ESPERANZA Y SANACION PARA LA MUJER QUE HA ABORTADO
Ayuda pastoral a la mujer que ha tenido un aborto
Ayuda pastoral a la mujer que ha tenido un aborto
Hablo desde mi propia experiencia como sacerdote. En treinta y
siete años de ministerio son muchas las mujeres - y también muchos de sus
cómplices - las que han venido a buscar mi ayuda, a confesarse y a pedirme la
absolución de sus pecados de aborto. Durante casi todo mi ministerio sacerdotal
he tenido la delegación episcopal para absolver de este pecado, reservado por el
Derecho Canónico. Y creo que he observado cuidadosamente las orientaciones que
me da la Iglesia para ejercer el ministerio en este campo particularmente
difícil.
Pero sólo fue hace algún tiempo cuando descubrí que tenía que
hacer más. Y no sabía cómo hacerlo. No tenía muchos recursos para desempeñarme,
carecía de los conocimientos y de las claves. Pero comencé a aprender. Algo he
aprendido y continúo aprendiendo. Porque en este terreno todos somos
aprendices.
Fue precisamente cuando un día llegó a mi oficina una joven, a
quien llamaré Lucía, conocida por mi amistad con su familia, y a quien
consideraba y trataba como amiga. Me preguntó que si podía y quería dedicarle un
buen rato, porque quería hablar conmigo algo muy personal. Le dije que sí, que
la escuchaba. Se produjo un silencio, para mí largo e incómodo. E inesperado.
Porque ella era muy extrovertida y me trataba con mucha confianza. Por la
expresión de su rostro me di cuenta que las palabras no salían de su garganta.
Que tenía como un nudo que no lograba soltar. Después de unos interminables
minutos me preguntó si me imaginaba de qué me iba a hablar. Yo le dije que me
imaginaba que se trataba de su noviazgo y sus cuitas amorosas, como en otras
oportunidades. Ella me dijo que no era de eso y que llevaba tres años esperando
este momento. Pero que no lograba decidirse a hacerlo y que hoy era el día.
Hacía cinco años ella había quedado embarazada como resultado
de una aventura con un joven que yo conocía. Al darse cuenta de su estado, le
hizo saber a él que estaba esperando. De inmediato su novio le dijo que quién
sabe de quién sería ese hijo, porque de él no era, que lo mejor era que
abortara. Que él no podía asumir responsabilidades con ella. Lucía tenía pánico
de enterar a sus padres, por la severidad de su papá y la frágil salud emocional
de su mamá. Se sentía sola y vivía en el silencio su tragedia. Sintió hasta
deseos de no seguir viviendo. Se atrevió a comentarle el asunto a una tía suya.
Y ella de inmediato la convenció de que abortara.
Por ese tiempo Lucía tenía 24 años y había abandonado toda
práctica religiosa. Era respetuosa con la orientación espiritual de los suyos.
Pero ella misma había borrado a Dios de su vida.
En el momento de realizarse el aborto Lucía estaba convencida
de que había tomado una decisión correcta, más aún, pensaba que no tenía ninguna
otra opción. Y durante mucho tiempo no hizo otra cosa que repetirse a sí misma
que no tenía por qué preocuparse, que no se trataba de una vida humana, que era
sólo un puñado de células, casi como un quiste, lo que le habían extraído de la
matriz.
Pero, sin embargo, los días siguientes al aborto no se acabaron
las pesadillas. En medio de su sueño perturbado oía niños que lloraban, se
miraba a sí misma como un criminal que no merecía respeto ni merecía vivir. En
sus largas y dolorosas vigilias se decía a sí misma que esto no podría haberle
pasado a ella, que no era más que una horrible pesadilla. Pero al salir el sol
la luz no disipaba los horrores de su espíritu. Estaba al borde de la
desesperación. Y todo esto lo sufría sola.
Se volvió a Dios, pero siempre tenía miedo de que El no la
perdonara. Acudió al sacramento de la penitencia y confesó su pecado. Estaba
arrepentida. El sacerdote que la escuchó en confesión le aseguró que el perdón
que la Iglesia le otorgaba por su ministerio era el perdón que Dios le ofrecía.
Muchas veces más siguió confesando su pecado, pero no llegaba la paz a su alma.
Su alma estaba herida.
Sin que nadie se enterara, acudió a varios sicólogos clínicos
que trataron de ayudarle a elaborar su duelo. Pero el recurso que estos
profesionales le aplicaron era como una especie de anestesia cuyo efecto duraba
poco o ni siquiera obraba. Tenía una gran herida en el alma y no había
encontrado algo que la sanara. Hacía lo posible por mantener compostura frente a
los suyos y frente a sus amistades. Pero se había tornado distante y
melancólica. Su madre pensaba que todo esto se debía a que no había sido
afortunada en el amor.
Lucía estaba perdonada por Dios. Y por años había venido
expiando su pecado. Ella lo sabía. Era una idea clara en su cerebro, pero no era
una convicción que hubiera entrado en su corazón.
Ese día vi claro que Lucía la pecadora era también otra víctima
del aborto. A veces olvidamos eso y descargamos sobre la mujer todo el peso de
la responsabilidad de este horrible crimen. Cuando sabemos que a su alrededor
están otros que también son responsables, y quizás más que ella. Y son
responsables por acción o por omisión, pero no se sienten culpables, porque
parece que se exige de la mujer abortadora que cargue ella sola con todo el peso
de la culpa y de la responsabilidad, cuando los otros corresponsables se lavan
las manos como Pilato.
Lucía era otra víctima de su aborto. Su alma estaba medio
muerta y su corazón medio paralizado porque estaba herido. Ese día ella me dejó
ver las hondas heridas no cicatrizadas que seguían sangrando después de años. La
Iglesia le había ofrecido el perdón de Dios, pero ella continuaba sin sanarse y
sin perdonarse a sí misma.
Acompañé a Lucía en ese largo proceso de sanación, pero no como
un carismático sanador que tuviera habilidades para orientar el proceso de
sanación, sino como un testigo y como un aprendiz. Como testigo vi que cuando
las fuerzas humanas y los recursos de la ciencia tocan sus propios bordes y no
pueden ir lejos, la gracia del Señor realiza prodigios. Y como aprendiz pude
aprender muchas cosas que después me han servido para seguir siendo testigo y
seguir siendo aprendiz acompañando a otras jóvenes que han venido en busca de mi
ayuda.
Quiero repetir, para dejar en claro, que no soy ni me considero
un experto. Y esto lo afirmo no por modestia sino por realismo. Hasta el momento
no conozco ningún experto en este campo. No niego que los pueda haber. Pero no
los conozco. Si los conociera estaría tranquilo para remitirle los casos que me
lleguen.
Qué aprendí con Lucía?
1. Que ante todo tengo que estar disponible para acoger a estas
personas. Lo más cómodo para mí y también lo más acertado sería remitir estos
casos a un profesional en quien se pueda confiar desde el punto de vista
profesional y ético. Pero el hecho es que ella está allí y yo también. Por
alguna razón me buscó y me está pidiendo ayuda. No puedo volver las espaldas a
una mujer que está herida. No puedo pasar de largo como el levita que iba de
Jerusalén a Jericó. El samaritano humanitario es un ejemplo que me reta como
sacerdote.
2. He aprendido que lo que estas mujeres requieren es nuestra
escucha y no nuestras fórmulas salvadoras. Lo que necesita esa mujer que nos
busca es alguien que le escuche los crueles detalles de su historia. Alguien que
no la condene y que le dé una palabra de esperanza. Tal vez, como ocurrió con
Lucía, es la primera vez que se atreve a dejar asomar la realidad dolorosa de su
alma. Y mientras uno la escucha, puede uno observar que ella se está escuchando
a sí misma decir cosas que nunca había dicho a nadie antes. Habla de su
experiencia con su novio, cuando le contaba que estaba embarazada, quién pagó
por el aborto, dónde ocurrió, qué sintió y cómo está viviendo su experiencia. Y
creo que una de las claves más importantes para prevenir el embarazo indeseado
(pero sí buscado) y el aborto es aprender a enfrentar el trauma post-aborto. Y
esto sólo se logra escuchando de primera mano las crueles realidades que rodean
al aborto.
3. He aprendido que estas mujeres no buscan racionalizaciones
que les anestesien el alma por un momento, porque la anestesia dura poco o no
obra en nada. Ella no necesita que le digan que "eso" no era un sér humano, sino
sólo un puñado de células, como un quiste menudo, y que por tanto no vale la
pena inquietarse por eso. Y ella misma ya ha tratado de administrarse unas dosis
de anestesia. El resultado de estos procedimientos para "desculpabilizar" es con
frecuencia pasajero o, lo que es peor, producen una insensibilización ética que
se extiende como una mancha de aceite y les cubre otros sectores de la vida.
Ellas necesitan que les ayuden a abrir una brecha por la cual dejar asomar el
alma y escaparse así de su negación.
De ordinario el aborto es un acontecimiento muy personal y
privado. Por eso es posible que la mujer no llegue nunca a expresar el duelo que
la atormenta. Su sufrimiento puede llegar a interiorizarse y expresarse en otras
formas. Si no se le da el tiempo y se le ofrece la oportunidad para que exprese
el duelo, es posible que este nunca se resuelva y se enquiste y continúe
manifestándose en formas cada vez más patológicas. Necesita que la dejen
expresar la tristeza de su duelo. Nadie se lo ha favorecido hasta ahora. Llora
en secreto por la pérdida de un sér que estaba muy cercano a ella y que tal vez
sólo ahora toma conciencia de lo que ese pequeño sér significaba para ella en
las más profundas capas de su alma.
El duelo es una reacción emocional muy compleja que afecta a la
persona muchas veces en su vida. El duelo no puede evitarse; pero debe ser
aceptado, enfrentado y resuelto para volver a funcionar adecuadamente en la
vida, luégo de un período en que se permite a la mujer dejar ver su tristeza, o
que ella misma se lo haya permitido.
4. He aprendido a preguntar, pero no tanto para coleccionar
información sino para ayudarle a la mujer a comprenderse mejor a sí misma, para
que logre dejar salir su dolor y la vergüenza que lleva reprimida. Tal vez por
primera vez ella puede abrirse y compartir sobre su aborto y una pregunta
oportuna y delicada abre la brecha para que ella pueda hablar. Escuchar no es
sólo una actitud pasiva y paciente. Es también interés y esto se puede demostrar
cuando hacemos preguntas adecuadas.
5. He aprendido que acompañar significa asumir el tiempo y el
ritmo vital de estas mujeres cuyo proceso puede ser largo y difícil. Porque es
complejo. Y lo que por naturaleza es complejo no se puede simplificar
arbitrariamente.
6. También he aprendido que en el manejo del trauma post-aborto
la mujer debe enfrentar cinco sectores relacionales en los cuales debe desplegar
su capacidad de comprensión, de perdón y descargarse de los odios reprimidos.
Estos sectores son: Dios, la Iglesia u otra comunidad de apoyo, los otros
(médico, padres, novio o marido, consejeros y cualesquiera que la hubieran
animado al aborto; el bebé muerto y ella misma.
a) Ante todo Dios. No sé si se pueda dar el proceso de sanación
del aborto sin tocar la relación con Dios. Honestamente creo que no. Lo que sé
es que en estas circunstancias la mujer lucha por relacionarse con Dios a medida
que la experiencia del aborto le pesa más. Se da cuenta de que necesita de
alguien que la salve, porque ella no puede salvarse a sí misma. Es frecuente que
la experiencia del aborto sirva como punto de partida para una nueva experiencia
de Dios. Y esta experiencia al principio es dolorosa porque está marcada por la
ambivalencia: busca al Dios Padre que perdona, pero su mente sólo le entrega la
imagen del Dios vengador que le cobra la vida destruída. Se pasa fácilmente de
la esperanza a la duda y de la duda a la desesperanza. Y vienen los reclamos a
Dios, a quien se le culpa porque ocurrió el embarazo. Una joven me decía: "Mi
hermana lleva ocho años buscando el embarazo y en cambio yo quedé embarazada muy
fácilmente. Por qué no le daría Dios ese bebé a mi hermana, que sí lo
quería?".
Un dolor sin esperanza desemboca en una cruel y a veces fatal
desesperación. "Dios sí me perdonará?". "Yo quisiera escuchar una palabra de
perdón de parte de El para seguir viviendo". En cambio cuando brilla una luz de
esperanza, de esa esperanza que sólo puede darnos la fe, entonces la vida vuelve
a tener sentido. La reconciliación con Dios comienza cuando, abandonando el
falso camino de la negación de los hechos, reconocemos que hicimos algo que
contraría el plan de Dios y decidimos corregir nuestro rumbo.
b) La Iglesia o la comunidad de pertenencia. El aborto es un
crimen contra los seres humanos, contra la familia humana a la cual
pertenecemos. La Iglesia Católica posee una reconciliación sacramental formal.
No es necesario que ella publique su pecado. Pero sí conviene que ante alguien
que tenga autoridad moral e institucional reconozca su falta y se reconcilie con
esa comunidad humana.
c) Otros. En primer lugar los padres. Muchas veces ellos, aún
sin proponérselo, por acción o por omisión, son factores decisivos en la
comisión del aborto. Yo sé muy bien que esto deja en el alma de la mujer una
herida muy difícil de sanar y que persiste por mucho tiempo. Luégo está el
corresponsable del embarazo: novio, amigo, lo que sea. Cada caso es una
historia. Se largó, quiso casarse y de pronto hasta lo hizo, empujó al aborto o
se mantuvo neutral. Esta herida en la mujer dura por años y con frecuencia
evoluciona muy mal en las parejas casadas. Si no trabajan este punto y lo llevan
hasta el perdón y la reconciliación. Consejeros, amigos, parientes, el que la
acompañó a la clínica, quien la animaba a abortar. "Si estas personas realmente
se preocupaban por mí, por qué no me detuvieron?".
d) El hijo abortado. Son muchas las preguntas que están en la
mente de la mujer que abortó y deben tenerse en cuenta: "Dónde estará mi hijo?
Será que me ama aún después de lo que le hice?". Las respuestas dependen de
nuestra formación religiosa. Una respuesta es que el niño es feliz en el cielo,
que no sufre, y que un día se reunirá con ella. Aunque manejemos estos temas,
tenemos que dejarla expresar sus fantasías. Ella siempre quiere decir a su bebé:
"Yo quisiera no haberlo hecho. Puedes amarme todavía?". Pero ella necesita
poderlo compartir también con alguien. Me he dado cuenta de que, cuando estas
mujeres hacen algo por un niño que no es suyo, comienzan a sentir que están
redimiendo su pasado y que lo que ellas hagan en este sentido, en nombre del
bebé abortado, tiene cierto poder para exorcizar su angustia.
e) Perdonarse a sí misma. Es el punto más difícil en todo este
proceso de sanación. Es frecuente que la mujer se eche encima toda la culpa,
inclusive la de los otros. Entre negar la culpa que se tiene y echarse toda la
culpa hay un término medio que no siempre es fácil de lograr. Pero hay que
hacerlo. Quisiera conocer un método para lograrlo. Pero no lo conozco. Sólo sé
que es la oración la que abre el camino, o un testimonio de fe lo que nos ayuda
a saltar la valla y perdonarnos a nosotros mismos. Pero no tengo las claves para
esto. Sólo sé que ha ocurrido y que es un paso importante que la mujer tiene que
dar. A veces es sólo cuando la mujer llega a convencerse de que Dios sí nos ha
perdonado y el apoyo de otras personas cuando comienza a verse a sí misma desde
otro ángulo, como hija de Dios a quien el Señor ama y comprende, cuando mejoran
su autoimagen y su autoestima.
Los pasos hacia el perdón y la sanación.
Entre las muchas cosas que he leído sobre el tema, llegó a mis
manos un artículo escrito por una mujer que firma bajo el seudónimo de Loraine
Alison y que fue publicado en la revista americana Marriage & Family (Enero
1990 - pgs.7-9). La autora, una mujer casada, describe minuciosamente su
experiencia del aborto provocado, así como el proceso de sanación. El título del
artículo es de por sí ya muy sugestivo: "Hay derecho a vivir después de cometer
un aborto?". Y luégo el subtítulo nos entrega una clave muy valiosa: "El deseo
de ser perdonada y de sanarse emocionalmente es el punto de partida".
Para mí constituye un aporte muy valioso, que ilumina mucho
este difícil proceso. Lo traduje al español y copias del mismo se las he dado a
muchas mujeres que se debaten en la lucha para lograr su sanación espiritual.
Quiero destacar lo que me parece más importante: los pasos del
proceso de sanación. La sanación es un resultado que no se puede manipular a
voluntad. Sólo se pueden poner circunstancias favorables para que éste opere. Y
considero que conocer los pasos puede ayudar.
Ante todo, ella es testigo de primera mano de su propia
historia. Y por eso afirma:
"Puede una mujer experimentar el perdón y la sanación después
de un aborto? Por mi propia experiencia yo sé que esto es posible si hay un
deseo sincero de ser perdonada y sanada emocionalmente. No se trata de un
procedimiento fácil o instantáneo, pero lo puede lograr quienquiera que busque
verdaderamente la misericordia de Dios. El mismo procedimiento puede aplicarse a
todos aquellos que estuvieron implicados indirectamente en el hecho del aborto:
esposo, novio, padres, profesionales, médicos y psicólogos, a todos los que se
hallan afligidos y sufren las heridas consecuentes de un aborto provocado. Aquí
resumo brevemente los pasos que fueron necesarios para mí y para otras mujeres
que fueron víctimas de esta tragedia" (los párrafos que siguen son textuales de
la autora).
1. Experimentar el proceso de duelo. El duelo es un sentimiento
sano. Es un momento triste e incómodo pero hay que vivirlo necesariamente. Al
involucrarme activamente en estos programas de recuperación, he aprendido que el
camino hacia reintegración de la persona es muy arduo. La cólera, la incapacidad
para perdonar a todos los que directa o indirectamente se implicaron en el
aborto, la culpabilidad, la tristeza indecible por la destrucción del bebé, se
entrelazan en la experiencia. Pero uno debe llegar a sobreponerse a estos
sentimientos y reconocer el duelo como parte del proceso que conduce a la
sanación.
2. Deseo de perdonarse uno a sí mismo. El perdón de sí mismo es
quizá la fase más difícil de todo este recorrido. Uno ha reducido a añicos su
propia imagen, creyendo haber cometido el más detestable de los pecados. Muchas
de nosotras sentimos la necesidad de castigarnos a nosotras mismas a
consecuencia del aborto cometido. Con frecuencia muchas lo hacemos
inconscientemente; porque no podemos perdonarnos, sentimos que se ahonda en
nosotras la necesidad de autodestruírnos. Al experimentar personalmente el amor
de Dios y su perdón, he des cubierto que Dios no es el Juez iracundo que yo veía
en El cuando era niña, sino que es un Dios que quiere que yo esté en paz y que
se acabe mi propio silencioso sufrimiento. Dios sabía que, como seres humanos
que somos, íbamos a cometer el pecado, pero Dios, como padre amoroso que es,
está dispuesto al perdón. Si nos proponemos reflexionar detenidamente en ese
amor que El nos tiene poco a poco encontraremos la fuerza que necesitamos para
perdonarnos a nosotros mismos.
Durante el embarazo nuestro pensamiento se halla obnubilado por
el dolor y el pesar. Con esta torcida manera de pensar tomamos esa terrible
decisión: aborto. Ponemos por obra la decisión y aquí ya no es posible volver
atrás. Para nada nos sirve pasarnos el resto de la vida odiándonos a nosotras
mismas y cargando nuestras miserias. Pero buscar el perdón, experimentarlo y
permitirle a Dios que nos sane, puede dar otra vez sentido a nuestra vida y
comunicarnos la capacidad de vibrar ante el sufrimiento que otros padecen - o
pueden padecer - como hemos sufrido nosotras mismas. Cumplimos así el
mandamiento de "amarnos unos a otros" cuando compartimos nuestras experiencias
de perdón y de sanación con aquellas que no las han vivido todavía.
3. Aceptar que uno sí cometió un pecado. Cuando por fin uno ha
llegado a perdonarse a sí mismo, ya ha superado un gran obstáculo. Confiando que
hemos sido perdonados, buscamos que se termine el sufrimiento y el dolor que nos
hemos infligido nosotros mismos y comenzamos a caminar hacia la sanación.
Admitimos nuestro pecado y nos responsabilizamos de la acción que hemos
cometido. Al declararnos autores de nuestro pecado, podremos experimentar una
gran sensación de alivio, larga mente esperada. "En verdad lo hice. No puedo
deshacer lo que hice pero espero ser perdonada". Háblele a Dios; El comprende y
reconoce el verdadero arrepentimiento. Si no tiene una oración propia suya, le
ofrezco ésta que yo empleé:
"Padre Celestial, vengo ahora a confesarte el pecado de aborto
que he cometido. Por mis propias acciones he traído el tormento y la muerte a mi
hijo y mucha tribulación a mí misma. Te ruego, Señor, me perdones. Al reconocer
que por mi propia voluntad he destruído mucho en mi propia vida, Te pido tu
ayuda para vivir de acuerdo con el plan que tienes para mí. Como tu hija que
soy, te pido que sanes cada parte de mi mente y de mi cuerpo que sufre todavía
de las consecuencias del aborto y dame tu paz. Te agradezco el amor que me
tienes y la piedad que me demuestras. En el nombre de Jesús. Amén".
Recuerde que Dios, con el amor de un perfecto padre, desea
mucho más que uno mismo, que el sufrimiento que padecemos termine.
Indudablemente que vamos a experimentar momentos de angustia y dolor por ese
bebé que nunca tuvimos en nuestros brazos, al que nunca le prodigamos cuidados.
Pero la sanación es un proceso continuo.
3. Decidirse a perdonar a otros. Tal vez el marido, el novio o
los padres hayan presionado para cometer el aborto o retiraron su apoyo durante
este tormentoso momento de nuestras vidas. La desaparición de los sentimientos
de amargura y de rabia hace parte de la sanación. Necesitamos pedir a Dios ayuda
para perdonar a todas las personas que hayan podido influír en la decisión de
abortar. Necesitamos perdonar al personal de la clínica de abortos. A veces esto
parece imposible, pero con la ayuda de Dios se torna posible.
4. Experimentar la realidad. Para muchas de nosotras el tiempo
que sigue al aborto es un tiempo de negación. Este mecanismo de defensa se
apodera de nuestros cuerpos y de nuestras mentes hasta que seamos capaces de
manejar este tremendo dolor y esa sensación de pérdida. Cuando por fin somos
capaces de lograrlo, debemos enfrentar el dolor y poner cara a la realidad de
nuestra acción. Y hacerlo paso a paso. No importa lo doloroso que pueda ser, es
parte del proceso de sanación.
5. Establecer una relación con el niño abortado. Esto es algo
íntimo y a la vez doloroso que hay que hacer. Pensando que el niño abortado fue
justamente eso - un niño - uno puede comenzar a hablarle durante los momentos
tranquilos. La aflicción que tal vez uno llegue a sentir puede ser ciertamente
saludable y es sin duda necesario experimentarla para lograr perdonarse a sí
misma. En estos momentos uno tiene que abrirse a sus propios sentimientos. Es
posible que estas serenas conversaciones se llenen de lágrimas y dolor, pero
abrirán camino a la sanación y al perdón.
6. Llegar a otros. Cada una de nosotras decide cómo alcanzar a
otras personas. Cuando nos ponemos en contacto con otras personas que están
heridas, surgen sentimientos agradables, positivos, respecto de nosotras mismas.
El mismo perdón y la misma sanación que estamos experimentando pueden
ofrecérseles a ellas también. Y una decisión que debemos tomar en consideración
cada una de nosotras es la de comprometernos en la lucha contra la legalización
del aborto. El perdón y la sanación que hemos conocido nos darán, sin duda, la
fuerza para compartir con otros esa paz que hemos logrado.
Cada día yo pido a Dios que me dé un corazón capaz de
compadecerse de las personas que se hieren a sí mismas, especialmente de
aquellas que sufren a consecuencia del aborto. Cuando uno llega por fin a
sanarse de este tremendo dolor, lo que uno más quiere es compartir esta
esperanza con quienes todavía no han llegado a experimentarla".
Conclusión
Lo que he aprendido en la consejería post-aborto es que
realmente el que sana es Dios. Nosotros somos sus ayudas y es un gran privilegio
poder ser la persona que la escucha en nombre del Señor, diciéndole a esa mujer
atribulada: "Si puedo ayudarte, estoy dispuesto a hacerlo". Y más aún poder
decirle como Jesús a la mujer adúltera: "Yo tampoco te condeno. Vete y no
vuelvas a pecar" (Jn. 8-11).
No hay comentarios:
Publicar un comentario