoras y preservativos -como ya lo recordábamos-, como si solamente fuera importante combatir (en forma además equivocada e insegura) las enfermedades sexualmente transmisibles. Se impone a los pueblos un estilo de vida errado, un lenguaje imperial desprovisto de verdad, aprovechando temores artificiosamente suscitados, apoyados en aspectos objetivos y en riesgos que no es dable ni justo ocultar. Un obispo africano me decía: primero les enseñan a hacer lo que quieran con su cuerpo y luego a abortar.
Permitidme recordar una síntesis, con su toque de humor pedagógico, de un apóstol de la dignidad, como fue el profesor Jérôme Lejeune, a quien el Santo Padre hizo el homenaje, que recibió casi doblegado por la enfermedad, de nombrar Presidente de la Academia Pontificia para la Vida: "La anticoncepción es hacer el amor, sin hacer el niño; la fecundación asistida es hacer el niño, sin hacer el amor; el aborto es deshacer el niño, y la pornografía es deshacer el amor". Una síntesis de un falso estilo de vida y una suma de errores, que no dejan de serlo con vanas apologías. Y todo esto cuesta, está costando muy caro, en el desconcierto de sociedades enfermas, con la peor enfermedad: la que socava las fuerzas del alma.
Hay un enorme riesgo de que se impongan, como si fueran impecables conclusiones de la paternidad responsable, que las familias pobres y los pueblos pobres deben estar condenados a no tener hijos. En las vastas dimensiones de la pobreza, sería impedimento moral para procrear.
Preocupa sí que se procree fuera del hogar, en el abandono total. Éste es uno de los más graves problemas. Preocupa mucho la ausencia de mecanismos legales, de códigos de la familia. El futuro, con el avance de la mentalidad divorcista, será más doloroso. La pobreza es una cruz en muchos hogares y la Iglesia reconoce numerosas causas justas para limitar la familia y apelar a los métodos naturales de la regulación de la fertilidad. La enseñanza es conocida y reiterada (20). Pero donde hay un hogar constituido, estable, responsable, los hijos tienen alguna protección.
5. Conclusión
Es necesario sembrar, en todo tiempo, en todos los lugares, una cultura por la vida, contra la conjura contra la vida. Debe comenzar en las familias, santuarios de la vida. Debe establecerse y desarrollarse toda una pastoral de la vida desde la familia. En este Congreso de Teología de la Reconciliación, podríamos decir que hay que reconciliar a la familia con la vida, partiendo del reconocimiento del don maravilloso de Dios: la vida humana.
Es una reconciliación que exige gran capacidad de lucha: "Este horizonte de luces y sombras debe hacernos a todos plenamente conscientes de que estamos ante un enorme y dramático choque entre el bien y el mal, la muerte y la vida, la "cultura de la muerte" y la "cultura de la vida". Estamos no sólo "ante", sino necesariamente "en medio" de este conflicto: todos nos vemos implicados y obligados a participar, con la responsabilidad ineludible de elegir incondicionalmente en favor de la vida" (21).
La cultura por la vida es ya un anuncio, un Evangelio de liberación en el Señor del "valor incomparable de cada persona humana... El Evangelio del amor de Dios al hombre, el Evangelio de la dignidad de la persona y el Evangelio de la vida son un único e indivisible Evangelio" (22).
En esta causa, en esta lucha que a todos envuelve y compromete, tenemos una certeza: la victoria en el Señor. Habrá muchas tribulaciones, incluso "persecuciones por la justicia"... los poderosos se endurecen, pero terminarán por rendirse ante la evidencia de una verdad que los interpela y que los avergüenza.
Cuánto se reduciría esta masacre si tomaran una actitud humana que es una conversión a la vida. "Reconciliad a los hombres con la vida" (23). Un imperativo por la vida en la sociedad se impone: "promover un Estado humano... que reconozca, como su deber primario, la defensa de los derechos de la persona humana, especialmente de la más débil" (24). La victoria está de nuestra parte, porque el Señor de la vida, reina vivo.
Notas
* Conferencia pronunciada por el Card. Alfonso López Trujillo en el V Congreso Internacional de la Reconciliación en el Pensamiento de Juan Pablo II, "Nueva Evangelización rumbo al Tercer Milenio", Lima, 29 de octubre de 1995. Cortesía de Vida y Espiritualidad, *
1. Ver Centesimus annus, 38-39.
2. Ver Familiaris consortio, 30.
3. Ver Gaudium et spes, 22, 11.
4. Ver Evangelium vitae, 4.
5. Ver Gaudium et spes, 22, 11.
6. Ver Georges Bernanos, Diario de un cura rural, Luis de Caralt, Barcelona 1959, p. 67.
7. Ver Evangelium vitae, 5.
8. Lug. cit.
9. Ver Evangelium vitae, 69-74.
10. Ver Evangelium vitae, 56-57.
11. La idea la recojo de un parlamento italiano.
12. Ver Evangelium vitae, 5-6.
13. Ver Evangelium vitae, 15, 23, 46, 47, 64-67.
14. Ver Evangelium vitae, 16.
15. Evangelium vitae, 16.
16. Ver Michel Schooyans, La dérive totalitaire du libéralisme, Ed. Universitaires, París 1991, p. 61.
17. Ver allí mismo, pp. 88-89.
18. Ver Pontificio Consejo para la Familia, Evoluciones demográficas: dimensiones éticas y pastorales, Libreria Editrice Vaticana, 1994.
19. Ver Gérard-François Dumont, Le monde et les hommes. Les grandes évolutions démographiques, Editions Litec, París 1995.
20. Ver Familiaris consortio, 28-35; Evangelium vitae, 43, 88, 92, 97.
21. Evangelium vitae, 28.
22. Evangelium vitae, 2.
23. Evangelium vitae, 99.
24. Evangelium vitae, 101. 

MATRIMONIO: COMUNIDAD DE PERSONAS

MATRIMONIO: COMUNIDAD DE PERSONAS
Pocos años antes de ser elegido pontífice[57], el Cardenal Karol Wojtyla, escribía en un artículo titulado La paternidad como comunidad de personas: "Una genuina comprensión de la realidad del matrimonio y la paternidad y maternidad en el contexto de la fe requiere de la inclusión de una antropología de la persona y del don; también requiere del criterio de comunidad de personas (communio personarum) si ha de estar a la altura de las exigencias de la fe que está orgánicamente conectada con los principios de moralidad conyugal y parental. Una visión puramente naturalista del matrimonio, una que considere el impulso sexual como la realidad dominante, puede fácilmente oscurecer estos principios de moralidad conyugal y familiar en los que los cristianos deben discernir el llamado de su fe. Esto también se aplica al sentido teológico esencial de los principios de moralidad conyugal. En la práctica --sigue el Cardenal Wojtyla--, esto no constituye una tendencia a minimizar el impulso sexual, sino simplemente a verlo en el contexto de la realidad integral de la persona humana y de la cualidad comunal inscrita en ella. Esta verdad debe de alguna manera prevalecer en nuestra visión de todo el asunto del matrimonio y de la paternidad y maternidad; debe finalmente prevalecer. Para lograr esto, un tipo de purificación espiritual se hace necesario, una purificación en el campo de los conceptos, valores, sentimientos y acciones"[58]
No cabe duda que la tarea de recuperación del horizonte de la recta imagen del matrimonio y de su noble dignidad requiere un proceso de purificación. Hay que tomar conciencia de que la misma verdad, en diversos niveles, está hoy en crisis[59]. Pienso que ese proceso de purificación ha de ir, como acaba de ser señalado, desde el campo de lo conceptual, del mundo de las ideas, y habría también que decir imágenes, hasta el campo de la concreción personal. Esto plantea, pues, una consideración fundamental que es la identidad cristiana y la internalización personal de lo que implica, ante todo como persona individual que sigue al Señor y procura vivir según el divino Plan, y luego, también, la idea divina de la naturaleza, las características y los dinamismos del matrimonio como un camino de santidad y de la familia como Iglesia doméstica[60], santuario de la vida[61], comunidad de personas, cenáculo de amor, signo social de opción por la vida cristiana.
NOTAS
[57] En 1975.
[58] Person and Community, ob. cit., pp. 330-331.
[59] Escribe el Papa Juan Pablo II: "¿Quién puede negar que la nuestra es una época de gran crisis, que se manifiesta ante todo como una profunda crisis de la verdad? Crisis de la verdad significa, en primer lugar, crisis de conceptos. Los términos amor, libertad, entrega sincera, e incluso persona, derechos de la persona, ¿significan realmente lo que su naturaleza contiene?" (Carta a las familias 13e).
[60] Ver Familiaris consortio 49b.
[61] Ver Centesimus annus 39b. 

HORIZONTES DE LA VOCACION MATRIMONIAL

HORIZONTES DE LA VOCACIÓN MATRIONIAL
  • Educación para el amor y el don de sí
  • El nosotros y la personalización
  • El matrimonio y la vida de los hijos
  • Ante la vocación de los hijos
  • Dinamismo reconciliador
  • Un camino de vida cristiana
  • Conversión y oración
  • Compartiendo la Buena Nueva
La santidad del matrimonio es fuente en la que se apoya el desarrollo cristiano de la familia. Junto al problema "socio-cultural" señalado y al necesario proceso de internalización, y dependiente de una toma de conciencia de la verdad y los valores sobre el matrimonio y la familia, está, ocupando un lugar fundamental, el comprender el camino del matrimonio como una vocación específica a la santidad, esto es, como un llamado a una persona concreta para seguir el camino hacia la santidad en el matrimonio y la familia. Precisamente, Juan Pablo II destaca que "Cristo quiere garantizar la santidad del matrimonio y de la familia, quiere defender la plena verdad sobre la persona humana y su dignidad"[62]
Los caminos de vida que se abren ante el creyente son vocaciones, es decir cada una constituye un llamado divino a la persona. Así pues, no es un asunto de vehemencia ni de capricho, sino de discernir[63] el llamado propio, el camino para mejor cumplir el Plan de Dios según las características personales, suponiendo una madurez adecuada y el ejercicio de la libertad sin coacciones.
Educación para el amor y el don de sí
Cada quien debe ahondar en su mismidad y buscar el designio de Dios para su propia vida. Esto implica un proceso de educación orientado a la libre elección, un proceso de auténtica personalización, un proceso de educación para el amor y el don de sí que, por lo mismo, sea coherente con la opción por la fe asumida por la persona. Este proceso, por las condiciones socio-culturales, tiene que ser un proceso simultáneo de educación en la verdad fundamental de lo que significa la adhesión al Señor Jesús, ahondando en la fe de la Iglesia, iluminando los caminos vocacionales, y al mismo tiempo un proceso de liberación de presuposiciones y prejuicios de lo que hoy llamamos cultura de muerte. Siguiéndolo, pero sin ser por ello menos importante, ha de ir un proceso de maduración integral de la persona. Ocurre no poco que se confunde el pasar de los años con la madurez. Y bien sabemos que esa confusión no se ajusta a la verdad. La madurez es un proceso de reconocimiento de la propia identidad, de reconciliación de las rupturas personales y de restablecimiento de las relaciones básicas de la persona.
Así pues, hay que considerar, en presencia del tema del matrimonio y de la familia enfocados con visión cristiana, que la dimensión antropológica básica del matrimonio, al ser una mutua donación amorosa del esposo y de la esposa, implica y presupone que la condición estructural de auto-posesión del ser humano sea en cada uno de los cónyuges una realidad en proceso de crecimiento y maduración. Así pues, la respuesta concreta a la vocación matrimonial libremente discernida supone la experiencia efectiva de que la posesión objetivante de sí mismo en libertad empieza a ser un hecho de cierta madurez, manifestada no sólo en el aspecto psico-afectivo-sexual, sino también y muy significativamente en la internalización de la verdad y de los valores que de ésta provienen.
El matrimonio se ofrece así como un camino integral para el ser humano que ha sido llamado a santificarse por él[64]. La dinámica de la vida conyugal será para el esposo y la esposa un lugar especial para encontrarse con la gracia de Dios que amorosamente se derrama en sus corazones. Acogiendo la fuerza divina y cooperando con ella, la vida conyugal favorecerá la transformación de los cónyuges en la medida en que se donan uno al otro, dando muerte al egoísmo, y construyendo una comunión cada vez más fuerte e intensa en el Señor. Aparece un horizonte muy importante del amor como don mutuo, que se va acrecentando y se expande hacia los hijos y hacia los más próximos en un dinamismo de caridad cuyo horizonte universal aparece claro.
En su Carta a las familias, el Santo Padre dice: "El Concilio Vaticano II, particularmente atento al problema del hombre y de su vocación, afirma que la unión conyugal --significada en la expresión bíblica "una sola carne"-- sólo puede ser comprendida y explicada plenamente recurriendo a los valores de la "persona" y de la "entrega". Cada hombre y cada mujer se realizan en plenitud mediante la entrega sincera de sí mismo; y, para los esposos, el momento de la unión conyugal constituye una experiencia particularísima de ello. Es entonces cuando el hombre y la mujer, en la "verdad" de su masculinidad y femineidad, se convierten en entrega recíproca"[65].
Esto es una verdad para la vocación matrimonial y por lo mismo lo es también en la vida y en el encuentro marital. Precisamente por ello supone un serio proceso de educación para el amor y para el don de sí. Muchos fracasos ocurren porque quienes acceden al estado de casados no han discernido suficientemente o, con dolorosa frecuencia, no han madurado su vocación o no continúan haciéndolo luego de casados. El matrimonio no es un juego. Es un asunto tan serio como hermoso. Y precisamente por ello se requieren las condiciones, en activo, para vivir ofreciéndose como auténtico don uno al otro, como expresión dinámica del amoroso don de sí, y experimentando en su conciencia del sacramento con que Dios los ha bendecido un impulso transformador hacia la contemplación de la bondad y el amor divinos.
El nosotros y la personalización
En la base del matrimonio está la persona del hombre y la persona de la mujer, esto es, personas concretas con sus propias realidades. Al valorar el ideal hermoso del nosotros conyugal no se ha de perder de vista que en la base de ese nosotros están dos personas individuales, dos seres humanos[66]. Ni la persona del marido ni la de la mujer se disuelve en el nosotros, sino que desde su ser personal asume una nueva realidad en la que el ser personal subsiste en una de las más sublimes formas de comunión[67].
Pienso que el no tener en cuenta, no sólo en teoría sino en la vida concreta, estos horizontes de educación para la madurez humano-cristiana, el amor don de sí, y la efectiva internalización de valores, lleva a rasgos como los del cuadro descrito por el Papa Juan Pablo II en relación al horizonte real de muchas, demasiadas, parejas: "sucede con frecuencia que el hombre se siente desanimado a realizar las condiciones auténticas de la reproducción humana y se ve inducido a considerar la propia vida y a sí mismo como un conjunto de sensaciones que hay que experimentar más bien que como una obra a realizar. De aquí nace una falta de libertad que le hace renunciar al compromiso de vincularse de manera estable con otra persona y engendrar hijos, o bien le mueve a considerar a éstos como una de tantas "cosas" que es posible tener o no tener, según los propios gustos y que se presentan como otras opciones"[68].
Teniendo en cuenta estas consideraciones y asumiendo ante todo la realidad del matrimonio como sacramento, con toda la rica teología implicada, se ve cómo la vocación al matrimonio constituye un llamado a madurar más plenamente, en un auténtico crecimiento de cada cual según el designio divino para la vida humana, reconciliándose de las propias heridas, construyendo un nosotros personalizante mediante la mutua amorosa donación, mantenida perseverantemente día a día por todos los años de vida de la persona.
El matrimonio y la vida de los hijos
El matrimonio visto en su rica realidad de sacramento es un proceso de transformación objetiva de la realidad personal de cada uno de los cónyuges que requiere de su efectiva adhesión personal y común al Señor Jesús, y así se abre a la realidad apasionante de cooperar con Dios trayendo vida al mundo y donándose permanentemente a esas nuevas vidas personales que son los hijos, con amorosa reverencia y respeto, respondiendo a la misión de educar cristianamente a la prole, respetando la personalidad y libertad de cada una de las nuevas personas fruto del amor conyugal.
Hablando del tema, el Santo Padre Juan Pablo II profundiza en los alcances del cuarto mandamiento: "Honra a tu padre y a tu madre". Al hacerlo destaca la palabra "honra" que nos sitúa ante un modo especial de expresar la familia: "comunidad de relaciones interpersonales particularmente intensas: entre esposos, entre padres e hijos, entre generaciones. Es una comunidad que ha de ser especialmente garantizada. Y Dios no encuentra mejor garantía que ésta: "Honra""69. Y más adelante añade: "¿Es unilateral el sistema interpersonal indicado en el cuarto mandamiento? ¿Obliga éste a honrar sólo a los padres? Literalmente, sí; pero, indirectamente, podemos hablar también de la "honra" que los padres deben a los hijos. "Honra" quiere decir: reconoce, o sea, déjate guiar por el reconocimiento convencido de la persona, de la del padre y de la madre ante todo, y también de la de todos los demás miembros de la familia. La honra es una actitud esencialmente desinteresada. Podría decirse que es "una entrega sincera de la persona a la persona" y, en este sentido, la honra converge con el amor. Si el cuarto mandamiento exige honrar al padre y a la madre --sigue diciendo el Papa--, lo hace por el bien de la familia; pero precisamente por esto, presenta unas exigencias a los mismos padres[70]. ¡Padres --parece recordarles el precepto divino--, actuad de modo que vuestro comportamiento merezca la honra (y el amor) por parte de vuestros hijos! ¡No dejéis caer en un vacío moral la exigencia de la honra para vosotros! En definitiva, se trata pues de una honra recíproca. El mandamiento "honra a tu padre y a tu madre" dice indirectamente a los padres: Honrad a vuestros hijos e hijas. Lo merecen porque existen, porque son lo que son: esto es válido desde el primer momento de su concepción. Así, este mandamiento, expresando el vínculo íntimo de la familia, manifiesta el fundamento de su cohesión interior"[71].
También en relación a los hijos se requiere una profundización teológica que recuerde que toda vida humana viene de Dios, y que desde su concepción es persona sujeto de derechos, con una dignidad que debe ser respetada[72]. Así pues, al considerar las cosas como son, uno de los difundidos males de nuestro tiempo, el aborto, tiene más que ver con la muerte de una persona --y en tal sentido, de ser intencionalmente provocado[73] es un asesinato de un ser humano indefenso-- que con supuestos derechos de la madre o el padre. Una reducción cosificadora de la vida humana lleva a considerar a aquellas personas indefensas como "objetos", cosas, de las que se puede disponer[74]. El subjetivismo que reduce la verdad a la experiencia propia o al gusto propio, fuente de un desbordante egoísmo, nos vuelve a remitir al necesario proceso de maduración humano-cristiana, a la recta internalización ético-cultural. El acceso de este horrendo crimen a una legislación permisiva es una flagrante aberración propia de la cultura de muerte y de la corrupción de las costumbres que ella porta.
La bendición de los hijos debe ser asumida responsablemente por los padres, pues no sólo se trata de una hermosa tarea, sino que forma parte del camino de santificación por la vida matrimonial.
Una recta visión del matrimonio y la familia lleva a comprender el sentido integral de esas designaciones del hogar como "santuario de la vida" y como "cenáculo de amor".
Ante la vocación de los hijos
No pocas veces ocurre que mientras los hijos van creciendo, los padres no van alentando un cambio en la relación paterno-materno-filial que corresponda a las nuevas circunstancias. Esta lamentable situación es causa de no pocas tensiones y problemas que, afectando a la familia, llegan también a afectar al matrimonio.
Si bien es una verdad a la vista que la mayor parte de los integrantes del Pueblo de Dios tiene vocación a la santidad viviendo cristianamente el matrimonio y constituyendo una familia según el Plan divino, ello no constituye razón para dar por sentado que cada niño o niña, cada joven o muchacha, cada hombre y mujer adultos están de hecho llamados al matrimonio. De allí la importancia fundamental[75] de insistir en el discer-nimiento libre. Y allí la grave responsabilidad de los padres en educar a sus hijos para un discernimiento objetivo, en presencia de Dios.
El tema es clave y tratarlo es difícil cuando se olvida la noble naturaleza del matrimonio y la familia. Los hijos no son objetos, son personas dignas y libres, sujetos de deberes pero también de derechos desde su concepción. Han nacido del amor del padre y de la madre, gracias a un don de Dios. ¡Gracias a Dios a quien deben su ser! Cuando la pareja vive una dimensión personalizante y la familia es una auténtica comunidad de personas, priman el respeto y amor mutuo, la solidaridad y el servicio. Pero no siempre es así. Lamentablemente no son pocos los casos en que se producen irrespetos a la dignidad, derechos y vocación del hijo o de la hija, al procurar imponer una vocación específica, o una determinada candidatura para el matrimonio, a gusto de los padres. O incluso cosas como un lugar para los estudios superiores o hasta una carrera determinada. Si bien los padres deben educar a los hijos y darles una firme base humano-cristiana, y también aconsejarlos con toda solicitud y constancia, una vez que éstos llegan a una edad en que se pueden formar prudentemente un juicio, no está bien querer imponerles el propio[76]. El diálogo no sólo es correcto, sino necesario, indispensable. Pero no hay que olvidar que está de por medio la vocación y la libertad de la persona concreta.
El caso de las vocaciones a la vida sacerdotal o a la plena disponibilidad apostólica es uno de los más sensibles. A Dios gracias no siempre es así, y son muchísimos los padres y las madres que viven esa experiencia vocacional de hijos o hijas como un don. El Cardenal Richard Cushing --tan conocido en América Latina-- planteaba que las vocaciones se pueden perder. Dada la grave importancia de tal asunto, y su cercana relación con los deberes educativos y promocionales de los padres, voy a transcribir unos párrafos suyos sumamente claros: "Pero el hecho lamentable es que las vocaciones se pueden perder. La invitación de Nuestro Señor --Sequere me-- Sígueme no ha sido aceptada por muchos, pues han sucumbido a otras llamadas y por ello han perdido su verdadera vocación. Las vocaciones al sacerdocio o la consagración vienen de Dios, pero son nutridas en el hogar. Pueden perderse en el nido (familiar) cuando no refleja las sencillas y hermosas virtudes del hogar de Nazaret donde Jesús, María y José vivieron. Oración en familia, amor y sacrificio, alegría y paciencia, intimidad con Dios a través de los sacramentos, todo esto se requiere en el hogar ideal, la primera escuela de los niños, el jardín donde las vocaciones dadas por Dios son cultivadas para Su servicio. Las vocaciones también se pueden perder por la falta de interés por parte de los progenitores. Hubo un tiempo en que los padres y las madres rezaban para que sus hijos e hijas recibieran la vocación de Dios como Sus instrumentos al servicio de la extensión del Reino. Algunos padres y madres continúan rezando por tan sublime intención, pero hay otros que ya positivamente ya negativamente desalientan a sus hijos de aspirar a ese alto camino. Para expresarlo suavemente, pienso que padres y madres que interfieren con la vocación divina tendrán mucho por qué responder"[77].
La recta prudencia, el respetuoso acompañamiento, la promoción de la libertad y el respeto son características que deben guiar el diálogo correspondiente entre los padres y los hijos. Y cuando los hijos han alcanzado la mayoría de juicio, así cuando han alcanzado la mayoría de edad, las características recién enumeradas deben de ser mucho más intensas aún. Quiero culminar este acápite citando las palabras del Papa Pío XII sobre este asunto: "Exhortamos a los padres y madres de familia a ofrendar gustosos para el servicio divino aquellos de sus hijos que sienten esa vocación. Y si esto les resultare duro, triste y penoso, mediten atentamente las palabras con que San Ambrosio[78] amonestaba a las madres de Milán: Sé de muchas jóvenes que quieren ser vírgenes, y sus madres les prohíben aun venir a escucharme... Si vuestras hijas quisieran amar a un hombre, podrían elegir a quien quisieran según las leyes. Y a quienes se les concede elegir a cualquier hombre, ¿no se les permite escoger a Dios?"[79].
Dinamismo reconciliador
La familia ha de acoger la gracia divina para constituir una célula social que viva intensamente el dinamismo de la reconciliación: con Dios, de cada uno consigo mismo, de todos entre sí y volcándose con espíritu de comunión y servicio fraterno a quienes no forman parte del núcleo familiar, y, también, de reconciliación con el ambiente, con la naturaleza.
En ese sentido, la familia debe ser una activa escuela de reconciliación en la que todos sus miembros, empezando por supuesto por los padres, acojan el ministerio de la reconciliación y lo vivan en sus relaciones familiares y sociales. Eso es no sólo acoger un don personal y familiar, sino también cumplir un estricto deber de justicia social. Las familias reconciliadas llevan a una sociedad reconciliada, que viva en paz, respeto, libertad, cooperación social y justicia. Es, pienso, por ello que se puede hablar en un sentido integral de la familia como célula básica de la sociedad; no sólo como la célula social más pequeña, sino como célula en que se fundamenta la salud de la vida social[80].
Un camino de vida cristiana
Muchos matrimonios y familias no son capaces de vivir el hermoso horizonte al que están invitados[81]. Ello es motivo para ahondar con intensidad en un proceso socio-cultural que haga recuperar el recto horizonte del matrimonio y de la vida familiar cristiana, y que ayude a internalizar su verdad y sus valores al tiempo de educar, a quien está llamado al camino de santidad por el matrimonio y a constituir una familia, a que madure humana y cristianamente para que aporte con libre y eficaz decisión a su vida conyugal y familiar un espíritu cristiano interiorizado, que es fuente del más puro humanismo según el divino Plan. Así, el hogar formado con conciencia de responder al llamado del Señor a alcanzar la plenitud de la caridad en la vida conyugal y familiar se sabrá peregrino con el Señor Jesús, colaborador suyo en el servicio del anuncio de la Buena Nueva, fermento evangelizador, reconciliador, escuela de libertad y respeto a los derechos y dignidad humanas. Así, asumiendo su compromiso cristiano sin concesiones al racionalismo, al subjetivismo, al consumismo y demás errores e ídolos hodiernos, verá la realidad con la visión de Dios y actuará en ella procurando conformar su vida al divino Plan, buscando la más plena fidelidad al designio de Dios Amor[82].
Conversión y oración
Cada uno de los cónyuges ha de ser consciente de su personal responsabilidad, ante todo por sí mismo, para desde su corazón convertirse al Señor Jesús y entregarse al cumplimiento del designio divino. Es necesario, con el auxilio de la gracia, que cada cual se consolide en la fe. Debe también ser consciente de lo que implica la alianza de amor matrimonial y expresar ese amor en el recorrido de un camino conjunto acompañando amorosamente al cónyuge y expresándose mutuamente un cariño solidario y de compañía en la senda personal y como pareja en la maduración en Cristo Jesús, quien en el matrimonio se dona al esposo y a la esposa invitándole a construir un nosotros centrado en Él.
La educación humano-cristiana de los hijos y por lo tanto la forja de una auténtica familia cristiana son horizontes estimulantes, cuyas exigencias y muchas veces sinsabores permiten una mayor adhesión al camino del Señor Jesús. La vida cristiana matrimonial, como toda vida humana, pero aún más, tiene hermosos e intensos momentos de alegría[83]. Y aunque se dan también momentos de dolor que acercan a la cruz del Señor, a ejemplo de Él que es Camino, Verdad y Vida plena, éstos no son aplastantes ni avasalladores si, como ha de ser, son integrados en el todo de la experiencia cristiana y quedan bajo la radiante iluminación de la experiencia pascual y la esperanza en la plena comunión a la que cada quien está invitado. "Lo que los esposos se prometen recíprocamente, es decir, ser "siempre fieles en las alegrías y en las penas, y amarse y respetarse todos los días de la vida", sólo es posible en la dimensión del amor hermoso. El hombre de hoy no puede aprender esto de los contenidos de la moderna cultura de masas. El amor hermoso se aprende sobre todo rezando. En efecto, la oración comporta siempre, para usar una expresión de San Pablo, una especie de escondimiento con Cristo en Dios: "vuestra vida está oculta con Cristo en Dios"[84]. Sólo en ese escondimiento actúa el Espíritu Santo fuente del amor hermoso. Él derrama ese amor no sólo en el corazón de María y de José, sino también en el corazón de los esposos, dispuestos a escuchar la palabra de Dios y a custodiarla[85]" [86]. Así, la fe vivida permite no sólo vivir intensamente las experiencias humanas, sino muy en especial entenderlas en su sentido real ante los misterios de amor del Señor Jesús.
La oración es fundamental no sólo en la vida personal sino también en aquella Iglesia doméstica que es el hogar familiar. No sólo por la verdad de aquel lema de "Familia que reza unida, permanece unida", sino que a ritmos de oración la pareja se dona mutuamente más y más, y la familia se convierte en un lugar donde se vive la fe y donde se celebra la fe con entusiasmo y alegría.
Asumir el matrimonio y la familia como un camino de santidad implica que el dinamismo de comunión se enraíza auténticamente en el hogar. Así, junto al diálogo humano debe darse también un diálogo divino que acoja las gracias recibidas y las proyecte en la pareja y los hijos, y los parientes cuando los hay, construyendo una porción de la civilización del amor en la propia casa.
Los momentos fuertes de oración son ocasiones para rezar, ya personalmente, ya en comunidad familiar. Pero ello no es suficiente; toda la vida debe hacerse oración, liturgia que se eleve cotidianamente al Padre, por el Hijo en el Espíritu. Las relaciones intrafamiliares han de expresar ese clima de oración y diálogo cristiano en el hogar. El servicio y la donación de uno a otro han de ser realizados en espíritu de oración.
La memoria del sacramento debe acompañar al esposo y a la esposa día a día. La conciencia de la promesa de la asistencia del Espíritu debe motivar a los cónyuges para sobrellevar con espíritu de esperanza los momentos difíciles que se puedan producir. Con trabajo diligente y entusiasta la pareja debe poner medios concretos para cooperar con la gracia, para que esta produzca sus frutos. Decía Pío XI dirigiéndose a los matrimonios en su conocida encíclica Casti connubii: "las fuerzas de la gracia que, provenientes del sacramento, yacen escondidas en el fondo del alma, han de desarrollarse por el cuidado propio y el propio trabajo. No desprecien, por tanto, los esposos la gracia del sacramento que hay en ellos"[87].
Compartiendo la Buena Nueva
Toda esta experiencia del matrimonio y de la familia lleva a vivir la vida de una manera misional, entendiendo bien por la internalización de verdades y valores, por una vida de asidua oración personal y familiar, por una efectiva vivencia solidaria de la caridad familiar y social; y lleva también a un anuncio de la Buena Nueva como quien experimenta sus bondades en su propia vida personal, matrimonial y familiar[88].
El primer campo de apostolado es la misma persona. Cada cónyuge debe ser muy consciente de ello y preocuparse por responder a los dones y gracias recibidos desde el fondo de su corazón. Ha de buscar sus momentos de soledad con Dios, para intimar con Él por medio de la oración y la profundización en la fe. Este aspecto es fundamental, pues permite la acción de Dios sobre el propio corazón, siempre necesitado de purificación y maduración cristiana, y constituye una escuela para morir al egoísmo, darse como auténtico don y compartir, desde la experiencia personal de la relación con el Altísimo, con la pareja y con los hijos.
El dinamismo de comunión del esposo y la esposa constituyen el inmediato horizonte para vivir y compartir la fe. El mutuo acompañamiento en el proceso de adherirse más y más al Señor Jesús ha de ser un horizonte en el que poner el mayor empeño. El crecer en esa cercanía y el experimentar un mayor conocimiento, iluminado por las enseñanzas de la Iglesia, y percibir con más claridad las bondades divinas, han de conducir al esposo y a la esposa a una más intensa integración personal, a una más vital comunidad de personas, a una mayor conciencia del nosotros edificado en la roca firme que es el Señor Jesús.
Y luego, los hijos a cuya educación cristiana se comprometen de manera especial los esposos. Ante todo por el ejemplo, pues en la familia, como en otras formas de vida social, el ejemplo arrastra. Así pues, el proceso de consolidación de la vida cristiana del hogar está fundado en la opción por la santidad del esposo y de la esposa, y de los medios que ponen para ello cooperando con la gracia. Pero, también en la enseñanza de la fe a la que los padres se han adherido.
El apostolado en el propio hogar es una hermosísima tarea a la que están invitados los padres. La gracia de Dios y la experiencia de sus dones en el amor mutuo compartido, el despojarse del egocentrismo en sus diversas formas, el ver el hogar crecer en un horizonte de esperanza, aunque no falten los sinsabores, la conciencia de la propia identidad descubierta día a día en la oración y en el ejercicio de presencia de Dios, llevan a un encuentro plenificador con el Señor y a vivir una auténtica vida cristiana. Y ella, la vida cristiana, no se queda encerrada, sino que su dinamismo busca fructificar expresando relaciones de reconciliación, comunión, paz y amor con las personas cercanas.
Así, hay un apostolado en el hogar, y aparece un apostolado desde el hogar. Ante todo como signo de opción cristiana a través de un hogar cristiano. Pero la pareja en cuanto pareja está también invitada a compartir su fe y la alegría de seguir el camino de la vida cristiana. La unión con otras parejas y el compromiso mutuo procurando hacer del propio hogar un cenáculo de amor como el de Jesús, María y José en Nazaret, forman un horizonte solidario que refuerza la gesta de fe de la pareja. El compartir la oración, la reflexión sobre las verdades que nos transmite la Iglesia, la caridad, son fundamentales. Más aún lo son en sociedades urbano-industriales que sufren un agudo proceso de secularización y de agresión contra la fe. El mutuo testimonio, el reflexionar juntos a la luz de las enseñanzas de la fe, todo ello es una valiosa experiencia que ayudará al esposo y a la esposa en su camino de mayor adhesión al Señor.
En esta línea de solidaridad entre parejas, el Papa Juan Pablo II propone también el apostolado de familias entre sí, procurando trazar lazos de solidaridad y ofreciéndose mutuamente un servicio educativo[89].
NOTAS
[62] Carta a las familias 20l.
[63] S.S. Juan Pablo II llama al discernimiento vocacional "cuestión esencial" (Carta a las familias 16n).
[64] Ver Lumen gentium 11b.
[65] Carta a las familias 12i.
[66] concretos Ver Carta a las familias 16b.
[67] Años atrás escribía en un artículo, La familia: cenáculo de amor, de una "crisis de amor que genera la crisis de familia" que se experimenta hoy. Precisamente esa crisis de amor está centrada en la falta de caridad para con uno mismo, y ante la ausencia de un recto amor según el mandato del Señor Jesús (Mt 22,39; Mc 12,31; Lc 10,27) brota a raudales el egoísmo que no sólo es ruptura con la realidad profunda de la persona misma, sino que se vuelca en relaciones sociales que manifiestan esa ruptura y se concretan en cosificaciones, opresiones e injusticias. (Ver Huellas de un peregrinar, ob. cit., pp. 43ss.)
[68] Centesimus annus 39a.
69 Carta a las familias 15b.
[70] Exigencias que, a no dudarlo, forman parte de su camino de santidad paterno y materno y familiar.
[71] Carta a las familias 15e.
[72] Una consecuencia de la falta de educación en el amor y de internalización de la visión y valores cristianos se manifiesta como una falta de preparación para tratar a los hijos como personas, como sujetos, y no cosificarlos como objetos desconociendo su individualidad personal, su dignidad, libertad y derechos. Ver Centesimus annus 39a.
[73] No es tema de estas reflexiones entrar en matices morales ni en pormenores sobre el aborto. Por otro lado, la enseñanza de la Iglesia es clara al respecto. De desearse profundizar en el tema y en los matices morales se puede ver entre los últimos documentos eclesiales p. ej.: Código de Derecho Canónico, c. 1398; Gaudium et spes 27c; 51b-c; Redemptor hominis 8a; Dives in misericordia 12d; Dominum et vivificantem 43c; Sollicitudo rei socialis 26f; Veritatis splendor 80a; Familiaris consortio 6b; 30f; 71c; Christifideles laici 5b; 38; Puebla 318; 577; 611s.; 1261; Santo Domingo 9; 215; 219; 223; Carta a las familias 13f; 21s.; Congregación para la Doctrina de la Fe, Donum vitae, 22/2/87, I, 1s.; III; Pontificio Consejo para la Familia, Evoluciones demográficas: Dimensiones éticas y pastorales, 25/3/94, 32-36.
[74] Ver Carta a las familias 13f.
[75] Ver Carta a las familias 16n.
[76] En realidad nunca está bien imponer el propio gusto o capricho, de lo que se trata es de buscar lo mejor, lo más adecuado, la verdad. Y cuando la persona tiene efectiva capacidad de juicio el respeto a su libertad debe concretarse en formas más cuidadosas de su dignidad fundamental.
[77] Card. Richard Cushing, Come, Follow Me. Conferences on Vocations to the Service of God, Daughters of St. Paul, Boston, p. 22.
[78] N. c. 339-397.
[79] S.S. Pío XII, Sacra Virginitas IVc.
[80] $FEn Puebla se señala: "Para que funcione bien, la sociedad requiere las mismas exigencias del hogar; formar personas conscientes, unidas en comunidad de fraternidad para fomentar el desarrollo común. La oración, el trabajo y la actividad educadora de la familia, como célula social, debe, pues, orientarse a trocar las estructuras injustas, por la comunión y participación entre los hombres y por la celebración de la fe en la vida cotidiana" (587) y sigue en esa línea.
[81] Ver Medellín 3,6.
[82] Ver Puebla 589.
[83] Ver Carta a las familias 13i.
[84] Col 3,3.
[85] Ver Lc 8,15.
[86] Carta a las familias 20m.
[87] Casti connubii 69a.
[88] Sobre la familia y el apostolado se puede ver Apostolicam actuositatem11.
[89] Carta a las familias 16n.

CARTA DE LOS DERECHOS DE FAMILA

Carta de los Derechos de la Familia
- 22/10/1983 -
PRESENTADA POR LA SANTA SEDE A TODAS LAS PERSONAS, INSTITUCIONES Y AUTORIDADES INTERESADAS EN LA MISIÓN DE LA FAMILIA EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO 22 DE OCTUBRE DE 1983
INTRODUCCIÓN
La «Carta de los Derechos de la Familia» responde a un voto formulado por el Sínodo de los obispos reunidos en Roma en 1980, para estudiar el tema «El papel de la familia cristiana en el mundo contemporáneo» (cf. Proposición 42). Su Santidad el Papa Juan Pablo II, en la Exhortación Apostólica Familiaris consortio n. 46 aprobó el voto del Sínodo e instó a la Santa Sede para que preparara una Carta de los Derechos de la Familia destinada a ser presentada a los organismos y autoridades interesadas.
Es importante comprender exactamente la naturaleza y el estilo de la Carta tal como es presentada aquí. Este documento no es una exposición de teología dogmática o moral sobre el matrimonio y la familia, aunque refleja el pensamiento de la Iglesia sobre la materia. No es tampoco un código de conducta destinado a las personas o a las instituciones a las que se dirige. La Carta difiere también de una simple declaración de principios teóricos sobre la familia. Tiene más bien la finalidad de presentar a todos nuestros contemporáneos, cristianos o no, una formulación -lo más completa y ordenada posible- de los derechos fundamentales inherentes a esta sociedad natural y universal que es la familia.
Los derechos enunciados en la Carta están impresos en la conciencia del ser humano y en los valores comunes de toda la humanidad. La visión cristiana está presente en esta Carta como luz de la revelación divina que esclarece la realidad natural de la familia. Esos derechos derivan en definitiva de la ley inscrita por el Creador en el corazón de todo ser humano. La sociedad está llamada a defender esos derechos contra toda violación, a respetarlos y a promoverlos en la integridad de su contenido.
Los derechos que aquí se proponen han de ser tomados según el carácter especifico de una «Carta». En algunos casos, conllevan normas propiamente vinculantes en el plano jurídico; en otros casos, son expresión de postulados y de principios fundamentales para la elaboración de la legislación y desarrollo de la política familiar. En todo caso, constituyen una llamada profética en favor de la institución familiar que debe ser respetada y defendida contra toda agresión.
Casi todos estos derechos han sido expresados ya en otros documentos, tanto de la Iglesia como de la comunidad internacional. La presente Carta trata de ofrecer una mejor elaboración de los mismos, definirlos con más claridad y reunirlos en una presentación orgánica, ordenada y sistemática. En el anexo se podrá encontrar la indicación de «fuentes y referencias» de los textos en que se han inspirado algunas de las formulaciones.
La Carta de los Derechos de la Familia es presentada ahora por la Santa Sede, organismo central y supremo de gobierno de la Iglesia católica. El documento ha sido enriquecido por un conjunto de observaciones y análisis reunidos tras una amplia consulta a las Conferencias episcopales de toda la Iglesia, así como a expertos en la materia y que representan culturas diversas.
La Carta está destinada en primer lugar a los Gobiernos. Al reafirmar, para bien de la sociedad, la conciencia común de los derechos esenciales de la familia, la Carta ofrece a todos aquellos que comparten la responsabilidad del bien común un modelo y una referencia para elaborar la legislación y la política familiar, y una guía para los programas de acción.
Al mismo tiempo la Santa Sede propone con confianza este documento a la atención de las Organizaciones Internacionales e intergubernamentales que, por su competencia y su acción en la defensa y promoción de los derechos del hombre, no pueden ignorar o permitir las violaciones de los derechos fundamentales de la familia.
La Carta, evidentemente, se dirige también a las familias mismas: ella trata de fomentar en el seno de aquellas la conciencia de la función y del puesto irreemplazable de la familia; desea estimular a las familias a unirse para la defensa y la promoción de sus derechos; las anima a cumplir su deber de tal manera que el papel de la familia sea más claramente comprendido y reconocido en el mundo actual.
La Carta se dirige finalmente a todos, hombres y mujeres, para que se comprometan a hacer todo lo posible, a fin de asegurar que los derechos de la familia sean protegidos y que la institución familiar sea fortalecida para bien de toda la humanidad, hoy y en el futuro.
La Santa Sede, al presentar esta Carta, deseada por los representantes del Episcopado mundial, dirige una llamada particular a todos los miembros y a todas las instituciones de la Iglesia, para que den un testimonio claro de sus convicciones cristianas sobre la misión irreemplazable de la familia, y procuren que familias y padres reciban el apoyo y estímulo necesarios para el cumplimiento de la tarea que Dios les ha confiado.
CARTA DE LOS DERECHOS DE LA FAMILIA
PREÁMBULO
Considerando que:
A. los derechos de la persona, aunque expresados como derechos del individuo, tienen una dimensión fundamentalmente social que halla su expresión innata y vital en la familia;
B. la familia está fundada sobre el matrimonio, esa unión íntima de vida, complemento entre un hombre y una mujer, que está constituida por el vínculo indisoluble del matrimonio, libremente contraído, públicamente afirmado, y que está abierta a la transmisión de la vida;
C. el matrimonio es la institución natural a la que está exclusivamente confiada la misión de transmitir la vida;
D. la familia, sociedad natural, existe antes que el Estado o cualquier otra comunidad, y posee unos derechos propios que son inalienables;
E. la familia constituye, más que una unidad jurídica, social y económica, una comunidad de amor y de solidaridad, insustituible para la enseñanza y transmisión de los valores culturales, éticos, sociales, espirituales y religiosos, esenciales para el desarrollo y bienestar de sus propios miembros y de la sociedad;
F. la familia es el lugar donde se encuentran diferentes generaciones y donde se ayudan mutuamente a crecer en sabiduría humana y a armonizar los derechos individuales con las demás exigencias de la vida social;
G. la familia y la sociedad, vinculadas mutuamente por lazos vitales y orgánicos, tienen una función complementaria en la defensa y promoción del bien de la humanidad y de cada persona;
H. la experiencia de diferentes culturas a través de la historia ha mostrado la necesidad que tiene la sociedad de reconocer y defender la institución de la familia;
I. la sociedad, y de modo particular el Estado y las Organizaciones Internacionales, deben proteger la familia con medidas de carácter político, económico, social y jurídico, que contribuyan a consolidar la unidad y la estabilidad de la familia para que pueda cumplir su función especifica;
J. los derechos, las necesidades fundamentales, el bienestar y los valores de la familia, por más que se han ido salvaguardando progresivamente en muchos casos, con frecuencia son ignorados y no raras veces minados por leyes, instituciones y programas socio-económicos;
K. muchas familias se ven obligadas a vivir en situaciones de pobreza que les impiden cumplir su propia misión con dignidad;
L. la Iglesia Católica, consciente de que el bien de la persona, de la sociedad y de la Iglesia misma pasa por la familia, ha considerado siempre parte de su misión proclamar a todos el plan de Dios intrínseco a la naturaleza humana sobre el matrimonio y la familia, promover estas dos instituciones y defenderlas de todo ataque dirigido contra ellas;
M. el Sínodo de los Obispos celebrado en 1980 recomendó explícitamente que se preparara una Carta de los Derechos de la Familia y se enviara a todos los interesados;
la Santa Sede, tras haber consultado a las Conferencias Episcopales, presenta ahora esta
CARTA DE LOS DERECHOS DE LA FAMILIA e insta a los Estados, Organizaciones Internacionales y a todas las Instituciones y personas interesadas, para que promuevan el respeto de estos derechos y aseguren su efectivo reconocimiento y observancia.
ARTÍCULO 1
Todas las personas tienen el derecho de elegir libremente su estado de vida y por lo tanto derecho a contraer matrimonio y establecer una familia o a permanecer célibes.
a) Cada hombre y cada mujer, habiendo alcanzado la edad matrimonial y teniendo la capacidad necesaria, tiene el derecho de contraer matrimonio y establecer una familia sin discriminaciones de ningún tipo; las restricciones legales a ejercer este derecho, sean de naturaleza permanente o temporal, pueden ser introducidas únicamente cuando son requeridas por graves y objetivas exigencias de la institución del matrimonio mismo y de su carácter social y público; deben respetar, en todo caso, la dignidad y los derechos fundamentales de la persona.
b) Todos aquellos que quieren casarse y establecer una familia tienen el derecho de esperar de la sociedad las condiciones morales, educativas, sociales y económicas que les permitan ejercer su derecho a contraer matrimonio con toda madurez y responsabilidad.
c) El valor institucional del matrimonio debe ser reconocido por las autoridades públicas; la situación de las parejas no casadas no debe ponerse al mismo nivel que el matrimonio debidamente contraído.
ARTÍCULO 2
El matrimonio no puede ser contraído sin el libre y pleno consentimiento de los esposos debidamente expresado.
a) Con el debido respeto por el papel tradicional que ejercen las familias en algunas culturas guiando la decisión de sus hijos, debe ser evitada toda presión que tienda a impedir la elección de una persona concreta como cónyuge.
b) Los futuros esposos tienen el derecho de que se respete su libertad religiosa. Por lo tanto, el imponer como condición previa para el matrimonio una abjuración de la fe, o una profesión de fe que sea contraria a su conciencia constituye una violación de este derecho.
c) Los esposos, dentro de la natural complementariedad que existe entre hombre y mujer, gozan de la misma dignidad y de iguales derechos respecto al matrimonio.
ARTÍCULO 3
Los esposos tienen el derecho inalienable de fundar una familia y decidir sobre el intervalo entre los nacimientos y el número de hijos a procrear, teniendo en plena consideración los deberes para consigo mismos, para con los hijos ya nacidos, la familia y la sociedad, dentro de una justa jerarquía de valores y de acuerdo con el orden moral objetivo que excluye el recurso a la contracepción, la esterilización y el aborto.
a) Las actividades de las autoridades públicas o de organizaciones privadas, que tratan de limitar de algún modo la libertad de los esposos en las decisiones acerca de sus hijos constituyen una ofensa grave a la dignidad humana y a la justicia.
b) En las relaciones internacionales, la ayuda económica concedida para la promoción de los pueblos no debe ser condicionada a la aceptación de programas de contracepción, esterilización o aborto.
c) La familia tiene derecho a la asistencia de la sociedad en lo referente a sus deberes en la procreación y educación de los hijos. Las parejas casadas con familia numerosa tienen derecho a una ayuda adecuada y no deben ser discriminadas.
ARTÍCULO 4
La vida humana debe ser respetada y protegida absolutamente desde el momento de la concepción.
a) El aborto es una directa violación del derecho fundamental a la vida del ser humano.
b) El respeto por la dignidad del ser humano excluye toda manipulación experimental o explotación del embrión humano.
c) Todas las intervenciones sobre el patrimonio genético de la persona humana que no están orientadas a corregir las anomalías, constituyen una violación del derecho a la integridad física y están en contraste con el bien de la familia.
d) Los niños, tanto antes como después del nacimiento, tienen derecho a una especial protección y asistencia, al igual que sus madres durante la gestación y durante un período razonable después del alumbramiento.
e) Todos los niños, nacidos dentro o fuera del matrimonio, gozan del mismo derecho a la protección social para su desarrollo personal integral.
f) Los huérfanos y los niños privados de la asistencia de sus padres o tutores deben gozar de una protección especial por parte de la sociedad. En lo referente a la tutela o adopción, el Estado debe procurar una legislación que facilite a las familias idóneas acoger a niños que tengan necesidad de cuidado temporal o permanente y que al mismo tiempo respete los derechos naturales de los padres.
g) Los niños minusválidos tienen derecho a encontrar en casa y en la escuela un ambiente conveniente para su desarrollo humano.
ARTÍCULO 5
Por el hecho de haber dado la vida a sus hijos, los padres tienen el derecho originario, primario e inalienable de educarlos; por esta razón ellos deben ser reconocidos como los primeros y principales educadores de sus hijos.
a) Los padres tienen el derecho de educar a sus hijos conforme a sus convicciones morales y religiosas, teniendo presentes las tradiciones culturales de la familia que favorecen el bien y la dignidad del hijo; ellos deben recibir también de la sociedad la ayuda y asistencia necesarias para realizar de modo adecuado su función educadora.
b) Los padres tienen el derecho de elegir libremente las escuelas u otros medios necesarios para educar a sus hijos según sus conciencias. Las autoridades públicas deben asegurar que las subvenciones estatales se repartan de tal manera que los padres sean verdaderamente libres para ejercer su derecho, sin tener que soportar cargas injustas. Los padres no deben soportar, directa o indirectamente, aquellas cargas suplementarias que impiden o limitan injustamente el ejercicio de esta libertad.
c) Los padres tienen el derecho de obtener que sus hijos no sean obligados a seguir cursos que no están de acuerdo con sus convicciones morales y religiosas. En particular, la educación sexual -que es un derecho básico de los padres- debe ser impartida bajo su atenta guía, tanto en casa como en los centros educativos elegidos y controlados por ellos.
d) Los derechos de los padres son violados cuando el Estado impone un sistema obligatorio de educación del que se excluye toda formación religiosa.
e) El derecho primario de los padres a educar a sus hijos debe ser tenido en cuenta en todas las formas de colaboración entre padres, maestros y autoridades escolares, y particularmente en las formas de participación encaminadas a dar a los ciudadanos una voz en el funcionamiento de las escuelas, y en la formulación y aplicación de la política educativa.
f) La familia tiene el derecho de esperar que los medios de comunicación social sean instrumentos positivos para la construcción de la sociedad y que fortalezcan los valores fundamentales de la familia. Al mismo tiempo ésta tiene derecho a ser protegida adecuadamente, en particular respecto a sus miembros más jóvenes, contra los efectos negativos y los abusos de los medios de comunicación.
ARTÍCULO 6
La familia tiene el derecho de existir y progresar como familia.
a) Las autoridades públicas deben respetar y promover la dignidad, justa independencia, intimidad, integridad y estabilidad de cada familia.
b) El divorcio atenta contra la institución misma del matrimonio y de la familia.
c) El sistema de familia amplia, donde exista, debe ser tenido en estima y ayudado en orden a cumplir su papel tradicional de solidaridad y asistencia mutua, respetando a la vez los derechos del núcleo familiar y la dignidad personal de cada miembro.
ARTÍCULO 7
Cada familia tiene el derecho de vivir libremente su propia vida religiosa en el hogar, bajo la dirección de los padres, así como el derecho de profesar públicamente su fe y propagarla, participar en los actos de culto en público y en los programas de instrucción religiosa libremente elegidos, sin sufrir alguna discriminación.
ARTÍCULO 8
La familia tiene el derecho de ejercer su función social y política en la construcción de la sociedad.
a) Las familias tienen el derecho de formar asociaciones con otras familias e instituciones, con el fin de cumplir la tarea familiar de manera apropiada y eficaz, así como defender los derechos, fomentar el bien y representar los intereses de la familia.
b) En el orden económico, social, jurídico y cultural, las familias y las asociaciones familiares deben ver reconocido su propio papel en la planificación y el desarrollo de programas que afectan a la vida familiar.
ARTÍCULO 9
Las familias tienen el derecho de poder contar con una adecuada política familiar por parte de las autoridades públicas en el terreno jurídico, económico, social y fiscal, sin discriminación alguna.
a) Las familias tienen el derecho a unas condiciones económicas que les aseguren un nivel de vida apropiado a su dignidad y a su pleno desarrollo. No se les puede impedir que adquieran y mantengan posesiones privadas que favorezcan una vida familiar estable; y las leyes referentes a herencias o transmisión de propiedad deben respetar las necesidades y derechos de los miembros de la familia.
b) Las familias tienen derecho a medidas de seguridad social que tengan presentes sus necesidades, especialmente en caso de muerte prematura de uno o ambos padres, de abandono de uno de los cónyuges, de accidente, enfermedad o invalidez, en caso de desempleo, o en cualquier caso en que la familia tenga que soportar cargas extraordinarias en favor de sus miembros por razones de ancianidad, impedimentos físicos o psíquicos, o por la educación de los hijos.
c) Las personas ancianas tienen el derecho de encontrar dentro de su familia o, cuando esto no sea posible, en instituciones adecuadas, un ambiente que les facilite vivir sus últimos años de vida serenamente, ejerciendo una actividad compatible con su edad y que les permita participar en la vida social.
d) Los derechos y necesidades de la familia, en especial el valor de la unidad familiar, deben tenerse en consideración en la legislación y política penales, de modo que el detenido permanezca en contacto con su familia y que ésta sea adecuadamente sostenida durante el período de la detención.
ARTÍCULO 10
Las familias tienen derecho a un orden social y económico en el que la organización del trabajo permita a sus miembros vivir juntos, y que no sea obstáculo para la unidad, bienestar, salud y estabilidad de la familia, ofreciendo también la posibilidad de un sano esparcimiento.
a) La remuneración por el trabajo debe ser suficiente para fundar y mantener dignamente a la familia, sea mediante un salario adecuado, llamado «salario familiar», sea mediante otras medidas sociales como los subsidios familiares o la remuneración por el trabajo en casa de uno de los padres; y debe ser tal que las madres no se vean obligadas a trabajar fuera de casa en detrimento de la vida familiar y especialmente de la educación de los hijos.
b) El trabajo de la madre en casa debe ser reconocido y respetado por su valor para la familia y la sociedad.
ARTÍCULO 11
La familia tiene derecho a una vivienda decente, apta para la vida familiar, y proporcionada al número de sus miembros, en un ambiente físicamente sano que ofrezca los servicios básicos para la vida de la familia y de la comunidad.
ARTÍCULO 12
Las familias de emigrantes tienen derecho a la misma protección que se da a las otras familias.
a) Las familias de los inmigrantes tienen el derecho de ser respetadas en su propia cultura y recibir el apoyo y la asistencia en orden a su integración dentro de la comunidad, a cuyo bien contribuyen.
b) Los trabajadores emigrantes tienen el derecho de ver reunida su familia lo antes posible.
c) Los refugiados tienen derecho a la asistencia de las autoridades públicas y de las organizaciones internacionales que les facilite la reunión de sus familias.
FUENTES Y REFERENCIAS
PREÁMBULO
A. Rerum novarum, 9; Gaudium et spes, 24.
B. Pacem in terris, parte I; Gaudium et spes, 48 y 50; Familiaris consortio, 19; Codex Iuris Canonici, 1056.
C. Gaudium et spes, 50; Humanae vitae, 12; Familiaris consortio, 28.
D. Rerum novarum, 9 y 10; Familiaris consortio, 45.
E. Familiaris consortio, 43.
F. Gaudium et spes, 52; Familiaris consortio, 21.
G. Gaudium et spes, 52; Familiaris consortio, 42 y 45.
I. Familiaris consortio, 45.
J. Familiaris consortio, 46.
K. Familiaris consortio, 6 y 77.
L. Familiaris consortio, 3 y 46.
M. Familiaris consortio, 46.
ARTÍCULO 1
Rerum novarum, 9; Pacem in terris, parte I; Gaudium et spes, 26; Declaración universal de los Derechos Humanos, 16, 1.
a) Codex Iuris Canonici, 1058 y 1077; Declaración universal, 16, 1.
b) Gaudium et spes, 52; Familiaris consortio, 81.
c) Gaudium et spes, 52; Familiaris consortio, 81 y 82.
ARTÍCULO 2
Gaudium et spes, 52; Codex Iuris Canonici, 1057; Declaración universal, 16, 2.
a) Gaudium et spes, 52.
b) Dignitatis humanae, 6.
c) Gaudium et spes, 49; Familiaris consortio, 19 y 22; Codex Iuris Canonici, 1135; Declaración universal, 16, 1.
ARTÍCULO 3
Populorum progressio, 37; Gaudium et spes, 50 y 87; Humanae vitae, 10; Familiaris consortio, 30 y 46.
a) Familiaris consortio, 30.
b) Familiaris consortio, 30.
c) Gaudium et spes, 50.
ARTÍCULO 4
Gaudium et spes, 51; Familiaris consortio, 26.
a) Humanae vitae, 14; Declaración sobre el aborto provocado (S. Congregación para la Doctrina de la Fe), 18 de noviembre de 1974; Familiaris consortio, 30.
b) JUAN PABLO II: Discurso a la Academia pontificia de las ciencias, 23 de octubre de 1982.
d) Declaración universal, 25, 2; Declaración sobre los Derechos del Niño, Preámbulo y 4.
e) Declaración universal, 25, 2.
f) Familiaris consortio, 41.
g) Familiaris consortio, 77.
ARTÍCULO 5
Divini illius magistri, 27-34; Gravissimum educationis, 3; Familiaris consortio, 36; Codex Iuris Canonici, 793 y 1136.
a) Familiaris consortio, 46.
b) Gravissimum educationis, 7; Dignitatis humanae, 5; JUAN PABLO II: Libertad religiosa y el Acta final de Helsinki (Carta a los Jefes de las naciones signatarias del Acta final de Helsinki), 4b; Familiaris consortio, 40; Codex Iuris Canonici, 797.
c) Dignitatis humanae, 5; Familiaris consortio, 37 y 40.
d) Dignitatis humanae, 5; Familiaris consortio, 40.
e) Familiaris consortio, 40; Codex Iuris Canonici, 796.
f) PABLO VI: Mensaje para la Tercera Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 1969; Familiaris consortio, 76.
ARTÍCULO 6
Familiaris consortio, 46.
a) Rerum novarum, 10; Familiaris consortio, 46; Convención internacional sobre los Derechos civiles y políticos, 17.
b) Gaudium et spes, 48 y 50.
ARTÍCULO 7
Dignitatis humanae, 5; Libertad religiosa y el Acta final de Helsinki, 4b; Convención internacional sobre los Derechos civiles y políticos, 18.
ARTÍCULO 8
Familiaris consortio, 44 y 48.
a) Apostolicam actuositatem, 11; Familiaris consortio, 46 y 72.
b) Familiaris consortio, 44 y 45.
ARTÍCULO 9
Laborem exercens, 10 y 19; Familiaris consortio, 45; Declaración universal, 16, 3 y 22; Convención internacional sobre los Derechos económicos, sociales y culturales, 10, 1.
a) Mater et magistra, parte II; Laborem exercens, 10; Familiaris consortio, 45; Declaración universal, 22 y 25; Convención internacional sobre los Derechos económicos, sociales y culturales, 7, a, ii.
b) Familiaris consortio, 45 y 46; Declaración universal, 25, 1; Convención internacional sobre los Derechos económicos, sociales y culturales, 9, 10, 1 y 10, 2.
c) Gaudium et spes, 52; Familiaris consortio, 27.
ARTÍCULO 10
Laborem exercens, 19; Familiaris consortio, 77; Declaración universal, 23, 3.
b) Familiaris consortio, 23.
ARTÍCULO 11
Apostolicam actuositatem, 8; Familiaris consortio, 81; Convención internacional sobre los Derechos económicos, sociales y culturales, 11. 1.
ARTÍCULO 12
Familiaris consortio, 77; Carta social europea, 19.