LIBROS HISTORICOS - JOSUE

Josué 1-5 Preparativos para la conquista de Canaan 6-12 La conquista de Canaan La toma de Jericó 13-22 La distribución de la tierra entre las tribus de Israel 23-24 Despedida de Josué





Josué (BPD) 1






LA OCUPACIÓN DE LA TIERRA PROMETIDA


Los preparativos para la conquista

1 1 Después de la muerte de Moisés, el servidor del Señor, el Señor dijo a Josué, hijo de Nun y ayudante de Moisés: 2 “Mi servidor Moisés ha muerto. Ahora levántate y cruza el Jordán con todo este pueblo, para ir hacia la tierra que yo daré a los israelitas. 3 Yo les entrego todos los lugares donde ustedes pondrán la planta de sus pies, como se lo prometí a Moisés. 4 El territorio de ustedes se extenderá desde el desierto y desde el Líbano hasta el Gran Río, el río Éufrates, y hasta el Gran Mar, al occidente. 5 Mientras vivas, nadie resistirá delante de ti; yo estaré contigo como estuve con Moisés: no te dejaré ni te abandonaré. 6 Sé valiente y firme: tú vas a poner a este pueblo en posesión del país que yo les daré, porque así lo juré a sus padres. 7 Basta que seas fuerte y valiente, para obrar en todo según la Ley que te dio Moisés, mi servidor. No te apartes de ella ni a la derecha ni a la izquierda, y así tendrás éxito en todas tus empresas. 8 Que el libro de esta Ley nunca se aparte de ti: medítalo día y noche, para obrar fielmente en todo conforme a lo que está escrito en él. Así harás prosperar tus empresas y tendrás éxito. 9 ¿Acaso no soy yo el que te ordeno que seas fuerte y valiente? No temas ni te acobardes, porque el Señor, tu Dios, estará contigo dondequiera que vayas”.

Colaboración de las tribus de la Transjordania

10 Entonces Josué dio a los escribas del pueblo la siguiente orden: 11 “Recorran el campamento y manden al pueblo que haga provisión de víveres, porque dentro de tres días pasarán el Jordán para ir a ocupar la tierra que el Señor, su Dios, les da en posesión”. 12 Luego dijo a los rubenitas, a los gaditas y a la mitad de la tribu de Manasés: 13 “Recuerden la orden que les dio Moisés, el servidor del Señor, cuando dijo: ‘El Señor, su Dios, les concede el descanso y les da este territorio. 14 Sus mujeres, sus niños y sus rebaños se quedarán en el territorio que les dio Moisés, al otro lado del Jordán. Pero ustedes, todos los guerreros, cruzarán equipados con sus armas al frente de sus hermanos, para prestarles ayuda, 15 hasta que el Señor les conceda el descanso lo mismo que a ustedes, y también ellos tomen posesión de la tierra que les da el Señor, su Dios. Entonces volverán al territorio que les pertenece, aquel que les dio Moisés, el servidor del Señor, al otro lado del Jordán, hacia el oriente’”. 16 Ellos respondieron a Josué: “Haremos todo lo que nos ordenes e iremos adonde nos mandes.17 Así como obedecimos en todo a Moisés, también te obedeceremos a ti. Basta que el Señor esté contigo como estuvo con él. 18 Cualquiera que se rebele contra tus órdenes y no te obedezca en todo lo que nos mandes, será castigado con la muerte. Tú, por tu parte, sé fuerte y valiente”.

Los espías de Josué en Jericó

2 1 Josué, hijo de Nun, envió clandestinamente desde Sitím a dos espías, con la siguiente consigna: “Vayan a observar el terreno”. Ellos partieron y, al llegar a Jericó, entraron en casa de una prostituta llamada Rajab, donde se alojaron. 2 Cuando se notificó al rey de Jericó que unos hombres israelitas habían llegado durante la noche para observar el terreno, 3 mandó decir a Rajab: “Saca afuera a esos hombres que vinieron a verte, los que entraron en tu casa, porque han venido únicamente para observar todo el país”. 4 Pero la mujer tomó a los dos hombres, los escondió y declaró: “Es verdad que esos hombres vinieron aquí, pero yo no sabía de dónde eran. 5 Se fueron al caer la noche, cuando estaban por cerrarse las puertas de la ciudad, y no sé adónde habrán ido. Salgan en seguida detrás de ellos, porque todavía pueden alcanzarlos”. 6 En realidad, los había hecho subir a la terraza, ocultándolos entre unos haces de lino extendidos allí. 7 Entonces unos hombres salieron a perseguirlos en dirección al Jordán, hacia los vados; e inmediatamente después que los perseguidores salieron detrás de ellos, se cerraron las puertas de la ciudad.

El pacto entre Rajab y los espías

8 Cuando Rajab subió a la terraza, donde estaban los espías, estos aún no se habían acostado. 9 Ella les dijo: “Yo sé que el Señor les ha entregado este país, porque el terror que ustedes inspiran se ha apoderado de nosotros, y todos los habitantes han quedado espantados a la vista de ustedes. 10 Nosotros hemos oído cómo el Señor secó las aguas del Mar Rojo cuando ustedes salían de Egipto, y cómo ustedes trataron a Sijón y a Og, los dos reyes amorreos que estaban al otro lado del Jordán y que ustedes condenaron al exterminio. 11 Al enterarnos de eso, nuestro corazón desfalleció, y ya no hay nadie que tenga ánimo para oponerles resistencia, porque el Señor, su Dios, es Dios allá arriba, en el cielo, y aquí abajo, en la tierra. 12 Por eso, júrenme ahora mismo por el Señor, que así como yo los traté con bondad, ustedes tratarán de la misma manera a mi familia. Denme una señal segura 13 de que dejarán con vida a mi padre, a mi madre, a mis hermanos y a mis hermanas, y a todo cuanto les pertenece, y que nos librarán de la muerte”. 14 Los hombres le respondieron: “Nosotros responderemos por ustedes con nuestra vida, con tal que no nos delates. Cuando el Señor nos entregue este país, te trataremos con bondad y lealtad”. 15 Entonces la mujer los descolgó por la ventana con una cuerda, porque su casa daba contra el muro de la ciudad, y ella vivía junto a él.
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 Y les hizo esta recomendación: “Vayan hacia la montaña para que sus perseguidores no puedan alcanzarlos. Manténganse ocultos allí durante tres días, hasta que ellos estén de regreso, y después podrán seguir viaje”. 17 Los hombres le respondieron: 18“Cuando nosotros entremos en el país, tú atarás este cordón escarlata a la ventana por la que nos hiciste bajar, y reunirás contigo, dentro de la casa, a tu padre, a tu madre, a tus hermanos y a toda tu familia. 19 Si alguno sale fuera de las puertas de tu casa, su sangre caerá sobre su cabeza y nosotros seremos inocentes. Pero la sangre de todos los que estén contigo dentro de la casa, caerá sobre nuestras cabezas, si alguien pone su mano sobre alguno de ellos. 20 En cambio, si nos delatas, quedaremos libres del juramento que nos has exigido”. 21 “Que se cumpla lo que acaban de decir”, replicó ella, y los dejó partir. Apenas se fueron, la mujer ató a la ventana el cordón escarlata.

El regreso de los espías

22 Los hombres se fueron a la montaña y se quedaron allí tres días, hasta que regresaron los perseguidores, que los habían buscado por todas partes sin encontrarlos. 23 Entonces los dos hombres volvieron a bajar de la montaña, cruzaron el río, y cuando estuvieron de nuevo con Josué, hijo de Nun, lo informaron de todo lo que les había ocurrido. 24 “No hay duda, le dijeron, que el Señor nos ha entregado el país, porque todos sus habitantes están espantados delante de nosotros”.

Las instrucciones de Josuéa los israelitas

3 1 A la madrugada del día siguiente, Josué y todos los israelitas partieron de Sitím. Cuando llegaron al Jordán, se dispusieron a pasar la noche allí antes de cruzar. 2 Al cabo de tres días, los escribas recorrieron el campamento 3 dando esta orden al pueblo: “Cuando vean el Arca de la Alianza del Señor, su Dios, y a los sacerdotes levitas que la transportan, muévanse del lugar donde están y síganla. 4 Pero dejen entre ustedes y el Arca una distancia de mil metros aproximadamente, y no se acerquen a ella. Así sabrán por dónde tienen que ir, porque ustedes nunca pasaron por este camino”.
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 Josué dijo al pueblo: “Purifíquense, porque mañana el Señor va a obrar maravillas en medio de ustedes”. 6 Después dijo a los sacerdotes: “Levanten el Arca de la Alianza y pónganse al frente del pueblo”. Ellos la levantaron y avanzaron al frente del pueblo.
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 Entonces el Señor dijo a Josué: “Hoy empezaré a engrandecerte a los ojos de todo Israel, para que sepan que yo estoy contigo como estuve con Moisés. 8 Ahora ordena a los sacerdotes que llevan el Arca de la Alianza: ‘Cuando lleguen al borde del Jordán, deténganse junto al río’”. 9 Josué dijo a los israelitas: “Acérquense y escuchen las palabras del Señor, su Dios”. 10 Y añadió: “En esto conocerán que el Dios viviente está en medio ustedes, y que él expulsará delante de ustedes a los cananeos, los hititas, los jivitas, los perizitas, los guirgazitas, los amorreos y los jebuseos: 11 el Arca de la Alianza del Señor de toda la tierra va a cruzar el Jordán delante de ustedes. 12 Ahora elijan a doce hombres entre las tribus de Israel, uno por cada tribu. 13 Y apenas los sacerdotes que llevan el Arca del Señor de toda la tierra apoyen sus pies sobre las aguas del Jordán, estas se abrirán, y las aguas que vienen de arriba se detendrán como contenidas por un dique”.

El paso del Jordán

14 Cuando el pueblo levantó sus carpas para cruzar el Jordán, los sacerdotes que llevaban el Arca de la Alianza iban al frente de él. 15 Apenas llegaron al Jordán y sus pies tocaron el borde de las aguas –el Jordán se desborda por sus dos orillas durante todo el tiempo de la cosecha– 16 las aguas detuvieron su curso: las que venían de arriba se amontonaron a una gran distancia, cerca de Adam, la ciudad que está junto a Sartán; y las que bajaban hacia el mar de la Arabá –el mar de la Sal– quedaron completamente cortadas. Así el pueblo cruzó a la altura de Jericó. 17 Los sacerdotes que llevaban el Arca de la Alianza del Señor permanecían inmóviles en medio del Jordán, sobre el suelo seco, mientras todo Israel iba pasando por el cauce seco, hasta que todo el pueblo terminó de cruzar el Jordán.

Los doce piedras conmemorativas

4 1 Cuando todo el pueblo terminó de pasar el Jordán, el Señor dijo a Josué: 2 “Elijan a doce hombres del pueblo, uno por cada tribu, 3 y ordénenles lo siguiente: ‘Retiren de aquí doce piedras, tómenlas de en medio del Jordán, del mismo lugar donde estaban apoyados los pies de los sacerdotes; llévenlas con ustedes y deposítenlas en el lugar donde hoy van a pasar la noche’”. 4 Entonces Josué llamó a los doce hombres que había hecho designar entre los israelitas, un hombre por cada tribu, 5 y les dijo: “Vayan hasta el medio del Jordán, ante el Arca del Señor, su Dios, y cargue cada uno sobre sus espaldas una piedra, conforme al número de las tribus de Israel, 6 para que esto quede como un signo en medio de ustedes. Porque el día de mañana sus hijos les preguntarán: ‘¿Qué significan para ustedes estas piedras?’. 7 Y ustedes les responderán: ‘Las aguas del Jordán se abrieron ante el Arca de la Alianza del Señor; cuando ella atravesó el Jordán, se abrieron las aguas del río. Y estas piedras son un memorial eterno para los israelitas’”.
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 Los israelitas cumplieron la orden de Josué: retiraron doce piedras de en medio del Jordán, según el número de las tribus de Israel, como el Señor se lo había ordenado a Josué; las trasladaron hasta el lugar donde iban a pasar la noche, y las depositaron allí.9 Después Josué hizo erigir doce piedras en medio del Jordán, en el lugar donde se habían apoyado los pies de los sacerdotes que llevaban el Arca de la Alianza, y allí quedaron hasta el día de hoy.

Fin del paso del Jordán

10 Los sacerdotes que llevaban el Arca permanecieron de pie en medio del Jordán, hasta que se cumplió todo lo que Josué comunicó al pueblo por orden del Señor, conforme a las instrucciones que Moisés había dado a Josué. El pueblo se apresuró a pasar, 11 y cuando terminó de hacerlo, también pasó el Arca del Señor, con los sacerdotes al frente del pueblo. 12 Delante de los israelitas cruzaron los rubenitas, los gaditas y la mitad de la tribu de Manasés, equipados con sus armas, como lo había dispuesto Moisés. 13 Eran cerca de cuarenta mil guerreros adiestrados, que avanzaban delante del Señor, preparados para combatir en la llanura de Jericó. 14 Aquel día, el Señor engrandeció a Josué a los ojos de todo Israel, y desde entonces lo respetaron como habían respetado a Moisés durante toda su vida.
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 Luego el Señor dijo a Josué: 16 “Ordena a los sacerdotes que llevan el Arca del Testimonio que salgan del Jordán”. 17 Entonces Josué ordenó a los sacerdotes que llevaban el Arca: “Salgan del Jordán”. 18 Y cuando estos salieron, apenas sus pies tocaron el suelo firme, las aguas del Jordán volvieron a su cauce y prosiguieron su curso como antes, por encima de sus bordes.

La llegada a Guilgal

19 El pueblo salió del Jordán el día diez del primer mes, y estableció su campamento en Guilgal, en el extremo oriental de Jericó. 20 Josué hizo erigir en Guilgal las doce piedras que habían sacado del Jordán, 21 y dijo a los israelitas: “Cuando los hijos de ustedes, el día de mañana, pregunten a sus padres qué significan estas piedras, 22 ustedes les darán la siguiente explicación: ‘Israel pasó por el cauce seco del Jordán, 23 porque el Señor, su Dios, secó las aguas del Jordán delante de ustedes, hasta que pasaron, como había secado las aguas del Mar Rojo delante de nosotros, hasta que terminamos de pasar. 24 Lo hizo así, para que todos los pueblos de la tierra reconozcan qué poderosa es la mano del Señor, y ustedes teman siempre al Señor, su Dios’”.

El pánico de las poblacionesal oeste del Jordán

5 1 Cuando todos los reyes de los amorreos que ocupaban la región situada al oeste del Jordán y todos los reyes de los cananeos que estaban junto al mar, oyeron que el Señor había secado las aguas del Jordán delante de los israelitas, hasta que ellos pasaron, su corazón desfalleció y nadie tuvo ánimo para oponerles resistencia.

La circuncisión de los israelitas en Guilgal

2 En aquel tiempo, el Señor dijo a Josué: “Fabrícate unos cuchillos de piedra y vuelve a circuncidar a los israelitas”. 3 Josué hizo entonces unos cuchillos de piedra y circuncidó a los israelitas en la Colina de los Prepucios. 4 Los circuncidó por el siguiente motivo: toda la población que había salido de Egipto, los varones aptos para la guerra, habían muerto en el desierto durante la travesía, después de la salida de Egipto. 5 Ahora bien, los que habían salido estaban circuncidados; pero los nacidos después de la salida de Egipto, durante la travesía del desierto, no lo estaban. 6 Porque los israelitas anduvieron por el desierto durante cuarenta años, o sea, el tiempo suficiente para que desapareciera la nación entera, con los hombres aptos para la guerra que habían salido de Egipto. Como ellos no escucharon la voz del Señor, el Señor juró que no les dejaría ver la tierra que había prometido darnos, de acuerdo con el juramento que hizo a nuestros padres, esa tierra que mana leche y miel. 7 Pero en lugar de ellos suscitó a sus hijos; y fue a estos a los que circuncidó Josué, ya que estaban incircuncisos porque no los habían circuncidado durante la travesía. 8 Cuando todo el pueblo fue circuncidado, se quedaron descansando en el campamento hasta que se curaron. 9 Entonces el Señor dijo a Josué: “Hoy he quitado de encima de ustedes el oprobio de Egipto”. Y aquel lugar se llamó Guilgal hasta el día de hoy.

La celebración de la Pascua

10 Los israelitas acamparon en Guilgal, y el catorce del mes, por la tarde, celebraron la Pascua en la llanura de Jericó. 11 Al día siguiente de la Pascua, comieron de los productos del país –pan sin levadura y granos tostados– ese mismo día. 12 El maná dejó de caer al día siguiente, cuando comieron los productos del país. Ya no hubo más maná para los israelitas, y aquel año comieron los frutos de la tierra de Canaán.

La aparición del jefe del ejército del Señor

13 Mientras Josué estaba cerca de Jericó, alzó los ojos y vio a un hombre que estaba de pie frente a él, con la espada desenvainada en su mano. Josué avanzó hacia él y le preguntó: “¿Eres de los nuestros o de nuestros enemigos?”. 14 Él respondió: “No, yo soy el jefe del ejército del Señor y ahora he venido”. Josué cayó con el rostro en tierra, se postró y exclamó: “Señor, ¿qué tienes que decir a tu servidor?”. 15 El jefe del ejército del Señor le respondió: “Quítate las sandalias de tus pies, porque el lugar donde estás parado es santo”. Y Josué así lo hizo.

El sitio y la caída de Jericó

6 1 Jericó estaba herméticamente cerrada por temor a los israelitas: nadie salía ni entraba. 2 Entonces el Señor dijo a Josué: “Yo he puesto en tus manos a Jericó y a su rey. 3 Por eso ustedes, todos los hombres de guerra, darán una sola vuelta alrededor de la ciudad, formando un círculo en torno a ella. Así lo harán durante seis días. 4Además, siete sacerdotes irán delante del Arca llevando siete trompetas de cuerno. El séptimo día, en cambio, ustedes darán siete vueltas alrededor de la ciudad, y los sacerdotes harán sonar las trompetas. 5 A la señal dada con el cuerno, cuando ustedes oigan el sonido de las trompetas, todo el pueblo prorrumpirá en fuertes gritos de guerra. Entonces los muros de la ciudad caerán sobre sí mismos, y el pueblo se lanzará al asalto, cada uno hacia lo que tenga adelante”.
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 Josué, hijo de Nun, convocó a los sacerdotes y les dijo: “Levanten el Arca de la Alianza, y que siete sacerdotes lleven siete trompetas de cuerno delante del Arca del Señor”. 7 Después dijo al pueblo: “Vayan adelante y den la vuelta alrededor de la ciudad; que los guerreros avancen delante del Arca del Señor”. 8 En seguida se hizo lo que Josué había dicho al pueblo: los siete sacerdotes que llevaban las siete trompetas de cuerno delante del Señor, avanzaron tocando las trompetas, mientras el Arca de la Alianza del Señor iba detrás de ellos. 9 Los guerreros, por su parte, marchaban delante de los sacerdotes que tocaban las trompetas, mientras que la retaguardia iba detrás del Arca. Y en ningún momento se dejó de tocar las trompetas. 10 Pero Josué dio esta orden al pueblo: “No lancen ningún grito de guerra ni dejen oír sus voces; que no salga de la boca de ustedes ninguna palabra, hasta que yo les diga: ‘¡Griten!’. Sólo entonces gritarán”. 11 Así hizo que el Arca del Señor diera una vuelta alrededor de la ciudad, formando un círculo en torno a ella. Luego volvieron otra vez al campamento, y allí pasaron la noche.
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 A la mañana siguiente, Josué se levantó de madrugada y los sacerdotes tomaron el Arca del Señor. 13 Los siete sacerdotes que llevaban las siete trompetas de cuerno delante del Arca del Señor, avanzaban sin dejar de tocar las trompetas; los guerreros marchaban delante de ellos, y la retaguardia iba detrás del Arca del Señor. En ningún momento se dejó de tocar las trompetas. 14 Así dieron la vuelta alrededor de la ciudad el segundo día, y después regresaron al campamento. Esto mismo se hizo durante seis días.
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 El séptimo día se levantaron al despuntar el alba y dieron siete vueltas alrededor de la ciudad, de la manera acostumbrada: sólo ese día dieron siete vueltas alrededor de la ciudad. 16 Al dar la séptima vuelta, los sacerdotes tocaron con más fuerza las trompetas, y Josué dijo al pueblo: “Lancen el grito de guerra, porque el Señor les entrega la ciudad. 17 Ustedes consagrarán al Señor la ciudad con todo lo que hay en ella, exterminándola por completo. Quedarán con vida solamente Rajab, la prostituta, y todos los que estén con ella en su casa, porque ella ocultó a los emisarios que nosotros habíamos enviado. 18 En cuanto a ustedes, tengan mucho cuidado con lo que está consagrado al exterminio, no sea que, llevados por la codicia, se adueñen de alguna cosa prohibida. Porque entonces pondrían en entredicho al campamento de Israel y le atraerían una desgracia. 19 Todo el oro, la plata y los objetos de bronce y de hierro serán consagrados al Señor y pasarán a formar parte de su tesoro”.
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 Entonces el pueblo lanzó un fuerte grito y se tocaron las trompetas. Al oir el sonido de las trompetas, el pueblo prorrumpió en un griterío ensordecedor, y el muro se desplomó sobre sí mismo. En seguida el pueblo acometió contra la ciudad, cada uno contra lo que tenía adelante, y la tomaron. 21 Luego consagraron al exterminio todo lo que había en ella, pasando al filo de la espada a hombres y mujeres, niños y ancianos, vacas, ovejas y asnos.

La familia de Rajab

22 Josué dijo a los dos hombres que habían explorado el país: “Entren en la casa de la prostituta y hagan salir a esa mujer con todo lo que le pertenece, como se lo han jurado”. 23 Aquellos jóvenes espías fueron e hicieron salir a Rajab, a su padre, a su madre, a sus hermanos y todo lo que le pertenecía. También hicieron salir a sus otros parientes, y los instalaron fuera del campamento de Israel. 24 Después incendiaron la ciudad y todo lo que había en ella, salvando únicamente la plata, el oro y los objetos de bronce y de hierro, que fueron depositados en el tesoro de la Casa del Señor.
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 Josué dejó con vida a Rajab, la prostituta, a su familia y a todo lo que le pertenecía, y ella habitó en medio de Israel hasta el día de hoy, por haber ocultado a los emisarios que Josué había enviado para explorar Jericó.

La maldición sobre Jericó

 26 En aquel tiempo Josué hizo pronunciar el siguiente juramento delante del Señor:
“¡Maldito el hombre
que intente reconstruir esta ciudadde Jericó!
¡Pondrá los cimientos sobre su primogénito,
y colocará las puertas sobre su hijo menor!”.
27 El Señor acompañó a Josué, y su fama se extendió por toda la tierra.

El pecado de Acán

7 1 Pero los israelitas cometieron una infidelidad con las cosas que debían ser consagradas al exterminio. En efecto, Acán –hijo de Carmí, hijo de Zabdí, hijo de Zéraj, de la tribu de Judá– se reservó algunas de esas cosas, y la ira del Señor se encendió contra los israelitas.

La derrota de los israelitas en Ai

2 Desde Jericó, Josué envió unos hombres a Ai, que está cerca de Bet Aven, al este de Betel, con esta consigna: “Suban a explorar la región”. Los hombres subieron hasta Ai, la exploraron, 3 y cuando estuvieron de regreso, dijeron a Josué: “No es necesario que se movilice toda la gente. Dos o tres mil hombres bastan para derrotar a Ai. No fatigues a todos haciéndolos ir hasta allá, porque ellos son unos pocos”. 4 Entonces subieron contra Ai unos tres mil hombres del pueblo, pero tuvieron que huir ante los hombres de Ai, 5 que mataron a unos treinta y seis israelitas, los persiguieron desde la puerta de la ciudad hasta Sebarím y los derrotaron en la bajada. Ante esto, el pueblo quedó deprimido y se sintió desfallecer.

La queja de Josué

6 Josué desgarró sus vestiduras y se postró hasta la tarde delante del Arca del Señor, con el rostro en tierra. Los ancianos de Israel hicieron lo mismo, y todos esparcieron polvo sobre sus cabezas. 7 Mientras tanto, Josué decía: “¡Señor! ¿Para qué hiciste pasar el Jordán a este pueblo? ¿Sólo para ponernos en manos de los amorreos y hacernos desaparecer? ¡Ojalá nos hubiéramos decidido a quedarnos al otro lado del Jordán! 8 ¡Señor! ¿Qué más puedo decir, ahora que Israel ha tenido que volver las espaldas a sus enemigos? 9 Apenas se enteren los cananeos y todos los habitantes del país, estrecharán un círculo contra nosotros y borrarán nuestro nombre de la tierra. Y entonces, ¿Qué harás tú por tu Nombre glorioso?”.

La respuesta del Señor

10 El Señor respondió a Josué: “¡Levántate! ¿Por qué estás ahí postrado sobre tu rostro? 11 Israel ha pecado: ellos han transgredido mi alianza, la que yo les impuse. Se han quedado con algo que debía ser consagrado al exterminio: se han atrevido a robarlo, a esconderlo y a reservarlo para su uso personal. 12 Por eso los israelitas no podrán hacer frente a sus enemigos, sino que tendrán que volver las espaldas ante sus adversarios, por haberse convertido ellos mismos en algo que debe ser consagrado al exterminio. Yo no estaré más con ustedes si no eliminan lo que debió ser consagrado al exterminio. 13 Ahora levántate y purifica al pueblo. Tú dirás: ‘Purifíquense para mañana, porque así habla el Señor, el Dios de Israel: En medio de ti, Israel, hay algo que debió ser consagrado al exterminio, y tú no podrás hacer frente a tus enemigos hasta que lo hayas extirpado’. 14 Mañana por la mañana ustedes comparecerán por tribus; la tribu que el Señor señale por medio de la suerte comparecerá por clanes; el clan que el Señor señale comparecerá por familias; y la familia que el Señor señale, comparecerá hombre por hombre. 15 El que sea sorprendido en posesión de los objetos condenados al exterminio, será quemado con todos sus bienes porque ha quebrantado la alianza del Señor y ha cometido una infamia en Israel”.

El descubrimiento y el castigo del culpable

16 A la mañana siguiente, bien temprano, Josué hizo que Israel se fuera acercando tribu por tribu, y la suerte cayó sobre Judá. 17 Luego mandó que se acercaran los clanes de Judá, y la suerte cayó sobre el clan de Zéraj. En seguida ordenó que se acercaran las familias del clan de Zéraj, y la suerte cayó sobre Zabdí. 18 Y Cuando hizo acercar a la familia de Zabdí, hombre por hombre, la suerte cayó sobre Acán, hijo de Carmí, hijo de Zabdí, hijo de Zéraj, de la tribu de Judá.
19
 Josué dijo a Acán: “Hijo mío, da gloria al Señor, el Dios de Israel, y tribútale homenaje. Dime lo que has hecho, sin ocultarme nada”. 20 Acán respondió a Josué: “Es verdad, he pecado contra el Señor, el Dios de Israel. Esto es lo que hice: 21 Yo vi entre el botín un hermoso manto de Senaar, doscientos siclos de plata y un lingote de oro que pesa cincuenta siclos; me gustaron y los guardé. Ahora están escondidos en la tierra, en medio de mi carpa, y la plata está debajo”.
22
 Josué envío a dos emisarios, que fueron corriendo a la carpa, y encontraron el manto que estaba escondido en ella, y la plata debajo de él. 23 En seguida retiraron las cosas de la carpa, se las presentaron a Josué y a todos los israelitas, y las extendieron delante del Señor.
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 Entonces Josué tomó a Acán, hijo de Zéraj, con la plata, el manto y el lingote de oro, a sus hijos y sus hijas, sus vacas, sus ovejas y sus asnos, su carpa y todo lo que poseía, y los condujo hasta el valle de Acor, acompañado de todo Israel. 25 Allí le dijo Josué: “¿Por qué nos has traído la desgracia? Que el Señor te haga desgraciado en este día”. Y todo Israel lo mató a pedradas; también apedrearon a los suyos y los quemaron.
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 Encima de él pusieron un gran montón de piedras, que ha quedado hasta el presente. Así el Señor aplacó su indignación. Por eso aquel lugar se llama valle de Acor, hasta el día de hoy.

La campaña contra Ai

8 1 El Señor dijo a Josué: “¡No temas ni te acobardes! Reúne a todos los combatientes y prepárate para subir contra Ai. Yo te entrego al rey de Ai, a su pueblo, su ciudad y su territorio. 2 Trátalos como trataste a Jericó y a su rey. Sin embargo, ustedes podrán retener como botín los despojos y el ganado. Además, tiende una emboscada detrás de la ciudad”.
3
 Josué se preparó con todos los combatientes, para subir contra Ai. Eligió treinta mil guerreros valerosos y los hizo salir de noche, 4 dándoles esta orden: “¡Presten atención! Ustedes estarán emboscados detrás de la ciudad. No se alejen demasiado de ella y manténganse alerta. 5 Yo y toda la gente que irá conmigo nos acercaremos a la ciudad, y cuando ellos salgan contra nosotros, como lo hicieron la primera vez, nosotros huiremos. 6 Ellos nos seguirán, porque pensarán que huimos como la vez anterior, y así los apartaremos de la ciudad. Nosotros huiremos delante de ellos. 7 Entonces ustedes saldrán del lugar donde estaban emboscados y ocuparán la ciudad. El Señor, nuestro Dios, la pondrá en sus manos. 8 Y apenas la tomen, la incendiarán. Ustedes actuarán conforme a la palabra del Señor, y tengan en cuenta que les he dado una orden”. 9Josué los envió, y ellos fueron a apostarse en el lugar de la emboscada, entre Betel y Ai, al oeste de Ai. Josué, por su parte, pasó aquella noche en medio de la tropa.
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 A la madrugada del día siguiente, revistó a la tropa y subió contra Ai, al frente del pueblo, junto con los ancianos de Israel. 11 Todos los combatientes que subieron con él avanzaron hasta llegar frente a la ciudad, y acamparon al norte de Ai. Solamente el valle separaba a Josué de Ai. 12 Él escogió unos cinco mil hombres para tender una emboscada entre Betel y Ai, al oeste de Ai. 13 Así el pueblo estableció todo su campamento al norte de la ciudad, mientras la retaguardia permanecía al oeste. Aquella noche Josué se dirigió al medio del valle.

La batalla de Ai

14 Al ver esto, el rey de Ai se apresuró a salir con toda su gente para combatir contra Israel en la bajada, frente a la Arabá, sin saber que le habían tendido una emboscada detrás de la ciudad. 15 Josué y todo Israel fingieron caer derrotados delante de ellos y huyeron por el camino del desierto. 16 Entonces se convocó a toda la gente que estaba en la ciudad para que saliera a perseguirlos, y todos persiguieron a Josué, alejándose así de la ciudad. 17 No hubo un solo hombre en Ai o en Betel que no saliera en persecución de Israel. Y cuando lo hicieron, dejaron abiertas las puertas de la ciudad.
18
 Entonces el Señor dijo a Josué: “Apunta hacia Ai con la jabalina que tienes en la mano, porque yo te entrego la ciudad”. Josué apuntó contra la ciudad con la jabalina que tenía en la mano; 19 y tan pronto como extendió su brazo, los hombres que estaban emboscados salieron rápidamente de su escondite, entraron a la carrera en la ciudad, la tomaron y la incendiaron sin perder un instante.

La victoria de los israelitas

20 Cuando los hombres de Ai volvieron la vista hacia atrás y vieron la humareda que subía de la ciudad hacia el cielo, ya no pudieron escapar ni por un lado ni por el otro, porque la gente que huía hacia el desierto se volvió contra sus perseguidores. 21 En efecto, al ver que los hombres emboscados habían tomado la ciudad y que el humo subía de ella, Josué y todo Israel volvieron atrás y acometieron contra los hombres de Ai. 22 Los que habían tendido la emboscada también salieron de la ciudad para atacarlos, de manera que la gente de Ai quedó atrapada en medio de los israelitas, que avanzaban unos por un lado y otros por el otro. Así los derrotaron sin dejar ningún sobreviviente o fugitivo. 23 Al rey de Ai, en cambio, lo capturaron vivo y lo condujeron ante Josué. 24 Cuando Israel terminó de matar a los habitantes de Ai en campo abierto, en el desierto donde los habían perseguido, y cuando cayó hasta el último de ellos bajo los golpes de las espadas, todo Israel se volvió contra Ai y la pasó al filo de la espada.25 Los que murieron aquel día, entre hombres y mujeres, fueron doce mil, o sea, todos los habitantes de Ai. 26 Y Josué no retiró la mano con que sostenía la jabalina hasta que consagró al exterminio a todos los habitantes de Ai.
27
 Israel retuvo como botín solamente el ganado y los despojos de la ciudad, según la orden que el Señor había dado a Josué. 28 Este, por su parte, puso fuego sobre Ai y la redujo para siempre a un montón de ruinas, a una devastación, que permanece hasta el día de hoy. 29 Al rey de Ai lo hizo colgar de un árbol hasta la tarde. Al ponerse el sol, Josué mandó que descolgaran el cadáver. Lo arrojaron cerca de la puerta de la ciudad y levantaron sobre él un gran montón de piedras, que está todavía hoy.

El sacrificio y la lectura de la Ley sobre el monte Ebal

30 Entonces Josué erigió un altar al Señor, el Dios de Israel, en el monte Ebal, 31 como Moisés, el servidor del Señor, lo había ordenado a los israelitas y como está escrito en el libro de la Ley de Moisés. Era un altar de piedras intactas, que no habían sido tocadas por el hierro. Sobre él ofrecieron holocaustos al Señor e inmolaron sacrificios de comunión.
32
 Josué escribió allí mismo, sobre las piedras, una copia de la Ley que Moisés había escrito en presencia de los israelitas. 33 Todo Israel, sus ancianos, sus escribas y sus jueces –tanto los forasteros como los nativos– estaban de pie a ambos lados del Arca, frente a los sacerdotes que llevaban el Arca de la Alianza del Señor, una mitad hacia el monte Garizím y la otra mitad hacia el monte Ebal, según la orden que había dado Moisés, el servidor del Señor, de bendecir primero al pueblo de Israel. 34 Después de eso, Josué leyó cada una de las palabras de la Ley –la bendición y la maldición– exactamente como está escrito en el libro de la Ley. 35 Josué no dejó de leer ni una sola de las palabras que había ordenado Moisés, y lo hizo en presencia de toda la asamblea de Israel, incluidas las mujeres, los niños y los extranjeros que estaban con ellos.

La coalición contra Israel 

9 1 Al enterarse de esto, todos los reyes que estaban de este lado del Jordán, en la Montaña, en la Sefelá, en toda la costa del Gran Mar, hasta la región del Líbano –hititas, amorreos, cananeos, perizitas, jivitas y jebuseos– 2 se aliaron para combatir de común acuerdo contra Josué y contra Israel.

La astucia de los gabaonitas

3 También los habitantes de Gabaón se enteraron de lo que había hecho Josué con Jericó y con Ai, 4 y entonces decidieron recurrir a la astucia. Reunieron provisiones para el viaje, tomaron alforjas viejas para sus asnos y unos odres viejos, rotos y vueltos a coser; 5 se calzaron sandalias viejas y remendadas, y se vistieron con ropa gastada. Todo el pan que llevaban como alimento estaba reseco y reducido a migajas.
6
 Así fueron hasta el campamento de Josué, en Guilgal, y le dijeron, a él y a los hombres de Israel: “Venimos de un país lejano; por eso, hagan una alianza con nosotros”. 7 Pero los hombres de Israel respondieron a aquellos jivitas: “Tal vez ustedes habitan por aquí, entre nosotros. ¿Cómo vamos a hacer una alianza con ustedes?”. 8 Ellos dijeron a Josué: “Nosotros somos tus servidores”. “¿Quiénes son ustedes?, les preguntó Josué, ¿de dónde vienen?”. 9 Ellos le respondieron: “Nosotros, tus servidores, venimos de un país muy lejano, atraídos por el renombre del Señor, tu Dios. Porque hemos oído hablar de él, de todo lo que hizo en Egipto, 10 y de la manera cómo trató a los dos reyes amorreos que estaban al otro lado del Jordán: a Sijón, el rey de Jesbón, y a Og, el rey de Basán que residía en Astarot. 11 Por eso nuestros ancianos y todos los habitantes de nuestro país nos dijeron: ‘Provéanse de víveres para el camino, vayan a su encuentro y díganles: somos sus servidores, hagan por lo tanto una alianza con nosotros’. 12 Este es nuestro pan: todavía estaba caliente cuando nos proveímos de él en nuestras casas, el día en que salimos al encuentro de ustedes; ahora está reseco y convertido en migajas. 13 Estos son los odres de vino: eran nuevos cuando los llenamos, y ahora están aquí, todos rotos. Y estas son nuestra ropa y nuestras sandalias, gastadas por un viaje excesivamente largo”. 14 Entonces los israelitas comieron de sus provisiones sin consultar la decisión del Señor. 15 Josué hizo las paces con ellos y también el pacto de conservarles la vida; los jefes de la comunidad, por su parte, les hicieron un juramento.
16
 Pero tres días después de haber concluido este pacto, los israelitas se enteraron de que aquellos hombres eran de un pueblo vecino y que vivían en las inmediaciones. 17Entonces levantaron sus carpas, y en tres días llegaron a las ciudades que ellos habitaban. Estas eran Gabaón, Quefirá, Beerot y Quiriat Iearím. 18 Los israelitas no los mataron, porque los jefes de la comunidad les habían hecho un juramento por el Señor, el Dios de Israel. Pero toda la comunidad murmuró contra sus jefes.

Las condiciones impuestasa los gabaonitas

19 Los jefes declararon a la comunidad en pleno: “Nosotros les hemos prestado un juramento por el Señor, el Dios de Israel, y ahora no podemos tocarlos. 20 Haremos con ellos lo siguiente: los dejaremos vivir para no atraer sobre nosotros la ira del Señor, a causa del juramento que les hemos hecho”. 21 Luego los jefes les dijeron: “¡Qué vivan! Pero estarán al servicio de la comunidad como leñadores y aguateros”. Y la comunidad obró de acuerdo con lo que habían dicho los jefes.
22
 Josué hizo comparecer a los gabaonitas y les dijo: “¿Por qué ustedes nos han engañado asegurando que vivían muy lejos de nosotros, cuando en realidad viven aquí, en las inmediaciones? 23 Ahora pesa sobre ustedes una maldición, y por eso nunca faltarán entre ustedes esclavos, que sirvan como leñadores y aguateros en la Casa de mi Dios”. 24 Ellos respondieron a Josué: “Nosotros estábamos perfectamente informados de que el Señor, tu Dios, había dado a su servidor Moisés la orden de entregarles todo el país, y de exterminar a todos los habitantes que encontraran a su paso. Ante la presencia de ustedes, temimos mucho por nuestras vidas, y por eso hemos hecho esto. 25 Ahora nos tienes en tus manos; trátanos como te parezca más conveniente y justo”. 26 Pero Josué los trató según lo convenido y los libró de los israelitas, que no los mataron. 27 Desde aquel día, Josué los destinó a cortar leña y a sacar agua para la comunidad y para el altar del Señor, en el lugar que el Señor eligiera. Esto es lo que hacen todavía hoy.

La coalición de los cinco reyes amorreos

10 1 Adonisedec, rey de Jerusalén, se enteró de que Josué se había apoderado de Ai y la había consagrado al exterminio, tratando a Ai y a su rey como antes había tratado a Jericó y a su rey. También se enteró de que los gabaonitas habían hecho las paces con Israel y se le habían sometido. 2 Esto le produjo un gran temor, porque Gabaón era tan importante como una ciudad real y más grande aún que Ai. Además, todos sus habitantes eran aguerridos. 3 Entonces Adonisedec, rey de Jerusalén, hizo llegar a Hohán, rey de Hebrón, a Pirán, rey de Iarmut, a Iafia, rey de Laquís, y a Debir, rey de Eglón, el siguiente mensaje: 4 “Vengan conmigo y derrotemos a Gabaón, porque ellos han hecho las paces con Josué y con los israelitas”. 5 Una vez reunidos, los cinco reyes amorreos –los reyes de Jerusalén, de Hebrón, de Iarmut, de Laquís y de Eglón– marcharon con sus tropas, acamparon frente a Gabaón, y se dispusieron a atacarla.

La victoria de Gabaón

6 Entonces los gabaonitas mandaron decir a Josué, que estaba en el campamento de Guilgal: “No dejes solos a tus servidores. Ven a salvarnos lo antes posible. Ayúdanos, porque todos los reyes amorreos que habitan en la Montaña se han reunido contra nosotros”. 7 Josué subió desde Guilgal con todos los combatientes y con todos los guerreros valerosos, 8 y el Señor le dijo: “No les temas, porque yo los he puesto en tus manos; ninguno de ellos te podrá resistir”. 9 Después de marchar toda la noche desde Guilgal, Josué cayó sobre ellos sorpresivamente. 10 Y el Señor hizo que huyeran despavoridos delante de Israel, de manera que este les infligió una gran derrota en Gabaón. Luego los persiguieron en dirección a la subida de Bet Jorón, y continuaron exterminándolos hasta Azecá y Maquedá.

El auxilio divino

11 Mientras huían delante de Israel –precisamente cuando estaban en la bajada de Bet Jorón– el Señor arrojó sobre ellos desde el cielo, hasta la altura de Azecá, unas piedras tan grandes que les provocaban la muerte. Fueron más los que murieron a causa del granizo que los que mató Israel al filo de la espada.
12
 Aquella vez, cuando el Señor puso a los amorreos en manos de los israelitas, Josué se dirigió al Señor y exclamó, en presencia de Israel:
“Detente, sol, en Gabaón,
y tú, luna, en el valle de Aialón”.
13
 Y el sol se detuvo,y la luna permaneció inmóvil,
hasta que el pueblo se vengó de sus enemigos.
¿No está eso escrito en el libro del Justo? El sol se mantuvo inmóvil en medio del cielo y dejó de correr hacia el poniente casi un día entero. 14
 Jamás hubo otro día, ni antes ni después, en que el Señor obedeciera a la voz de un hombre. Realmente, el Señor combatía en favor de Israel.
15
 Luego Josué regresó al campamento de Guilgal, acompañado de todo Israel.

El fin de los cinco reyes amorreos

16 Aquellos cinco reyes, por su parte, habían logrado escapar, refugiándose en una caverna, cerca de Maquedá. 17 Cuando se notificó a Josué que habían encontrado a los cinco reyes escondidos en esa caverna, 18 él ordenó: “Hagan rodar unas piedras bien grandes hasta la entrada de la caverna, y dejen allí apostados a unos cuantos hombres para que los vigilen. 19 Pero ustedes no se detengan: persigan a sus enemigos y córtenles la retirada, para impedirles que entren en sus ciudades. Porque el Señor se los ha entregado”. 20 Y cuando Josué y los israelitas los derrotaron por completo, hasta aniquilarlos –sólo algunos fugitivos habían escapado de ellos y se habían refugiado en las ciudades fortificadas– 21 todo el ejército regresó sano y salvo al campamento de Josué, en Maquedá. Nadie había podido causar el menor daño a los israelitas.
22
 Entonces Josué dijo: “Despejen la abertura de la caverna, hagan salir a esos cinco reyes, y tráiganlos aquí”. 23 Así lo hicieron: sacaron de la caverna a los cinco reyes –los reyes de Jerusalén, de Hebrón, de Iarmut, de Laquís y de Eglón– 24 y una vez que los tuvieron afuera, se los llevaron a Josué. Este convocó a todos los hombres de Israel y dijo a los oficiales que lo habían acompañado: “Acérquense y pongan sus pies sobre la nuca de estos reyes”. Ellos se acercaron y les pusieron el pie sobre la nuca. 25 Luego continuó diciéndoles: “No tengan miedo ni se acobarden; sean fuertes y valientes, porque el Señor hará lo mismo con todos los enemigos, contra los que ustedes tengan que luchar”. 26 Después de esto, Josué los mandó matar y los hizo colgar de cinco árboles. Allí quedaron suspendidos hasta la tarde, 27 y a la puesta del sol, Josué mandó que los descolgaran de los árboles. Luego los arrojaron en la cueva donde habían estado escondidos, y a la entrada de la misma, pusieron grandes piedras que todavía están allí.

La conquista del sur de Canaán: Maquedá

28 Aquel mismo día, Josué se apoderó de Maquedá y pasó al filo de la espada a la ciudad y a su rey, consagrándolos al exterminio junto con todos los seres vivientes que había en ella. No dejó a nadie con vida, y trató al rey de Maquedá como había tratado al rey de Jericó.

Libná

29 Luego Josué, con todo Israel, pasó de Maquedá a Libná y la atacó. 30 El Señor puso a la ciudad y al rey en manos de Israel, que la pasó al filo de la espada con todos los seres vivientes que había en ella. No dejó a nadie con vida, y trató a su rey como había tratado al rey de Jericó.

Laquís

31 Después Josué, con todo Israel, pasó de Libná a Laquís, la asedió y la atacó. 32 El Señor puso también a Laquís en manos de Israel, que la conquistó al segundo día, y la pasó al filo de la espada con todos los seres vivientes que había en ella, exactamente como había hecho con Libná. 33 Mientras tanto, Horám, rey de Guézer, subió en ayuda de Laquís; pero Josué lo derrotó, a él y a su ejército, hasta no dejar ningún sobreviviente.

Eglón

34 Luego Josué, con todo Israel, pasó de Laquís a Eglón. La sitiaron, la atacaron, 35 y ese mismo día la tomaron y la pasaron al filo de la espada. Aquel día Josué consagró al exterminio a todos los seres vivientes que había en la ciudad, exactamente como había hecho con Laquís.

Hebrón

36 Después Josué, con todo Israel, subió de Eglón a Hebrón. La atacaron, 37 la tomaron, y pasaron al filo de la espada a la ciudad, a su rey, a sus otras ciudades y a todos los seres vivientes que había en ella. Josué no dejó a nadie con vida, sino que hizo con ella lo mismo que había hecho con Eglón: consagró al exterminio a la ciudad y a todos los seres vivientes que había en ella.

Debir

38 Luego Josué, con todo Israel, volvió atrás hasta Debir, la atacó, 39 y se apoderó de la ciudad, de su rey y de todas sus otras ciudades. Los israelitas los pasaron al filo de la espada, y consagraron al exterminio a todos los seres vivientes que había en la ciudad, sin dejar a nadie con vida. Josué trató a Debir como había tratado a Hebrón y a su rey, y como había tratado a Libná y a su rey.

Recapitulación de las conquistasrealizadas en el Sur

40 Así Josué conquistó toda la región: la Montaña, el Négueb, la Sefelá y los declives de la Montaña, con todos sus reyes. No dejó a nadie con vida, sino que consagró al exterminio a todos los seres vivientes, como el Señor, el Dios de Israel, le había ordenado. 41 Josué conquistó desde Cades Barné hasta Gaza, y toda la región de Gosen hasta Gabaón. 42 En una sola campaña se apoderó de todos estos reyes y de sus territorios, porque el Señor, el Dios de Israel, combatía a favor de los israelitas.
43
 Finalmente, Josué regresó al campamento de Guilgal, acompañado de todo Israel.

La coalición de los cinco reyes del Norte

11 1 Cuando Iabín, rey de Jasor, se enteró de lo que había sucedido, envió mensajeros al rey Iobab de Madón, al rey de Simrón y al de Acsaf; 2 a los reyes que estaban al norte, en la zona montañosa, y en la Arabá, al sur de Genesaret, en la región baja y sobre las alturas de Dor, hacia el oeste. 3 Los cananeos se encontraban al este y al oeste; los amorreos, los jivitas, los perizitas y los jebuseos, en la Montaña; y los hititas, al pie del Hermón, en el territorio de Mispá. 4 Los cinco reyes salieron con todas sus tropas –que formaban una multitud tan numerosa como la arena que está a la orilla del mar– y con una enorme cantidad de carros de guerra y caballos. 5 Y una vez reunidos en el lugar fijado, fueron a acampar todos juntos cerca de las aguas de Meróm, para combatir contra Israel. 6 Pero el Señor dijo a Josué: “No les tengas miedo, porque mañana, a esta misma hora, yo haré que estén todos muertos delante de Israel. Tú mutilarás sus caballos y quemarás sus carros de guerra”.

La victoria de Meróm

7 Entonces Josué, con todos sus combatientes, marchó contra ellos hasta las aguas de Meróm, atacándolos sorpresivamente. 8 El Señor los puso en manos de Israel, que los derrotó y los persiguió hasta Sidón –la Grande– y hasta Misrefort Maim; y por la parte oriental, hasta el valle de Mispá. La derrota que les infligió Israel fue tal que no dejaron ningún sobreviviente. 9 Y Josué los trató como el Señor se lo había mandado: mutiló a sus caballos y quemó sus carros de guerra.

La toma de Jasor y de otras ciudades del norte

10 En aquel tiempo, Josué volvió atrás, se apoderó de Jasor y mató a su rey con la espada, porque Jasor había sido antiguamente la cabeza de todos aquellos reinos. 11También pasó al filo de la espada a todos los seres vivientes que había en ella, consagrándolos al exterminio total. No quedó nada con vida, y Jasor fue incendiada. 12Josué tomó asimismo todas las ciudades de aquellos reyes, y a estos últimos los capturó y los pasó al filo de la espada, consagrándolos al exterminio, como Moisés, el servidor del Señor, se lo había ordenado. 13 Pero Israel no quemó ninguna de las ciudades que ahora vuelven a alzarse sobre sus ruinas, a excepción de Jasor, que fue la única incendiada por Josué. 14 El botín de estas ciudades, incluido el ganado, se lo repartieron los israelitas; a las personas, en cambio, las pasaron al filo de la espada, hasta acabar con todos. No dejaron a nadie con vida. 15 Josué se atuvo exactamente a las órdenes que le había dado Moisés –el servidor del Señor– órdenes que este, a su vez, había recibido del Señor. Y al ejecutarlas, no descuidó nada de lo que el Señor había ordenado a Moisés.

Resumen de la conquista

16 Así Josué conquistó todo este territorio, la Montaña, todo el Négueb, toda la región de Gosen, la Sefelá, la Arabá, la montaña de Israel y sus estribaciones, 17 desde la montaña Desnuda que sube hacia Seir, hasta Baal Gad, en el valle del Líbano, al pie del Hermón. Josué capturó a sus reyes y los mandó matar. 18 Él tuvo que combatir mucho tiempo contra estos reyes; 19 y como ninguna ciudad, excepto los jivitas que habitan en Gabaón, quiso hacer las paces con los israelitas, estos tuvieron que conquistarlas a todas por la fuerza. 20 Pero el designio del Señor era que ellos se obstinaran en hacer la guerra contra Israel, a fin de que fueran consagrados sin piedad al exterminio y así fueran aniquilados, como el Señor había ordenado a Moisés.

El exterminio de los anaquitas

21 En aquel tiempo, Josué hizo una campaña contra los anaquitas y los exterminó de la Montaña: de Hebrón, de Debir, de Anab, en una palabra, de toda la montaña de Judá y de toda la montaña de Israel. Los consagró al exterminio con todas sus ciudades, 22 y no quedó un solo anaquita en territorio de Israel. Sólo quedaron algunos en Gaza, en Gad y en Asdod.
23
 Así Josué se apoderó de todo el país, de acuerdo con lo que el Señor le había dicho a Moisés, y lo entregó como propiedad hereditaria a cada una de las tribus de Israel. Y ya no hubo más guerra en el país.

Recapitulación: los reyes derrotadosal este y al oeste del Jordán

12 1 Estos son los reyes del país que los israelitas derrotaron y despojaron de su territorio en la parte oriental del Jordán, desde el torrente Arnón hasta el monte Hermón, con toda la Arabá oriental:
2
 Sijón, rey de los amorreos que residía en Jesbón y dominaba desde Aroer –a orillas del torrente Arnón– hasta el torrente laboc –que sirve de frontera con los amonitas– incluyendo la cuenca del torrente Arnón, la mitad de Galaad, 3 y el lado oriental de la Arabá, hasta el mar de Genesaret por un lado, y hasta el mar de la Arabá o mar de la Sal por el otro, llegando por el este hasta Bet Ha Iesimot, y por el sur hasta más abajo de las laderas del Pisgá.
4
 Y Og, rey de Basán –uno de los últimos sobrevivientes de los Gigantes– que residía en Astarot y en Edrei 5 y dominaba en el monte Hermón, en Salcá, en todo el Basán hasta las fronteras de los guesuritas y de los maacatitas, y en la mitad de Galaad hasta las fronteras de Sijón, rey de Jesbón.
6
 Moisés, el servidor del Señor, y los israelitas habían derrotado a estos reyes, y Moisés había dado el territorio en propiedad a los rubenitas, a los gaditas y a la mitad de la tribu de Manasés.
7
 Estos son los reyes que Josué y los israelitas derrotaron en el lado occidental del Jordán –desde Baal Gad, en el valle del Líbano, hasta la montaña Desnuda, que sube hacia Seir– cuyos territorios Josué entregó en posesión a cada una de las tribus de Israel, 8 en la Montaña, en la Sefelá, en la Arabá, en las pendientes, en el desierto y en el Négueb, donde habitaban hititas, amorreos, cananeos, perizitas, jivitas y jebuseos:
9
 el rey de Jericó y el rey de Ai, junto a Betel;
10
 el rey de Jerusalén y el de Hebrón;
11
 el rey de Iarmut y el rey de Laquís;
12
 el rey de Eglón y el rey de Guézer;
13
 el rey de Debir y el rey de Guéder;
14
 el rey de Jormá y el rey de Arad;
15
 el rey de Libná y el rey de Adulám;
16
 el rey de Maquedá y el rey de Betel;
17
 el rey de Tapúaj y el rey de Jéfer;
18
 el rey de Afec y el rey de Sarón;
19
 el rey de Madón y el rey de Jasor;
20
 el rey de Sirmón Meroón y el rey de Acsaf;
21
 el rey de Taanac y el rey de Meguido;
22
 el rey de Quedes y el rey de Iocneam, en el Carmelo;
23
 el rey de Dor, en la región de Dor;
24
 el rey de los Goím, en Galilea, y el rey de Tirsá.
En total, fueron treinta y un reyes.


LA REPARTICIÓN DE LA TIERRA PROMETIDA ENTRE LAS TRIBUS DE ISRAEL





Exhortación del Señor a Josué

13 1 Cuando Josué ya era de edad muy avanzada, el Señor le dijo: “Tú eres un anciano muy entrado en años, y todavía queda por conquistar una gran parte del país. 2 El territorio que falta conquistar es el siguiente: todos los distritos de los filisteos y todo el país de los guesuritas, 3 o sea, desde el Sijor, que está sobre la frontera de Egipto, hasta el límite de Ecrón por el norte. Esta región se considera como perteneciente a los cananeos. Allí están los cinco príncipes de los filisteos –el de Gaza, el de Asdod, el de Ascalón, el de Gat y el de Ecrón– y también los avitas, 4 que están al sur. Además queda todo el país de los cananeos, desde Ará de los sidonios hasta Afec y hasta la frontera de los amorreos. 5 Y por último, el país de los guiblitas con todo el Líbano hacia oriente, desde Baal Gad, que está al pie del monte Hermón, hasta la Entrada de Jamat. 6 Yo expulsaré delante de los israelitas a todos los habitantes de la Montaña, desde el Líbano hasta Misrefot Maim, y a todos los sidonios. Tú, por tu parte, distribuye el país entre los israelitas mediante un sorteo, para que lo posean como herencia, según te lo he ordenado. 7 Sí, ya es hora de que repartas este país entre las nueve tribus y media, para que lo posean como herencia. Porque la mitad de la tribu de Manasés, 8 lo mismo que los rubenitas y los gaditas, ya han recibido la herencia que les dio Moisés en el lado oriental del Jordán”.

El territorio asignadoa las tribus de la Transjordania

En efecto, Moisés, el servidor del Señor, había asignado a esas tribus, 9 el territorio que va desde Aroer, a orillas del torrente Arnón, con la ciudad que está en medio del valle; todo el altiplano, desde Medbá hasta Dibón, 10 y todas las ciudades de Sijón –el rey de los amorreos que había reinado en Jesbón– hasta la frontera de los amonitas. 11Además, les había asignado Galaad y el territorio de los guesuritas y de los maacatitas, con toda la montaña del Hermón y todo Basán hasta Salcá. 12 Y en Basán, todo el territorio de Og –que había reinado en Astarot y Edrei, y era uno de los últimos sobrevivientes de los Gigantes– a quien Moisés venció y despojó de sus dominios. 13Pero los israelitas no expulsaron a los guesuritas y a los maacatitas, que por eso continúan viviendo en medio de Israel hasta el día de hoy. 14 A la tribu de Leví, en cambio, Moisés no le asignó ninguna herencia: las ofrendas hechas al Señor, el Dios de Israel, son su herencia, como él mismo se lo había declarado.

La tribu de Rubén

15 Moisés ya había dado una parte a los clanes de la tribu de los rubenitas. 16 A ellos les tocó el territorio que sale de Aroer, a orillas del torrente Arnón, con la ciudad que está en medio del valle; todo el altiplano en dirección a Medbá, 17 hasta llegar a Jesbón, y todas las ciudades del altiplano: Dibón, Bamot Baal, Bet Baal Meón, 18 Iajsá, Quedemot, Mefaat, 19 Quiriataim, Sibmá, Séret Ha Sájar en la montaña que da sobre el valle, 20 Bet Peor, las pendientes del Pisgá y Bet Ha Iesimot. 21 Todas las ciudades del altiplano habían pertenecido a Sijón, el rey de los amorreos que reinaba en Jesbón, y al que Moisés había derrotado, lo mismo que a los príncipes de Madián: Evi, Réquem, Sur, Jur y Reba, vasallos de Sijón que habitaban en aquel país. 22 Asimismo, los israelitas habían pasado al filo de la espada al adivino Balaam, hijo de Beor, junto con las otras víctimas. 23 La ribera del Jordán servía de límite a los rubenitas. Esta fue la herencia asignada a los clanes de los rubenitas: las ciudades y sus poblados.

La tribu de Gad

24 Moisés también había dado una parte a los clanes de los gaditas. 25 Su territorio comprendía Iázer, todas las ciudades de Galaad y la mitad del país de los amonitas, hasta Aroer, que está enfrente de Rabbá. 26 Además, desde Jesbón hasta Ramat Ha Mispá y Betoním, y desde Majanaim hasta el territorio de Lo Debar. 27 Y en el valle, Bet Jarám, Bet Mimrá, Sucot y Safón, el resto del reino de Sijón, rey de Jesbón. Y el lado oriental del Jordán, hasta el extremo del mar de Genesaret, les servía de límite. 28 Esta fue la herencia de los clanes de los gaditas: las ciudades y sus poblados.

La mitad de la tribu de Manasés

29 Moisés también había dado una parte a los clanes de la mitad de la tribu de Manasés. 30 Su territorio, partiendo de Majanaim, comprendía todo Basán, todo el territorio de Og, rey de Basán, y todas las poblaciones de Iair, en Basán: en total, sesenta ciudades. 31 La mitad de Galaad, Astarot y Edrei, ciudades del reino de Og en Basán, pasaron a los clanes de los hijos de Maquir, hijo de Manasés.
32
 Este fue el reparto que hizo Moisés en las Estepas de Moab, al otro lado del Jordán, al este de Jericó. 33 Pero Moisés no asignó ninguna herencia a la tribu de Leví, porque el Señor, el Dios de Israel, es su herencia, como él mismo se lo había declarado.

El territorio asignado alas tribus de la Cisjordania

14 1 Estos son los territorios que los israelitas recibieron como herencia en el país de Canaán, o sea, los territorios que les asignaron el sacerdote Eleazar, Josué hijo de Nun, y los jefes de familia de las tribus de Israel. 2 Ellos los distribuyeron mediante un sorteo –como el Señor lo había mandado por medio de Moisés– entre las nueve tribus y media que faltaban. 3 Porque a las otras dos tribus y media, Moisés ya les había asignado una herencia al otro lado del Jordán, pero a los levitas no les había dado ninguna herencia en medio de ellos. 4 Los hijos de José, por su parte, habían formado dos tribus: la de Efraím y la de Manasés; pero a los levitas no se les dio ningún territorio dentro del país, sino solamente algunas ciudades de residencia, con los correspondientes campos de pastoreo para su ganado y sus rebaños. 5 En la distribución de la tierra los israelitas hicieron exactamente lo que el Señor había ordenado a Moisés.

La parte de Caleb

6 Los hijos de Judá fueron a Guilgal, donde estaba Josué; y Caleb, hijo de Iefuné, el quenizita, le dijo: “Tú sabes muy bien lo que el Señor dijo a Moisés, el hombre de Dios, acerca de mí y de ti, en Cades Barné. 7 Yo tenía cuarenta años cuando Moisés, el servidor del Señor, me envió de Cades Barné a explorar el país, y yo lo informé con toda franqueza. 8 Mientras los compañeros que habían ido conmigo desalentaban al pueblo, yo me mantuve plenamente fiel al Señor, mi Dios. 9 Aquel día, Moisés hizo esta promesa, ratificándola con un juramento: ‘La tierra que pisaron tus pies será herencia tuya y de tus hijos para siempre, porque te has mantenido plenamente fiel al Señor, mi Dios’. 10Ahora ves que el Señor me ha conservado la vida conforme a su promesa. Ya han pasado cuarenta y cinco años desde que el Señor dirigió esta palabra a Moisés, cuando todavía Israel iba por el desierto. Ahora tengo ochenta y cinco años, 11 pero todavía estoy tan fuerte como el día en que Moisés me envió. Hoy tengo la misma fuerza que tenía entonces, tanto para combatir como para ir de un lado a otro. 12 Por eso, dame esta montaña que el Señor me prometió aquel día. Tú mismo oíste ese día que allí se encuentran los anaquitas, y que las ciudades son grandes y amuralladas. Pero sin duda el Señor estará conmigo, y yo los expulsaré como él me lo prometió”. 13 Entonces Josué bendijo a Caleb, hijo de Iefuné, y le dio Hebrón como herencia. 14 Por eso Hebrón ha sido hasta el día de hoy la herencia de Caleb, hijo de Iefuné, el quenizita, ya que él se había mantenido plenamente fiel al Señor, el Dios de Israel. 15 El nombre primitivo de Hebrón fue Quiriat Arbá, y Arbá fue el más grande de los anaquitas.
Después cesó la guerra en el país.

La tribu de Judá

15 1 El territorio que tocó en suerte a la tribu de los hijos de Judá, limitaba en su extremo meridional, hacia el sur, con Edóm y el desierto de Cin. 2 Su frontera sur se extendía desde los bordes del mar de la Sal –de la punta que da hacia el sur– 3 hasta la parte meridional de la subida de los Escorpiones; luego pasaba por Cin y subía hasta el sur de Cades Barné; de allí pasaba a Jesrón, subía hasta Adar y daba vuelta hacia Carcaá; 4 finalmente pasaba por Asmón y llegaba al Torrente de Egipto, para ir a terminar en el mar. Este será para ustedes el límite meridional. 5 La frontera oriental era el mar de la Sal hasta la desembocadura del Jordán. La frontera norte, a su vez, partía de la parte del mar, que está junto a la desembocadura del Jordán; 6 luego subía hasta Bet Joglá, pasaba al norte de Be Ha Arabá y llegaba hasta la Piedra de Boján, el rubenita. 7 Después ascendía del valle de Acor a Debir, y daba vuelta hacia Guilgal, que está frente a la subida de Adumím al sur del Torrente. La frontera pasaba inmediatamente junto a las aguas de En Semes, llegaba a En Roguel, 8 y volvía a subir, viniendo desde el sur, por el valle de Ben Hinnóm hasta el flanco sur del Jebuseo, es decir, hasta Jerusalén. Desde allí, ascendía a la cima del monte que está frente al valle de Hinnóm, por el oeste, y al extremo septentrional del valle de los Refaím. 9 Desde la cima del monte, la frontera daba vuelta hacia la fuente de Neftóaj, y seguía hasta el monte Efrón, para volverse luego hacia Baalá, o sea, hacia Quiriat Iearím. 10 Desde Baalá, la frontera giraba hacia el oeste, hacia el monte Seir, y pasando por el flanco septentrional del monte Iearím –o sea, Quesalóm– bajaba hasta Bet Semes y llegaba hasta Timná. 11 Después seguía hasta la pendiente de Ecrón, hacia el norte, giraba hacia Sicrón, y cruzando por el monte de Baalá, salía por Iabneel para ir a terminar en el mar. 12 Finalmente, el límite occidental estaba formado por el Mar Grande y su playa.
Estos eran los límites que bordeaban el territorio asignado a los clanes de los hijos de Judá.

Caleb en Hebrón

13 A Caleb, hijo de Iefuné, se le asignó una parte en medio de los hijos de Judá, como el Señor se lo había ordenado a Josué. Esa parte era Quiriat Arbá –Arbá era el padre de Anac y Quiriat Arbá es Hebrón–. 14 Caleb expulsó de allí a los tres hijos de Anac –Sesai, Ajimán y Talmai– descendientes de Anac. 15 Luego subió contra los habitantes de Debir, que antes se llamaba Quiriat Séfer. 16 Entonces Caleb dijo: “Al que derrote y conquiste a Quiriat Séfer, yo le daré como esposa a mi hija Acsá”. 17 El que la conquistó fue Otniel, hijo de Quenaz y hermano de Caleb, y este le dio como esposa a su hija Acsá. 18Cuando ella llegó a la casa de su esposo, este le sugirió que pidiera un campo a su padre. Ella se bajó del asno, y Caleb le preguntó: “¿Qué quieres?”. 19 “Quiero que me hagas un regalo, le respondió. Ya que me has mandado al territorio del Négueb, concédeme al menos un manantial”. Y él le dio el manantial de Arriba y el manantial de Abajo.

Las ciudades de la tribu de Judá

20 Esta fue la herencia de los clanes de la tribu de Judá.
21
 Las ciudades fronterizas pertenecientes a la tribu de los hijos de Judá, hacia la frontera de Edóm, en el Négueb, eran las siguientes:
Cabseel, Eder, Iagur, 22
 Quiná, Dimoná, Adadá, 23 Quedes, Jasor, Itnam, 24 Zif, Télem, Bealot, 25 Jasor Jadatá, Queriot, Jesrón –o sea Jasor– 26 Amám, Semá, Moladá, 27Jasar Gadá, Jesmón, Bet Pélet, 28 Jasar Sual, Berseba, Biziotiá, 29 Baalá, Iyim, Esem, 30Eltolad, Quesil, Jormá, 31 Siquelag, Madmaná, Sansaná; 32 Lebaot, Siljím, En Rimón: en total, veintinueve ciudades con sus poblados.
33
 En la Sefelá: Estaol Sorá, Asná, 34 Zanóaj, En Ganín, Tapúaj, Enán, 35 Iarmut, Adulán, Socó, Azecá, 36 Saaraim, Aditaim, Ha Guederá, Guedorotaim: en total, catorce ciudades con sus poblados.
37
 Senan, Jadasá, Migdal Gad, 38 Dilán, Ha Mispá, Iocteel, 39 Laquís, Boscat, Eglón, 40Cabón, Lajmás, Quitlís, 41 Guederot, Bet Dagón, Naamá, Maquedá: en total, dieciséis ciudades con sus poblados.
42
 Libná, Eter, Asán, 43 Iftaj, Asná, Nesib, 44 Queilá, Aczib, Maresá: en total, nueve ciudades con sus poblados.
45
 Ecrón, con las ciudades dependientes y sus poblados, 46 y a partir de Ecrón, hacia el mar, todas aquellas ciudades que están al lado de Asdod, con sus poblados: 47 Asdod con las ciudades dependientes y sus poblados, Gaza con las ciudades dependientes y sus poblados, hasta el Torrente de Egipto, limitando con el mar Grande.
48
 En la Montaña: Samir, Iatir, Socó, 49 Daná, Quiriat Séfer –o sea, Debir– 50 Anab, Estemoa, Aním, 51 Gosen, Jolón, Guiló: en total, once ciudades con sus poblados.
52
 Arab, Dumá, Esán, 53 Ianúm, Bet Tapúaj, Afec, 54 Jumtá, Quiriat Arbá –o sea, Hebrón– y Sior: en total, nueve ciudades con sus poblados.
55
 Maón, Carmel, Zif, Iutá, 56 Izreel, Zanoaj, 57 Ha Caín, Guibeá y Timná: en total, diez ciudades con sus poblados.
58
 Jaljul, Bet Sur, Guedor, 59 Maarat, Bet Anot, Eltecón: en total, seis ciudades con sus poblados.
Técoa, Efratá –o sea Belén– Peor, Etám, Culón, Tatám, Sores, Carem, Galím, Beter, Manaj: en total, once ciudades con sus poblados.
60
 Quiriat Baal –o sea, Quiriat Iearim– y Ha Rabá: en total, dos ciudades con sus poblados.
61
 En el desierto: Bet Ha Arabá, Midím, Secacá, 62 Nigsán, la ciudad de la Sal y Engadí: en total, seis ciudades con sus poblados.
63
 Pero los hijos de Judá no pudieron desposeer a los jebuseos, que ocupaban Jerusalén. Por eso los jebuseos viven todavía hoy en Jerusalén, junto a los hijos de Judá.

La tribu de Efraím

16 1 La parte que tocó en suerte a los hijos de José se extendía desde el Jordán, a la altura de Jericó, hasta las aguas de Jericó, por el este; luego venía el desierto, que desde Jericó sube por la montaña hasta Betel; 2 siguiendo de Betel hasta Luz, pasaba por Atarot, o sea, por el territorio de los arquitas; 3 después bajaba al oeste, hacia el territorio de los iafletitas, hasta la región de Bet Jorón de Abajo y hasta Guézer, y terminaba en el mar. 4 Esta es la parte que recibieron como herencia Manasés y Efraím, los hijos de José.
5
 El territorio correspondiente a los clanes de los efraimitas fue el siguiente: el límite de su herencia, por el lado oriental, era Atarot Adar hasta Bet Jorón de Arriba, 6 y llegaba hasta el mar. Al norte estaba Micmetat, y al este, el límite doblaba hacia Taanat Silo, pasando al este de Ianóaj. 7 Después bajaba de Ianóaj a Atarot y a Naará, y tocaba Jericó, para terminar en el Jordán. 8 Desde Tapúaj, la frontera iba hacia el oeste por el torrente de Caná, y terminaba en el mar.
Esta es la herencia asignada a los clanes de los efraimitas, 9
 además de las ciudades distribuidas a ellos dentro de las posesiones de los hijos de Manasés, todas las ciudades con sus poblados. 10 Pero ellos no pudieron desposeer a los cananeos que habitaban en Guézer, y por eso siguen viviendo en medio de Efraím hasta el día de hoy, aunque tienen que pagar tributo.

La tribu de Manasés

17 1 También a la tribu de Manasés le tocó en suerte una parte del territorio, porque él era el primogénito de José. Pero Maquir, primogénito de Manasés y padre de Galaad, como era un hombre belicoso, ya había recibido la región de Galaad y la de Basán, 2 y por eso la suerte correspondió a los otros clanes de los hijos de Manasés, a saber: a los hijos de Abiézer, a los hijos de Jelec, a los hijos de Asriel, a los hijos de Sequém, a los hijos de Semidá. Estos eran los hijos varones de Manasés, hijo de José, con sus respectivos clanes. 3 Pero Selofjad –hijo de Jéfer, hijo de Galaad, hijo de Maquir, hijo de Manasés– no tenía hijos varones. Sus hijas se llamaban: Majlá, Noá, Joglá, Milcá y Tirsá.4 Estas se presentaron al sacerdote Eleazar, a Josué hijo de Nun, y a los jefes, y les dijeron: “El Señor ordenó a Moisés que nos diera una herencia entre nuestros hermanos”. Y conforme a la orden del Señor, se les dio una herencia entre los hermanos de su padre. 5 Así Manasés obtuvo en suerte diez porciones de territorio, además de la región de Galaad y de Basán, que está al otro lado del Jordán, 6 ya que las hijas de Manasés recibieron una herencia entre sus hijos. La región de Galaad pertenecía a los otros hijos de Manasés.
7
 La frontera de Manasés, por el lado de Aser, era Micmetat, que está enfrente de Siquém; luego seguía hacia el sur, hasta Iasib, la fuente de Tapúaj. 8 El territorio de Tapúaj pertenecía a Manasés, mientras que Tapúaj –en los límites de Manasés– pertenecía a los efraimitas. 9 Luego la frontera bajaba al torrente de Caná e iba a terminar en el mar. Al sur del torrente hay unas ciudades de Efraím en medio de las ciudades de Manasés, y el territorio de Manasés se encuentra al norte del torrente. 10Al sur el territorio pertenecía a Efraím y al norte a Manasés; el mar les servía de frontera, y lindaban con Aser por el norte, y con Isacar por el este. 11 Además, Manasés tenía en Isacar y en Aser a Bet Seán, Ibleám y Dor, con sus respectivas ciudades dependientes; y a los habitantes de En Dor, de Taanac y de Meguido –las tres alturas– con sus respectivas ciudades dependientes. 12 Los hijos de Manasés no lograron conquistar esas ciudades, y los cananeos pudieron permanecer en aquella región. 13Pero después, cuando los israelitas se hicieron más fuertes, obligaron a los cananeos a pagar tributo, aunque no llegaron a desposeerlos.
14
 Los hijos de José dijeron a Josué: “¿Por qué nos has asignado como herencia en el sorteo una sola porción de territorio, siendo nosotros un pueblo numeroso, ya que el Señor nos ha bendecido tanto?”. 15 Entonces Josué les respondió: “Si son un pueblo tan numeroso, suban a los bosques y talen allí a su gusto en la región de los perizitas y de los refaítas, porque la montaña de Efraím es demasiado estrecha para ustedes”. 16Los hijos de José dijeron: “La montaña no nos basta, y en las llanuras todos los cananeos tienen carros de hierro, tanto los de Bet Seán y sus ciudades dependientes, como los de la llanura de Izreel”. 17 Josué respondió a la casa de José, es decir, a Efraím y Manasés: “Ustedes son un pueblo numeroso y tienen mucha fuerza. No tendrán solamente una porción, 18 porque la montaña les pertenecerá. Y si ella está cubierta de bosques, la talarán y será de ustedes hasta sus límites, ya que desposeerán a los cananeos, por más que tengan carros de hierro y sean muy fuertes.

La distribución del territorio en Silo

18 1 Toda la comunidad de los israelitas se reunió en Silo, y allí fue instalada la Carpa del Encuentro. El país ya estaba sometido a los israelitas, 2 pero todavía quedaban siete tribus a las que no se les había repartido su herencia. 3 Entonces Josué dijo a los israelitas: “¿Hasta cuándo van a demorar en ir a tomar posesión del país que les dio en herencia el Señor, el Dios de sus padres? 4 Designen a tres hombres por cada tribu, y yo los enviaré a recorrer el país. Ellos harán su descripción para que pueda ser repartido, y después regresarán. 5 Dividirán el territorio en siete partes. Judá se quedará en su territorio, al sur, y la casa de José en el suyo, al norte. 6 Y cuando ustedes hayan hecho la descripción del país, dividiéndolo en siete partes, me la traerán para que yo la sortee aquí, en la presencia del Señor, nuestro Dios. 7 Porque los levitas no tendrán ninguna parte en medio de ustedes, ya que el sacerdocio del Señor es su herencia; y Gad, Rubén y la mitad de la tribu de Manasés ya han recibido, en el lado oriental del Jordán, la herencia que les asignó Moisés, el servidor del Señor”.
8
 Cuando los hombres que iban a hacer la descripción del país se disponían a partir, Josué les dio esta orden: “Vayan a recorrer el país, descríbanlo, y luego regresen. Después yo lo sortearé entre ustedes delante del Señor, aquí mismo, en Silo”. 9 Los hombres partieron, recorrieron el país y registraron por escrito las ciudades, dividiéndolas en siete grupos. Después regresaron al campamento de Silo, donde estaba Josué. 10 Allí Josué echó las suertes entre los israelitas, delante del Señor, y repartió el territorio a cada una de las tribus de Israel.

La tribu de Benjamín

11 Se extrajo la suerte correspondiente a los clanes de la tribu de Benjamín, y a ellos les tocó el territorio comprendido entre el de los hijos de Judá y el de los hijos de José.12 Por el lado septentrional, el límite partía del Jordán y subía por la pendiente norte de Jericó; luego subía por la montaña hacia el oeste, para terminar en el desierto de Bet Aven. 13 De allí el límite pasaba a Luz, hacia la pendiente meridional de Luz –o sea, de Betel– y después descendía hasta Atarot Adar, sobre el monte que está al sur de Bet Jorón de Abajo. 14 Luego el límite daba vuelta, girando por el lado oeste, hacia el sur, y saliendo de la montaña que se encuentra frente a Bet Jorón, al sur, iba a terminar en Quiriat Baal –o sea, en Quiriat Iearím– ciudad que pertenece a los hijos de Judá. Este era el límite occidental.
15
 Por el lado meridional, el límite partía del extremo de Quiriat Iearím, seguía hacia Gasín y salía cerca de las aguas de la fuente de Neftóaj. 16 Luego bajaba hasta el extremo del monte que está frente al valle de Ben Hinnóm, al norte del valle de los Refaím; seguía bajando por el valle de Hinnóm, al sur del flanco de los jebuseos, y descendía hasta En Roguel. 17 Desde allí doblaba hacia el norte y llegaba a En Semes; luego se dirigía hacia Guelilot, que está frente a la subida de Adumím, y bajaba en el Peñasco de Boján, el rubenita. 18 Después pasaba por la pendiente que hay frente a Bet Araba, al norte, y bajaba hasta la Araba; 19 seguía por la pendiente de Bet Joglá, hacia el norte, y terminaba en la parte septentrional del mar de la Sal, en el extremo sur del Jordán. Esta era la frontera sur. 20 Por el este, el límite estaba formado por el Jordán.
Esta fue la herencia de los clanes de Benjamín, con los límites que la rodean.

Las ciudades de Benjamín

21 Las ciudades asignadas a los clanes de la tribu de Benjamín fueron las siguientes: Jericó, Bet Joglá, Emec Quesís, 22 Bet Ha Arabá, Semaraim, Betel, 23 Avím, Pará, Ofrá,24 Quefar Ha Amoní, Ofní, Gueba: en total, doce ciudades con sus poblados. 25 Además, Gabaón, Ramá, Beerot, 26 Mispé, Quefirá, Mosá, 27 Réquem, Irpeel, Taralá, 28 Selá, Elef, Jerusalén –la ciudad jebusea– Guibeá y Quiriat: en total, catorce ciudades con sus poblados.
Esta fue la herencia que recibieron los clanes de la tribu de Benjamín.

La tribu de Simeón

19 1 La segunda suerte le tocó a Simeón, o sea, a la tribu de los hijos de Simeón con sus clanes. La herencia que se les asignó estaba en medio del territorio de los hijos de Judá. 2 Ellos recibieron como herencia: Berseba, Semá, Moladá, 3 Jasar Sual, Balá Esem,4 Eltolad, Betul, Jormá, 5 Siquelag, Bet Ha Marcabot, Jasar Susá, 6 Bet Lebaot y Serujén: en total, trece ciudades con sus poblados. 7 Además, Ayín, Rimón, Eter y Asán: en total, cuatro ciudades con sus poblados. 8 También recibieron todos los poblados de los alrededores de estas ciudades, hasta Baalat Beer y Ramat Négueb. Esta era la herencia de los hijos de Simeón con sus clanes, 9 la que se tomó de la porción de territorio asignada a los hijos de Judá, porque la parte de estos últimos era demasiado grande.
Así los hijos de Simeón recibieron su herencia en medio de los hijos de Judá.

La tribu de Zabulón

10 La tercera suerte le tocó a los hijos de Zabulón con sus clanes. El límite de su herencia se extendía hasta Sarid; 11 después subía al oeste, hacia Maaralá, y llegaba hasta Dabéset y hasta el torrente que está frente a Iocneám. 12 Partiendo nuevamente de Sarid, el límite iba al este, hacia el levante, hasta llegar a Quislot Tabor; luego llegaba a Daberat y subía a Iafia. 13 Desde allí, yendo hacia el este, pasaba a Guita Jéfer, y a Itá Casín; después llegaba a Rimón y doblaba hacia Neá. 14 En seguida el límite doblaba hacia el norte, hacia Janatón, para ir a terminar en el valle de Iftajel. 15Su territorio incluía, además, Catat, Nahalal, Simeón, Idalá y Belén: en total, doce ciudades con sus poblados.
16
 Esta fue la herencia asignada a los clanes de los hijos de Zabulón: las ciudades y sus poblados.

La tribu de Isacar

17 La cuarta suerte le tocó a Isacar, o sea, a los hijos de Isacar con sus clanes. 18 En su territorio estaba Izreel, Ha Quesulot, Suném, 19 Jafaraim, Sión, Anajarat, 20 Rabit, Quisión, Ebes, 21 Rémet, En Gamín, En Jadá y Bet Pasés. 22 El límite tocaba el Tabor, Sajasím, Bet Semes y terminaba en el Jordán: en total, dieciséis ciudades con sus poblados.
23
 Esta fue la herencia asignada a los clanes de los hijos de Isacar: las ciudades y sus poblados.

La tribu de Aser

24 La quinta suerte le tocó a la tribu de los hijos de Aser con sus clanes. 25 Su territorio comprendía: Jelcat, Jalí, Beten, Acsaf, 26 Alamélec, Amad y Misal, y hacia el oeste la frontera tocaba el Carmelo y Sijor Libnat. 27 Luego daba vuelta hacia el oriente, hasta Bet Dagón, y remontando hacia el norte, tocaba Zabulón y el valle de Iftajel. Después continuaba hasta Bet Emec y Neiel, e iba a terminar en Cabul. Al norte, el territorio comprendía 28 Abdón, Rejob, Jammón y Caná, hasta Sidón, la Grande. 29 Luego el límite daba vuelta hacia Ramá, hasta la fortaleza de Tiro. De allí doblaba hasta Josá, y terminaba en el mar. El territorio incluía, además, Majaleb, Aczib, 30 Acó, Afec y Rejob: en total, veintidós ciudades con sus poblados.
31
 Esta fue la herencia asignada a los clanes de los hijos de Aser: las ciudades y sus poblados.

La tribu de Neftalí

32 La sexta suerte le tocó a los clanes de la tribu de Neftalí. 33 Su frontera partía de Jélef y de Elón Besaananím, y pasando por Adamí Ha Néqueb y Iabnel, hasta Lacúm, terminaba en el Jordán. 34 Hacia el oeste, el límite doblaba hasta Aznot Tabor; de allí llegaba a Jucoc, y tocaba Zabulón por el sur, Aser por el oeste y el Jordán por el este. 35Las ciudades fortificadas eran las siguientes: Siddím, Ser, Jamat, Racat, Genesaret, 36Adamá, Ramá, Jasor, 37 Quedes, Edrei, En Jasor, 38 Irón, Migdal El, Jorém, Bet Anat, Bet Semes: en total, diecinueve ciudades con sus poblados.
39
 Esta fue la herencia asignada a los clanes de los hijos de Neftalí: las ciudades y sus poblados.

La tribu de Dan

40 La séptima suerte le tocó a los clanes de la tribu de Dan. 41 El territorio de su herencia comprendía Sorá, Estaol, Ir Semes, 42 Salbím, Aialón, Itlá, 43 Elón, Timná, Ecrón, 44 Eltequé, Guibetón, Baalat, 45 Iehud, Bené Berac, Gat Rimón, 46 Me Ha Iarcón y Racón, con el territorio que está enfrente de Jope.
47
 Pero aquel territorio resultaba demasiado estrecho para los hijos de Dan, y por eso subieron a atacar a Lesem. La tomaron y la pasaron al filo de la espada; y una vez que la ocuparon, se establecieron en ella, llamándola Dan, por el nombre de su padre.
48
 Esta fue la herencia de los clanes de la tribu de Dan: las ciudades y sus poblados.

La propiedad hereditaria de Josué

49 Cuando los israelitas terminaron de repartirse el territorio y de marcar sus límites, dieron una herencia en medio de ellos a Josué, hijo de Nun. 50 Como el Señor lo había ordenado, le asignaron la ciudad que él pidió, es decir, Timnat Séraj en la montaña de Efraím. Él la reedificó y se estableció en ella.
51
 Estas son las posesiones que el sacerdote Eleazar, Josué hijo de Nun y los jefes de familia de las tribus israelitas distribuyeron mediante un sorteo en Silo, en la presencia del Señor, a la entrada de la Carpa del Encuentro.
Así se puso término a la repartición del país.

Las ciudades de refugio

20 1 El Señor dijo a Josué: 2 Habla en estos términos a los israelitas:
Determinen cuáles serán las ciudades de refugio –esas de las que yo les hablé por medio de Moisés– 3
 para que allí puedan encontrar asilo los homicidas que hayan matado a una persona sin premeditación e inadvertidamente. Así ustedes tendrán un refugio contra el vengador del homicidio. 4 El homicida huirá a una de estas ciudades, se detendrá a la entrada de la puerta, y expondrá su caso a los ancianos de la ciudad. Estos lo admitirán, y le asignarán un lugar para que habite con ellos. 5 Y si el vengador del homicidio lo persigue, no lo pondrán en sus manos, porque mató a su prójimo inadvertidamente, sin haberlo odiado antes. 6 Después de comparecer delante de la comunidad para ser juzgado, el homicida permanecerá en aquella ciudad hasta la muerte del Sumo Sacerdote que esté en funciones en aquellos días. Entonces podrá entrar de nuevo en la ciudad y en su casa, en la ciudad de donde había huido.
7
 Con este fin, los israelitas consagraron las siguientes ciudades: Quedes, en Galilea, en la montaña de Neftalí; Siquém, en la montaña de Efraím; Quiriat Arba –o sea Hebrón– en la montaña de Judá. 8 Y al otro lado del Jordán, al este de Jericó, se designó a Béser –de la tribu de Rubén, que estaba situada en el desierto, sobre el altiplano– a Ramot de Galaad, de la tribu de Gad, y a Golán, situada en Basán y perteneciente a la tribu de Manasés.
9
 Estas fueron las ciudades asignadas a todos los israelitas y a los extranjeros que residían en medio de ellos, para que todo el que matara sin premeditación a una persona pudiera refugiarse en ellas, y así no muriera en manos del vengador del homicidio, antes de comparecer delante de la comunidad.

Las ciudades levíticas

21 1 Los jefes de familia de los levitas se acercaron al sacerdote Eleazar, a Josué, hijo de Nun, y a los jefes de familia de las tribus israelitas, 2 que estaban en Silo, en el país de Canaán, y les dijeron: “El Señor ordenó por medio de Moisés que se nos asignaran algunas ciudades, a fin de que residiéramos en ellas, y también sus campos de pastoreo para nuestros ganados”. 3 Entonces los israelitas, conforme a la orden del Señor, dieron a los levitas las siguientes ciudades con sus campos de pastoreo, tomándolas de sus propias posesiones.
4
 Se hizo el sorteo para los clanes de los quehatitas; y a los levitas descendientes de Aarón, el sacerdote, les tocaron en suerte trece ciudades de las tribus de Judá, de Simeón y de Benjamín; 5 a los clanes de los otros quehatitas les tocaron en suerte diez ciudades de las tribus de Efraím, de Dan y de la mitad de Manasés. 6 A los clanes de los gersonitas les tocaron en suerte trece ciudades de las tribus de Isacar, de Aser, de Neftalí y de la mitad de Manasés, en Basán. 7 Y a los clanes de los meraritas les tocaron en suerte doce ciudades de las tribus de Rubén, de Gad y de Zabulón. 8 Así los israelitas dieron a los levitas, mediante un sorteo, esas ciudades con sus campos de pastoreo, como el Señor lo había ordenado por medio de Moisés.

Las ciudades de los quehatitas

9 Ellos les entregaron las ciudades de la tribu de Judá y de la tribu de Simeón que se nombran más adelante. 10 Y como la primera suerte les tocó a los levitas que pertenecían a los clanes de los quehatitas y eran descendientes de Aarón, 11 a ellos les dieron Quiriat Arbá –la ciudad de Arbá, el padre de Anac, o sea, Hebrón– en la montaña de Judá, con los campos de pastoreo que tenía a su alrededor. 12 Los campos de cultivo y los poblados próximos a la ciudad, en cambio, ya habían sido dados a Caleb, hijo de Iefuné. 13 Y Además de Hebrón –que era una ciudad de refugio para los homicidas– los israelitas dieron a los descendientes del sacerdote Aarón las ciudades de Libná, 14 Iatir, Estemoa, 15 Jolón, Debir, 16 Ain, Iutá y Bet Semes, cada una con su respectivo campo de pastoreo: nueve ciudades de aquellas dos tribus. 17 De la tribu de Benjamín les dieron Gabaón, Gueba, 18 Anatot y Almón, todas con sus campos de pastoreo: cuatro ciudades. 19 Trece ciudades y sus campos de pastoreo era el total de las ciudades pertenecientes a los sacerdotes hijos de Aarón.
20
 A los clanes de los otros levitas descendientes de Quehat les tocaron en suerte ciudades de la tribu de Efraím. 21 A ellos les dieron Siquém, en la montaña de Efraím –la ciudad de refugio para los homicidas– con sus correspondientes campos de pastoreo, y también Guézer, 22 Quibsaim, Bet Jorón, cada una con sus campos de pastoreo: cuatro ciudades. 23 De la tribu de Dan les dieron Eltequé, Guibetón, 24 Aialón, Gat Rimón, cada una con sus campos de pastoreo: cuatro ciudades. 25 De la mitad de la tribu de Manasés les dieron Taanac e Ibleám, cada una con sus campos de pastoreo: dos ciudades. 26 Eran en total diez ciudades, con sus campos de pastoreo, para los restantes clanes de los quehatitas.

Las ciudades de los gersonitas

27 A los clanes levíticos de los gersonitas les dieron: de la mitad de la tribu de Manasés, Golán en Basán –la ciudad de refugio para los homicidas– y también Astarot, cada una con sus campos de pastoreo: dos ciudades. 28 De la tribu de Isacar les dieron Quisión, Daberat, 29 Iarmut y En Ganím, cada una con sus campos de pastoreo: cuatro ciudades.30 De la tribu de Aser les dieron Misal, Abdón, 31 Jelcat y Rejob, cada una con sus campos de pastoreo: cuatro ciudades. 32 De la tribu de Neftalí les dieron Quedes en Galilea –la ciudad de refugio para los homicidas– Jamot Dor y Racat, cada una con sus campos de pastoreo: tres ciudades. 33 Las ciudades de los clanes de los gersonitas, con sus respectivos campos de pastoreo, eran trece en total.

Las ciudades de los meraritas

34 Al resto de los levitas, o sea, a los clanes de los meraritas les dieron: de la tribu de Zabulón, Iocneam, Cartá, 35 Rimón y Nahalal, cada una con sus campos de pastoreo: cuatro ciudades. 36 De la tribu de Rubén, al otro lado del Jordán les dieron Beser –la ciudad de refugio para los homicidas– que está situada en el desierto, sobre el altiplano, y además, Iahás, 37 Quedemot y Mefaat, cada una con sus campos de pastoreo: cuatro ciudades. 38 De la tribu de Gad, les dieron Ramot de Galaad –la ciudad de refugio para los homicidas– y además, Majanaim, 39 Jesbón y Iázer, cada una con sus campos de pastoreo: cuatro ciudades. 40 En total, eran doce las ciudades asignadas mediante un sorteo al resto de los clanes levíticos, o sea, a los meraritas.
41
 Por lo tanto, las ciudades levíticas en medio de las posesiones de los israelitas eran cuarenta y ocho en total, con sus campos de pastoreo. 42 Cada una de estas ciudades incluía, además de la ciudad, los campos de pastoreo que tenían a su alrededor. Lo mismo sucedía con todas las ciudades mencionadas.

Conclusión general

43 Así el Señor entregó a Israel todo el territorio que había jurado dar a sus padres. Los israelitas tomaron posesión de él y lo habitaron. 44 El Señor les dio la paz en todas sus fronteras, como lo había jurado a sus padres, y ninguno de sus enemigos pudo resistirles, porque el Señor se los entregó a todos. 45 Ni una sola de las admirables promesas que el Señor había hecho a los israelitas cayó en el vacío: todas se cumplieron.

ÚLTIMOS ACONTECIMIENTOS Y ADVERTENCIAS FINALES





La despedida de las tribusde la Transjordania

22 1 Entonces Josué convocó a los rubenitas, a los gaditas y a la mitad de la tribu de Manasés, 2 y les dijo: “Ustedes han observado íntegramente las órdenes que les dio Moisés, el servidor del Señor, y me han obedecido en todo lo que yo les mandé. 3 No han abandonado a sus hermanos durante el largo tiempo transcurrido hasta el día de hoy, y han permanecido en la observancia del mandamiento del Señor, su Dios. 4 Ahora sus hermanos han obtenido el descanso que les concedió el Señor, su Dios, conforme a la promesa que él les había hecho. Por lo tanto, regresen a sus campamentos, al territorio que les pertenece, a esa tierra que Moisés, el servidor del Señor, les dio al otro lado del Jordán. 5 Pero pongan mucho cuidado en practicar los mandamientos y la Ley que les prescribió Moisés, el servidor del Señor, a saber: amar al Señor, su Dios, y seguir todos sus caminos; observar sus mandamientos, mantenerse fieles a él, y servirlo con todo el corazón y con toda el alma”. 6 Después los bendijo y los despidió, y ellos regresaron a sus campamentos.
7
 Moisés había dado a la mitad de la tribu de Manasés un territorio en Basán, mientras que a la otra mitad, Josué le había asignado una parte junto a sus hermanos, en el lado occidental del Jordán. Además, cuando Josué los envió a sus campamentos, los bendijo,8 diciéndoles: “Vuelvan a sus campamentos con grandes riquezas, con muchísimo ganado, con plata, oro, bronce, hierro, y con una gran cantidad de ropa. Pero compartan con sus hermanos los despojos de sus enemigos”.

El altar levantadoa orillas del Jordán

9 Así los rubenitas, los gaditas y la mitad de la tribu de Manasés dejaron a los israelitas en Silo, en territorio de Canaán, para regresar a Galaad. Esta era la tierra de su propiedad, donde se habían establecido conforme a la orden que el Señor había dado por intermedio de Moisés. 10 Pero al llegar a los distritos del Jordán, que están en territorio de Canaán, los rubenitas, los gaditas y la mitad de la tribu de Manasés levantaron a orillas del Jordán un altar de aspecto imponente.
11
 Cuando los israelitas se enteraron de lo sucedido, dijeron: “Los rubenitas, los gaditas y la mitad de la tribu de Manasés han erigido ese altar frente al territorio de Canaán, en los distritos del Jordán, más allá del territorio de los israelitas”. 12 Y una vez informados del hecho, toda la comunidad de los israelitas se reunió en Silo para ir a combatir contra ellos. 13 Pero antes enviaron al sacerdote Pinjás, hijo del sacerdote Eleazar, 14 y a otros diez jefes, uno por cada tribu, para que se entrevistaran con los rubenitas, los gaditas y la mitad de la tribu de Manasés, en el territorio de Galaad. Todos ellos eran jefes de familia en los clanes de Israel.
15
 Cuando llegaron a Galaad, donde estaban los rubenitas, los gaditas y la mitad de la tribu de Manasés, les hablaron en estos términos: 16 “Toda la comunidad del Señor dice lo siguiente: ¿Cómo se explica esta infidelidad que ustedes han cometido contra el Dios de Israel, al erigir un altar? Así ustedes hoy se han apartado del Señor y se han rebelado contra él. 17 ¿No teníamos bastante con el delito de Peor, del que todavía no estamos purificados y por el cual se desencadenó aquella masacre contra la comunidad del Señor? 18 ¡Hoy ustedes se han apartado del Señor! Y si hoy se rebelan contra él mañana él se irritará contra toda la comunidad de Israel. 19 Si la tierra que les pertenece es impura, pásense a la tierra que pertenece al Señor, donde reside su Morada, y establézcanse entre nosotros. Pero no se rebelen contra él ni nos hagan cómplices de la rebeldía de ustedes, erigiendo un altar aparte del altar del Señor, nuestro Dios. 20 Cuando Acán, hijo de Zéraj, cometió una infidelidad respecto del anatema, ¿Acaso la ira del Señor no alcanzó a toda la comunidad de Israel? No fue él solo el que murió por su delito”.

La respuesta de las tribusde la Transjordania

21 Los rubenitas, los gaditas y la mitad de la tribu de Manasés respondieron a los jefes de los clanes de Israel: 22 “¡El Dios de los dioses, el Señor, lo sabe perfectamente, y que también lo sepa Israel! Si ha habido de nuestra parte rebelión contra el Señor o infidelidad hacia él, que él no nos salve en este día. 23 Si nos construimos un altar para alejarnos del Señor o para ofrecer en él holocaustos, oblaciones y sacrificios de comunión, que el mismo Señor nos pida cuenta. 24 En realidad, lo hicimos por temor, pensando que el día de mañana los hijos de ustedes podrían decir a los nuestros: ‘¿Qué tienen que ver ustedes con el Señor, el Dios de Israel? 25 ¡Rubenitas y gaditas! El Señor ha puesto un límite entre nosotros y ustedes: el Jordán. Por lo tanto, ustedes no tienen parte con el Señor’. Y de esa manera, sus hijos apartarían a los nuestros del temor del Señor. 26 Entonces resolvimos construir este altar, no para ofrecer holocaustos y sacrificios, 27 sino para que esté como testigo entre nosotros y ustedes, y también entre nuestros descendientes, de que rendimos culto al Señor en su presencia, con nuestros holocaustos, nuestras víctimas y nuestros sacrificios de comunión. Así, el día de mañana, los hijos de ustedes no podrán decir a los nuestros: ‘Ustedes no tienen parte con el Señor’. 28 Por eso pensamos que si algún día nos llegan a hacer ese reproche, a nosotros o a nuestros descendientes, les podremos responder: ‘Miren la figura del altar del Señor que hicieron nuestros padres, no para ofrecer holocaustos y sacrificios, sino para que esté como testigo entre nosotros y ustedes’. 29 Lejos de nosotros, entonces, el deseo de rebelarnos contra el Señor o de querer apartarnos de él, erigiendo un altar para ofrecer holocaustos, oblaciones o sacrificios, fuera del altar del Señor, nuestro Dios, que está delante de su Morada”.

El restablecimiento de la pazentre las tribus

30 Cuando el sacerdote Pinjás, los jefes de la comunidad y los jefes de los clanes de Israel escucharon las palabras que les dijeron los rubenitas, los gaditas y la mitad de la tribu de Manasés, quedaron conformes. 31 Y Pinjás, el hijo del sacerdote Eleazar, les respondió: “Ahora reconocemos que el Señor está en medio de nosotros, porque ustedes no han cometido esa infidelidad contra él; de esa manera, ustedes han librado a los israelitas de la mano del Señor”.
32
 Entonces el sacerdote Pinjás, hijo de Eleazar, y los jefes, dejando a los rubenitas y a los gaditas, partieron de Galaad y regresaron a Canaán, donde estaban los israelitas. Cuando les transmitieron la noticia, 33 los israelitas quedaron conformes, bendijeron al Señor, y ya no pensaron más en hacerles la guerra ni en asolar el país donde habitaban los rubenitas y los gaditas. 34 Estos últimos, por su parte, dieron al altar el nombre de “Testigo”, porque dijeron: “Este será un testigo, entre nosotros, de que el Señor es Dios”.

Las últimas recomendacionesde Josué al pueblo

23 1 Cuando ya hacía mucho tiempo que el Señor había concedido la paz a Israel, librándolo de todos los enemigos que tenía a su alrededor, Josué –que era un anciano de edad muy avanzada– 2 convocó a todo Israel, a sus ancianos, a sus jefes, a sus jueces y a sus escribas, y les dijo:
“Yo estoy viejo; ya tengo muchos años. 3
 Ustedes han visto cómo trató el Señor, su Dios, a todos esos pueblos a causa de ustedes, porque era el Señor, su Dios, el que combatía por ustedes. 4 Ahora miren bien: yo les he sorteado como herencia para cada tribu tanto a las naciones que todavía quedan como a las que yo mismo exterminé, desde el Jordán hasta el gran mar Occidental. 5 El Señor, su Dios, las dispersará delante de ustedes y las desposeerá de sus dominios, para que ustedes puedan tomar posesión de su tierra, conforme a la promesa que les hizo el Señor, su Dios.
6
 Por eso, sean cada vez más constantes en observar y en cumplir todo lo que está escrito en el libro de la Ley de Moisés, sin desviarse de él ni a la derecha ni a la izquierda, 7 y sin mezclarse con esos pueblos que todavía quedan con ustedes. No invoquen el nombre de sus dioses ni juren por ellos; no los sirvan ni se postren ante ellos. 8 Por el contrario, manténganse fieles al Señor, su Dios, como lo han hecho hasta el día de hoy. 9 El Señor desposeyó delante de ustedes a naciones numerosas y fuertes; y hasta el presente, nadie ha podido resistirles. 10 Bastaba uno solo para perseguir a mil, porque el Señor, su Dios, era el que combatía por ustedes, como él mismo les había prometido. 11 Por eso, pongan sumo cuidado en amar al Señor, su Dios.
12
 Pero si se vuelven atrás y se unen al resto de esos pueblos que todavía quedan con ustedes; si establecen con ellos lazos de parentesco, mezclándose ustedes con ellos y ellos con ustedes, 13 entonces, tengan la plena seguridad de que el Señor, su Dios, no seguirá desposeyendo a esas naciones delante de ustedes, y ellos serán para ustedes una red, un lazo, un látigo sobre sus costados, y aguijones en sus ojos, hasta que por fin desaparecerán de esta hermosa tierra que les dio el Señor, su Dios.
14
 Ya estoy a punto de irme por el camino que les toca recorrer a todos. Reconozcan entonces con todo su corazón y con toda su alma, que ni una sola de todas esas admirables promesas que les hizo el Señor, ha caído en el vacío: todas se han cumplido, y no falló ni una sola. 15 Pero así como se han cumplido todas las admirables promesas que les hizo el Señor, su Dios, también él atraerá sobre ustedes todas las amenazas, hasta exterminarlos de esta hermosa tierra que les dio el Señor, su Dios. 16 Si quebrantan la alianza del Señor, su Dios, la que él les impuso, y van a servir a otros dioses y a postrarse delante de ellos, la ira del Señor arderá contra ustedes, y desaparecerán muy pronto de la hermosa tierra que él les dio”.

La asamblea de Siquém

24 1 Josué reunió en Siquém a todas las tribus de Israel, y convocó a los ancianos de Israel, a sus jefes, a sus jueces y a sus escribas, y ellos se presentaron delante del Señor. 2 Entonces Josué dijo a todo el pueblo:
“Así habla el Señor, el Dios de Israel: Sus antepasados, Téraj, el padre de Abraham y de Najor, vivían desde tiempos antiguos al otro lado del Río, y servían a otros dioses. 3
Pero yo tomé a Abraham, el padre de ustedes, del otro lado del Río, y le hice recorrer todo el país de Canaán. Multipliqué su descendencia, y le di como hijo a Isaac. 4 A Isaac lo hice padre de Jacob y de Esaú. A Esaú le di en posesión la montaña de Seir, mientras que Jacob y sus hijos bajaron a Egipto. 5 Luego envié a Moisés y a Aarón, y castigué a Egipto con los prodigios que realicé en medio de ellos. Después los hice salir de Egipto, a ustedes 6 y a sus padres, y ustedes llegaron al mar. Los egipcios persiguieron a sus padres, con carros y guerreros, hasta el Mar Rojo. 7 Pero ellos pidieron auxilio al Señor: él interpuso una densa oscuridad entre ustedes y los egipcios, y envió contra ellos el mar, que los cubrió. Ustedes vieron con sus propios ojos lo que hice en Egipto.
Luego permanecieron en el desierto durante largo tiempo, 8
 y después los introduje en el país de los amorreos, que habitaban al otro lado del Jordán. Cuando ellos les hicieron la guerra, yo los entregué en sus manos, y así pudieron tomar posesión de su país, porque los exterminé delante de ustedes. 9 Entonces Balac –hijo de Sipor, rey de Moab– se levantó para combatir contra Israel, y mandó llamar a Balaam, hijo de Beor, para que los maldijera. 10 Pero yo no quise escuchar a Balaam, y él tuvo que bendecirlos. Así los libré de su mano.
11
 Después ustedes cruzaron el Jordán y llegaron a Jericó. La gente de Jericó les hizo la guerra, y lo mismo hicieron los amorreos, los perizitas, los cananeos, los hititas, los guirgasitas, los jivitas y los jebuseos; pero yo los entregué en sus manos. 12 Hice cundir delante de ustedes el pánico, que puso en fuga a toda esa gente y a los dos reyes amorreos. Esto no se lo debes ni a tu espada ni a tu arco. 13 Así les di una tierra que no cultivaron, y ciudades que no edificaron, donde ahora habitan; y ustedes comen los frutos de viñas y olivares que no plantaron.
14
 Por lo tanto, teman al Señor y sírvanlo con integridad y lealtad; dejen de lado a los dioses que sirvieron sus antepasados al otro lado del Río y en Egipto, y sirvan al Señor.15 Y si no están dispuestos a servir al Señor, elijan hoy a quién quieren servir: si a los dioses a quienes sirvieron sus antepasados al otro lado del Río, o a los dioses de los amorreos, en cuyo país ustedes ahora habitan. Yo y mi familia serviremos al Señor”.
16
 El pueblo respondió: “Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses. 17 Porque el Señor, nuestro Dios, es el que nos hizo salir de Egipto, de ese lugar de esclavitud, a nosotros y a nuestros padres, y el que realizó ante nuestros ojos aquellos grandes prodigios. Él nos protegió en todo el camino que recorrimos y en todos los pueblos por donde pasamos. 18 Además, el Señor expulsó delante de nosotros a todos esos pueblos y a los amorreos que habitaban en el país. Por eso, también nosotros serviremos al Señor, ya que él es nuestro Dios”.
19
 Entonces Josué dijo al pueblo: “Ustedes no podrán servir al Señor, porque él es un Dios santo, un Dios celoso, que no soportará ni las rebeldías ni los pecados de ustedes.20 Si abandonan al Señor para servir a dioses extraños, él, a su vez, los maltratará y los aniquilará, después de haberles hecho tanto bien”. 21 Pero el pueblo respondió a Josué: “No; nosotros serviremos al Señor”. 22 Josué dijo al pueblo: “Son testigos contra ustedes mismos, de que han elegido al Señor para servirlo”. “Somos testigos”, respondieron ellos. 23 “Entonces dejen de lado los dioses extraños que hay en medio de ustedes, e inclinen sus corazones al Señor, el Dios de Israel”. 24 El pueblo respondió a Josué: “Nosotros serviremos al Señor, nuestro Dios y escucharemos su voz”.

La alianza de Siquém

25 Aquel día Josué estableció una alianza para el pueblo, y les impuso una legislación y un derecho, en Siquém. 26 Después puso por escrito estas palabras en el libro de la Ley de Dios. Además tomó una gran piedra y la erigió allí, al pie de la encina que está en el Santuario del Señor. 27 Josué dijo a todo el pueblo: “Miren esta piedra: ella será un testigo contra nosotros, porque ha escuchado todas las palabras que nos ha dirigido el Señor; y será un testigo contra ustedes, para que no renieguen de su Dios”.
28
 Finalmente, Josué despidió a todo el pueblo, y cada uno volvió a su herencia.

La muerte de Josué29 Después de un tiempo, Josué, hijo de Nun, el servidor del Señor, murió a la edad de ciento diez años. 30 Lo enterraron en el territorio que había recibido en herencia, en Timnat Séraj, en la montaña de Efraím, al norte del monte Gaás.

31 Israel sirvió al Señor mientras vivió Josué, y durante toda la vida de los ancianos que le sobrevivieron y que habían experimentado las obras del Señor en favor de Israel.

Los restos de José

32 Los huesos de José, que los israelitas trasladaron desde Egipto, fueron enterrados en Siquém, en la parcela de campo que Jacob había comprado a los hijos de Jamor, padre de Siquém, por cien monedas de plata, y que había pasado a ser propiedad de los hijos de José.
33
 También murió Eleazar, hijo de Aarón, y lo enterraron en Guibeá, ciudad situada en la montaña de Efraím, que había sido entregada a su hijo Pinjás.
   

Matrimonio y Familia - Su Eminencia Revma. Monseñor Cardenal Don Darío Castrillón Hoyos Prefecto de la Congregación para el Clero


PALABRAS INTRODUCTORIAS
de
Su Eminencia Revma. Monseñor Cardenal
Don Darío Castrillón Hoyos
Prefecto de la Congregación para el Clero

Matrimonio y Familia

Queridos hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio, ilustres Teólogos y Profesores, queridos hermanos y hermanas en el Señor,
Os envío a todos un caluroso y cordial saludo, a todos vosotros que os habéis conectado a la vigésimo tercera videoconferencia teológica internacional. Esta conferencia tiene por título "Matrimonio y Familia", un argumento que tiene una importancia fundamental para la vida de la Iglesia y de la humanidad.
Hablaremos de la familia fundamentada sobre el matrimonio, entendido como unión estable y abierta a la vida de un hombre y una mujer; de la familia como institución natural, patrimonio de la humanidad, un bien esencial y necesario para la sociedad y el pueblo actuales, porque es el fundamento de la sociedad, lugar primario de humanización de la persona y de la vida civil.
Los teólogos que intervendrán va a profundizar la verdad sobre la familia según el proyecto divino de la creación, un proyecto establecido desde el principio (Cfr. Mt 19,4.8); nos explicarán que ella es el ámbito en el cual cada persona humana, hecha a imagen y semejanza de Dios (Cfr. Gén. 1,26) es concebida, nace, crece y se desarrolla; es, por lo tanto, el "santuario de la vida...: el lugar en el que la vida, don de dios puede ser oída adecuadamente y donde obtiene protección contra los múltiples ataques a los que está expuesta, y puede desarrollarse según las exigencias de un verdadero crecimiento humano" (Juan Pablo II, Carta. enc. Centesimus annus, número 39). Comprenderemos que la familia, que no es una invención humana o fruto de una ideología, no se puede modificar, en su naturaleza, por ninguna autoridad sobre la tierra.
La Iglesia repite constantemente estas verdades y el Santo Padre ha hecho de ellos uno de los temas fundamentales de su Magisterio pontificio. Son incalculables los momentos y circunstancias en los que durante los veinticinco años de su Pontificado, Juan Pablo II ha proclamado y defendido la verdad sobre la identidad y la misión de la familia y del matrimonio. ¿Cómo no recordar sus Catequesis de los miércoles sobre el amor humano, los Mensajes y las Homilías con ocasión de los Encuentros Mundiales con las Familias? Y además la Exhortación apostólica postsinodal Familiaris consortio del 22 de noviembre de 1981, la Carta al las Familias Gratissimam sane del 2 de febrero de 1994, y la Carta Encíclica Evangelium vitae del 25 de marzo de 1995, para citar solamente algunos de los múltiples Documentos de su elevado magisterio, dedicado al tema de la procreación en el matrimonio, de la cultura de la vida y de la dignidad de la familia.
No obstante, numerosas doctrinas políticas y corrientes de pensamiento siguen fomentando una cultura que lastima la dignidad del hombre, ignorando o comprometiendo, en distinta medida, la verdad sobre el matrimonio y sobre la familia. Asistimos a una orquestada conspiración financiera, fiscal y legislativa, a nivel internacional, en contra de los artículos de la Declaración universal de los derechos humanos y de la Carta de los Derechos de la Familia, conspiración camuflada tras los falsos ideales de libertad y lo que se denomina "madurez reconquistada y emancipación del hombre de los condicionamientos del pasado": se trata de una campaña que, con objetivos ambiguos, pretende, desde los poderes legislativos de muchos estados, revisar los enunciados de los derechos fundamentales de la persona humana, impidiendo la convivencia humana y su crecimiento. No podemos olvidar que la familia, como formadora por excelencia de las personas, es indispensable para una verdadera "ecología humana" (Cfr. Juan Pablo II, Centesimus annus, 39).
Por tales motivos, levantamos hoy nuestra voz, con rigor y profundidad teológica, para proclamar estas verdades, con la ayuda de los mismos teólogos, llamados a profundizar, con la luz de la fe y de la razón, los contenidos de la Revelación.
Agradeciendo, como es habitual, a los invitados, les recuerdo que sus intervenciones se desarrollarán en directo, desde diecisiete países de los cinco continentes. Las reflexiones las llevarán a cabo desde Roma, desde la Sede de la Congregación para el Clero, Su Excelencia, Profesor Rino Fisichella, el Prof. Don Jean Galot, el Prof. Don Antonio Miralles y el Prof. Don Paolo Scarafoni.
Intervendrán además, desde Nueva York el Prof. Don Michael Hull, desde Manila el Prof. Don José Vidamor Yu; desde Taiwán el Prof. Don Louis Aldrich; desde Johannesburgo el Prof. Don Rodney Moss; desde Bogotá el Prof. Don Silvio Cajiao; desde Regensburgo S.E. Prof. Don Gerhard Ludwig Müller; desde Sydney el Prof. Don Julian Porteous; desde Madrid el Prof. Don Alfonso Carrasco Rouco; desde Moscú el Prof. Don Ivan Kowalewsky.
Les auguro a todos una buena videoconferencia.


IntervenCIÓN FINAL
Del Excmo. Cardenal
Don Darío Castrillón Hoyos
Prefecto de la Congregación para el Clero

En la carta a Diogneto se lee: "Los cristianos no se distinguen de los otros hombres ni por su tierra natal y por su idioma ni por sus instituciones. No viven apartados en ciudades propias; no hablan una lengua diferente; no llevan una vida extraña. …Contraen matrimonio como todos los demás. Procrean hijos, pero no dejan que los recién nacidos se pierdan. Comparten la mesa pero no el lecho... Lo que el alma es para el cuerpo, son los cristianos para el mundo" (Cap. V, 7; Funk 1,318). He aquí la familia de los primeros cristianos, la "Iglesia doméstica"de ayer y de hoy, íntima comunión de vida y de amor (Const. past. Gaudium et spes, número 48), llamada a una participación activa en la misión de la Iglesia y en la vida de la propia sociedad: a ofrecer un testimonio convincente de la posibilidad y de la alegría de la fidelidad conyugal y de la educación de los hijos, conformándose plenamente con el designio de Dios.
Todos los sacerdotes están llamados a apoyar a la familia cristiana promoviendo de distintas maneras, y según los distintos carismas vocacionales y las misiones a ellos confiada, y una pastoral familiar adecuada y orgánica en sus respectivas comunidades eclesiales (Cfr. Juan Pablo II, Novo millennio ineunte, número 47). Particular importancia se da a "la necesidad de sostener el valor de la unicidad del matrimonio, como unión para toda la vida entre un hombre y una mujer, en la cual, como marido y mujer, participan en la amorosa obra de creación de Dios", como ha recordado recientemente el Santo Padre en la audiencia con la Conferencia Episcopal de Inglaterra y Gales (Cfr. Discurso de Juan Pablo II, durante la visita ad limina Apostolorum del 23.11.2003, número 5).
La petición de reconocimiento legal de las parejas de hecho es algo crónico en nuestros días para que se equiparen los derechos con los de los matrimonios legítimos, así como las tentativas de aprobación legal de modelos de pareja donde la diferencia sexual no resulta esencial. La equiparación con otras formas de convivencias es un atentado al carácter sagrado del matrimonio y una violación grave de su profundo valor en el designio de Dios para los hombres (Cfr. Juan Pablo II, Familiaris consortio, número 3).
En contraposición a las corrientes de pensamiento que surgen del utilitarismo, es necesario tener en la Iglesia una catequesis más atenta y más profunda sobre la familia y para la familia, que ofrezca y explique, incluso a los jóvenes y a los novios, la verdad sobre el matrimonio con una visión antropológica anclada en el misterio de Cristo y que sepa refutar, por ser irracional, aquella pretensión de "cosificar" a los cónyuges, los hijos, la vida de los embriones, sometidos a proyectos y fines que perjudican gravemente el bien del hombre y de la sociedad (Cfr. Juan Pablo II, Exhort. ap. Postsinodal Ecclesia in Europa, números 91-92).
Esto me lleva fácilmente a presentar la próxima videoconferencia teológica que tendrá por tema "La catequesis". La sesión internacional ha sido fijada para el 12 de diciembre próximo, a las 12 horas de Roma.
La catequesis es esencialmente anuncio, testimonio e irradiación de la verdad que introduce al hombre al encuentro con la misma Persona de Cristo. "Entre los distintos servicios que la Iglesia debe ofrecer a la humanidad, unos de los servicios de los que es responsable de manera particular es: la diaconía de la verdad", escribía el Santo Padre en su Carta Encíclica Fides et ratio (n. 2).
Voy a concluir recordando a la Virgen María por la inminente Solemnidad de la Inmaculada Concepción: María es un "catecismo viviente", "madre y modelo de los catequistas" (Juan Pablo II, Exhort. ap. Catechesi Tradendae, número 73).
Agradezco nuevamente a los eminentes prelados, a los teólogos y a los profesores que han intervenido hoy.
Vaticano, 28 de noviembre de 2003.



La amenaza del aborto y la eutanasia a la familia


Prof. Igor Kovalevski - Moscú

La amenaza del aborto y la eutanasia a la familia

Se puede hablar tanto de la familia (y de hecho lo estamos haciendo). El problema radica en el hecho de hablar sin moralismos, sin imponer un peso, una carga a las personas que están dejando de ser cristianas en esta generación. Pienso que la experiencia de Rusia sobre este aspecto es interesante. De hecho, la secularización entre nosotros comenzó después de la revolución de octubre de mil novecientos diecisiete. Esta situación es muy anterior al sesenta y ocho o a la segunda guerra mundial.
En pocas palabras, la familia rusa ya estaba destrozada en los años veinte, cuando desaparece la figura del padre de la familia. Un hombre – ya fuera marido o padre – que fue destinado a desempeñar un papel diferente en la sociedad constituyendo una nueva sociedad en la cárcel o fuera, aunque formando parte siempre de un colectivo más importante. La familia se convierte en una unidad compuesta por una madre y por los hijos, en general uno solo. La nueva sociedad asume la responsabilidad de la educación, de la transmisión de los valores (obviamente de la clase proletaria) y así sucesivamente.
El aborto y la eutanasia son dos fenómenos de la política demográfica.
En la Unión Soviética el aborto no estaba permitido al principio cuando la sociedad necesitaba trabajadores y soldados. Posteriormente se levantó la prohibición. Y así hemos llegado hasta hoy. La eutanasia parece ser una problema de las sociedades occidentales en general, puesto que la media de edad en los países del este europeo permite a las personas abandonar la vida por causas "más naturales".
El problema profundo, sin embargo, sigue siendo el mismo en todos los sitios: el hombre que se pone en el lugar de Dios está profundamente herido, no conoce su realidad, necesita que le sea anunciada la Buena Noticia, necesita una evangelización profunda a todos los niveles de su vida. Rusia u Occidente, aborto o divorcio, problemas sociológicos y soluciones técnicas – poco importa. Lo que importa es si Dios está o no.



La santificación de los esposos mediante el sacramento del matrimonio


Prof. Antonio Miralles, Roma:
 La santificación de los esposos mediante el sacramento del matrimonio

Cuando dos fieles cristianos se casan. Cristo está y sigue estando luego entre ellos. De hecho, Dios Padre hace entrega de su Hijo a los esposos y junto con él les da también el Espíritu Santo. La Iglesia, en la celebración del matrimonio, confiesa su fe en esta espléndida verdad mediante la oración del sacerdote: "Mira con bondad a estos esposos […] envía sobre ellos la gracia del Espíritu Santo, para que por tu amor derramado en sus corazones, sigan siendo fieles en el vínculo conyugal ".
El amor divino, derramado en el corazón de los esposos, perfecciona su amor conyugal. Como enseña el Concilio Vaticano II, lo perfecciona elevándolo y sanándolo (Cfr. GS 49/1): elevándolo porque la fuerza unitiva del amor, la ternura, la dedicación a la felicidad del cónyuge reciben una nueva medida, la del amor de Cristo; y sanándolo de aquello que daña al amor, sobre todo del egoísmo, de la incomprensión y de la dureza del corazón.
La obra santificadora del matrimonio no limita su eficacia solamente momento de la celebración de la boda, sino que se extiende a toda la vida de los esposos. Juan Pablo II, en Familiaris consortio, habla de la necesidad que tienen los esposos de "mantener viva la conciencia de la singular influencia que la gracia del sacramento del matrimonio ejercita sobre todas la realidades de la vida conyugal " (FC 33/6).
De lo que se sigue que el camino hacia la santidad, que es la llamada que todo cristiano sin excepción ha recibido de Dios, camino que comienza con el bautismo, se define posteriormente para los esposos cristianos en el sacramento del matrimonio. Como enseña el Concilio, "los cónyuges cristianos […], cumpliendo en virtud de tal sacramento su deber conyugal y familiar, imbuidos por el Espíritu de Cristo, por medio del cual toda su vida está imbuida de fe, esperanza y caridad, tienden a alcanzar cada vez más la perfección y la santificación mutua, y por ello participan en la glorificación de Dios". No se trata de simples principios generales o de enunciaciones genéricas, sino de una verdad de inmediata incidencia práctica. Lo explicaba claramente san José María Escrivá: "La vida familiar, las relaciones conyugales, el cuidado y la educación de los hijos, el esfuerzo económico para sostener a la familia, darles seguridad y mejorar sus condiciones, las relaciones con los demás componentes de la comunidad social: estos son las situaciones humanas más comunes que los esposos cristianos tienen que sobrenaturalizar " (Es Jesús quien pasa, p. 65). Lo harán con el influjo de la gracia del sacramento del matrimonio; pero no solamente esto, porque no pueden prescindir de los medios comunes a todos los cristianos: el primero, la Eucaristía, "fuente y culminación de la vida cristiana" (LG 11/1), y con ella es sacramento de la penitencia, la oración, la actualización del mandamiento del amor, que resumen la conducta auténticamente cristiana.



LA "UNIÓN CIVIL" ENTRE PERSONAS DEL MISMO SEXO.


CONGREGACIÓN PARA EL CLERO
VIDEOCONFERENCIA: 28 DE NOVIEMBRE DE 2003

MATRIMONIO Y FAMILIA

LA "UNIÓN CIVIL" ENTRE PERSONAS DEL MISMO SEXO.

Prof. Rodney Moss

El 31 de julio de 2003 la Congregación para la Fe publicó un documento de diez puntos titulado – Consideraciones sobre las propuestas para dar reconocimiento legal a las uniones entre personas homosexuales.
Este documento rechaza los argumentos populares en favor del " matrimonio " entre personas del mismo sexo y otras formas de reconocimiento jurídico de la homosexualidad. Afirma claramente que los hombres y las mujeres con tendencias homosexuales "…deben ser aceptadas con respeto, compasión y sensibilidad. Debe evitarse todo signo de discriminación injusta hacia ellas."
(párrafo 4, cita del "Catecismo de la Iglesia Católica" número 2358).
La cuestión que se plantea es la de la discriminación injusta. ¿Es injusto denegar a los homosexuales que viven en uniones del mismo sexo el estatus social y legal de matrimonio? El documento indica: "La negación del estatus social y jurídico de matrimonio a formas de convivencia que no son ni pueden ser matrimoniales no se opone a la justicia; por el contrario, la justicia lo exige." (párrafo 8) Pero, ¿por qué ocurre esto? El reconocimiento jurídico de las uniones homosexuales llevaría a una redefinición del matrimonio; el matrimonio entre un hombre y una mujer serían la única forma posible de matrimonio. De esta manera, según el Documento, "…el concepto de matrimonio experimentaría una transformación radical en detrimento grave del bien común." (el énfasis lo pongo yo) La justicia separada del bien común es inaceptable para el orden moral. El Documento continúa diciendo: "Sería totalmente injusto sacrificar el bien común y las normas justas para la familia con el fin de proteger los bienes personales que pueden y deben ser garantizados de manera que no perjudiquen el cuerpo social". (párrafo 9) En la misma línea que lo antes mencionado, una reciente declaración de los Obispos de Connecticut indica: "El respeto a la singularidad del matrimonio no implica falta de respeto a aquellos que no se pueden casar." (Declaración de la Conferencia Católica de Connecticut. 31 de julio de 2003)
En resumen, pues, la posición de la Iglesia sobre la homosexualidad es a la vez equilibrada y compasiva, aunque afirme la verdad. Por otra parte, no puede apoyar completamente a los activistas a favor de los derechos de los homosexuales porque rechaza la legitimidad de los "matrimonios" y los actos homosexuales: aunque por otra parte, condena la discriminación injusta de las personas orientadas a la homosexualidad e insta a la sensibilidad y el respeto.




La pareja de hecho – un hombre y una mujer que conviven sin contrato de matrimonio religioso


La pareja de hecho – un hombre y una mujer que conviven sin contrato de matrimonio religioso

(Prof. Jose Vidamor B. Yu, Manila) 


Los signos de los tiempos 
Las uniones de hecho han sido un fenómeno característico de todo el mundo que amenazan la sacralidad de la íntima unión entre personas manifestada a través del matrimonio y la familia. El Consejo Pontificio para la Familia ha celebrado una serie de reuniones entre 1999 y 2000 para estudiar las uniones de hecho tan extendidas en los tiempos que corren. "La Iglesia ha tenido siempre el deber de escrutar los signos de los tiempo a la luz del Evangelio." (GS 4)
El Consejo Pontificio para la Familia ha publicado un documento que es fruto de un estudio en relación con las uniones de hecho. La iglesia ha tratado este problema porque afecta el centro mismo de todas las relaciones humanas y a todas las áreas más sensibles del corazón humano contenidas en los misterios de la familia. Las uniones de hecho como relaciones humanas heterogéneas parecen "ignorar, posponer e incluso rechazar el compromiso conyugal." La familia es el futuro de la sociedad y el bien que se obtiene en el matrimonio es básico para la Iglesia. 
Separación del acto sexual y el matrimonio
Las uniones de hecho que existen en la sociedad parecen haber puesto en peligro el sentido verdadero y real del matrimonio. La sociedad actual intenta justificar estas uniones convirtiéndolas en una institución legal y elevándolas a una categoría semejante al matrimonio. El hombre ya no trata al sexo fuera del matrimonio como pecado, injusticia o comportamiento reprensible, sino que cree que el sexo es un artículo disponible a cualquiera sin tener en cuenta el estado de vida. El Vaticano II nos recuerda que, "el amor matrimonial se expresa de manera única y se perfecciona con el ejercicio de actos propios del matrimonio." (GS 49)
El documento (Familia, Vida y Uniones de hecho) del Consejo Pontificio para la Familia reconoce los elementos constitutivos encontrados en las uniones de hecho, positivos para la sociedad humana. Las uniones "civiles" son comunes en la actualidad, y van desde un menor "compromiso explícito" a un "fidelidad mutua". Algunas uniones de hecho se deben a razones económicas o al hecho de evitar las dificultades jurídicas, mientras que otras se llevan a cabo como alternativa al matrimonio a partir de un fracaso matrimonial anterior. Como resultado de problemas económicos como la pobreza y la marginación que obligan a un hombre y una mujer a vivir juntos fuera del matrimonio sacramental o religioso.
Pese a las distintas razones que explican la equivalencia y el reconocimiento de las uniones de hecho en muchas sociedades, hay que decir que van en contra del matrimonio cristiano. La estabilidad de la unión de los esposos debe realizarse a través de la comunión conyugal en el matrimonio. El documento nos dice que "el matrimonio es, pues, un proyecto conjunto estable que proviene de la donación personal libre y total del fructífero amor conyugal como algo propio y justo."
La Iglesia sostiene que el amor conyugal expresado por ambos cónyuges es la esencia del matrimonio. Ubicado en el centro de los principios de la antropología, sociología y otras ciencias humanas en torno al matrimonio, el amor conyugal entre un hombre y una mujer se comparte con igual dignidad. La Iglesia defiende el sacramento del matrimonio porque es el bien necesario e indispensable de la sociedad, y de la Iglesia.


La exigencia que el Estado promueva la familia


La exigencia que el Estado promueva la familia

Prof. Julian Porteous, Sydney


Aquí en Australia, en varios juicios recientes ante tribunales federales, los jueces han dictaminado que el hecho de limitar la inseminación artificial y la fertilización in vitro a las parejas casadas o aun las parejas homosexuales estables ("casadas de facto"), es discriminatorio, lo cula implica que se considera discriminatorio conceder a las parejas casadas cualquier reconocimiento legal o ventajas que no se concedan también a otros tipos de uniones. Los adultos pueden tener un "derecho a tener niños" legal o, por lo menos, a recurrir a tecnologías procreativas, aunque los niños no tengan "derecho a un padre".
¿Qué podemos esperar del Estado? Santo Tomás de Aquino pensaba que el gobierno era una vocación por la que algunos recibían los medios y la autoridad para dirigir su comunidad para que todos tuvieran seguridad y fueran sanos y virtuosos. Nuestros gobernantes tendrían que desafiarnos, incitarnos, censurarnos y recompensarnos para que vivamos en paz y armonía, florezcamos según la dignidad humana y nos encaminemos a ser santos como Dios quiere que lo seamos. Su autoridad está limitada, entre otras cosas, por su deber de reconocer que las personas y las familias, como células básicas de la sociedad y razón de ser de su existencia, tienen una prioridad moral y que la ley natural (de la que son elementos fundamentales el matrimonio y la familia) debe motivar todas las leyes y la política.
¿Pueden hoy asumir los gobiernos ese papel? En distintos documentos, que abarcan Gaudium et spes, del Vaticano II, las numerosas encíclicas papales, los documentos de Juan Pablo II, como Familiaris consortio y Evangelium vitae, la Carta de los derechos de la familia de la Santa Sede y los documentos de la Congregación de la Doctrina de la Fe, como Donum vitae, la Nota doctrinal sobre la participación política de los católicos y las recientes Consideraciones sobre el reconocimiento legal de las uniones homosexuales, la Iglesia ha desarrollado una enseñanza sobre el papel del Estado a favor del matrimonio y la familia.
La Iglesia está convencida de que:
 la comunidad política y la autoridad pública se fundan en la naturaleza humana y el orden divino y están ordenadas al bien común;
 el poder político debe ser ejercido siempre dentro de esos límites;
 el bienestar de los individuos y las sociedades está vinculado íntimamente a la salud de los matrimonios y las familias;
 el Estado debería reconocer, proteger y favorecer el matrimonio verdadero y la vida familiar;
 el Estado debería apoyar una cultura y una moral pública que promuevan dicha vida familiar;
 las leyes del Estado deberían apoyar la unidad y continuidad de los matrimonios y las familias, no su destrucción;
 el Estado tendría que promover las actividades legítimas y constructivas por parte de las familias y a favor de ellas, y no obstaculizar su desarrollo;
 el Estado debería reconocer derechos auténticos como: el derecho de las parejas casadas a la intimidad debida a su condición y necesaria para procrear y educar responsablemente a sus hijos en el seno de la familia; el derecho de los niños de tener relaciones sanas con sus padres y recibir protección si éstas son imposibles; el derecho de las familias a las oportunidades económicas y culturales necesarias para el florecimiento de la familia, como la libertad de asociación y confesión religiosa, una vivienda adecuada y la seguridad física, social, política y económica;
 el Estado no debería reconocer derechos falsos como el derecho al matrimonio de personas del mismo sexo, al reconocimiento legal de las relaciones no conyugales como si se tratara de matrimonios o a tener hijos creados artificialmente.
La Iglesia apela a la autoridad de los gobiernos para que reconozcan que la promoción de la familia tiene importancia decisiva para la salud y el bienestar futuros de la sociedad en su conjunto.


Familiaris consortio: planificación familiar, esterilización y otras "usurpaciones intolerables"


Familiaris consortio: planificación familiar, esterilización y otras "usurpaciones intolerables"

Prof. Louis Aldrich - Taiwan


En Familaris consortio (46), el Papa Juan Pablo II, afirma, antes de esbozar una carta de los derechos de la familia, "que la Iglesia defiende abierta y enérgicamente los derechos de la familia contra las usurpaciones intolerables de la sociedad y el Estado". ¿Cuáles son las causas de esas usurpaciones o abusos intolerables? La familia es "la célula básica de la sociedad y el sujeto de derechos y deberes antes del Estado o de toda otra comunidad" y, en lugar de ser sostenida positivamente por la sociedad o el Estado, se "ha vuelto una víctima de la sociedad". Constata que "las instituciones y las leyes ignoran injustamente los derechos inviolables de la familia y los seres humanos", y llega a sufiri un " ataque violento de sus valores y exigencias fundamentales". Entre las más claras expresiones de esos ataques injustos y violentos a la familia se cuentan la legalización, promoción e imposición por parte del Estado de tres pilares de los programas de planificación familiar anti-familiar, o sea, el control de la población: el aborto, la esterilización y la anticoncepción.
La premisa tácita falsa del movimiento de planificación familiar es que el exceso de niños en la familia y el crecimiento de la población en los países (o el mundo) son la causa de la miseria y la pobreza de las familias y las naciones. Aunque la falsedad de esta posición maltusiana haya sido demostrada en distintas ocasiones por los hechos, la mentalidad planificadora, cuyo ejemplo es la International Planned Parenthood (Paternidad planificada internacional), sigue promoviendo e imponiendo enérgica y, como dice el papa, violentamente su visión falsa. Gracias a una propaganda persistente y bien financiada, los grupos de planificación familiar internacional y de control de la población han logrado imponer ampliamente esa visión falsa del mundo. Al reducir el crecimiento de la población, aun con medios objetivamente inmorales, en lugar de resolver los problemas reales de la injusticia, la educación, las teorías erróneas sobre el desarrollo económico, la corrupción, etc., que provocan la pobreza de las familias o las naciones, descargan una situación intolerable sobre las familias contemporáneas.
El primer nivel en que se percibe esa usurpación intolerable es el de la ley. La legalización de la anticoncepción y la esterilización ha sido un ataque violento contra las exigencias y los valores fundamentales de la familia. No sería tan distinto a que, por ejemplo, se legalizara el robo, pues, en ese caso, sería patente el ataque directo a las exigencias de la vida económica. Aunque muchos ciudadanos rechazaran el recurso a la anticoncepción o la esterilización (o el robo), la ley se ha convertido en un maestro del mal moral que incrementa las ocasiones o las tentaciones de pecar. Por otra parte, aunque el primer propósito de la anitconcepción y la esterilización sea el de reducir los abortos y el divorcio (y así proteger la vida humana y la familia), el resultado efectivo ha sido un aumento espectacular del número de abortos y divorcios en los países que han legalizado la anticoncepción.
El nivel siguiente de esta usurpación intolerable se percibe en la promoción: la anticoncepción y la esterilización (eventualmente, con la ayuda del aborto) no sólo se convierten en elecciones factibles para las familias, sino que se promocionan como las mejores elecciones posibles, hasta necesarias, para el bien común del Estado. En todos los sitios en que ha arraigado dicha promoción positiva, se multiplica la pesadilla de la promiscuidad sexual, la falta de respeto hacia las mujeres y la ruptura de las familias, ya anticipadas por el Papa Pablo VI en Humanae Vitae como también la aparición de una cultura de muerte, descrita por Juan Pablo II en Evangelium vitae.
Por último, vemos ejemplos, como el aborto en China, la esterilización en Perú e India, en los que el Estado ha atacado directa y violentamente a la familia obligando a las mujeres a abortar o a ser esterilizadas. De todos modos, esa usurpación final de los derechos de la familia es sólo la extensión lógica de las premisas utilitarias de la planificación familiar o control de la población: el crecimiento de la población sería el mayor peligro para el Estado y, si la esterilización o el aborto no son considerados males en sí mismos, las mujeres pueden ser obligadas a abortar o ser esterilizadas por el bien común, así como los portadores de SARS pueden ser obligados a aceptar una cuarentena por el bien común. Y esto nos lleva al punto de partida y nos hace comprender por qué, antes de enumerar los derechos de la familia, el Papa hable de usurpaciones intolerables; porque si no se comprenden claramente la verdadera naturaleza, dignidad y valor de la vida humana y de la familia y de sus derechos absolutamente inviolables, todo otro derecho familiar está en serio peligro.


EL DIVORCIO CIVIL COMO ATAQUE A LA FAMILIA


El Divorcio civil como ataque a la familia

La "epidemia" del divorcio civil (GS 49), es decir, su número cada vez mayor, junto con la generalización de una legislación y una mentalidad divorcista en nuestra sociedad, es un signo preocupante para la situación de la comunidad conyugal y familiar, que llega a afectar también la vida de los matrimonios cristianos.
Ante ello, hay que recordar, en primer lugar, que la regulación civil del divorcio no responde a un derecho de la persona humana. No se trata en absoluto de reconocer un derecho, sino, en el mejor de los casos, de ofrecer "un supuesto remedio a un … grave mal social", como es la ruptura del matrimonio.
De hecho, sin embargo, la legislación divorcista lleva a las sociedades y a sus autoridades a un cambio paulatino en la comprensión del mismo vínculo conyugal, induciendo a pensar que el matrimonio es disoluble; supone así introducir por vía de la función social y pedagógica de la ley –y aún sabiendo que lo legal no se identifica simplemente con lo moral– una concepción que vacía desde el interior una de las realidades más importantes para la construcción de la vida personal y social.
Por otra parte, la experiencia enseña que este tipo de legislación tiende progresivamente a su radicalización. Se multiplican las causas para declarar legalmente roto un matrimonio; se incita de hecho a matrimonios sin problemas insolubles, pero con crisis pasajeras, a acudir a esta solución legal; frecuentemente se introducen principios legales que dejan la pervivencia del vínculo matrimonial a la simple disposición de los cónyuges, cuando no a la decisión unilateral de uno de ellos, como si una parte pudiese simplemente repudiar a la otra. Se llega así a dar legalmente menos estabilidad y protección al matrimonio que a contratos de mucha menor trascendencia personal y social.
De esta manera, lo que había de ser un remedio al mal, se convierte de hecho en una puerta abierta a los ataques contra el matrimonio y la familia.
Al tratar así el vínculo matrimonial, el Estado no cumple con sus deberes fundamentales para con el bien común de la sociedad; pues, sin hacer propia ninguna confesión religiosa, el legislador no puede entenderse a sí mismo por encima del respeto a la dignidad y los derechos fundamentales de la persona, aquí ciertamente en juego.
En realidad, la generalización de una mentalidad y legislación divorcista no es exigida por la "autonomía" propia de la sociedad y la autoridad civil, sino por la asunción como propia de una determinada ideología, de una comprensión del hombre y de su libertad, que podría ser caracterizada aquí como individualismo utilitarista.
En la base de este fenómeno se encuentra una corrupción de la idea de libertad, concebida como pura autoafirmación autónoma, por lo que el sujeto establece lo que ha de hacer con el solo criterio de su gusto y utilidad, sin tener en cuenta a la otra persona y su bien, ni las exigencias de la verdad objetiva; no acepta una entrega sincera, un don de sí real, sino que es egocéntrico y egoísta. Una comprensión utilitarista de la libertad, incapaz de reconocer responsabilidades, es lo contrario del amor, y se manifiesta rápidamente como una amenaza sistemática a la familia.
La verdad, en cambio, es que "el amor es la vocación fundamental e innata de todo ser humano" (FC 11), que el hombre "no puede encontrarse plenamente a sí mismo sino en la entrega sincera de sí" (GS 24); porque, como bien sabe el cristiano, Dios es amor y ha creado al hombre y a la mujer para un destino de vida en comunión.
La entrega de sí mismo, realizada paradigmáticamente por el hombre y la mujer en el matrimonio, exige por naturaleza ser duradera e irrevocable. La indisolubilidad se deriva primariamente de la esencia de esa entrega, del carácter esponsal del amor, y recibe una verdadera consagración por su integración sacramental en el gesto definitivo de entrega esponsal realizado por Jesucristo en la cruz.
Aun comprendiendo las dificultades reales y la debilidad moral del ser humano, la Iglesia ha de permanecer fiel a la verdad sobre el amor humano. Sin ello se corre el riesgo de la pérdida de la libertad y del amor mismo, de la felicidad del hombre, que no llegaría a comprenderse a sí mismo. En cambio, si la verdad sobre la libertad del hombre y la comunión de las personas en el matrimonio se salvaguarda, será posible la edificación de una civilización que merezca tal nombre, una civilización del amor.
El divorcio civil, como negación de la unidad y estabilidad del vínculo matrimonial, significa una negación del amor y constituye un verdadero antitestimonio que daña el bien común, personal y familiar. Pues los valores propios del matrimonio y de la familia están en el centro de la existencia del hombre, de la cultura y de la sociedad. El Pueblo de Dios, anunciando y viviendo el Evangelio de Jesucristo, los pone de manifiesto en todo el esplendor de su verdad, como forma primordial de la entrega sincera de sí, fundamentada en la entrega de Dios Creador y Redentor, en la gracia del Espíritu Santo, invocado sobre los esposos en la celebración del sacramento del matrimonio.


Alfonso Carrasco Rouco
Facultad de Teología "San Dámaso"
Madrid

LOS DERECHOS DE LA FAMILIA


LOS DERECHOS DE LA FAMILIA

Su Santidad Juan Pablo II ha querido recoger los aportes de los diversos Sínodos episcopales en una exhortación apostólica. Es así como posterior al Sínodo sobre la familia del año 1981 apareció, el 22 de noviembre de ese año, la Familiaris Consortio que exhorta a los integrantes de la familia ha reconocer y luchar por defender los derechos inalienables de la pareja y consiguientemente de la familia.
El No. 46, que se titula "Carta de los derechos de la familia", está ubicado en la tercera parte de la Exhortación que lleva por nombre "Misión de la familia cristiana" y en su tercer capítulo que se denomina: "Participación en el desarrollo de la sociedad". En ese contexto se ha recordado cómo la familia es la célula fundamental de la sociedad, y en su seno se aprenden los valores fundamentales de la comunión y la participación, indicando que es necesario que ella se hago sentir en el campo social y político precisamente para hacer valer sus derechos y cómo el Estado y la sociedad han de ser subsidiarios de la familia y no se le ha de imponer funciones que no le corresponden, o por el contrario dejar de reconocerle sus derechos.
El Papa recogió en el No. 46 de su carta el anhelo que los padres sinodales hicieran en la Propositio 42, de elaborar estas "garantías"; fue así como efectivamente apareció el 24 de noviembre de 1983 la "Carta de los Derechos de la Familia" y los mismos han sido difundidos con empeño. En la carta luego de un preámbulo vienen doce artículos.
Pero regresemos a nuestro No. 46, que si bien es anterior, sin embargo recoge en germen lo que la Carta desarrolla. En efecto allí se afirma cómo el Sínodo ha tenido que denunciar frecuentemente los atropellos que las diversas sociedades han realizado contra la familia y que varios Estados han impuesto su visión inadecuada de la familia.
Allí se exponen los siguientes derechos: El de establecer su propia familia, no importando incluso el estado de pobreza de la persona para hacerlo con libertad. El de ejercer la propia responsabilidad en la procreación y en la educación de la prole. El conservar el vínculo matrimonial más allá de los avatares de la historia. El de poseer una fe y difundirla y educar a los hijos en acuerdo con unas tradiciones culturales y valores religiosos con los instrumentos apropiados.
Por otra parte es necesario que la sociedad provea por la seguridad física, social, política, económica especialmente de los pobres y enfermos. Un lugar digno de vivienda. El poder tener representación y expresión ante los diversos organismos sociales y estatales para exponer sus requerimientos y necesidades y por lo tanto el poder establecer con otras familias las asociaciones que le permitan cumplir con su misión. Igualmente tendrá derecho de proteger a los menores contra todo aquello que los afecta inadecuadamente, sea en el campo de la salud, de la moral o que de tenga su adecuado desarrollo humano o espiritual. El gozar de un esparcimiento adecuado, el respeto a los ancianos y una vida y terminación de la misma dignas. Finalmente el derecho a emigrar y establecerse buscando mejores situaciones de vida.

Silvio Cajiao, S.I.
Bogotá 28-XI-2003

El Matrimonio y la Familia en Casti Connubii y Humanae Vitae


El Matrimonio y la Familia en Casti Connubii y Humanae Vitae
Michael F. Hull
La afirmación del matrimonio y de la familia ha sido una preocupación de larga data para la iglesia. Habiendo defendido acérrimamente la indisolubilidad del vínculo matrimonial a lo largo de los siglos, amenazada por creencias erróneas seculares o religiosas, la Iglesia ha continuado su defensa del matrimonio y la familia en los siglos XIX y XX. Leyendo los signos de los tiempos, el Papa Pío XI en Casti connubii (31 de diciembre de 1930) y el Papa Pablo VI en Humanae vitae (25 de julio de 1968) se refieren a la santidad del matrimonio y la familia, poniendo el énfasis en la principal amenaza contra ellos en los tiempos modernos: el control artificial de la natalidad.
En los tiempos modernos, la aceptación gradual en la sociedad del control artificial de la natalidad, que asesta un golpe al corazón mismo del matrimonio y la familia, se puede ilustrar observando la Comunión Anglicana. En 1908, la Conferencia Lambeth de Obispos Anglicanos hablaba del control artificial de la natalidad como "desmoralizador para el carácter y hostil al bienestar nacional" (Resolución 41; Cf. números. 42 y 43). En 1930 la Conferencia Lambeth permitía la aplicación del control artificial de la natalidad, pero según las pautas de los "Principios Cristianos" (Resolución 15; Cf. números 13 y 17), pero Lambeth reconocía que los contraceptivos eran susceptibles de aumentar las relaciones sexuales, por lo que recomendaba que se restringiera su venta (Resolución 18). Y en 1959, Lambeth proclamó que los padres tenían el derecho y la responsabilidad de decidir el número de hijos, con una "gestión sensata de los recursos y las capacidades de la familia, pensando igualmente en las diferentes necesidades de la población, los problemas de la sociedad y las reivindicaciones de las futuras generaciones" (Resolución 115, Cf. número 113). Dicho de otro modo, Lambeth pasaba de prohibir el control artificial de la natalidad a, prácticamente, recomendarla. Mutatis mutandis, la sociedad en general tenía la misma opinión. En sus respectivas circunstancias históricas, los Papas Pío y Pablo se apresuraban a reiterar la eterna verdad sobre el matrimonio y la familia.
Matrimonio
El matrimonio es una institución divina. El Papa Pío escribe que "es doctrina inmutable e inviolable que el matrimonio no fue instituido o restaurado por el hombre sino por Dios; no fue el hombre quien creó las leyes para reforzar, confirmar y elevarlo sino que fue Dios, Autor de la naturaleza, y por Cristo Nuestro Señor por Quien la naturaleza fue redimida, y por lo tanto esas leyes no pueden ser objeto de humanos decretos o de cualquier pacto contrario, incluso de los esposos en si" (CC, número 5). Por supuesto, la libre voluntad y el consentimiento de los esposos son necesarios para que se produzca el matrimonio, "pero la naturaleza del matrimonio es completamente independiente de la libre voluntad del hombre, de modo que si alguien ha contraído matrimonio alguna vez está sometido a sus leyes divinas y a su propiedades esenciales" (CC, número 6). Pablo escribe que el matrimonio "es en realidad la sabia y apropiada institución prevista por Dios, el Creador, cuyo objetivo era actualizar en el hombre Su designio de amor. Como consecuencia, marido y esposa, mediante la donación mutua de si mismos, que es específico y exclusivo para ellos solamente, desarrollan la unión de dos personas en la que se perfeccionan mutuamente, cooperando con Dios en la generación y creación de nuevas vidas. El matrimonio de aquellos que han sido bautizados está, por otra parte, investido de la dignidad de signo sacramental de la gracia, ya que representa la unión de Cristo con Su Iglesia" (HV, número 8).
Citando a San Agustín (De Genesi ad litteram, libro 9, capítulo 7, número 12), Pío identifica las tres bendiciones del matrimonio: hijos, fidelidad mutua y la dignidad del sacramento (CC, número 10). La primera y fundamental bendición es la procreación de los hijos (CC, números 11–18; ver Gen 1:28 y 1 Tim 5:14). Con la concepción de los hijos, el marido y la esposa se convierten en colaboradores íntimos de Dios en la propagación de la raza humana. Asumen la tarea de la crianza y educación de los hijos. La noble naturaleza del matrimonio deja a los nuevos hijos de Dios en manos de sus padres.
La segunda bendición del matrimonio es la mutua fidelidad de los esposos (CC, número 19). En el matrimonio, el marido y la esposa están íntimamente unidos para ser "una sola carne" (Mat. 19:3–6 y Ef 5:32; Cf. Gen 1:27 y 2:24). Marido y mujer, mediante la castidad marital y la total exclusividad, ponen en común la totalidad de sus vidas en apoyo mutuo, dándose a si mismos, para el servicio a Dios (ver 1 Cor 7:3; Ef 5:25; Col 3:19; y CC, números 20–30). Como dice Pablo del matrimonio: "Es un amor total—esa forma especial de amistad personal en la que marido y mujer comparten generosamente todo, sin permitir ningún tipo de excepción no razonable sin pensar únicamente en su propia conveniencia. Quien de verdad ama a su cónyuge no sólo por lo que recibe sino que ama a su pareja por el propio bien de la pareja, se alegra de poder enriquecer al otro con el don de su mismo" (HV, número 9).
La tercera bendición del matrimonio es su dignidad sacramental. Cristo elevó la institución del matrimonio, cuando los realizan dos personas bautizadas, a sacramento—a un medio de gracia santificadora y a representación de la unión de Cristo y de la Iglesia (ver CC, números 31–43; y HV, número 8). Como escribe Pablo, citando al Génesis 2:24, "Porque ningún hombre odia su propia carne, sino que la nutre y la ama, como Cristo a la Iglesia. ‘Por esta razón el hombre abandonará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y ambos serán una sola carne.’ Este misterio es un misterio profundo y digo que se refiere a Cristo y a la Iglesia" (Ef. 5:29–32). Y como escribe Pío: "Por el mismo hecho, por lo tanto, de que los fieles dan su consentimiento con rectitud, se abren al tesoro de la gracia sacramental de la que obtienen la fuerza sobrenatural para cumplir sus derechos y obligaciones, santamente, preservándolos hasta la muerte" (CC, número 40; Cf. HV, números 8 y 9).
Estas tres bendiciones—la procreación de los hijos, la fidelidad mutua y, para los bautizados, la gracia sacramental—son la esencia inseparable y fundamental del matrimonio. Una vez más, como la cuestión en aquel momento no eran ni la fidelidad ni la gracia, Pío y Pablo subrayan lo malo del control artificial de la natalidad, que destruye la bendición primaria del matrimonio, ya que es una amenaza para el mismo. Y Pío vuelve a apelar a San Agustín, quien escribe: "Las relaciones con la legítima esposa es malo e incorrecto si se impide la concepción de los hijos. Onán, hijo de Judá lo hizo y el Señor lo mató por ello" (De adulterinis conjugiis, libro 2, número 12; Cf. Gen 38:8–10; CC, número 55; HV, números 11–14).
Pensando en la opinión de Lambeth de 1930 y otras opiniones semejantes, Pío dice: "Por lo tanto, ya que partiendo abiertamente de la interrumpida tradición cristiana algunos han juzgado recientemente que posible declarar solemnemente otra doctrina en relación con esta cuestión, la Iglesia católica, a la que Dios ha confiado la defensa de la integridad y pureza de moral, permaneciendo firme en medio de la ruina moral que la rodea, para que pueda impedir que la castidad de la unión nupcial moral quede teñida con manchas de error, levanta su voz como signo de ser divina embajadora y proclamar por nuestra boca nuevamente: toda utilización del matrimonio ejercida de tal manera que al acto matrimonial se le impide deliberadamente cumplir su poder natural de generar vida es un delito con la ley de Dios y de la naturaleza, y aquellos que se permiten hacerlo quedan marcados con la culpa de un pecado grave" (CC, número 56). El resultado de este grave pecado es la deformación del verdadero matrimonio y, consecuentemente, del fin de la familia.
La Familia
La familia también es una institución divina, porque la familia nace en el matrimonio. La familia surge de la expresión de amor de los esposos en el acto material, un acto que es tanto unitivo (amor) como procreador (vida). Si falta en el acto marital la dimensión unitiva o procreadora, se produce la desintegración del matrimonio y, necesariamente la de la familia. Toda frustración del potencial para generar vida por parte del hombre en el acto conyugal no sólo afecta la dimensión procreadora del matrimonio sino también a la dimensión unitiva. "Cada pecado cometido en relación con los hijos se convierte de alguna manera en un pecado contra la fe conyugal, puesto que éstas dos bendiciones están íntimamente relacionadas" (CC, número 72). Si se pierde una de ellas, pues las dos se pierden.
La familia debe estar totalmente abierta a la voluntad de Dios en relación con el número de hijos que se le entregan. Es particularmente perniciosa la noción de que una familia tiene la obligación de estar abierta a la vida en general, pero de que cada acto conyugal de los esposos no necesita estarlo. Dicho de otro modo, en vez de continencia u observación de los ritmos biológicos naturales, los esposos obstruyen algunas o todas sus relaciones materiales por medio del control artificial de la natalidad, convirtiéndose en los árbitros de la vida en lugar de dejar esto a Dios. Por desgracia, un orden erróneo de las prioridades—que a menudo se fundan en problemas económicos o sociales, muchos de los cuales son pretensiones confusas de una filosofía errónea y un humanismo secular—lleva a los esposos a olvidar que su prioridad debe ser el reconocimiento de sus obligaciones con Dios, juez y árbitro de la vida. "De esto se sigue que no son libres de actuar en su elección para transmitir la vida, como si a ellos les cupiera decidir sobre el camino correcto a seguir. Por el contrario, están obligados a asegurar que lo que hacen se corresponde con la voluntad de Dios, el Creador. La misma naturaleza del matrimonio y su utilización hace que Su voluntad sea clara, como lo explican claramente las constantes enseñanzas de la Iglesia" (HV, número 10).
Y la enseñanza de la Iglesia es clara: Cada acto conyugal debe estar abierto a la transmisión de la vida. Sólo con esta apertura permanecen intactos los aspectos unitivos y de procreación del matrimonio; sólo con esta apertura marido y mujer se dan de verdad a si mismos en dios, para genera vida en el mundo e intensificar el amor entre ellos mismo, en el que se criarán y educarán los hijos en la santidad y la verdad.
Finalmente, sólo la obediencia unívoca a la ley natural asegura una correcta ordenación y prosperidad de la familia humana y la sociedad en general. Porque las familias nucleares individuales son la base, las células de la sociedad humana en general, su integridad abre el camino y determina la salud de la sociedad humana en general. Del mismo modo, puesto que la familia y la sociedad humana precede al estado, el bienestar del estado se construye sobre ella. La incapacidad de las familias, las sociedades y los estados para seguir la ley natural en relación con el don de generar de los matrimonios da como resultado en la decadencia moral. En el siglo XXI, la separación de los aspectos unitivos y de procreación de la sexualidad humana es el factor primordial de una gran cantidad de males morales: divorcio, adulterio, fornicación, homosexualidad, esterilización, manipulación genética y mutilación (por ejemplo la fertilización in vitro y la clonación humana), aborto, e infanticidio (un eufemismo para "aborto parcial"). Y esto no es todo; de esta plétora de males surge toda una serie de desórdenes psicológicos y sociológicos como la desintegración personal, la enajenación social y un profundo sentido de falta de objetivos y valores para la existencia humana. De hecho, separando cada vez más los aspectos unitivos y de procreación del matrimonio en nuestro mundo contemporáneo, existe la posibilidad de una mayor degeneración que crece exponencialmente, superando incluso a la de Sodoma y Gomorra.
No obstante, esto no quiere decir que la voluntad de Dios se observa fácilmente. La tradición constante de la Iglesia, articulada por Pío y Pablo en sus cartas encíclicas, reconoce que los derechos dados por Dios y las enormes responsabilidades de la familia son muy exigentes. La familia tiene el derecho de dar apoyo a la sociedad y al estado (CC, números 69–77; y HV, números 22 y 23). El apoyo moral y físico de la sociedad y el estado hacia la familia no es solo una cuestión de caridad sino de justicia. La carga que soportan las familias individuales en la crianza y educación de los hijos es, en el fondo, el único medio por el que la sociedad y el estado tienen futuro en el mundo. Sin embargo, incluso teniendo en cuenta la gran importancia que recae sobre ellas, las familias se pueden confortar con las palabras del Señor que dice: "Yo cargaré con vuestro yugo, y aprended de mi; porque mi corazón es tierno y lento a la ira, y en él encontraréis consuelo para vuestras almas. Porque mi yugo es fácil y mi carga, ligera" (Mat. 11:29–30).
Reiterando su constante magisterio contra el control artificial de la natalidad, la Iglesia proporciona un servicio de gran valor a la humanidad. La Iglesia está obligada a presentar las verdades que pueden conocer los hombres de buena voluntad con el uso de su razón de forma clara y directa. Pablo escribe que la Iglesia no puede "evadirse del derecho que se le ha impuesto de proclamar humildemente pero con firmeza toda la ley moral, tanto natural como evangélica. Puesto que la Iglesia no hizo ninguna de estas leyes no puede ser su juez o árbitro—solamente el su guardián e intérprete. Tampoco puede declara legal aquello que es un acto ilegal, ya que eso, por su propia naturaleza, se ha opuesto siempre al verdadero bien del hombre" (HV, número 18). Al enseñar que el control artificial de la natalidad es "vergonzoso e intrínsecamente" (CC, número 54; Cf. HV, número 14), la Iglesia es, "no menos que su divino Fundador, un ‘signo de contradicción’" en el desgraciado camino de nuestro mundo hacia la perdición (HV, número 18; ver Lucas 2:34).
Con seguridad, a principios del siglo XXI, estamos en medio de la ruina moral. La creciente desobediencia a las leyes naturales y divinas en relación con el control artificial de la natalidad clama la venganza de Dios. Las transgresiones contra el matrimonio y la familia atacan a la propia naturaleza de la sociedad humana. Y nuestra incapacidad para honrar el don de la procreación dado por Dios amenaza la misma supervivencia de nuestra especie. Scott Elder, en su libro "Europe’s Baby Bust" (National Geographic, Septiembre de 2003, p. xxx) señala que , según las Naciones Unidas, "la población de Europa disminuirá unos 90 millones de personas en los próximos 50 años, aproximadamente el doble de los muertos en todo el mundo durante la Segunda Guerra Mundial." Elder indica además que Europa—que tiene un índice de fertilidad por debajo del 2,1, cifra necesaria para reemplazar a la población existente—liderará probablemente una disminución mundial de la población: "una tendencia insólita desde la Peste negra del siglo XIV." Ahora, quizás más que nunca, debemos proclamar la santidad del amor y de la vida, no sea que corramos la suerte de Onán, no a manos de Dios, sino a nuestras propias manos.

LA FAMILIA Y EL SACRAMENTO DE MATRIMONIO


La familia y el sacramento del matrimonio
Prof. Jean Galot, Roma


Se ha desarrollado en muchos Estados modernos una legislación que define los derechos y deberes de quienes están vinculados por el matrimonio. Es menester precisar las reglas según las cuales funciona la institución natural, aunque debamos limitar sus exigencias y no nos sea posible encarar todos los problemas que surgen en la vida familiar matrimonial.
El matrimonio en peligro
El matrimonio es la ocasión de una fiesta, en especial de un banquete. En Caná no faltaba la alegría de la fiesta y el banquete se celebraba con vino en abundancia. María estaba presente en esa fiesta: "Estaba allí la madre de Jesús" (Jn 2,1). Es verosímil que hubiera sido invitada al banquete para ayudar en el servicio; se explica así el hecho de que se diera cuenta de que la provisión de vino se había acabado y se preocupara por resolver el problema. La familia de los esposos era pobre: no había podido comprar vino suficiente para una fiesta de matrimonio que duraba ocho días.
"Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos". La invitación se debía a la presencia de María. Puesto que Jesús pasaba por esa zona, era debido invitarlo para que estuviera con su madre, como así también a sus discípulos. En este episodio, María aparece como la que introduce a Jesús en la boda.
Cuando se dirige a su hijo para decirle: "No tienen vino", expone una situación dramática, que simbólicamente indica que un matrimonio se halla en una dificultad: al faltar el vino, ya no era posible seguir la fiesta: la boda corría el riesgo de termina de manera indecorosa.
El don del milagro
La confianza que embargaba el alma de María al pedir un milagro tuvo que enfrentar una resistencia notable. Las palabras pronunciadas en ese momento parecen bastante duras: "¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora".
Jesús no llama a María "madre", sino "mujer". El término "mujer" está cargado de respeto y estimación, pero establece cierta distancia en las relaciones entre madre e hijo.
La distancia es confirmada por la expresión "¿Qué tengo yo contigo?". Estas palabras muestran una separación voluntaria y aluden a la separación que se produjo cuando Jesús dejó a su madre en Nazaret para consagrarse a su misión de predicación. Después del momento de su partida, Jesús es más independiente de su madre, está menos vinculado a los deseos de María.
La hora que aún no ha llegado ha sido identificada, algunas veces, con la hora de la Pasión, pero todo el contexto indica más bien que se trata del primer milagro: se trata de una hora que ha sido determinada de manera especial por el Padre. El primer milagro es particularmente importante porque implica la revelación de la omnipotencia divina de Jesús y revela el señorío que tiene y ejerce en el cumplimiento de su misión salvífica.
Las objeciones que Jesús contrapone claramente al pedido de su madre hubieran podido desanimarla. En especial, la última, sobre la hora que aún no había llegado, parecía excluir toda intervención milagrosa. Podemos comprender que la boda de Caná no fuera el mejor contexto para un milagro. Es comprensible que el Padre hubiera escogido como primer milagro un prodigio más importante que el vino de un banquete, pues tantas miserias esperaban un gesto milagroso de misericordia. Una de esas miserias hubiera podido ser objeto de una intervención que los testigos hubieran apreciado sumamente.
Pero María no retira su pedido. Ha comprendido que las palabras de Jesús le permitían perseverar en su proyecto, porque su omnipotencia no tenía límites. No le responde a su hijo, sino que se dirige a los sirvientes para confirmar que espera un milagro. A menudo se traducen sus palabras a los servidores como "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5). Pero sería más exacto traducir: "Haced cualquier cosa. lo que sea, que él os diga". María espera de Jesús una orden que pueda parecerles extraña a los sirvientes, la orden de un milagro; teme que los sirivientes queden desconcertados y vacilen. Por ello, recomienda fidelidad y obediencia. Obtiene lo que desea, porque cuando Jesús dice: "Llenad las tinajas de agua", los sirvientes las llenan hasta arriba. De esta manera, la intervención de María ha procurado la mayor cantidad de vino para el banquete.
La fiel ejecución de la orden dada por Jesús ha demostrado su eficacia. El episodio revela la "gloria" de Cristo, una gloria que había sido deseada de manera muy especial por María. El evangelista Juan subraya que ese acontecimiento fue el comienzo de los signos o milagros, y el comienzo de una adhesión de fe por parte de los discípulos: Jesús "manifestó su gloria y creyeron en él sus discípulos".
La cantidad de vino ofrecida por Cristo deja entender mejor la amplitud del milagro: las seis tinajas llenas hasta arriba indican la intención divina de responder al pedido de María con una generosidad que llega a la abundancia total. Además, la cantidad no fue en menoscabo de la calidad: es una calidad que el mayordomo nota y le dice al esposo: "Tú has guardado el vino bueno hasta ahora" (2,10).
Presencia de Cristo
Este comienzo constituido por el hecho maravilloso de Caná, nos da una luz para comprender la intención de Jesús de hacer del matrimonio un sacramento. El punto de partida es la situación de muchos matrimonios por el mundo. Están amenazados; como dice María: "no tienen más vino". A veces, la amenaza aparece el día mismo de la boda. Queda de manifiesto la urgencia de una ayuda de lo alto.
Esa ayuda es posible, porque hay un hecho aun más importante que la situación desastrosa del matrimonio: la presencia de Cristo. Jesús no tendiría que haber estado presente, porque ya estaba comprometido con sus discípulos en una misión de predicación que lo llevaría a distintos lugares. Pero su programa había sido alterado por la presencia de su madre, quien, invitada al banquete nupcial, había provocado que la invitación se extendiera a su hijo. Es significativo el encuentro de la madre y el hijo; deberían estar separados, desde el momento en que Jesús había dejado a su madre para dedicarse a la gran empresa de la fundación del reino de Dios. En virtud también de un designio divino superior, Jesús está presente en la fiesta de matrimonio con sus discípulos.
Esta presencia abre el camino a muchas soluciones posibles al problema provocado por la falta de vino. Todas las soluciones son accesibles por la presencia de la persona de Cristo, presencia que dispone de la omnipotencia divina y puede usarla como quiera. Es suficiente saber que estando él presente entre los invitados a la boda, seguramente habrá de hallarse la mejor solución posible.
María, por su parte, no conocía de antemano la solución que recibiría el problema. La afirmación de que la hora del primer milagro aún no había llegado, hacía más oscura, más misteriosa la modalidad escogida por Jesús. Significaba que, según el plan previo del Padre, la boda de Caná no sería el lugar del primer milagro. Pero María creía también en la omnipotencia de su hijo, quien podía obtener todo favor del Padre, incluso un cambio en las circunstancias previstas para el milagro. La recomendación dirigida a los sirvientes indicaba que María esperaba un cambio de este tipo para poder obtener el vino.
En el episodio constatamos, pues, que la fe de la madre de Jesús ha tenido un papel decisivo. De esa fe surgía la iniciativa de pedir la intervención del hijo y, en especial, la audacia de querer obtener un milagro en un momento en que Jesús aún no había hecho milagro alguno. María no se deja distraer de su meta al oír las graves objeciones formuladas por el mismo Jesús, sobre todo la claridad con que le dice que aún no ha llegado la hora del milagro, una hora que era prerrogativa absoluta del Padre. María ha perseverado en su pedido, aun sabiendo que su audacia era grande. Reconocía plenamente la autoridad soberana del Padre y no cometía la menor desobediencia, porque en realidad le pedía al Padre que tomara soberanamente una decisión conforme a su deseo.
Si la decisión hubiera sido tomada en sentido contrario, María la hubiera acogido sin una queja, sin siquiera un gesto de descontento, porque deseaba permanecer abierta y dócil a toda voluntad divina. Pero, precisamente, la decisión aún no había sido tomada cuando la madre dialogaba con su hijo y escuchaba sus objeciones. Así pues, María podía perseverar en su designio y pedir con mayor insistencia el milagro que esperaba. Conocía a su hijo y le parecía que aún había una posibilidad de obtener lo que pedía.
No sólo Jesús no había contrapuesto al pedido de su madre una voluntad del Padre en sentido opuesto, sino que había un motivo importante para esperar que el pedido fuera satisfecho. Se trataba de un pedido a favor de unos pobres. Es significativo el hecho que, verosímilmente, María había concurrido a esa boda porque se trataba de pobres que necesitaban ayuda. Los esposos no habían podido comprar siquiera el vino suficiente para el banquete. Un banquete nupcial que duraría varios días necesitaba una gran cantidad de vino. Debemos suponer que la pobreza les había impedido a los esposos proveerse de la cantidad necesaria.
La situación desastrosa de Caná es un drama de la pobreza. María era particularmente sensible a la pobreza que les impedía a los esposos y a sus invitados celebrar el matrimonio con dignidad. Puesto que Jesús siempre ha dado muestras de compasión ante la miseria de los pobres, podemos comprender que en Caná estuviera especialmente dispuesto a acoger el pedido de su madre.
La transformación
Con la presencia de Cristo es posible la transformación total de la situación.
Es necesario comprender esta transformación en la perspectiva de la vida sacramental y del sacramento del matrimonio.
El primer signo de la transformación se nos da en el episodio evangélico por la presencia de tinajas, que asumen un significado nuevo.
"Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los judíos, de dos o tres medidas cada una. Les dice Jesús: "Llenad las tinajas de agua". Y las llenaron hasta arriba" (2,6-7).
Las tinajas reciben un empleo distinto: estaban destinadas a ritos de purificación; ahora están destinadas a ser llenadas de vino eucarístico. Se trata de una transformación profunda, que no subraya más la pureza ritual, sino la comunicación de la vida divina que se realiza en la eucaristía.
Como dice el Concilio en Gaudium et Spes (49): "El Señor se ha dignado sanar, perfeccionar y elevar este amor con un don especial de la gracia y de la caridad. Tal amor, que asocia al mismo tiempo lo humano y lo divino, lleva a los esposos a un don libre y mutuo de sí mismos, demostrado con ternura de afecto y de obras, e impregna toda su vida; más aún, por su misma generosa actividad se perfecciona y crece. Por consiguiente, supera con mucho la mera inclinación erótica, que, cultivada de forma egoísta, se devanece muy rápida y miserablemente". En este campo de la reflexión, es necesario subrayar siempre la distancia entre el amor y el erotismo. El erotismo provoca la búsqueda del provecho o el placer de uno mismo, mientras que el amor se preocupa del bien del otro. El Concilio observa que "También muchos hombres de nuestro tiempo estiman mucho el verdadero amor entre el marido y la mujer manifestado de varias maneras según las costumbres honestas de los pueblos y las épocas. Este amor, por ser eminentemente humano, ya que se dirige de persona a persona con el afecto de la voluntad, abarca el bien de toda la persona y por ello puede enriquecer con una dignidad peculiar las expresiones del cuerpo y el espíritu y ennoblecerlas como signos especiales de la maistad conyugal" (49). En ese amor recíproco, el sacramento del matrimonio exige dos propiedades fundamentales, afirmadas por Cristo, la unidad y la indisolubilidad. En la antigua alianza, el hombre podía repudiar a la mujer; Jesús, dando su gracia al matrimonio como sacramento, ha querido que fuera indisoluble. Con esa gracia cuentan los cónyuges cristianos para tener una vida digna del sacramento. "Para cumplir con constancia los deberes de esta vocación cristiana, se requiere una insigne virtud; por eso, los esposos, fortalecidos por la gracia para la vida santa, cultivarán y pedirán en la oración, con asiduidad, la firmeza del amor, la magnanimidad y el espíritu de sacrificio" (GS 49). Por medio de la institución del sacramento del matrimonio, Cristo ha concedido a la vida matrimonial la mayor ayuda divina, convirtiéndola en un firme punto de apoyo de la vida cristiana y del desarrollo de la Iglesia.
Para la revelación de esta santificación del matrimonio, hemos considerado como punto de partida el episodio evangélico de las bodas de Caná. Es un episodio que nos sumerge en la actualidad; muchos matrimonios deben enfrentar dificultades que a menudo parecen insuperables. Para resolverlas sería necesario encontrar una fuente de vino nuevo, es decir de amor nuevo. Esta fuente existe: es Cristo. Aquel que había hecho entender que de su seno saldrían "ríos de agua viva", hace brotar esos ríos para desarrollar la vida sacramental en la Iglesia y, de manera más especial, la vida matrimonial.
Con el sacramento del matrimonio, Cristo da en abundancia el vino nuevo para hacer crecer el amor que une a los cónyuges y multiplicar su fuerza espiritual: de esa manera, los hace capaces de cumplir en todo con su misión en la familia y la Iglesia.
El sacramento tiene un papel dinámico. No obra simplemente como un rito, sino como una vida que se desarrolla. Podemos agregar lo que dice Pablo: quien obra no es sólo Cristo, sino, con él, también la Iglesia. "Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y a la Iglesia" (Ef 5,32).