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Matrimonio y Familia - Su Eminencia Revma. Monseñor Cardenal Don Darío Castrillón Hoyos Prefecto de la Congregación para el Clero


PALABRAS INTRODUCTORIAS
de
Su Eminencia Revma. Monseñor Cardenal
Don Darío Castrillón Hoyos
Prefecto de la Congregación para el Clero

Matrimonio y Familia

Queridos hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio, ilustres Teólogos y Profesores, queridos hermanos y hermanas en el Señor,
Os envío a todos un caluroso y cordial saludo, a todos vosotros que os habéis conectado a la vigésimo tercera videoconferencia teológica internacional. Esta conferencia tiene por título "Matrimonio y Familia", un argumento que tiene una importancia fundamental para la vida de la Iglesia y de la humanidad.
Hablaremos de la familia fundamentada sobre el matrimonio, entendido como unión estable y abierta a la vida de un hombre y una mujer; de la familia como institución natural, patrimonio de la humanidad, un bien esencial y necesario para la sociedad y el pueblo actuales, porque es el fundamento de la sociedad, lugar primario de humanización de la persona y de la vida civil.
Los teólogos que intervendrán va a profundizar la verdad sobre la familia según el proyecto divino de la creación, un proyecto establecido desde el principio (Cfr. Mt 19,4.8); nos explicarán que ella es el ámbito en el cual cada persona humana, hecha a imagen y semejanza de Dios (Cfr. Gén. 1,26) es concebida, nace, crece y se desarrolla; es, por lo tanto, el "santuario de la vida...: el lugar en el que la vida, don de dios puede ser oída adecuadamente y donde obtiene protección contra los múltiples ataques a los que está expuesta, y puede desarrollarse según las exigencias de un verdadero crecimiento humano" (Juan Pablo II, Carta. enc. Centesimus annus, número 39). Comprenderemos que la familia, que no es una invención humana o fruto de una ideología, no se puede modificar, en su naturaleza, por ninguna autoridad sobre la tierra.
La Iglesia repite constantemente estas verdades y el Santo Padre ha hecho de ellos uno de los temas fundamentales de su Magisterio pontificio. Son incalculables los momentos y circunstancias en los que durante los veinticinco años de su Pontificado, Juan Pablo II ha proclamado y defendido la verdad sobre la identidad y la misión de la familia y del matrimonio. ¿Cómo no recordar sus Catequesis de los miércoles sobre el amor humano, los Mensajes y las Homilías con ocasión de los Encuentros Mundiales con las Familias? Y además la Exhortación apostólica postsinodal Familiaris consortio del 22 de noviembre de 1981, la Carta al las Familias Gratissimam sane del 2 de febrero de 1994, y la Carta Encíclica Evangelium vitae del 25 de marzo de 1995, para citar solamente algunos de los múltiples Documentos de su elevado magisterio, dedicado al tema de la procreación en el matrimonio, de la cultura de la vida y de la dignidad de la familia.
No obstante, numerosas doctrinas políticas y corrientes de pensamiento siguen fomentando una cultura que lastima la dignidad del hombre, ignorando o comprometiendo, en distinta medida, la verdad sobre el matrimonio y sobre la familia. Asistimos a una orquestada conspiración financiera, fiscal y legislativa, a nivel internacional, en contra de los artículos de la Declaración universal de los derechos humanos y de la Carta de los Derechos de la Familia, conspiración camuflada tras los falsos ideales de libertad y lo que se denomina "madurez reconquistada y emancipación del hombre de los condicionamientos del pasado": se trata de una campaña que, con objetivos ambiguos, pretende, desde los poderes legislativos de muchos estados, revisar los enunciados de los derechos fundamentales de la persona humana, impidiendo la convivencia humana y su crecimiento. No podemos olvidar que la familia, como formadora por excelencia de las personas, es indispensable para una verdadera "ecología humana" (Cfr. Juan Pablo II, Centesimus annus, 39).
Por tales motivos, levantamos hoy nuestra voz, con rigor y profundidad teológica, para proclamar estas verdades, con la ayuda de los mismos teólogos, llamados a profundizar, con la luz de la fe y de la razón, los contenidos de la Revelación.
Agradeciendo, como es habitual, a los invitados, les recuerdo que sus intervenciones se desarrollarán en directo, desde diecisiete países de los cinco continentes. Las reflexiones las llevarán a cabo desde Roma, desde la Sede de la Congregación para el Clero, Su Excelencia, Profesor Rino Fisichella, el Prof. Don Jean Galot, el Prof. Don Antonio Miralles y el Prof. Don Paolo Scarafoni.
Intervendrán además, desde Nueva York el Prof. Don Michael Hull, desde Manila el Prof. Don José Vidamor Yu; desde Taiwán el Prof. Don Louis Aldrich; desde Johannesburgo el Prof. Don Rodney Moss; desde Bogotá el Prof. Don Silvio Cajiao; desde Regensburgo S.E. Prof. Don Gerhard Ludwig Müller; desde Sydney el Prof. Don Julian Porteous; desde Madrid el Prof. Don Alfonso Carrasco Rouco; desde Moscú el Prof. Don Ivan Kowalewsky.
Les auguro a todos una buena videoconferencia.


IntervenCIÓN FINAL
Del Excmo. Cardenal
Don Darío Castrillón Hoyos
Prefecto de la Congregación para el Clero

En la carta a Diogneto se lee: "Los cristianos no se distinguen de los otros hombres ni por su tierra natal y por su idioma ni por sus instituciones. No viven apartados en ciudades propias; no hablan una lengua diferente; no llevan una vida extraña. …Contraen matrimonio como todos los demás. Procrean hijos, pero no dejan que los recién nacidos se pierdan. Comparten la mesa pero no el lecho... Lo que el alma es para el cuerpo, son los cristianos para el mundo" (Cap. V, 7; Funk 1,318). He aquí la familia de los primeros cristianos, la "Iglesia doméstica"de ayer y de hoy, íntima comunión de vida y de amor (Const. past. Gaudium et spes, número 48), llamada a una participación activa en la misión de la Iglesia y en la vida de la propia sociedad: a ofrecer un testimonio convincente de la posibilidad y de la alegría de la fidelidad conyugal y de la educación de los hijos, conformándose plenamente con el designio de Dios.
Todos los sacerdotes están llamados a apoyar a la familia cristiana promoviendo de distintas maneras, y según los distintos carismas vocacionales y las misiones a ellos confiada, y una pastoral familiar adecuada y orgánica en sus respectivas comunidades eclesiales (Cfr. Juan Pablo II, Novo millennio ineunte, número 47). Particular importancia se da a "la necesidad de sostener el valor de la unicidad del matrimonio, como unión para toda la vida entre un hombre y una mujer, en la cual, como marido y mujer, participan en la amorosa obra de creación de Dios", como ha recordado recientemente el Santo Padre en la audiencia con la Conferencia Episcopal de Inglaterra y Gales (Cfr. Discurso de Juan Pablo II, durante la visita ad limina Apostolorum del 23.11.2003, número 5).
La petición de reconocimiento legal de las parejas de hecho es algo crónico en nuestros días para que se equiparen los derechos con los de los matrimonios legítimos, así como las tentativas de aprobación legal de modelos de pareja donde la diferencia sexual no resulta esencial. La equiparación con otras formas de convivencias es un atentado al carácter sagrado del matrimonio y una violación grave de su profundo valor en el designio de Dios para los hombres (Cfr. Juan Pablo II, Familiaris consortio, número 3).
En contraposición a las corrientes de pensamiento que surgen del utilitarismo, es necesario tener en la Iglesia una catequesis más atenta y más profunda sobre la familia y para la familia, que ofrezca y explique, incluso a los jóvenes y a los novios, la verdad sobre el matrimonio con una visión antropológica anclada en el misterio de Cristo y que sepa refutar, por ser irracional, aquella pretensión de "cosificar" a los cónyuges, los hijos, la vida de los embriones, sometidos a proyectos y fines que perjudican gravemente el bien del hombre y de la sociedad (Cfr. Juan Pablo II, Exhort. ap. Postsinodal Ecclesia in Europa, números 91-92).
Esto me lleva fácilmente a presentar la próxima videoconferencia teológica que tendrá por tema "La catequesis". La sesión internacional ha sido fijada para el 12 de diciembre próximo, a las 12 horas de Roma.
La catequesis es esencialmente anuncio, testimonio e irradiación de la verdad que introduce al hombre al encuentro con la misma Persona de Cristo. "Entre los distintos servicios que la Iglesia debe ofrecer a la humanidad, unos de los servicios de los que es responsable de manera particular es: la diaconía de la verdad", escribía el Santo Padre en su Carta Encíclica Fides et ratio (n. 2).
Voy a concluir recordando a la Virgen María por la inminente Solemnidad de la Inmaculada Concepción: María es un "catecismo viviente", "madre y modelo de los catequistas" (Juan Pablo II, Exhort. ap. Catechesi Tradendae, número 73).
Agradezco nuevamente a los eminentes prelados, a los teólogos y a los profesores que han intervenido hoy.
Vaticano, 28 de noviembre de 2003.



La amenaza del aborto y la eutanasia a la familia


Prof. Igor Kovalevski - Moscú

La amenaza del aborto y la eutanasia a la familia

Se puede hablar tanto de la familia (y de hecho lo estamos haciendo). El problema radica en el hecho de hablar sin moralismos, sin imponer un peso, una carga a las personas que están dejando de ser cristianas en esta generación. Pienso que la experiencia de Rusia sobre este aspecto es interesante. De hecho, la secularización entre nosotros comenzó después de la revolución de octubre de mil novecientos diecisiete. Esta situación es muy anterior al sesenta y ocho o a la segunda guerra mundial.
En pocas palabras, la familia rusa ya estaba destrozada en los años veinte, cuando desaparece la figura del padre de la familia. Un hombre – ya fuera marido o padre – que fue destinado a desempeñar un papel diferente en la sociedad constituyendo una nueva sociedad en la cárcel o fuera, aunque formando parte siempre de un colectivo más importante. La familia se convierte en una unidad compuesta por una madre y por los hijos, en general uno solo. La nueva sociedad asume la responsabilidad de la educación, de la transmisión de los valores (obviamente de la clase proletaria) y así sucesivamente.
El aborto y la eutanasia son dos fenómenos de la política demográfica.
En la Unión Soviética el aborto no estaba permitido al principio cuando la sociedad necesitaba trabajadores y soldados. Posteriormente se levantó la prohibición. Y así hemos llegado hasta hoy. La eutanasia parece ser una problema de las sociedades occidentales en general, puesto que la media de edad en los países del este europeo permite a las personas abandonar la vida por causas "más naturales".
El problema profundo, sin embargo, sigue siendo el mismo en todos los sitios: el hombre que se pone en el lugar de Dios está profundamente herido, no conoce su realidad, necesita que le sea anunciada la Buena Noticia, necesita una evangelización profunda a todos los niveles de su vida. Rusia u Occidente, aborto o divorcio, problemas sociológicos y soluciones técnicas – poco importa. Lo que importa es si Dios está o no.



La santificación de los esposos mediante el sacramento del matrimonio


Prof. Antonio Miralles, Roma:
 La santificación de los esposos mediante el sacramento del matrimonio

Cuando dos fieles cristianos se casan. Cristo está y sigue estando luego entre ellos. De hecho, Dios Padre hace entrega de su Hijo a los esposos y junto con él les da también el Espíritu Santo. La Iglesia, en la celebración del matrimonio, confiesa su fe en esta espléndida verdad mediante la oración del sacerdote: "Mira con bondad a estos esposos […] envía sobre ellos la gracia del Espíritu Santo, para que por tu amor derramado en sus corazones, sigan siendo fieles en el vínculo conyugal ".
El amor divino, derramado en el corazón de los esposos, perfecciona su amor conyugal. Como enseña el Concilio Vaticano II, lo perfecciona elevándolo y sanándolo (Cfr. GS 49/1): elevándolo porque la fuerza unitiva del amor, la ternura, la dedicación a la felicidad del cónyuge reciben una nueva medida, la del amor de Cristo; y sanándolo de aquello que daña al amor, sobre todo del egoísmo, de la incomprensión y de la dureza del corazón.
La obra santificadora del matrimonio no limita su eficacia solamente momento de la celebración de la boda, sino que se extiende a toda la vida de los esposos. Juan Pablo II, en Familiaris consortio, habla de la necesidad que tienen los esposos de "mantener viva la conciencia de la singular influencia que la gracia del sacramento del matrimonio ejercita sobre todas la realidades de la vida conyugal " (FC 33/6).
De lo que se sigue que el camino hacia la santidad, que es la llamada que todo cristiano sin excepción ha recibido de Dios, camino que comienza con el bautismo, se define posteriormente para los esposos cristianos en el sacramento del matrimonio. Como enseña el Concilio, "los cónyuges cristianos […], cumpliendo en virtud de tal sacramento su deber conyugal y familiar, imbuidos por el Espíritu de Cristo, por medio del cual toda su vida está imbuida de fe, esperanza y caridad, tienden a alcanzar cada vez más la perfección y la santificación mutua, y por ello participan en la glorificación de Dios". No se trata de simples principios generales o de enunciaciones genéricas, sino de una verdad de inmediata incidencia práctica. Lo explicaba claramente san José María Escrivá: "La vida familiar, las relaciones conyugales, el cuidado y la educación de los hijos, el esfuerzo económico para sostener a la familia, darles seguridad y mejorar sus condiciones, las relaciones con los demás componentes de la comunidad social: estos son las situaciones humanas más comunes que los esposos cristianos tienen que sobrenaturalizar " (Es Jesús quien pasa, p. 65). Lo harán con el influjo de la gracia del sacramento del matrimonio; pero no solamente esto, porque no pueden prescindir de los medios comunes a todos los cristianos: el primero, la Eucaristía, "fuente y culminación de la vida cristiana" (LG 11/1), y con ella es sacramento de la penitencia, la oración, la actualización del mandamiento del amor, que resumen la conducta auténticamente cristiana.



LA "UNIÓN CIVIL" ENTRE PERSONAS DEL MISMO SEXO.


CONGREGACIÓN PARA EL CLERO
VIDEOCONFERENCIA: 28 DE NOVIEMBRE DE 2003

MATRIMONIO Y FAMILIA

LA "UNIÓN CIVIL" ENTRE PERSONAS DEL MISMO SEXO.

Prof. Rodney Moss

El 31 de julio de 2003 la Congregación para la Fe publicó un documento de diez puntos titulado – Consideraciones sobre las propuestas para dar reconocimiento legal a las uniones entre personas homosexuales.
Este documento rechaza los argumentos populares en favor del " matrimonio " entre personas del mismo sexo y otras formas de reconocimiento jurídico de la homosexualidad. Afirma claramente que los hombres y las mujeres con tendencias homosexuales "…deben ser aceptadas con respeto, compasión y sensibilidad. Debe evitarse todo signo de discriminación injusta hacia ellas."
(párrafo 4, cita del "Catecismo de la Iglesia Católica" número 2358).
La cuestión que se plantea es la de la discriminación injusta. ¿Es injusto denegar a los homosexuales que viven en uniones del mismo sexo el estatus social y legal de matrimonio? El documento indica: "La negación del estatus social y jurídico de matrimonio a formas de convivencia que no son ni pueden ser matrimoniales no se opone a la justicia; por el contrario, la justicia lo exige." (párrafo 8) Pero, ¿por qué ocurre esto? El reconocimiento jurídico de las uniones homosexuales llevaría a una redefinición del matrimonio; el matrimonio entre un hombre y una mujer serían la única forma posible de matrimonio. De esta manera, según el Documento, "…el concepto de matrimonio experimentaría una transformación radical en detrimento grave del bien común." (el énfasis lo pongo yo) La justicia separada del bien común es inaceptable para el orden moral. El Documento continúa diciendo: "Sería totalmente injusto sacrificar el bien común y las normas justas para la familia con el fin de proteger los bienes personales que pueden y deben ser garantizados de manera que no perjudiquen el cuerpo social". (párrafo 9) En la misma línea que lo antes mencionado, una reciente declaración de los Obispos de Connecticut indica: "El respeto a la singularidad del matrimonio no implica falta de respeto a aquellos que no se pueden casar." (Declaración de la Conferencia Católica de Connecticut. 31 de julio de 2003)
En resumen, pues, la posición de la Iglesia sobre la homosexualidad es a la vez equilibrada y compasiva, aunque afirme la verdad. Por otra parte, no puede apoyar completamente a los activistas a favor de los derechos de los homosexuales porque rechaza la legitimidad de los "matrimonios" y los actos homosexuales: aunque por otra parte, condena la discriminación injusta de las personas orientadas a la homosexualidad e insta a la sensibilidad y el respeto.




La pareja de hecho – un hombre y una mujer que conviven sin contrato de matrimonio religioso


La pareja de hecho – un hombre y una mujer que conviven sin contrato de matrimonio religioso

(Prof. Jose Vidamor B. Yu, Manila) 


Los signos de los tiempos 
Las uniones de hecho han sido un fenómeno característico de todo el mundo que amenazan la sacralidad de la íntima unión entre personas manifestada a través del matrimonio y la familia. El Consejo Pontificio para la Familia ha celebrado una serie de reuniones entre 1999 y 2000 para estudiar las uniones de hecho tan extendidas en los tiempos que corren. "La Iglesia ha tenido siempre el deber de escrutar los signos de los tiempo a la luz del Evangelio." (GS 4)
El Consejo Pontificio para la Familia ha publicado un documento que es fruto de un estudio en relación con las uniones de hecho. La iglesia ha tratado este problema porque afecta el centro mismo de todas las relaciones humanas y a todas las áreas más sensibles del corazón humano contenidas en los misterios de la familia. Las uniones de hecho como relaciones humanas heterogéneas parecen "ignorar, posponer e incluso rechazar el compromiso conyugal." La familia es el futuro de la sociedad y el bien que se obtiene en el matrimonio es básico para la Iglesia. 
Separación del acto sexual y el matrimonio
Las uniones de hecho que existen en la sociedad parecen haber puesto en peligro el sentido verdadero y real del matrimonio. La sociedad actual intenta justificar estas uniones convirtiéndolas en una institución legal y elevándolas a una categoría semejante al matrimonio. El hombre ya no trata al sexo fuera del matrimonio como pecado, injusticia o comportamiento reprensible, sino que cree que el sexo es un artículo disponible a cualquiera sin tener en cuenta el estado de vida. El Vaticano II nos recuerda que, "el amor matrimonial se expresa de manera única y se perfecciona con el ejercicio de actos propios del matrimonio." (GS 49)
El documento (Familia, Vida y Uniones de hecho) del Consejo Pontificio para la Familia reconoce los elementos constitutivos encontrados en las uniones de hecho, positivos para la sociedad humana. Las uniones "civiles" son comunes en la actualidad, y van desde un menor "compromiso explícito" a un "fidelidad mutua". Algunas uniones de hecho se deben a razones económicas o al hecho de evitar las dificultades jurídicas, mientras que otras se llevan a cabo como alternativa al matrimonio a partir de un fracaso matrimonial anterior. Como resultado de problemas económicos como la pobreza y la marginación que obligan a un hombre y una mujer a vivir juntos fuera del matrimonio sacramental o religioso.
Pese a las distintas razones que explican la equivalencia y el reconocimiento de las uniones de hecho en muchas sociedades, hay que decir que van en contra del matrimonio cristiano. La estabilidad de la unión de los esposos debe realizarse a través de la comunión conyugal en el matrimonio. El documento nos dice que "el matrimonio es, pues, un proyecto conjunto estable que proviene de la donación personal libre y total del fructífero amor conyugal como algo propio y justo."
La Iglesia sostiene que el amor conyugal expresado por ambos cónyuges es la esencia del matrimonio. Ubicado en el centro de los principios de la antropología, sociología y otras ciencias humanas en torno al matrimonio, el amor conyugal entre un hombre y una mujer se comparte con igual dignidad. La Iglesia defiende el sacramento del matrimonio porque es el bien necesario e indispensable de la sociedad, y de la Iglesia.


La exigencia que el Estado promueva la familia


La exigencia que el Estado promueva la familia

Prof. Julian Porteous, Sydney


Aquí en Australia, en varios juicios recientes ante tribunales federales, los jueces han dictaminado que el hecho de limitar la inseminación artificial y la fertilización in vitro a las parejas casadas o aun las parejas homosexuales estables ("casadas de facto"), es discriminatorio, lo cula implica que se considera discriminatorio conceder a las parejas casadas cualquier reconocimiento legal o ventajas que no se concedan también a otros tipos de uniones. Los adultos pueden tener un "derecho a tener niños" legal o, por lo menos, a recurrir a tecnologías procreativas, aunque los niños no tengan "derecho a un padre".
¿Qué podemos esperar del Estado? Santo Tomás de Aquino pensaba que el gobierno era una vocación por la que algunos recibían los medios y la autoridad para dirigir su comunidad para que todos tuvieran seguridad y fueran sanos y virtuosos. Nuestros gobernantes tendrían que desafiarnos, incitarnos, censurarnos y recompensarnos para que vivamos en paz y armonía, florezcamos según la dignidad humana y nos encaminemos a ser santos como Dios quiere que lo seamos. Su autoridad está limitada, entre otras cosas, por su deber de reconocer que las personas y las familias, como células básicas de la sociedad y razón de ser de su existencia, tienen una prioridad moral y que la ley natural (de la que son elementos fundamentales el matrimonio y la familia) debe motivar todas las leyes y la política.
¿Pueden hoy asumir los gobiernos ese papel? En distintos documentos, que abarcan Gaudium et spes, del Vaticano II, las numerosas encíclicas papales, los documentos de Juan Pablo II, como Familiaris consortio y Evangelium vitae, la Carta de los derechos de la familia de la Santa Sede y los documentos de la Congregación de la Doctrina de la Fe, como Donum vitae, la Nota doctrinal sobre la participación política de los católicos y las recientes Consideraciones sobre el reconocimiento legal de las uniones homosexuales, la Iglesia ha desarrollado una enseñanza sobre el papel del Estado a favor del matrimonio y la familia.
La Iglesia está convencida de que:
 la comunidad política y la autoridad pública se fundan en la naturaleza humana y el orden divino y están ordenadas al bien común;
 el poder político debe ser ejercido siempre dentro de esos límites;
 el bienestar de los individuos y las sociedades está vinculado íntimamente a la salud de los matrimonios y las familias;
 el Estado debería reconocer, proteger y favorecer el matrimonio verdadero y la vida familiar;
 el Estado debería apoyar una cultura y una moral pública que promuevan dicha vida familiar;
 las leyes del Estado deberían apoyar la unidad y continuidad de los matrimonios y las familias, no su destrucción;
 el Estado tendría que promover las actividades legítimas y constructivas por parte de las familias y a favor de ellas, y no obstaculizar su desarrollo;
 el Estado debería reconocer derechos auténticos como: el derecho de las parejas casadas a la intimidad debida a su condición y necesaria para procrear y educar responsablemente a sus hijos en el seno de la familia; el derecho de los niños de tener relaciones sanas con sus padres y recibir protección si éstas son imposibles; el derecho de las familias a las oportunidades económicas y culturales necesarias para el florecimiento de la familia, como la libertad de asociación y confesión religiosa, una vivienda adecuada y la seguridad física, social, política y económica;
 el Estado no debería reconocer derechos falsos como el derecho al matrimonio de personas del mismo sexo, al reconocimiento legal de las relaciones no conyugales como si se tratara de matrimonios o a tener hijos creados artificialmente.
La Iglesia apela a la autoridad de los gobiernos para que reconozcan que la promoción de la familia tiene importancia decisiva para la salud y el bienestar futuros de la sociedad en su conjunto.


Familiaris consortio: planificación familiar, esterilización y otras "usurpaciones intolerables"


Familiaris consortio: planificación familiar, esterilización y otras "usurpaciones intolerables"

Prof. Louis Aldrich - Taiwan


En Familaris consortio (46), el Papa Juan Pablo II, afirma, antes de esbozar una carta de los derechos de la familia, "que la Iglesia defiende abierta y enérgicamente los derechos de la familia contra las usurpaciones intolerables de la sociedad y el Estado". ¿Cuáles son las causas de esas usurpaciones o abusos intolerables? La familia es "la célula básica de la sociedad y el sujeto de derechos y deberes antes del Estado o de toda otra comunidad" y, en lugar de ser sostenida positivamente por la sociedad o el Estado, se "ha vuelto una víctima de la sociedad". Constata que "las instituciones y las leyes ignoran injustamente los derechos inviolables de la familia y los seres humanos", y llega a sufiri un " ataque violento de sus valores y exigencias fundamentales". Entre las más claras expresiones de esos ataques injustos y violentos a la familia se cuentan la legalización, promoción e imposición por parte del Estado de tres pilares de los programas de planificación familiar anti-familiar, o sea, el control de la población: el aborto, la esterilización y la anticoncepción.
La premisa tácita falsa del movimiento de planificación familiar es que el exceso de niños en la familia y el crecimiento de la población en los países (o el mundo) son la causa de la miseria y la pobreza de las familias y las naciones. Aunque la falsedad de esta posición maltusiana haya sido demostrada en distintas ocasiones por los hechos, la mentalidad planificadora, cuyo ejemplo es la International Planned Parenthood (Paternidad planificada internacional), sigue promoviendo e imponiendo enérgica y, como dice el papa, violentamente su visión falsa. Gracias a una propaganda persistente y bien financiada, los grupos de planificación familiar internacional y de control de la población han logrado imponer ampliamente esa visión falsa del mundo. Al reducir el crecimiento de la población, aun con medios objetivamente inmorales, en lugar de resolver los problemas reales de la injusticia, la educación, las teorías erróneas sobre el desarrollo económico, la corrupción, etc., que provocan la pobreza de las familias o las naciones, descargan una situación intolerable sobre las familias contemporáneas.
El primer nivel en que se percibe esa usurpación intolerable es el de la ley. La legalización de la anticoncepción y la esterilización ha sido un ataque violento contra las exigencias y los valores fundamentales de la familia. No sería tan distinto a que, por ejemplo, se legalizara el robo, pues, en ese caso, sería patente el ataque directo a las exigencias de la vida económica. Aunque muchos ciudadanos rechazaran el recurso a la anticoncepción o la esterilización (o el robo), la ley se ha convertido en un maestro del mal moral que incrementa las ocasiones o las tentaciones de pecar. Por otra parte, aunque el primer propósito de la anitconcepción y la esterilización sea el de reducir los abortos y el divorcio (y así proteger la vida humana y la familia), el resultado efectivo ha sido un aumento espectacular del número de abortos y divorcios en los países que han legalizado la anticoncepción.
El nivel siguiente de esta usurpación intolerable se percibe en la promoción: la anticoncepción y la esterilización (eventualmente, con la ayuda del aborto) no sólo se convierten en elecciones factibles para las familias, sino que se promocionan como las mejores elecciones posibles, hasta necesarias, para el bien común del Estado. En todos los sitios en que ha arraigado dicha promoción positiva, se multiplica la pesadilla de la promiscuidad sexual, la falta de respeto hacia las mujeres y la ruptura de las familias, ya anticipadas por el Papa Pablo VI en Humanae Vitae como también la aparición de una cultura de muerte, descrita por Juan Pablo II en Evangelium vitae.
Por último, vemos ejemplos, como el aborto en China, la esterilización en Perú e India, en los que el Estado ha atacado directa y violentamente a la familia obligando a las mujeres a abortar o a ser esterilizadas. De todos modos, esa usurpación final de los derechos de la familia es sólo la extensión lógica de las premisas utilitarias de la planificación familiar o control de la población: el crecimiento de la población sería el mayor peligro para el Estado y, si la esterilización o el aborto no son considerados males en sí mismos, las mujeres pueden ser obligadas a abortar o ser esterilizadas por el bien común, así como los portadores de SARS pueden ser obligados a aceptar una cuarentena por el bien común. Y esto nos lleva al punto de partida y nos hace comprender por qué, antes de enumerar los derechos de la familia, el Papa hable de usurpaciones intolerables; porque si no se comprenden claramente la verdadera naturaleza, dignidad y valor de la vida humana y de la familia y de sus derechos absolutamente inviolables, todo otro derecho familiar está en serio peligro.


EL DIVORCIO CIVIL COMO ATAQUE A LA FAMILIA


El Divorcio civil como ataque a la familia

La "epidemia" del divorcio civil (GS 49), es decir, su número cada vez mayor, junto con la generalización de una legislación y una mentalidad divorcista en nuestra sociedad, es un signo preocupante para la situación de la comunidad conyugal y familiar, que llega a afectar también la vida de los matrimonios cristianos.
Ante ello, hay que recordar, en primer lugar, que la regulación civil del divorcio no responde a un derecho de la persona humana. No se trata en absoluto de reconocer un derecho, sino, en el mejor de los casos, de ofrecer "un supuesto remedio a un … grave mal social", como es la ruptura del matrimonio.
De hecho, sin embargo, la legislación divorcista lleva a las sociedades y a sus autoridades a un cambio paulatino en la comprensión del mismo vínculo conyugal, induciendo a pensar que el matrimonio es disoluble; supone así introducir por vía de la función social y pedagógica de la ley –y aún sabiendo que lo legal no se identifica simplemente con lo moral– una concepción que vacía desde el interior una de las realidades más importantes para la construcción de la vida personal y social.
Por otra parte, la experiencia enseña que este tipo de legislación tiende progresivamente a su radicalización. Se multiplican las causas para declarar legalmente roto un matrimonio; se incita de hecho a matrimonios sin problemas insolubles, pero con crisis pasajeras, a acudir a esta solución legal; frecuentemente se introducen principios legales que dejan la pervivencia del vínculo matrimonial a la simple disposición de los cónyuges, cuando no a la decisión unilateral de uno de ellos, como si una parte pudiese simplemente repudiar a la otra. Se llega así a dar legalmente menos estabilidad y protección al matrimonio que a contratos de mucha menor trascendencia personal y social.
De esta manera, lo que había de ser un remedio al mal, se convierte de hecho en una puerta abierta a los ataques contra el matrimonio y la familia.
Al tratar así el vínculo matrimonial, el Estado no cumple con sus deberes fundamentales para con el bien común de la sociedad; pues, sin hacer propia ninguna confesión religiosa, el legislador no puede entenderse a sí mismo por encima del respeto a la dignidad y los derechos fundamentales de la persona, aquí ciertamente en juego.
En realidad, la generalización de una mentalidad y legislación divorcista no es exigida por la "autonomía" propia de la sociedad y la autoridad civil, sino por la asunción como propia de una determinada ideología, de una comprensión del hombre y de su libertad, que podría ser caracterizada aquí como individualismo utilitarista.
En la base de este fenómeno se encuentra una corrupción de la idea de libertad, concebida como pura autoafirmación autónoma, por lo que el sujeto establece lo que ha de hacer con el solo criterio de su gusto y utilidad, sin tener en cuenta a la otra persona y su bien, ni las exigencias de la verdad objetiva; no acepta una entrega sincera, un don de sí real, sino que es egocéntrico y egoísta. Una comprensión utilitarista de la libertad, incapaz de reconocer responsabilidades, es lo contrario del amor, y se manifiesta rápidamente como una amenaza sistemática a la familia.
La verdad, en cambio, es que "el amor es la vocación fundamental e innata de todo ser humano" (FC 11), que el hombre "no puede encontrarse plenamente a sí mismo sino en la entrega sincera de sí" (GS 24); porque, como bien sabe el cristiano, Dios es amor y ha creado al hombre y a la mujer para un destino de vida en comunión.
La entrega de sí mismo, realizada paradigmáticamente por el hombre y la mujer en el matrimonio, exige por naturaleza ser duradera e irrevocable. La indisolubilidad se deriva primariamente de la esencia de esa entrega, del carácter esponsal del amor, y recibe una verdadera consagración por su integración sacramental en el gesto definitivo de entrega esponsal realizado por Jesucristo en la cruz.
Aun comprendiendo las dificultades reales y la debilidad moral del ser humano, la Iglesia ha de permanecer fiel a la verdad sobre el amor humano. Sin ello se corre el riesgo de la pérdida de la libertad y del amor mismo, de la felicidad del hombre, que no llegaría a comprenderse a sí mismo. En cambio, si la verdad sobre la libertad del hombre y la comunión de las personas en el matrimonio se salvaguarda, será posible la edificación de una civilización que merezca tal nombre, una civilización del amor.
El divorcio civil, como negación de la unidad y estabilidad del vínculo matrimonial, significa una negación del amor y constituye un verdadero antitestimonio que daña el bien común, personal y familiar. Pues los valores propios del matrimonio y de la familia están en el centro de la existencia del hombre, de la cultura y de la sociedad. El Pueblo de Dios, anunciando y viviendo el Evangelio de Jesucristo, los pone de manifiesto en todo el esplendor de su verdad, como forma primordial de la entrega sincera de sí, fundamentada en la entrega de Dios Creador y Redentor, en la gracia del Espíritu Santo, invocado sobre los esposos en la celebración del sacramento del matrimonio.


Alfonso Carrasco Rouco
Facultad de Teología "San Dámaso"
Madrid

LOS DERECHOS DE LA FAMILIA


LOS DERECHOS DE LA FAMILIA

Su Santidad Juan Pablo II ha querido recoger los aportes de los diversos Sínodos episcopales en una exhortación apostólica. Es así como posterior al Sínodo sobre la familia del año 1981 apareció, el 22 de noviembre de ese año, la Familiaris Consortio que exhorta a los integrantes de la familia ha reconocer y luchar por defender los derechos inalienables de la pareja y consiguientemente de la familia.
El No. 46, que se titula "Carta de los derechos de la familia", está ubicado en la tercera parte de la Exhortación que lleva por nombre "Misión de la familia cristiana" y en su tercer capítulo que se denomina: "Participación en el desarrollo de la sociedad". En ese contexto se ha recordado cómo la familia es la célula fundamental de la sociedad, y en su seno se aprenden los valores fundamentales de la comunión y la participación, indicando que es necesario que ella se hago sentir en el campo social y político precisamente para hacer valer sus derechos y cómo el Estado y la sociedad han de ser subsidiarios de la familia y no se le ha de imponer funciones que no le corresponden, o por el contrario dejar de reconocerle sus derechos.
El Papa recogió en el No. 46 de su carta el anhelo que los padres sinodales hicieran en la Propositio 42, de elaborar estas "garantías"; fue así como efectivamente apareció el 24 de noviembre de 1983 la "Carta de los Derechos de la Familia" y los mismos han sido difundidos con empeño. En la carta luego de un preámbulo vienen doce artículos.
Pero regresemos a nuestro No. 46, que si bien es anterior, sin embargo recoge en germen lo que la Carta desarrolla. En efecto allí se afirma cómo el Sínodo ha tenido que denunciar frecuentemente los atropellos que las diversas sociedades han realizado contra la familia y que varios Estados han impuesto su visión inadecuada de la familia.
Allí se exponen los siguientes derechos: El de establecer su propia familia, no importando incluso el estado de pobreza de la persona para hacerlo con libertad. El de ejercer la propia responsabilidad en la procreación y en la educación de la prole. El conservar el vínculo matrimonial más allá de los avatares de la historia. El de poseer una fe y difundirla y educar a los hijos en acuerdo con unas tradiciones culturales y valores religiosos con los instrumentos apropiados.
Por otra parte es necesario que la sociedad provea por la seguridad física, social, política, económica especialmente de los pobres y enfermos. Un lugar digno de vivienda. El poder tener representación y expresión ante los diversos organismos sociales y estatales para exponer sus requerimientos y necesidades y por lo tanto el poder establecer con otras familias las asociaciones que le permitan cumplir con su misión. Igualmente tendrá derecho de proteger a los menores contra todo aquello que los afecta inadecuadamente, sea en el campo de la salud, de la moral o que de tenga su adecuado desarrollo humano o espiritual. El gozar de un esparcimiento adecuado, el respeto a los ancianos y una vida y terminación de la misma dignas. Finalmente el derecho a emigrar y establecerse buscando mejores situaciones de vida.

Silvio Cajiao, S.I.
Bogotá 28-XI-2003

El Matrimonio y la Familia en Casti Connubii y Humanae Vitae


El Matrimonio y la Familia en Casti Connubii y Humanae Vitae
Michael F. Hull
La afirmación del matrimonio y de la familia ha sido una preocupación de larga data para la iglesia. Habiendo defendido acérrimamente la indisolubilidad del vínculo matrimonial a lo largo de los siglos, amenazada por creencias erróneas seculares o religiosas, la Iglesia ha continuado su defensa del matrimonio y la familia en los siglos XIX y XX. Leyendo los signos de los tiempos, el Papa Pío XI en Casti connubii (31 de diciembre de 1930) y el Papa Pablo VI en Humanae vitae (25 de julio de 1968) se refieren a la santidad del matrimonio y la familia, poniendo el énfasis en la principal amenaza contra ellos en los tiempos modernos: el control artificial de la natalidad.
En los tiempos modernos, la aceptación gradual en la sociedad del control artificial de la natalidad, que asesta un golpe al corazón mismo del matrimonio y la familia, se puede ilustrar observando la Comunión Anglicana. En 1908, la Conferencia Lambeth de Obispos Anglicanos hablaba del control artificial de la natalidad como "desmoralizador para el carácter y hostil al bienestar nacional" (Resolución 41; Cf. números. 42 y 43). En 1930 la Conferencia Lambeth permitía la aplicación del control artificial de la natalidad, pero según las pautas de los "Principios Cristianos" (Resolución 15; Cf. números 13 y 17), pero Lambeth reconocía que los contraceptivos eran susceptibles de aumentar las relaciones sexuales, por lo que recomendaba que se restringiera su venta (Resolución 18). Y en 1959, Lambeth proclamó que los padres tenían el derecho y la responsabilidad de decidir el número de hijos, con una "gestión sensata de los recursos y las capacidades de la familia, pensando igualmente en las diferentes necesidades de la población, los problemas de la sociedad y las reivindicaciones de las futuras generaciones" (Resolución 115, Cf. número 113). Dicho de otro modo, Lambeth pasaba de prohibir el control artificial de la natalidad a, prácticamente, recomendarla. Mutatis mutandis, la sociedad en general tenía la misma opinión. En sus respectivas circunstancias históricas, los Papas Pío y Pablo se apresuraban a reiterar la eterna verdad sobre el matrimonio y la familia.
Matrimonio
El matrimonio es una institución divina. El Papa Pío escribe que "es doctrina inmutable e inviolable que el matrimonio no fue instituido o restaurado por el hombre sino por Dios; no fue el hombre quien creó las leyes para reforzar, confirmar y elevarlo sino que fue Dios, Autor de la naturaleza, y por Cristo Nuestro Señor por Quien la naturaleza fue redimida, y por lo tanto esas leyes no pueden ser objeto de humanos decretos o de cualquier pacto contrario, incluso de los esposos en si" (CC, número 5). Por supuesto, la libre voluntad y el consentimiento de los esposos son necesarios para que se produzca el matrimonio, "pero la naturaleza del matrimonio es completamente independiente de la libre voluntad del hombre, de modo que si alguien ha contraído matrimonio alguna vez está sometido a sus leyes divinas y a su propiedades esenciales" (CC, número 6). Pablo escribe que el matrimonio "es en realidad la sabia y apropiada institución prevista por Dios, el Creador, cuyo objetivo era actualizar en el hombre Su designio de amor. Como consecuencia, marido y esposa, mediante la donación mutua de si mismos, que es específico y exclusivo para ellos solamente, desarrollan la unión de dos personas en la que se perfeccionan mutuamente, cooperando con Dios en la generación y creación de nuevas vidas. El matrimonio de aquellos que han sido bautizados está, por otra parte, investido de la dignidad de signo sacramental de la gracia, ya que representa la unión de Cristo con Su Iglesia" (HV, número 8).
Citando a San Agustín (De Genesi ad litteram, libro 9, capítulo 7, número 12), Pío identifica las tres bendiciones del matrimonio: hijos, fidelidad mutua y la dignidad del sacramento (CC, número 10). La primera y fundamental bendición es la procreación de los hijos (CC, números 11–18; ver Gen 1:28 y 1 Tim 5:14). Con la concepción de los hijos, el marido y la esposa se convierten en colaboradores íntimos de Dios en la propagación de la raza humana. Asumen la tarea de la crianza y educación de los hijos. La noble naturaleza del matrimonio deja a los nuevos hijos de Dios en manos de sus padres.
La segunda bendición del matrimonio es la mutua fidelidad de los esposos (CC, número 19). En el matrimonio, el marido y la esposa están íntimamente unidos para ser "una sola carne" (Mat. 19:3–6 y Ef 5:32; Cf. Gen 1:27 y 2:24). Marido y mujer, mediante la castidad marital y la total exclusividad, ponen en común la totalidad de sus vidas en apoyo mutuo, dándose a si mismos, para el servicio a Dios (ver 1 Cor 7:3; Ef 5:25; Col 3:19; y CC, números 20–30). Como dice Pablo del matrimonio: "Es un amor total—esa forma especial de amistad personal en la que marido y mujer comparten generosamente todo, sin permitir ningún tipo de excepción no razonable sin pensar únicamente en su propia conveniencia. Quien de verdad ama a su cónyuge no sólo por lo que recibe sino que ama a su pareja por el propio bien de la pareja, se alegra de poder enriquecer al otro con el don de su mismo" (HV, número 9).
La tercera bendición del matrimonio es su dignidad sacramental. Cristo elevó la institución del matrimonio, cuando los realizan dos personas bautizadas, a sacramento—a un medio de gracia santificadora y a representación de la unión de Cristo y de la Iglesia (ver CC, números 31–43; y HV, número 8). Como escribe Pablo, citando al Génesis 2:24, "Porque ningún hombre odia su propia carne, sino que la nutre y la ama, como Cristo a la Iglesia. ‘Por esta razón el hombre abandonará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y ambos serán una sola carne.’ Este misterio es un misterio profundo y digo que se refiere a Cristo y a la Iglesia" (Ef. 5:29–32). Y como escribe Pío: "Por el mismo hecho, por lo tanto, de que los fieles dan su consentimiento con rectitud, se abren al tesoro de la gracia sacramental de la que obtienen la fuerza sobrenatural para cumplir sus derechos y obligaciones, santamente, preservándolos hasta la muerte" (CC, número 40; Cf. HV, números 8 y 9).
Estas tres bendiciones—la procreación de los hijos, la fidelidad mutua y, para los bautizados, la gracia sacramental—son la esencia inseparable y fundamental del matrimonio. Una vez más, como la cuestión en aquel momento no eran ni la fidelidad ni la gracia, Pío y Pablo subrayan lo malo del control artificial de la natalidad, que destruye la bendición primaria del matrimonio, ya que es una amenaza para el mismo. Y Pío vuelve a apelar a San Agustín, quien escribe: "Las relaciones con la legítima esposa es malo e incorrecto si se impide la concepción de los hijos. Onán, hijo de Judá lo hizo y el Señor lo mató por ello" (De adulterinis conjugiis, libro 2, número 12; Cf. Gen 38:8–10; CC, número 55; HV, números 11–14).
Pensando en la opinión de Lambeth de 1930 y otras opiniones semejantes, Pío dice: "Por lo tanto, ya que partiendo abiertamente de la interrumpida tradición cristiana algunos han juzgado recientemente que posible declarar solemnemente otra doctrina en relación con esta cuestión, la Iglesia católica, a la que Dios ha confiado la defensa de la integridad y pureza de moral, permaneciendo firme en medio de la ruina moral que la rodea, para que pueda impedir que la castidad de la unión nupcial moral quede teñida con manchas de error, levanta su voz como signo de ser divina embajadora y proclamar por nuestra boca nuevamente: toda utilización del matrimonio ejercida de tal manera que al acto matrimonial se le impide deliberadamente cumplir su poder natural de generar vida es un delito con la ley de Dios y de la naturaleza, y aquellos que se permiten hacerlo quedan marcados con la culpa de un pecado grave" (CC, número 56). El resultado de este grave pecado es la deformación del verdadero matrimonio y, consecuentemente, del fin de la familia.
La Familia
La familia también es una institución divina, porque la familia nace en el matrimonio. La familia surge de la expresión de amor de los esposos en el acto material, un acto que es tanto unitivo (amor) como procreador (vida). Si falta en el acto marital la dimensión unitiva o procreadora, se produce la desintegración del matrimonio y, necesariamente la de la familia. Toda frustración del potencial para generar vida por parte del hombre en el acto conyugal no sólo afecta la dimensión procreadora del matrimonio sino también a la dimensión unitiva. "Cada pecado cometido en relación con los hijos se convierte de alguna manera en un pecado contra la fe conyugal, puesto que éstas dos bendiciones están íntimamente relacionadas" (CC, número 72). Si se pierde una de ellas, pues las dos se pierden.
La familia debe estar totalmente abierta a la voluntad de Dios en relación con el número de hijos que se le entregan. Es particularmente perniciosa la noción de que una familia tiene la obligación de estar abierta a la vida en general, pero de que cada acto conyugal de los esposos no necesita estarlo. Dicho de otro modo, en vez de continencia u observación de los ritmos biológicos naturales, los esposos obstruyen algunas o todas sus relaciones materiales por medio del control artificial de la natalidad, convirtiéndose en los árbitros de la vida en lugar de dejar esto a Dios. Por desgracia, un orden erróneo de las prioridades—que a menudo se fundan en problemas económicos o sociales, muchos de los cuales son pretensiones confusas de una filosofía errónea y un humanismo secular—lleva a los esposos a olvidar que su prioridad debe ser el reconocimiento de sus obligaciones con Dios, juez y árbitro de la vida. "De esto se sigue que no son libres de actuar en su elección para transmitir la vida, como si a ellos les cupiera decidir sobre el camino correcto a seguir. Por el contrario, están obligados a asegurar que lo que hacen se corresponde con la voluntad de Dios, el Creador. La misma naturaleza del matrimonio y su utilización hace que Su voluntad sea clara, como lo explican claramente las constantes enseñanzas de la Iglesia" (HV, número 10).
Y la enseñanza de la Iglesia es clara: Cada acto conyugal debe estar abierto a la transmisión de la vida. Sólo con esta apertura permanecen intactos los aspectos unitivos y de procreación del matrimonio; sólo con esta apertura marido y mujer se dan de verdad a si mismos en dios, para genera vida en el mundo e intensificar el amor entre ellos mismo, en el que se criarán y educarán los hijos en la santidad y la verdad.
Finalmente, sólo la obediencia unívoca a la ley natural asegura una correcta ordenación y prosperidad de la familia humana y la sociedad en general. Porque las familias nucleares individuales son la base, las células de la sociedad humana en general, su integridad abre el camino y determina la salud de la sociedad humana en general. Del mismo modo, puesto que la familia y la sociedad humana precede al estado, el bienestar del estado se construye sobre ella. La incapacidad de las familias, las sociedades y los estados para seguir la ley natural en relación con el don de generar de los matrimonios da como resultado en la decadencia moral. En el siglo XXI, la separación de los aspectos unitivos y de procreación de la sexualidad humana es el factor primordial de una gran cantidad de males morales: divorcio, adulterio, fornicación, homosexualidad, esterilización, manipulación genética y mutilación (por ejemplo la fertilización in vitro y la clonación humana), aborto, e infanticidio (un eufemismo para "aborto parcial"). Y esto no es todo; de esta plétora de males surge toda una serie de desórdenes psicológicos y sociológicos como la desintegración personal, la enajenación social y un profundo sentido de falta de objetivos y valores para la existencia humana. De hecho, separando cada vez más los aspectos unitivos y de procreación del matrimonio en nuestro mundo contemporáneo, existe la posibilidad de una mayor degeneración que crece exponencialmente, superando incluso a la de Sodoma y Gomorra.
No obstante, esto no quiere decir que la voluntad de Dios se observa fácilmente. La tradición constante de la Iglesia, articulada por Pío y Pablo en sus cartas encíclicas, reconoce que los derechos dados por Dios y las enormes responsabilidades de la familia son muy exigentes. La familia tiene el derecho de dar apoyo a la sociedad y al estado (CC, números 69–77; y HV, números 22 y 23). El apoyo moral y físico de la sociedad y el estado hacia la familia no es solo una cuestión de caridad sino de justicia. La carga que soportan las familias individuales en la crianza y educación de los hijos es, en el fondo, el único medio por el que la sociedad y el estado tienen futuro en el mundo. Sin embargo, incluso teniendo en cuenta la gran importancia que recae sobre ellas, las familias se pueden confortar con las palabras del Señor que dice: "Yo cargaré con vuestro yugo, y aprended de mi; porque mi corazón es tierno y lento a la ira, y en él encontraréis consuelo para vuestras almas. Porque mi yugo es fácil y mi carga, ligera" (Mat. 11:29–30).
Reiterando su constante magisterio contra el control artificial de la natalidad, la Iglesia proporciona un servicio de gran valor a la humanidad. La Iglesia está obligada a presentar las verdades que pueden conocer los hombres de buena voluntad con el uso de su razón de forma clara y directa. Pablo escribe que la Iglesia no puede "evadirse del derecho que se le ha impuesto de proclamar humildemente pero con firmeza toda la ley moral, tanto natural como evangélica. Puesto que la Iglesia no hizo ninguna de estas leyes no puede ser su juez o árbitro—solamente el su guardián e intérprete. Tampoco puede declara legal aquello que es un acto ilegal, ya que eso, por su propia naturaleza, se ha opuesto siempre al verdadero bien del hombre" (HV, número 18). Al enseñar que el control artificial de la natalidad es "vergonzoso e intrínsecamente" (CC, número 54; Cf. HV, número 14), la Iglesia es, "no menos que su divino Fundador, un ‘signo de contradicción’" en el desgraciado camino de nuestro mundo hacia la perdición (HV, número 18; ver Lucas 2:34).
Con seguridad, a principios del siglo XXI, estamos en medio de la ruina moral. La creciente desobediencia a las leyes naturales y divinas en relación con el control artificial de la natalidad clama la venganza de Dios. Las transgresiones contra el matrimonio y la familia atacan a la propia naturaleza de la sociedad humana. Y nuestra incapacidad para honrar el don de la procreación dado por Dios amenaza la misma supervivencia de nuestra especie. Scott Elder, en su libro "Europe’s Baby Bust" (National Geographic, Septiembre de 2003, p. xxx) señala que , según las Naciones Unidas, "la población de Europa disminuirá unos 90 millones de personas en los próximos 50 años, aproximadamente el doble de los muertos en todo el mundo durante la Segunda Guerra Mundial." Elder indica además que Europa—que tiene un índice de fertilidad por debajo del 2,1, cifra necesaria para reemplazar a la población existente—liderará probablemente una disminución mundial de la población: "una tendencia insólita desde la Peste negra del siglo XIV." Ahora, quizás más que nunca, debemos proclamar la santidad del amor y de la vida, no sea que corramos la suerte de Onán, no a manos de Dios, sino a nuestras propias manos.

LA FAMILIA Y EL SACRAMENTO DE MATRIMONIO


La familia y el sacramento del matrimonio
Prof. Jean Galot, Roma


Se ha desarrollado en muchos Estados modernos una legislación que define los derechos y deberes de quienes están vinculados por el matrimonio. Es menester precisar las reglas según las cuales funciona la institución natural, aunque debamos limitar sus exigencias y no nos sea posible encarar todos los problemas que surgen en la vida familiar matrimonial.
El matrimonio en peligro
El matrimonio es la ocasión de una fiesta, en especial de un banquete. En Caná no faltaba la alegría de la fiesta y el banquete se celebraba con vino en abundancia. María estaba presente en esa fiesta: "Estaba allí la madre de Jesús" (Jn 2,1). Es verosímil que hubiera sido invitada al banquete para ayudar en el servicio; se explica así el hecho de que se diera cuenta de que la provisión de vino se había acabado y se preocupara por resolver el problema. La familia de los esposos era pobre: no había podido comprar vino suficiente para una fiesta de matrimonio que duraba ocho días.
"Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos". La invitación se debía a la presencia de María. Puesto que Jesús pasaba por esa zona, era debido invitarlo para que estuviera con su madre, como así también a sus discípulos. En este episodio, María aparece como la que introduce a Jesús en la boda.
Cuando se dirige a su hijo para decirle: "No tienen vino", expone una situación dramática, que simbólicamente indica que un matrimonio se halla en una dificultad: al faltar el vino, ya no era posible seguir la fiesta: la boda corría el riesgo de termina de manera indecorosa.
El don del milagro
La confianza que embargaba el alma de María al pedir un milagro tuvo que enfrentar una resistencia notable. Las palabras pronunciadas en ese momento parecen bastante duras: "¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora".
Jesús no llama a María "madre", sino "mujer". El término "mujer" está cargado de respeto y estimación, pero establece cierta distancia en las relaciones entre madre e hijo.
La distancia es confirmada por la expresión "¿Qué tengo yo contigo?". Estas palabras muestran una separación voluntaria y aluden a la separación que se produjo cuando Jesús dejó a su madre en Nazaret para consagrarse a su misión de predicación. Después del momento de su partida, Jesús es más independiente de su madre, está menos vinculado a los deseos de María.
La hora que aún no ha llegado ha sido identificada, algunas veces, con la hora de la Pasión, pero todo el contexto indica más bien que se trata del primer milagro: se trata de una hora que ha sido determinada de manera especial por el Padre. El primer milagro es particularmente importante porque implica la revelación de la omnipotencia divina de Jesús y revela el señorío que tiene y ejerce en el cumplimiento de su misión salvífica.
Las objeciones que Jesús contrapone claramente al pedido de su madre hubieran podido desanimarla. En especial, la última, sobre la hora que aún no había llegado, parecía excluir toda intervención milagrosa. Podemos comprender que la boda de Caná no fuera el mejor contexto para un milagro. Es comprensible que el Padre hubiera escogido como primer milagro un prodigio más importante que el vino de un banquete, pues tantas miserias esperaban un gesto milagroso de misericordia. Una de esas miserias hubiera podido ser objeto de una intervención que los testigos hubieran apreciado sumamente.
Pero María no retira su pedido. Ha comprendido que las palabras de Jesús le permitían perseverar en su proyecto, porque su omnipotencia no tenía límites. No le responde a su hijo, sino que se dirige a los sirvientes para confirmar que espera un milagro. A menudo se traducen sus palabras a los servidores como "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5). Pero sería más exacto traducir: "Haced cualquier cosa. lo que sea, que él os diga". María espera de Jesús una orden que pueda parecerles extraña a los sirvientes, la orden de un milagro; teme que los sirivientes queden desconcertados y vacilen. Por ello, recomienda fidelidad y obediencia. Obtiene lo que desea, porque cuando Jesús dice: "Llenad las tinajas de agua", los sirvientes las llenan hasta arriba. De esta manera, la intervención de María ha procurado la mayor cantidad de vino para el banquete.
La fiel ejecución de la orden dada por Jesús ha demostrado su eficacia. El episodio revela la "gloria" de Cristo, una gloria que había sido deseada de manera muy especial por María. El evangelista Juan subraya que ese acontecimiento fue el comienzo de los signos o milagros, y el comienzo de una adhesión de fe por parte de los discípulos: Jesús "manifestó su gloria y creyeron en él sus discípulos".
La cantidad de vino ofrecida por Cristo deja entender mejor la amplitud del milagro: las seis tinajas llenas hasta arriba indican la intención divina de responder al pedido de María con una generosidad que llega a la abundancia total. Además, la cantidad no fue en menoscabo de la calidad: es una calidad que el mayordomo nota y le dice al esposo: "Tú has guardado el vino bueno hasta ahora" (2,10).
Presencia de Cristo
Este comienzo constituido por el hecho maravilloso de Caná, nos da una luz para comprender la intención de Jesús de hacer del matrimonio un sacramento. El punto de partida es la situación de muchos matrimonios por el mundo. Están amenazados; como dice María: "no tienen más vino". A veces, la amenaza aparece el día mismo de la boda. Queda de manifiesto la urgencia de una ayuda de lo alto.
Esa ayuda es posible, porque hay un hecho aun más importante que la situación desastrosa del matrimonio: la presencia de Cristo. Jesús no tendiría que haber estado presente, porque ya estaba comprometido con sus discípulos en una misión de predicación que lo llevaría a distintos lugares. Pero su programa había sido alterado por la presencia de su madre, quien, invitada al banquete nupcial, había provocado que la invitación se extendiera a su hijo. Es significativo el encuentro de la madre y el hijo; deberían estar separados, desde el momento en que Jesús había dejado a su madre para dedicarse a la gran empresa de la fundación del reino de Dios. En virtud también de un designio divino superior, Jesús está presente en la fiesta de matrimonio con sus discípulos.
Esta presencia abre el camino a muchas soluciones posibles al problema provocado por la falta de vino. Todas las soluciones son accesibles por la presencia de la persona de Cristo, presencia que dispone de la omnipotencia divina y puede usarla como quiera. Es suficiente saber que estando él presente entre los invitados a la boda, seguramente habrá de hallarse la mejor solución posible.
María, por su parte, no conocía de antemano la solución que recibiría el problema. La afirmación de que la hora del primer milagro aún no había llegado, hacía más oscura, más misteriosa la modalidad escogida por Jesús. Significaba que, según el plan previo del Padre, la boda de Caná no sería el lugar del primer milagro. Pero María creía también en la omnipotencia de su hijo, quien podía obtener todo favor del Padre, incluso un cambio en las circunstancias previstas para el milagro. La recomendación dirigida a los sirvientes indicaba que María esperaba un cambio de este tipo para poder obtener el vino.
En el episodio constatamos, pues, que la fe de la madre de Jesús ha tenido un papel decisivo. De esa fe surgía la iniciativa de pedir la intervención del hijo y, en especial, la audacia de querer obtener un milagro en un momento en que Jesús aún no había hecho milagro alguno. María no se deja distraer de su meta al oír las graves objeciones formuladas por el mismo Jesús, sobre todo la claridad con que le dice que aún no ha llegado la hora del milagro, una hora que era prerrogativa absoluta del Padre. María ha perseverado en su pedido, aun sabiendo que su audacia era grande. Reconocía plenamente la autoridad soberana del Padre y no cometía la menor desobediencia, porque en realidad le pedía al Padre que tomara soberanamente una decisión conforme a su deseo.
Si la decisión hubiera sido tomada en sentido contrario, María la hubiera acogido sin una queja, sin siquiera un gesto de descontento, porque deseaba permanecer abierta y dócil a toda voluntad divina. Pero, precisamente, la decisión aún no había sido tomada cuando la madre dialogaba con su hijo y escuchaba sus objeciones. Así pues, María podía perseverar en su designio y pedir con mayor insistencia el milagro que esperaba. Conocía a su hijo y le parecía que aún había una posibilidad de obtener lo que pedía.
No sólo Jesús no había contrapuesto al pedido de su madre una voluntad del Padre en sentido opuesto, sino que había un motivo importante para esperar que el pedido fuera satisfecho. Se trataba de un pedido a favor de unos pobres. Es significativo el hecho que, verosímilmente, María había concurrido a esa boda porque se trataba de pobres que necesitaban ayuda. Los esposos no habían podido comprar siquiera el vino suficiente para el banquete. Un banquete nupcial que duraría varios días necesitaba una gran cantidad de vino. Debemos suponer que la pobreza les había impedido a los esposos proveerse de la cantidad necesaria.
La situación desastrosa de Caná es un drama de la pobreza. María era particularmente sensible a la pobreza que les impedía a los esposos y a sus invitados celebrar el matrimonio con dignidad. Puesto que Jesús siempre ha dado muestras de compasión ante la miseria de los pobres, podemos comprender que en Caná estuviera especialmente dispuesto a acoger el pedido de su madre.
La transformación
Con la presencia de Cristo es posible la transformación total de la situación.
Es necesario comprender esta transformación en la perspectiva de la vida sacramental y del sacramento del matrimonio.
El primer signo de la transformación se nos da en el episodio evangélico por la presencia de tinajas, que asumen un significado nuevo.
"Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los judíos, de dos o tres medidas cada una. Les dice Jesús: "Llenad las tinajas de agua". Y las llenaron hasta arriba" (2,6-7).
Las tinajas reciben un empleo distinto: estaban destinadas a ritos de purificación; ahora están destinadas a ser llenadas de vino eucarístico. Se trata de una transformación profunda, que no subraya más la pureza ritual, sino la comunicación de la vida divina que se realiza en la eucaristía.
Como dice el Concilio en Gaudium et Spes (49): "El Señor se ha dignado sanar, perfeccionar y elevar este amor con un don especial de la gracia y de la caridad. Tal amor, que asocia al mismo tiempo lo humano y lo divino, lleva a los esposos a un don libre y mutuo de sí mismos, demostrado con ternura de afecto y de obras, e impregna toda su vida; más aún, por su misma generosa actividad se perfecciona y crece. Por consiguiente, supera con mucho la mera inclinación erótica, que, cultivada de forma egoísta, se devanece muy rápida y miserablemente". En este campo de la reflexión, es necesario subrayar siempre la distancia entre el amor y el erotismo. El erotismo provoca la búsqueda del provecho o el placer de uno mismo, mientras que el amor se preocupa del bien del otro. El Concilio observa que "También muchos hombres de nuestro tiempo estiman mucho el verdadero amor entre el marido y la mujer manifestado de varias maneras según las costumbres honestas de los pueblos y las épocas. Este amor, por ser eminentemente humano, ya que se dirige de persona a persona con el afecto de la voluntad, abarca el bien de toda la persona y por ello puede enriquecer con una dignidad peculiar las expresiones del cuerpo y el espíritu y ennoblecerlas como signos especiales de la maistad conyugal" (49). En ese amor recíproco, el sacramento del matrimonio exige dos propiedades fundamentales, afirmadas por Cristo, la unidad y la indisolubilidad. En la antigua alianza, el hombre podía repudiar a la mujer; Jesús, dando su gracia al matrimonio como sacramento, ha querido que fuera indisoluble. Con esa gracia cuentan los cónyuges cristianos para tener una vida digna del sacramento. "Para cumplir con constancia los deberes de esta vocación cristiana, se requiere una insigne virtud; por eso, los esposos, fortalecidos por la gracia para la vida santa, cultivarán y pedirán en la oración, con asiduidad, la firmeza del amor, la magnanimidad y el espíritu de sacrificio" (GS 49). Por medio de la institución del sacramento del matrimonio, Cristo ha concedido a la vida matrimonial la mayor ayuda divina, convirtiéndola en un firme punto de apoyo de la vida cristiana y del desarrollo de la Iglesia.
Para la revelación de esta santificación del matrimonio, hemos considerado como punto de partida el episodio evangélico de las bodas de Caná. Es un episodio que nos sumerge en la actualidad; muchos matrimonios deben enfrentar dificultades que a menudo parecen insuperables. Para resolverlas sería necesario encontrar una fuente de vino nuevo, es decir de amor nuevo. Esta fuente existe: es Cristo. Aquel que había hecho entender que de su seno saldrían "ríos de agua viva", hace brotar esos ríos para desarrollar la vida sacramental en la Iglesia y, de manera más especial, la vida matrimonial.
Con el sacramento del matrimonio, Cristo da en abundancia el vino nuevo para hacer crecer el amor que une a los cónyuges y multiplicar su fuerza espiritual: de esa manera, los hace capaces de cumplir en todo con su misión en la familia y la Iglesia.
El sacramento tiene un papel dinámico. No obra simplemente como un rito, sino como una vida que se desarrolla. Podemos agregar lo que dice Pablo: quien obra no es sólo Cristo, sino, con él, también la Iglesia. "Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y a la Iglesia" (Ef 5,32).


CARTAS DE PABLO A LOS ROMANOS


Romanos (BPD) 1



CARTA A LOS ROMANOS

Saludo inicial
1 1 Carta de Pablo, servidor de Jesucristo, llamado para ser Apóstol, y elegido para anunciar la Buena Noticia de Dios, 2 que él había prometido por medio de sus Profetas en las Sagradas Escrituras, 3 acerca de su Hijo, Jesucristo, nuestro Señor,
nacido de la estirpe de David
según la carne,
4
 y constituido Hijo de Dios con poder
según el Espíritu santificador,
por su resurrección de entre los muertos.
5
 Por él hemos recibido la gracia y la misión apostólica,
a fin de conducir a la obediencia de la fe,
para gloria de su Nombre,
a todos los pueblos paganos,
6
 entre los cuales se encuentran también ustedes,
que han sido llamados por Jesucristo.
7
 A todos los que están en Roma,
amados de Dios, llamados a ser santos,
llegue la gracia y la paz,
que proceden de Dios, nuestro Padre,
y del Señor Jesucristo.

Acción de gracias y súplica

8 En primer lugar, doy gracias a mi Dios por medio de Jesucristo, a causa de todos ustedes, porque su fe es alabada en el mundo entero. 9 Dios, a quien tributo un culto espiritual anunciando la Buena Noticia de su Hijo, es testigo de que yo los recuerdo constantemente, 10 pidiendo siempre en mis oraciones que pueda encontrar, si Dios quiere, la ocasión favorable para ir a visitarlos. 11 Porque tengo un gran deseo de verlos, a fin de comunicarles algún don del Espíritu que los fortalezca, 12 mejor dicho, a fin de que nos reconfortemos unos a otros, por la fe que tenemos en común. 13Hermanos, quiero que sepan que muchas veces intenté visitarlos para recoger algún fruto también entre ustedes, como lo he recogido en otros pueblos paganos; pero hasta ahora no he podido hacerlo. 14 Yo me debo tanto a los griegos como a los que no lo son, a los sabios como a los ignorantes. 15 De ahí mi ardiente deseo de anunciarles la Buena Noticia también a ustedes, los que habitan en Roma.

LA SALVACIÓN POR LA FE EN JESUCRISTO


El tema de la Carta

16 Yo no me avergüenzo del Evangelio, porque es el poder de Dios para la salvación de todos los que creen: de los judíos en primer lugar, y después de los que no lo son. 17En el Evangelio se revela la justicia de Dios, por la fe y para la fe, conforme a lo que dice la Escritura: El justo vivirá por la fe.

Los paganos, objeto de la ira divina

18 En efecto, la ira de Dios se revela desde el cielo contra la impiedad y la injusticia de los hombres, que por su injusticia retienen prisionera la verdad. 19 Porque todo cuanto se puede conocer acerca de Dios está patente ante ellos: Dios mismo se lo dio a conocer, 20  ya que sus atributos invisibles –su poder eterno y su divinidad– se hacen visibles a los ojos de la inteligencia, desde la creación del mundo, por medio de sus obras. Por lo tanto, aquellos no tienen ninguna excusa: 21 en efecto, habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron ni le dieron gracias como corresponde. Por el contrario, se extraviaron en vanos razonamientos y su mente insensata quedó en la oscuridad. 22Haciendo alarde de sabios se convirtieron en necios, 23 y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por imágenes que representan a hombres corruptibles, aves, cuadrúpedos y reptiles.

La corrupción y el castigo de los paganos

24 Por eso, dejándolos abandonados a los deseos de su corazón, Dios los entregó a una impureza que deshonraba sus propios cuerpos, 25 ya que han sustituido la verdad de Dios por la mentira, adorando y sirviendo a las criaturas en lugar del Creador, que es bendito eternamente. Amén.
26
 Por eso, Dios los entregó también a pasiones vergonzosas: sus mujeres cambiaron las relaciones naturales por otras contrarias a la naturaleza. 27 Del mismo modo, los hombres, dejando la relación natural con la mujer, ardieron en deseos los unos por los otros, teniendo relaciones deshonestas entre ellos y recibiendo en sí mismos la retribución merecida por su extravío.
28
 Y como no se preocuparon por reconocer a Dios, él los entregó a su mente depravada para que hicieran lo que no se debe. 29 Están llenos de toda clase de injusticia, iniquidad, ambición y maldad; colmados de envidia, crímenes, peleas, engaños, depravación, difamaciones. 30 Son detractores, enemigos de Dios, insolentes, arrogantes, vanidosos, hábiles para el mal, rebeldes con sus padres, 31 insensatos, desleales, insensibles, despiadados. 32 Y a pesar de que conocen el decreto de Dios, que declara dignos de muerte a los que hacen estas cosas, no sólo las practican, sino que también aprueban a los que las hacen.

Los judíos, objeto de la ira divina

2 1 Por eso, tú que pretendes ser juez de los demás –no importa quién seas– no tienes excusa, porque al juzgar a otros, te condenas a ti mismo, ya que haces lo mismo que condenas. 2 Sabemos que Dios juzga de acuerdo con la verdad a los que se comportan así. 3 Tú que juzgas a los que hacen esas cosas e incurres en lo mismo, ¿acaso piensas librarte del Juicio de Dios? 4 ¿O desprecias la riqueza de la bondad de Dios, de su tolerancia y de su paciencia, sin reconocer que esa bondad te debe llevar a la conversión? 5 Por tu obstinación en no querer arrepentirte, vas acumulando ira para el día de la ira, cuando se manifiesten los justos juicios de Dios, 6 que retribuirá a cada uno según sus obras7 Él dará la Vida eterna a los que por su constancia en la práctica del bien, buscan la gloria, el honor y la inmortalidad. 8 En cambio, castigará con la ira y la violencia a los rebeldes, a los que no se someten a la verdad y se dejan arrastrar por la injusticia. 9 Es decir, habrá tribulación y angustia para todos los que hacen el mal: para los judíos, en primer lugar, y también para los que no lo son. 10 Y habrá gloria, honor y paz para todos los que obran el bien: para los judíos, en primer lugar, y también para los que no lo son, 11 porque Dios no hace acepción de personas.

La Ley y el pecado

12 En efecto, todos los que hayan pecado sin tener la Ley de Moisés perecerán sin esa Ley; y los que hayan pecado teniendo la Ley serán juzgados por ella, 13 porque a los ojos de Dios, no son justos los que oyen la Ley, sino los que la practican. 14 Cuando los paganos, que no tienen la Ley, guiados por la naturaleza, cumplen las prescripciones de la Ley, aunque no tengan la Ley, ellos son ley para sí mismos, 15 y demuestran que lo que ordena la Ley está inscrito en sus corazones. Así lo prueba el testimonio de su propia conciencia, que unas veces los acusa y otras los disculpa, 16 hasta el Día en que Dios juzgará las intenciones ocultas de los hombres por medio de Cristo Jesús, conforme a la Buena Noticia que yo predico.
17
 Pero tú, que te precias de ser judío; tú que te apoyas en la Ley y te glorías en Dios;18 tú que dices conocer su voluntad e, instruido por la Ley, pretendes discernir lo mejor,19 presumiendo ser guía de ciegos y luz para los que andan en tinieblas; 20 tú que instruyes a los ignorantes y eres maestro de los simples, porque tienes en la Ley la norma de la ciencia y de la verdad; 21 ¡tú, que enseñas a los otros, no te enseñas a ti mismo! Tú, que hablas contra el robo, también robas. 22 Tú, que condenas el adulterio, también lo cometes. Tú, que aborreces a los ídolos, saqueas sus templos. 23 Tú, que te glorías en la Ley, deshonras a Dios violando la Ley. 24 Porque como dice la Escritura: Por culpa de ustedes, el nombre de Dios es blasfemado entre las naciones.

La verdadera circuncisión

25 La circuncisión es útil si practicas la Ley, pero si no la practicas, es lo mismo que si fueras un incircunciso. 26 Al contrario, el que no está circuncidado, pero observa las prescripciones de la Ley, será tenido por un verdadero circunciso. 27 Más aún, el que físicamente no está circuncidado pero observa la Ley, te juzgará a ti, que teniendo la letra de la Ley y la circuncisión, no practicas la Ley. 28 Porque no es verdadero judío el que lo es exteriormente, ni la verdadera circuncisión es la que se nota en la carne. 29 El verdadero judío lo es interiormente, y la verdadera circuncisión es la del corazón, la que se hace según el espíritu y no según la letra de la Ley. A este le corresponde la alabanza, no de los hombres, sino de Dios.

La situación de los judíos

3 1 ¿Cuál es entonces la superioridad del judío, y qué utilidad tiene la circuncisión? 2 Las ventajas son muchas desde todo punto de vista. Ante todo, Dios confió su Palabra a los judíos. 3 ¿Y qué importa que algunos no hayan creído? ¿Acaso su incredulidad anulará la fidelidad de Dios? 4 De ninguna manera: Dios es veraz, y todo hombre, mentiroso,porque como dice la Escritura: Serás reconocido como justo por lo que dices y triunfarás cuando seas juzgado. 5 Ahora bien, si nuestra injusticia hace resaltar la justicia de Dios, ¿qué conclusión sacaremos? ¿Dios será injusto –me expreso en términos humanos– al dar libre curso a su ira? 6 De ningún modo. De lo contrario, ¿cómo podría Dios juzgar al mundo? 7 Pero si con mi mentira, la verdad de Dios sale ganando, para gloria suya, ¿por qué todavía voy a ser condenado como pecador? 8 ¿O debemos hacer el mal para que resulte el bien, como algunos calumniadores nos hacen decir? ¡Estos sí merecen ser condenados!

La universalidad del pecado

9 En definitiva, entonces, ¿somos o no superiores a los paganos? De ninguna manera.10 Porque acabamos de probar que todos están sometidos al pecado, tanto los judíos como los que no lo son. Así lo afirma la Escritura:
No hay ningún justo, ni siquiera uno;
11
 no hay nadie que comprenda,
nadie que busque a Dios.
12
 Todos están extraviados,
igualmente corrompidos;
nadie practica el bien,
ni siquiera uno solo.
13
 Su garganta es un sepulcro abierto;
engañan con su lengua,
sus labios destilan veneno de víboras,
14
 su boca está llena de maldición y amargura.
15
 Sus pies son rápidos para derramar sangre,
16
 en sus caminos hay ruina y miseria,
17
 no conocen la senda de la paz.
18
 El temor de Dios no está ante sus ojos.
19
 Ahora bien, nosotros sabemos que todo lo que dice la Ley es válido solamente para los que están bajo la Ley, a fin de que nadie pueda alegar inocencia y todo el mundo sea reconocido culpable delante de Dios. 20 Porque a los ojos de Dios, nadie será justificado por las obras de la Ley, ya que la Ley se limita a hacernos conocer el pecado.

La revelación de la justicia de Dios

21 Pero ahora, sin la Ley, se ha manifestado la justicia de Dios atestiguada por la Ley y los Profetas: 22 la justicia de Dios, por la fe en Jesucristo, para todos los que creen. Porque no hay ninguna distinción: 23 todos han pecado y están privados de la gloria de Dios, 24 pero son justificados gratuitamente por su gracia, en virtud de la redención cumplida en Cristo Jesús. 25 Él fue puesto por Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre, gracias a la fe. De esa manera, Dios ha querido mostrar su justicia: 26 en el tiempo de la paciencia divina, pasando por alto los pecados cometidos anteriormente, y en el tiempo presente, siendo justo y justificando a los que creen en Jesús.

La justificación por la fe

27 ¿Qué derecho hay entonces para gloriarse? Ninguno. Pero, ¿en virtud de qué ley se excluye ese derecho? ¿Por la ley de las obras? No, sino por la ley de la fe. 28 Porque nosotros estimamos que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la Ley. 29¿Acaso Dios es solamente el Dios de los judíos? ¿No lo es también de los paganos? Evidentemente que sí, 30 porque no hay más que un solo Dios, que justificará a los circuncisos en virtud de la fe y a los incircuncisos por medio de esa misma fe. 31Entonces, ¿por medio de la fe, anulamos la Ley? ¡Ni pensarlo! Por el contrario, la confirmamos.

La justificación de Abraham

4 1 ¿Y qué diremos de Abraham, nuestro padre según la carne? 2 Si él hubiera sido justificado por las obras tendría de qué gloriarse, pero no delante de Dios. 3 Porque, ¿qué dice la Escritura?: Abraham creyó en Dios y esto le fue tenido en cuenta para su justificación. 4 Ahora bien, al que trabaja no se le da el salario como un regalo, sino como algo que se le debe. 5 Pero al que no hace nada, sino que cree en aquel que justifica al impío, se le tiene en cuenta la fe para su justificación. 6 Por eso David proclama la felicidad de aquel a quien Dios confiere la justicia sin las obras, diciendo:
7
 Felices aquellos
a quienes fueron perdonadas sus faltas
y cuyos pecados han sido cubiertos.
8
 Feliz el hombre
a quien Dios no le tiene en cuenta su pecado.

Abraham, padre de los creyentes

9 Pero esta felicidad, ¿es únicamente para los que han sido circuncidados, o también para los que no lo han sido? Consideremos lo que ya dijimos: A Abraham le fue tenida en cuenta la fe para su justificación. 10 ¿Cuándo le fue tenida en cuenta? ¿Antes o después de la circuncisión? Evidentemente antes y no después. 11 Y él recibió el signo de la circuncisión, como sello de la justicia que alcanzó por medio de la fe, antes de ser circuncidado. Así llegó a ser padre de aquellos que, a pesar de no estar circuncidados, tienen la fe que les es tenida en cuenta para su justificación. 12 Y es también padre de los que se circuncidan pero no se contentan con esto, sino que siguen el mismo camino de la fe que tuvo nuestro padre Abraham, antes de ser circuncidado.

La promesa hecha a Abraham

13 En efecto, la promesa de recibir el mundo en herencia, hecha a Abraham y a su posteridad, no le fue concedida en virtud de la Ley, sino por la justicia que procede de la fe. 14 Porque si la herencia pertenece a los que están bajo la Ley, la fe no tiene objeto y la promesa carece de valor, 15 ya que la Ley provoca la ira y donde no hay Ley tampoco hay transgresión. 16 Por eso, la herencia se obtiene por medio de la fe, a fin de que esa herencia sea gratuita y la promesa quede asegurada para todos los descendientes de Abraham, no sólo los que lo son por la Ley, sino también los que lo son por la fe. Porque él es nuestro padre común, 17 como dice la Escritura: Te he constituido padre de muchas naciones. Abraham es nuestro padre a los ojos de aquel en quien creyó: el Dios que da vida a los muertos y llama a la existencia a las cosas que no existen.

La fe de Abraham y la fe del cristiano

18 Esperando contra toda esperanza, Abraham creyó y llegó a ser padre de muchas naciones, como se le había anunciado: Así será tu descendencia. 19 Su fe no flaqueó, al considerar que su cuerpo estaba como muerto –era casi centenario– y que también lo estaba el seno de Sara. 20 Él no dudó de la promesa de Dios, por falta de fe, sino al contrario, fortalecido por esa fe, glorificó a Dios, 21 plenamente convencido de que Dios tiene poder para cumplir lo que promete. 22 Por eso, la fe le fue tenida en cuenta para su justificación.
23
 Pero cuando dice la Escritura: Dios tuvo en cuenta su fe, no se refiere únicamente a Abraham, sino también a nosotros, 24 que tenemos fe en aquel que resucitó a nuestro Señor Jesús, 25 el cual fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación.

El fruto de la justificación

5 1 Justificados, entonces, por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. 2 Por él hemos alcanzado, mediante la fe, la gracia en la que estamos afianzados, y por él nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. 3 Más aún, nos gloriamos hasta de las mismas tribulaciones, porque sabemos que la tribulación produce la constancia; 4 la constancia, la virtud probada; la virtud probada, la esperanza. 5 Y la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado. 6 En efecto, cuando todavía éramos débiles, Cristo, en el tiempo señalado, murió por los pecadores. 7Difícilmente se encuentra alguien que dé su vida por un hombre justo; tal vez alguno sea capaz de morir por un bienhechor. 8 Pero la prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores. 9 Y ahora que estamos justificados por su sangre, con mayor razón seremos librados por él de la ira de Dios. 10Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más ahora que estamos reconciliados, seremos salvados por su vida. 11 Y esto no es todo: nosotros nos gloriamos en Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, por quien desde ahora hemos recibido la reconciliación.

Adán y Jesucristo

12 Por lo tanto, por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron. 13 En efecto, el pecado ya estaba en el mundo, antes de la Ley, pero cuando no hay Ley, el pecado no se tiene en cuenta. 14 Sin embargo, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso en aquellos que no habían pecado, cometiendo una transgresión semejante a la de Adán, que es figura del que debía venir.
15
 Pero no hay proporción entre el don y la falta. Porque si la falta de uno solo provocó la muerte de todos, la gracia de Dios y el don conferido por la gracia de un solo hombre, Jesucristo, fueron derramados mucho más abundantemente sobre todos. 16 Tampoco se puede comparar ese don con las consecuencias del pecado cometido por un solo hombre, ya que el juicio de condenación vino por una sola falta, mientras que el don de la gracia lleva a la justificación después de muchas faltas. 17 En efecto, si por la falta de uno solo reinó la muerte, con mucha más razón, vivirán y reinarán por medio de un solo hombre, Jesucristo, aquellos que han recibido abundantemente la gracia y el don de la justicia.
18
 Por consiguiente, así como la falta de uno solo causó la condenación de todos, también el acto de justicia de uno solo producirá para todos los hombres la justificación que conduce a la Vida. 19 Y de la misma manera que por la desobediencia de un solo hombre, todos se convirtieron en pecadores, también por la obediencia de uno solo, todos se convertirán en justos.
20
 Es verdad que la Ley entró para que se multiplicaran las transgresiones, pero donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia. 21 Porque así como el pecado reinó produciendo la muerte, también la gracia reinará por medio de la justicia para la Vida eterna, por Jesucristo, nuestro Señor.

La identificación con Cristo por el Bautismo

6 1 ¿Qué diremos entonces? ¿Que debemos seguir pecando para que abunde la gracia?2 ¡Ni pensarlo! ¿Cómo es posible que los que hemos muerto al pecado sigamos viviendo en él? 3 ¿No saben ustedes que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús, nos hemos sumergido en su muerte? 4 Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una Vida nueva.
5
 Porque si nos hemos identificado con Cristo por una muerte semejante a la suya, también nos identificaremos con él en la resurrección. 6 Comprendámoslo: nuestro hombre viejo ha sido crucificado con él, para que fuera destruido este cuerpo de pecado, y así dejáramos de ser esclavos del pecado. 7 Porque el que está muerto, no debe nada al pecado.
8
 Pero si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él. 9 Sabemos que Cristo, después de resucitar, no muere más, porque la muerte ya no tiene poder sobre él. 10 Al morir, él murió al pecado, una vez por todas; y ahora que vive, vive para Dios. 11 Así también ustedes, considérense muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús.

La liberación del pecado y el servicio de Dios

12 No permitan que el pecado reine en sus cuerpos mortales, obedeciendo a sus malos deseos. 13 Ni hagan de sus miembros instrumentos de injusticia al servicio del pecado, sino ofrézcanse ustedes mismos a Dios, como quienes han pasado de la muerte a la Vida, y hagan de sus miembros instrumentos de justicia al servicio de Dios. 14 Que el pecado no tenga más dominio sobre ustedes, ya que no están sometidos a la Ley, sino a la gracia.
15
 ¿Entonces qué? ¿Vamos a pecar porque no estamos sometidos a la Ley sino a la gracia? ¡De ninguna manera! 16 ¿No saben que al someterse a alguien como esclavos para obedecerle, se hacen esclavos de aquel a quien obedecen, sea del pecado, que conduce a la muerte, sea de la obediencia que conduce a la justicia? 17 Pero gracias a Dios, ustedes, después de haber sido esclavos del pecado, han obedecido de corazón a la regla de doctrina, a la cual fueron confiados, 18 y ahora, liberados del pecado, han llegado a ser servidores de la justicia. 19 Voy a hablarles de una manera humana, teniendo en cuenta la debilidad natural de ustedes. Si antes entregaron sus miembros, haciéndolos esclavos de la impureza y del desorden hasta llegar a sus excesos, pónganlos ahora al servicio de la justicia para alcanzar la santidad.

Los frutos del pecado y de la justicia

20 Cuando eran esclavos del pecado, ustedes estaban libres con respecto de la justicia.21 Pero, ¿qué provecho sacaron entonces de las obras que ahora los avergüenzan? El resultado de esas obras es la muerte. 22 Ahora, en cambio, ustedes están libres del pecado y sometidos a Dios: el fruto de esto es la santidad y su resultado, la Vida eterna. 23 Porque el salario del pecado es la muerte, mientras que el don gratuito de Dios es la Vida eterna, en Cristo Jesús, nuestro Señor.

La liberación de la Ley

7 1 ¿Acaso ustedes ignoran, hermanos –hablo a gente que entiende de leyes– que el hombre está sujeto a la ley únicamente mientras vive? 2 Así, una mujer casada permanece ligada por la ley a su esposo mientras él viva; pero al morir el esposo, queda desligada de la ley que la unía a él. 3 Por lo tanto, será tenida por adúltera si en vida de su marido, se une a otro hombre. En cambio, si su esposo muere, quedará desligada de la ley, y no será considerada adúltera si se casa con otro hombre. 4 De igual manera, hermanos, por la unión con el cuerpo de Cristo, ustedes han muerto a la Ley, para pertenecer a otro, a aquel que resucitó a fin de que podamos dar frutos para Dios. 5Porque mientras vivíamos según la naturaleza carnal, las malas pasiones, estimuladas por la Ley, obraban en nuestros miembros para hacernos producir frutos de muerte. 6Pero ahora, muertos a todo aquello que nos tenía esclavizados, hemos sido liberados de la Ley, de manera que podamos servir a Dios con un espíritu nuevo y no según una letra envejecida.

La Ley, ocasión de pecado

7 ¿Diremos entonces que la Ley es pecado? ¡De ninguna manera! Pero yo no hubiera conocido el pecado si no fuera por la Ley. En efecto, hubiera ignorado la codicia, si la Ley no dijera: No codiciarás. 8 Pero el pecado, aprovechando la oportunidad que le daba el precepto, provocó en mí toda suerte de codicia, porque sin la Ley, el pecado es cosa muerta.
9
 Hubo un tiempo en que yo vivía sin Ley, pero al llegar el precepto, tomó vida el pecado, 10 y yo, en cambio, morí. Así resultó que el mandamiento que debía darme la vida, me llevó a la muerte. 11 Porque el pecado, aprovechando la oportunidad que le daba el precepto, me sedujo y, por medio del precepto, me causó la muerte.
12
 De manera que la Ley es santa, como es santo, justo y bueno el precepto. 13  ¿Pero es posible que lo bueno me cause la muerte? ¡De ningún modo! Lo que pasa es que el pecado, a fin de mostrarse como tal, se valió de algo bueno para causarme la muerte, y así el pecado, por medio del precepto, llega a la plenitud de su malicia.

La oposición entre la carney el espíritu

14 Porque sabemos que la Ley es espiritual, pero yo soy carnal, y estoy vendido como esclavo al pecado. 15 Y ni siquiera entiendo lo que hago, porque no hago lo que quiero sino lo que aborrezco. 16 Pero si hago lo que no quiero, con eso reconozco que la Ley es buena. 17 Pero entonces, no soy yo quien hace eso, sino el pecado que reside en mí,18 porque sé que nada bueno hay en mí, es decir, en mi carne. En efecto, el deseo de hacer el bien está a mi alcance, pero no el realizarlo. 19 Y así, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. 20 Pero cuando hago lo que no quiero, no soy yo quien lo hace, sino el pecado que reside en mí.
21
 De esa manera, vengo a descubrir esta ley: queriendo hacer el bien, se me presenta el mal. 22 Porque de acuerdo con el hombre interior, me complazco en la Ley de Dios, 23pero observo que hay en mis miembros otra ley que lucha contra la ley de mi razón y me ata a la ley del pecado que está en mis miembros.
24
 ¡Ay de mí! ¿Quién podrá librarme de este cuerpo que me lleva a la muerte? 25¡Gracias a Dios, por Jesucristo, nuestro Señor! En una palabra, con mi razón sirvo a la Ley de Dios, pero con mi carne sirvo a la ley del pecado.

La ley del Espíritu

8 1 Por lo tanto, ya no hay condenación para aquellos que viven unidos a Cristo Jesús. 2Porque la ley del Espíritu, que da la Vida, te ha librado, en Cristo Jesús, de la ley del pecado y de la muerte. 3 Lo que no podía hacer la Ley, reducida a la impotencia por la carne, Dios lo hizo, enviando a su propio Hijo, en una carne semejante a la del pecado, y como víctima por el pecado. Así él condenó el pecado en la carne, 4 para que la justicia de la Ley se cumpliera en nosotros, que ya no vivimos conforme a la carne sino al espíritu.

Los deseos de la carne y del espíritu

5 En efecto, los que viven según la carne desean lo que es carnal; en cambio, los que viven según el espíritu, desean lo que es espiritual. 6 Ahora bien, los deseos de la carne conducen a la muerte, pero los deseos del espíritu conducen a la vida y a la paz, 7porque los deseos de la carne se oponen a Dios, ya que no se someten a su Ley, ni pueden hacerlo. 8 Por eso, los que viven de acuerdo con la carne no pueden agradar a Dios.
9
 Pero ustedes no están animados por la carne sino por el espíritu, dado que el Espíritu de Dios habita en ustedes. El que no tiene el Espíritu de Cristo no puede ser de Cristo.10 Pero si Cristo vive en ustedes, aunque el cuerpo esté sometido a la muerte a causa del pecado, el espíritu vive a causa de la justicia. 11 Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús habita en ustedes, el que resucitó a Cristo Jesús también dará vida a sus cuerpos mortales, por medio del mismo Espíritu que habita en ustedes.
12
 Hermanos, nosotros no somos deudores de la carne, para vivir de una manera carnal. 13 Si ustedes viven según la carne, morirán. Al contrario, si hacen morir las obras de la carne por medio del Espíritu, entonces vivirán.

La filiación divina

14 Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. 15 Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios ¡Abba!, es decir, ¡Padre! 16 El mismo Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. 17 Y si somos hijos, también somos herederos, herederos de Dios y coherederos de Cristo, porque sufrimos con él para ser glorificados con él.

La esperanza de la creación

18 Yo considero que los sufrimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria futura que se revelará en nosotros. 19 En efecto, toda la creación espera ansiosamente esta revelación de los hijos de Dios. 20 Ella quedó sujeta a la vanidad, no voluntariamente, sino por causa de quien la sometió, pero conservando una esperanza.21 Porque también la creación será liberada de la esclavitud de la corrupción para participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios. 22 Sabemos que la creación entera, hasta el presente, gime y sufre dolores de parto. 23 Y no sólo ella: también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente anhelando que se realice la plena filiación adoptiva, la redención de nuestro cuerpo. 24 Porque solamente en esperanza estamos salvados. Ahora bien, cuando se ve lo que se espera, ya no se espera más: ¿acaso se puede esperar lo que se ve? 25 En cambio, si esperamos lo que no vemos, lo esperamos con constancia.

La oración del Espíritu

26 Igualmente, el mismo Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad porque no sabemos orar como es debido; pero el Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables. 27 Y el que sondea los corazones conoce el deseo del Espíritu y sabe que su intercesión en favor de los santos está de acuerdo con la voluntad divina.

El plan de salvación

28 Sabemos, además, que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman, de aquellos que él llamó según su designio. 29 En efecto, a los que Dios conoció de antemano, los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que él fuera el Primogénito entre muchos hermanos; 30 y a los que predestinó, también los llamó; y a los que llamó, también los justificó; y a los que justificó, también los glorificó.

Himno del amor de Dios

31 ¿Qué diremos después de todo esto? Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? 32 El que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿no nos concederá con él toda clase de favores? 33 ¿Quién podrá acusar a los elegidos de Dios? Dios es el que justifica. 34 ¿Quién se atreverá a condenarlos? ¿Será acaso Jesucristo, el que murió, más aún, el que resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros?
35
 ¿Quién podrá entonces separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada? 36 Como dice la Escritura: Por tu causa somos entregados continuamente a la muerte; se nos considera como a ovejas destinadas al matadero37 Pero en todo esto obtenemos una amplia victoria, gracias a aquel que nos amó.
38
 Porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, 39 ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor.

ISRAEL EN EL PLAN DE DIOS


Los privilegios de Israel
9 1 Digo la verdad en Cristo, no miento, y mi conciencia me lo atestigua en el Espíritu Santo. 2 Siento una gran tristeza y un dolor constante en mi corazón. 3 Yo mismo desearía ser maldito, separado de Cristo, en favor de mis hermanos, los de mi propia raza. 4 Ellos son israelitas: a ellos pertenecen la adopción filial, la gloria, las alianzas, la legislación, el culto y las promesas. 5 A ellos pertenecen también los patriarcas, y de ellos desciende Cristo según su condición humana, el cual está por encima de todo, Dios bendito eternamente. Amén.

La fidelidad de Dios a sus promesas

6 No es cierto que la palabra de Dios haya caído en el vacío. Porque no todos los que descienden de Israel son realmente israelitas. 7 Como tampoco todos los descendientes de Abraham son hijos suyos, sino que como dice la Escritura: De Isaac nacerá tu descendencia. 8 Esto quiere decir que los hijos de Dios no son los que han nacido de la carne, y que la verdadera descendencia son los hijos de la promesa. 9 Porque así dice la promesa: Para esta misma fecha volveré, y entonces Sara tendrá un hijo. 10 Y esto no es todo: está también el caso de Rebeca que concibió dos hijos de un solo hombre, Isaac, nuestro padre. 11 Antes que nacieran los niños, antes que pudieran hacer el bien o el mal –para que resaltara la libertad de la elección divina, 12 que no depende de las obras del hombre, sino de aquel que llama– Dios le dijo a Rebeca: El mayor servirá al menor13 según lo que dice la Escritura: Preferí a Jacob, en lugar de Esaú.

La libertad de la elección divina

14 ¿Diremos por eso que Dios es injusto? ¡De ninguna manera! 15 Porque él dijo a Moisés: Seré misericordioso con el que yo quiera, y me compadeceré del que quiera compadecerme. 16 En consecuencia, todo depende no del querer o del esfuerzo del hombre, sino de la misericordia de Dios. 17 Porque la Escritura dice al Faraón:Precisamente para eso te he exaltado, para que en ti se manifieste mi poder y para que mi Nombre sea celebrado en toda la tierra18 De manera que Dios tiene misericordia del que él quiere y endurece al que él quiere.
19
 Tú me podrás objetar: Entonces, ¿qué puede reprocharnos Dios? ¿Acaso alguien puede resistir a su voluntad? 20 Pero tú, ¿quién eres para discutir con Dios? ¿Puede el objeto modelado decir al que lo modela: Por qué me haces así? 21 ¿No es el alfarero dueño de su arcilla, para hacer de un mismo material una vasija fina o una ordinaria? 22 ¿Qué podemos reprochar a Dios, si queriendo manifestar su ira y dar a conocer su poder, soportó con gran paciencia a quienes atrajeron su ira y merecieron la perdición? 23  Y si él quiso manifestar la riqueza de su gloria en los que recibieron su misericordia, en los que él predestinó para la gloria, 24 en nosotros, que fuimos llamados por él, no sólo de entre los judíos, sino también de entre los paganos, ¿qué podemos reprocharle?

La infidelidad de Israel y el llamado a los paganos

25 Esto es lo que dice Dios por medio de Oseas: Al que no era mi pueblo, lo llamaré «Mi pueblo», y a la que no era mi amada la llamaré «Mi amada». 26 Y en el mismo lugar donde se les dijo: «Ustedes no son mi pueblo», allí mismo serán llamados «Hijos del Dios viviente».27 A su vez, Isaías proclama acerca de Israel: Aunque los israelitas fueran tan numerosos como la arena del mar, sólo un resto se salvará, 28 porque el Señor cumplirá plenamente y sin tardanza su palabra sobre la tierra. 29 Y como había anticipado el profeta Isaías: Si el Señor del universo no nos hubiera dejado un germen, habríamos llegado a ser como Sodoma, seríamos semejantes a Gomorra.
30
 ¿Qué conclusión sacaremos de todo esto? Que los paganos que no buscaban la justicia, alcanzaron la justicia, la que proviene de la fe; 31 mientras que Israel, que buscaba una ley de justicia, no llegó a cumplir esa ley. 32 ¿Por qué razón? Porque no recurrieron a la fe sino a las obras. De este modo chocaron contra la piedra de tropiezo,33 como dice la Escritura: Yo pongo en Sión una piedra de tropiezo y una roca que hace caer, pero el que cree en él, no quedará confundido.

Israel y la justicia de Dios

Romanos (BPD) 10

10 1 Hermanos, mi mayor deseo y lo que pido en mi oración a Dios es que ellos se salven. 2 Yo atestiguo en favor de ellos que tienen celo por Dios, pero un celo mal entendido. 3 Porque desconociendo la justicia de Dios y tratando de afirmar la suya propia, rehusaron someterse a la justicia de Dios, 4 ya que el término de la Ley es Cristo, para justificación de todo el que cree.
5
 Moisés, en efecto, escribe acerca de la justicia que proviene de la Ley: El hombre que la practique vivirá por ella. 6 En cambio, la justicia que proviene de la fe habla así: No digasen tu corazón: ¿Quién subirá al cielo?, esto es, para hacer descender a Cristo. 7 O bien:¿Quién descenderá al Abismo?, esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos. 8¿Pero qué es lo que dice la justicia?: La palabra está cerca de ti, en tu boca y en tu corazón, es decir, la palabra de la fe que nosotros predicamos. 9 Porque si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvado. 10 Con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con la boca se confiesa para obtener la salvación. 11 Así lo afirma la Escritura: El que cree en él, no quedará confundido12 Porque no hay distinción entre judíos y los que no lo son: todos tienen el mismo Señor, que colma de bienes a quienes lo invocan. 13 Ya que todo el que invoque el nombre del Señor se salvará.

El misterio de la incredulidad de Israel

14 Pero, ¿cómo invocarlo sin creer en él? ¿Y cómo creer, sin haber oído hablar de él? ¿Y cómo oír hablar de él, si nadie lo predica? 15 ¿Y quiénes predicarán, si no se los envía? Como dice la Escritura: ¡Qué hermosos son los pasos de los que anuncian buenas noticias!16 Pero no todos aceptan la Buena Noticia. Así lo dice Isaías: Señor, ¿quién creyó en nuestra predicación? 17 La fe, por lo tanto, nace de la predicación y la predicación se realiza en virtud de la Palabra de Cristo.
18
 Yo me pregunto: ¿Acaso no la han oído? Sí, por supuesto: Por toda la tierra se extiende su voz y sus palabras llegan hasta los confines del mundo. 19 Pero vuelvo a preguntarme: ¿Es posible que Israel no haya comprendido? Ya lo dijo Moisés: Yo los pondré celosos con algo que no es un pueblo, los irritaré con una nación insensata. 20 E Isaías se atreve a decir: Me encontraron los que no me buscaban y me manifesté a aquellos que no preguntaban por mí. 21 De Israel, en cambio, afirma: Durante todo el día tendí mis manos a un pueblo infiel y rebelde.

El resto de Israel

11 1 Entonces me pregunto: ¿Dios habrá rechazado a su Pueblo? ¡Nada de eso! Yo mismo soy israelita, descendiente de Abraham y miembro de la tribu de Benjamín. 2 Dios no ha rechazado a su Pueblo, al que eligió de antemano. ¿Ustedes no saben acaso lo que dice la Escritura en la historia de Elías? Él se quejó de Israel delante de Dios, diciendo: 3Señor, han matado a tus profetas, destruyeron tus altares; he quedado yo solo y tratan de quitarme la vida. 4 ¿Y qué le respondió el oráculo divino?: Me he reservado siete mil hombres que no doblaron su rodilla ante Baal. 5 Así, en el tiempo presente, hay también un resto elegido gratuitamente. 6 Y si es por gracia, no es por las obras; de lo contrario, la gracia no sería gracia.
7
 ¿Qué conclusión sacaremos de esto? Que Israel no alcanzó lo que buscaba, sino que lo consiguieron los elegidos; en cuanto a los demás, se endurecieron, 8 según la palabra de la Escritura: Dios los insensibilizó, para que sus ojos no vean y sus oídos no escuchen hasta el día de hoy. 9 Y David añade: Que su mesa se convierta en una trampa y en un lazo, en ocasión de caída y en justo castigo. 10 Que se nublen sus ojos para que no puedan ver, y doblégales la espalda para siempre.

La esperanza en la salvación de Israel

11 Yo me pregunto entonces: ¿El tropiezo de Israel significará su caída definitiva? De ninguna manera. Por el contrario, a raíz de su caída, la salvación llegó a los paganos, a fin de provocar los celos de Israel. 12 Ahora bien, si su caída enriqueció al mundo y su disminución a los paganos, ¿qué no conseguirá su conversión total? 13 A ustedes, que son de origen pagano, les aseguro que en mi condición de Apóstol de los paganos, hago honor a mi ministerio 14 provocando los celos de mis hermanos de raza, con la esperanza de salvar a algunos de ellos. 15 Porque si la exclusión de Israel trajo consigo la reconciliación del mundo, su reintegración, ¿no será un retorno a la vida?

El Pueblo de Dios y los paganos

16 Si las primicias son santas, también lo es toda la masa; si la raíz es santa, también lo son las ramas. 17 Si algunas de las ramas fueron cortadas, y tú, que eres un olivo silvestre, fuiste injertado en lugar de ellas, haciéndote partícipe de la raíz y de la savia del olivo, 18 no te enorgullezcas frente a las ramas. Y si lo haces, recuerda que no eres tú quien mantiene a la raíz, sino la raíz a ti. 19 Me dirás: Estas ramas han sido cortadas para que yo fuera injertado. 20 De acuerdo, pero ellas fueron cortadas por su falta de fe; tú, en cambio, estás firme gracias a la fe. No te enorgullezcas por eso; más bien, teme. 21 Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, tampoco te perdonará a ti.22 Considera tanto la bondad cuanto la severidad de Dios: él es severo para con los que cayeron y es bueno contigo, siempre y cuando seas fiel a su bondad; de lo contrario, también tú serás arrancado. 23 Y si ellos no persisten en su incredulidad, también serán injertados, porque Dios es suficientemente poderoso para injertarlos de nuevo. 24 En efecto, si tú fuiste cortado de un olivo silvestre, al que pertenecías naturalmente, y fuiste injertado contra tu condición natural en el olivo bueno, ¡cuánto más ellos podrán ser injertados en su propio olivo, al que pertenecen por naturaleza!

La salvación final de Israel

25 Hermanos, no quiero que ignoren este misterio, a fin de que no presuman de ustedes mismos: el endurecimiento de una parte de Israel durará hasta que haya entrado la totalidad de los paganos. 26 Y entonces todo Israel será salvado, según lo que dice la Escritura: De Sión vendrá el Libertador. Él apartará la impiedad de Jacob. 27 Y esta será mi alianza con ellos, cuando los purifique de sus pecados.
28
 Ahora bien, en lo que se refiere a la Buena Noticia, ellos son enemigos de Dios, a causa de ustedes; pero desde el punto de vista de la elección divina, son amados en atención a sus padres. 29 Porque los dones y el llamado de Dios son irrevocables.
30
 En efecto, ustedes antes desobedecieron a Dios, pero ahora, a causa de la desobediencia de ellos, han alcanzado misericordia. 31 De la misma manera, ahora que ustedes han alcanzado misericordia, ellos se niegan a obedecer a Dios. Pero esto es para que ellos también alcancen misericordia. 32 Porque Dios sometió a todos a la desobediencia, para tener misericordia de todos.

La insondable sabiduría de Dios

33 ¡Qué profunda y llena de riqueza es la sabiduría y la ciencia de Dios! ¡Qué insondables son sus designios y qué incomprensibles sus caminos! 34 ¿Quién penetró en el pensamiento del Señor? ¿Quién fue su consejero? 35 ¿Quién le dio algo, para que tenga derecho a ser retribuido? 36 Porque todo viene de él, ha sido hecho por él, y es para él. ¡A él sea la gloria eternamente! Amén.

LAS EXIGENCIAS PRÁCTICAS DE LA FE


El culto espiritual

12 1 Por lo tanto, hermanos, yo los exhorto por la misericordia de Dios a ofrecerse ustedes mismos como una víctima viva, santa y agradable a Dios: este es el culto espiritual que deben ofrecer. 2 No tomen como modelo a este mundo. Por el contrario, transfórmense interiormente renovando su mentalidad, a fin de que puedan discernir cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto.

Los carismas al servicio de la comunidad

3 En virtud de la gracia que me fue dada, le digo a cada uno de ustedes: no se estimen más de lo que conviene; pero tengan por ustedes una estima razonable, según la medida de la fe que Dios repartió a cada uno. 4 Porque así como en un solo cuerpo tenemos muchos miembros con diversas funciones, 5 también todos nosotros formamos un solo Cuerpo en Cristo, y en lo que respecta a cada uno, somos miembros los unos de los otros. 6 Conforme a la gracia que Dios nos ha dado, todos tenemos aptitudes diferentes. El que tiene el don de la profecía, que lo ejerza según la medida de la fe. 7 El que tiene el don del ministerio, que sirva. El que tiene el don de enseñar, que enseñe. 8El que tiene el don de exhortación, que exhorte. El que comparte sus bienes, que dé con sencillez. El que preside la comunidad, que lo haga con solicitud. El que practica misericordia, que lo haga con alegría.

El amor fraterno

9 Amen con sinceridad. Tengan horror al mal y pasión por el bien. 10 Ámense cordialmente con amor fraterno, estimando a los otros como más dignos. 11 Con solicitud incansable y fervor de espíritu, sirvan al Señor. 12 Alégrense en la esperanza, sean pacientes en la tribulación y perseverantes en la oración. 13 Consideren como propias las necesidades de los santos y practiquen generosamente la hospitalidad.

El amor a los enemigos

14 Bendigan a los que los persiguen, bendigan y no maldigan nunca. 15 Alégrense con los que están alegres, y lloren con los que lloran. 16 Vivan en armonía unos con otros, no quieran sobresalir, pónganse a la altura de los más humildes. No presuman de sabios.17 No devuelvan a nadie mal por mal. Procuren hacer el bien delante de todos los hombres.18 En cuanto dependa de ustedes, traten de vivir en paz con todos. 19 Queridos míos, no hagan justicia por sus propias manos, antes bien, den lugar a la ira de Dios. Porque está escrito: Yo castigaré. Yo daré la retribución, dice el Señor. 20 Y en otra parte está escrito: Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber. Haciendo esto, amontonarás carbones encendidos sobre su cabeza21 No te dejes vencer por el mal. Por el contrario, vence al mal, haciendo el bien.

El respeto a las autoridades

13 1 Todos deben someterse a las autoridades constituidas, porque no hay autoridad que no provenga de Dios y las que existen han sido establecidas por él. 2 En consecuencia, el que resiste a la autoridad se opone al orden establecido por Dios, atrayendo sobre sí la condenación. 3 Los que hacen el bien no tienen nada que temer de los gobernantes, pero sí los que obran mal. Si no quieres sentir temor de la autoridad, obra bien y recibirás su elogio. 4 Porque la autoridad es un instrumento de Dios para tu bien. Pero teme si haces el mal, porque ella no ejerce en vano su poder, sino que está al servicio de Dios para hacer justicia y castigar al que obra mal. 5 Por eso es necesario someterse a la autoridad, no sólo por temor al castigo sino por deber de conciencia. 6 Y por eso también, ustedes deben pagar los impuestos: los gobernantes, en efecto, son funcionarios al servicio de Dios encargados de cumplir este oficio. 7 Den a cada uno lo que le corresponde: al que se debe impuesto, impuesto; al que se debe contribución, contribución; al que se debe respeto, respeto; y honor, a quien le es debido.

El amor, resumen de la Ley

8 Que la única deuda con los demás sea la del amor mutuo: el que ama al prójimo ya cumplió toda la Ley. 9 Porque los mandamientos: No cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no codiciarás, y cualquier otro, se resumen en este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. 10 El amor no hace mal al prójimo. Por lo tanto, el amor es la plenitud de la Ley.

Las obras de los hijos de la luz

11 Ustedes saben en qué tiempo vivimos y que ya es hora de despertarse, porque la salvación está ahora más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe. 12 La noche está muy avanzada y se acerca el día. Abandonemos las obras propias de la noche y vistámonos con la armadura de la luz. 13 Como en pleno día, procedamos dignamente: basta de excesos en la comida y en la bebida, basta de lujuria y libertinaje, no más peleas ni envidias. 14 Por el contrario, revístanse del Señor Jesucristo, y no se preocupen por satisfacer los deseos de la carne.

La comprensión hacia los débiles en la fe

14 1 Sean comprensivos con el que es débil en la fe, sin entrar en discusiones. 2Mientras algunos creen que les está permitido comer de todo, los débiles sólo comen verduras. 3 Aquel que come de todo no debe despreciar al que se abstiene, y este a su vez, no debe criticar al que come de todo, porque Dios ha recibido también a este. 4¿Quién eres tú para criticar al servidor de otro? Si él se mantiene firme o cae, es cosa que incumbe a su dueño, pero se mantendrá firme porque el Señor es poderoso para sostenerlo. 5 Unos tienen preferencia por algunos días, mientras que para otros, todos los días son iguales. Que cada uno se atenga a su propio juicio. 6 El que distingue un día de otro lo hace en honor del Señor; y el que come, también lo hace en honor del Señor, puesto que da gracias a Dios; del mismo modo, el que se abstiene lo hace en honor del Señor, y también da gracias a Dios.

La conciencia y el Juicio de Dios

7 Ninguno de nosotros vive para sí, ni tampoco muere para sí. 8 Si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, morimos para el Señor: tanto en la vida como en la muerte, pertenecemos al Señor. 9 Porque Cristo murió y volvió a la vida para ser Señor de los vivos y de los muertos. 10 Entonces, ¿con qué derecho juzgas a tu hermano? ¿Por qué lo desprecias? Todos, en efecto, tendremos que comparecer ante el tribunal de Dios, 11porque está escrito: Juro que toda rodilla se doblará ante mí y toda lengua dará gloria a Dios, dice el Señor. 12 Por lo tanto, cada uno de nosotros tendrá que rendir cuenta de sí mismo a Dios.
13
 Dejemos entonces de juzgarnos mutuamente; traten más bien de no poner delante de su hermano nada que lo haga tropezar o caer. 14 Estoy plenamente convencido en el Señor Jesús de que nada es impuro por sí mismo; pero si alguien estima que una cosa es impura, para él sí es impura. 15 Si por un alimento, afliges a tu hermano, ya no obras de acuerdo con el amor. ¡No permitas que por una cuestión de alimentos se pierda aquel por quien murió Cristo!

La verdadera libertad cristiana

16 No expongan a la maledicencia el buen uso de su libertad. 17 Después de todo, el Reino de Dios no es cuestión de comida o de bebida, sino de justicia, de paz y de gozo en el Espíritu Santo. 18 El que sirve a Cristo de esta manera es agradable a Dios y goza de la aprobación de los hombres. 19 Busquemos, por lo tanto, lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación. 20 No arruines la obra de Dios por un alimento. En realidad, todo es puro, pero se hace malo para el que come provocando escándalo. 21 Lo mejor es no comer carne ni beber vino ni hacer nada que pueda escandalizar a tu hermano.
22
 Guarda para ti, delante de Dios, lo que te dicta tu propia convicción. ¡Feliz el que no tiene nada que reprocharse por aquello que elige! 23 Pero el que come a pesar de sus dudas, es culpable porque obra de mala fe. Y todo lo que no se hace de buena fe es pecado.

La mutua tolerancia a ejemplo de Cristo

15 1 Nosotros, los que somos fuertes, debemos sobrellevar las flaquezas de los débiles y no complacernos a nosotros mismos. 2 Que cada uno trate de agradar a su prójimo para el bien y la edificación común. 3 Porque tampoco Cristo buscó su propia complacencia, como dice la Escritura: Cayeron sobre mí los ultrajes de los que te agravian.4 Ahora bien, todo lo que ha sido escrito en el pasado, ha sido escrito para nuestra instrucción, a fin de que por la constancia y el consuelo que dan las Escrituras, mantengamos la esperanza. 5 Que el Dios de la constancia y del consuelo les conceda tener los mismos sentimientos unos hacia otros, a ejemplo de Cristo Jesús, 6 para que con un solo corazón y una sola voz, glorifiquen a Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo.

La fidelidad y la misericordia de Dios

7 Sean mutuamente acogedores, como Cristo los acogió a ustedes para la gloria de Dios. 8 Porque les aseguro que Cristo se hizo servidor de los judíos para confirmar la fidelidad de Dios, cumpliendo las promesas que él había hecho a nuestros padres, 9 y para que los paganos glorifiquen a Dios por su misericordia. Así lo enseña la Escritura cuando dice: Yo te alabaré en medio de las naciones, Señor, y cantaré en honor de tu Nombre. 10 Y en otra parte dice: ¡Pueblos extranjeros, alégrense con el Pueblo de Dios! 11Y también afirma: ¡Alaben al Señor todas las naciones; glorifíquenlo todos los pueblos! 12 Y el profeta Isaías dice a su vez: Aparecerá el brote de Jesé, el que se alzará para gobernar las naciones paganas: y todos los pueblos pondrán en él su esperanza.
13
 Que el Dios de la esperanza los llene de alegría y de paz en la fe, para que la esperanza sobreabunde en ustedes por obra del Espíritu Santo.

EPÍLOGO


El ministerio de Pablo entre los paganos

14 Por mi parte, hermanos, estoy convencido de que ustedes están llenos de buenas disposiciones y colmados del don de la ciencia, y también de que son capaces de aconsejarse mutuamente. 15 Sin embargo, les he escrito, en algunos pasajes con una cierta audacia, para recordarles lo que ya saben, correspondiendo así a la gracia que Dios me ha dado: 16 la de ser ministro de Jesucristo entre los paganos, ejerciendo el oficio sagrado de anunciar la Buena Noticia de Dios, a fin de que los paganos lleguen a ser una ofrenda agradable a Dios, santificada por el Espíritu Santo.
17
 ¡Yo tengo de qué gloriarme en Cristo Jesús, en lo que se refiere al servicio de Dios!18 Porque no me atrevería a hablar sino de aquello que hizo Cristo por mi intermedio, para conducir a los paganos a la obediencia, mediante la palabra y la acción, 19 por el poder de signos y prodigios y por la fuerza del Espíritu de Dios. Desde Jerusalén y sus alrededores hasta Iliria, he llevado a su pleno cumplimiento la Buena Noticia de Cristo,20 haciendo cuestión de honor no predicar la Buena Noticia allí donde el nombre de Cristo ya había sido invocado, para no edificar sobre un fundamento puesto por otros.21 Así dice la Escritura: Lo verán aquellos a los que no se les había anunciado y comprenderán aquellos que no habían oído hablar de él.

Proyectos de viaje de Pablo

22 Por eso en todo este tiempo no he podido ir a verlos. 23 Pero como ya he terminado mi trabajo en esas regiones y desde hace varios años tengo un gran deseo de visitarlos, 24 espero verlos de paso cuando vaya a España, y que me ayuden a proseguir mi viaje a ese país, una vez que haya disfrutado, aunque sea un poco, de la compañía de ustedes. 25 Pero ahora, voy a Jerusalén para llevar una ayuda a los santos de allí. 26 Porque Macedonia y Acaya resolvieron hacer una colecta en favor de los santos de Jerusalén que están necesitados. 27 Lo hicieron espontáneamente, aunque en realidad, estaban en deuda con ellos. Porque si los paganos participaron de sus bienes espirituales, deben a su vez retribuirles con bienes materiales. 28 Y una vez que haya terminado esa misión y entregado oficialmente la ofrenda recogida, iré a España, pasando por allí. 29 Y estoy seguro de que llegaré hasta ustedes con la plenitud de las bendiciones de Cristo.
30
 Les ruego, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu Santo, que luchen junto conmigo, intercediendo ante Dios por mí, 31 a fin de que, en Judea, no caiga en manos de los incrédulos, y los santos de Jerusalén reciban con agrado la ofrenda que les llevo. 32 Así tendré la alegría de ir a verlos, y si Dios quiere, podré descansar un poco entre ustedes.
33
 Que el Dios de la paz esté con todos ustedes. Amén.

APÉNDICE


Saludos
16 1 Les recomiendo a nuestra hermana Febe, diaconisa de la Iglesia de Cencreas, 2para que la reciban en el Señor, como corresponde a los santos, ayudándola en todo lo que necesite de ustedes: ella ha protegido a muchos hermanos y también a mí.
3
 Saluden a Prisca y a Aquila, mis colaboradores en Cristo Jesús. 4 Ellos arriesgaron su vida para salvarme, y no sólo yo, sino también todas las Iglesias de origen pagano, tienen con ellos una deuda de gratitud. 5 Saluden, igualmente, a la Iglesia que se reúne en su casa.
No se olviden de saludar a mi amigo Epéneto, el primero que se convirtió a Cristo en Asia Menor. 6
 Saluden a María, que tanto ha trabajado por ustedes; 7 a Andrónico y a Junia, mis parientes y compañeros de cárcel, que son apóstoles insignes y creyeron en Cristo antes que yo. 8 Saluden a Ampliato, mi amigo querido en el Señor; 9 a Urbano, nuestro colaborador en Cristo, y también a Estaquis, mi querido amigo. 10 Saluden a Apeles, que ha dado pruebas de fidelidad a Cristo, y también a los de la familia de Aristóbulo. 11 Saluden a mi pariente Herodión, y a los de la familia de Narciso que creen en Cristo.
12
 Saluden a Trifena y a Trifosa, que tanto se esfuerzan por el Señor; a la querida Persis, que también ha trabajado mucho por el Señor. 13 Saluden a Rufo, el elegido del Señor, y a su madre, que lo es también mía; 14 a Asíncrito, a Flegonte, a Hermes, a Patrobas, a Hermas y a los hermanos que están con ellos. 15 Saluden a Filólogo y a Julia, a Nereo y a su hermana, así como también a Olimpia, y a todos los santos que viven con ellos. 16 Salúdense mutuamente con el beso de paz. Todas las Iglesias de Cristo les envían saludos.

Recomendaciones finales

17 Les ruego, hermanos, que se cuiden de los que provocan disensiones y escándalos, contrariamente a la enseñanza que ustedes han recibido. Eviten su trato, 18 porque ellos no sirven a nuestro Señor Jesucristo, sino a su propio interés, seduciendo a los simples con palabras suaves y aduladoras. 19 En todas partes se conoce la obediencia de ustedes, y esto me alegra; pero quiero que sean hábiles para el bien y sencillos para el mal. 20 El Dios de la paz aplastará muy pronto a Satanás, dándoles la victoria sobre él. La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con ustedes.
21
 Timoteo, mi colaborador, les envía saludos, así como también mis parientes Lucio, Jasón y Sosípatro. 22 Yo, Tercio, que he servido de amanuense, los saludo en el Señor.23 También los saluda Gayo, que me brinda hospedaje a mí y a toda la Iglesia. Finalmente, les envían saludos Erasto, el tesorero de la ciudad y nuestro hermano Cuarto. 24 .

Doxología final

25 ¡Gloria a Dios,
que tiene el poder de afianzarlos,
según la Buena Noticia que yo anuncio,
proclamando a Jesucristo,
y revelando un misterio que fue
guardado en secreto desde la eternidad
26
 y que ahora se ha manifestado!
Este es el misterio
que, por medio de los escritos proféticos
y según el designio del Dios eterno,
fue dado a conocer a todas las naciones
para llevarlas a la obediencia de la fe.
27
 ¡A Dios, el único sabio,
por Jesucristo,
sea la gloria eternamente! Amén.