La exigencia que el Estado promueva la familia
Prof.
Julian Porteous, Sydney
Aquí en Australia, en varios juicios recientes ante tribunales
federales, los jueces han dictaminado que el hecho de limitar la inseminación
artificial y la fertilización in vitro a las parejas casadas o aun las
parejas homosexuales estables ("casadas de facto"), es discriminatorio, lo cula
implica que se considera discriminatorio conceder a las parejas casadas
cualquier reconocimiento legal o ventajas que no se concedan también a otros
tipos de uniones. Los adultos pueden tener un "derecho a tener niños" legal o,
por lo menos, a recurrir a tecnologías procreativas, aunque los niños no tengan
"derecho a un padre".
¿Qué podemos esperar del Estado? Santo Tomás de Aquino pensaba
que el gobierno era una vocación por la que algunos recibían los medios y la
autoridad para dirigir su comunidad para que todos tuvieran seguridad y fueran
sanos y virtuosos. Nuestros gobernantes tendrían que desafiarnos, incitarnos,
censurarnos y recompensarnos para que vivamos en paz y armonía, florezcamos
según la dignidad humana y nos encaminemos a ser santos como Dios quiere que lo
seamos. Su autoridad está limitada, entre otras cosas, por su deber de reconocer
que las personas y las familias, como células básicas de la sociedad y razón de
ser de su existencia, tienen una prioridad moral y que la ley natural (de la que
son elementos fundamentales el matrimonio y la familia) debe motivar todas las
leyes y la política.
¿Pueden hoy asumir los gobiernos ese papel? En distintos
documentos, que abarcan Gaudium et spes, del Vaticano II, las numerosas
encíclicas papales, los documentos de Juan Pablo II, como Familiaris
consortio y Evangelium vitae, la Carta de los derechos de la
familia de la Santa Sede y los documentos de la Congregación de la Doctrina
de la Fe, como Donum vitae, la Nota doctrinal sobre la participación
política de los católicos y las recientes Consideraciones sobre el
reconocimiento legal de las uniones homosexuales, la Iglesia ha desarrollado
una enseñanza sobre el papel del Estado a favor del matrimonio y la familia.
La Iglesia está convencida de que:
la comunidad política y la autoridad pública se fundan en la
naturaleza humana y el orden divino y están ordenadas al bien común;
el poder político debe ser ejercido siempre dentro de esos
límites;
el bienestar de los individuos y las sociedades está
vinculado íntimamente a la salud de los matrimonios y las familias;
el Estado debería reconocer, proteger y favorecer el
matrimonio verdadero y la vida familiar;
el Estado debería apoyar una cultura y una moral pública que
promuevan dicha vida familiar;
las leyes del Estado deberían apoyar la unidad y continuidad
de los matrimonios y las familias, no su destrucción;
el Estado tendría que promover las actividades legítimas y
constructivas por parte de las familias y a favor de ellas, y no obstaculizar su
desarrollo;
el Estado debería reconocer derechos auténticos como: el
derecho de las parejas casadas a la intimidad debida a su condición y necesaria
para procrear y educar responsablemente a sus hijos en el seno de la familia; el
derecho de los niños de tener relaciones sanas con sus padres y recibir
protección si éstas son imposibles; el derecho de las familias a las
oportunidades económicas y culturales necesarias para el florecimiento de la
familia, como la libertad de asociación y confesión religiosa, una vivienda
adecuada y la seguridad física, social, política y económica;
el Estado no debería reconocer derechos falsos como el
derecho al matrimonio de personas del mismo sexo, al reconocimiento legal de las
relaciones no conyugales como si se tratara de matrimonios o a tener hijos
creados artificialmente.
La Iglesia apela a la autoridad de los gobiernos para que
reconozcan que la promoción de la familia tiene importancia decisiva para la
salud y el bienestar futuros de la sociedad en su conjunto.
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