El Noviazgo Católico
Queremos hacer este trabajo, como un complemento de otro
referido al matrimonio y a la familia, porque, en la mayoría de los casos, el
fracaso matrimonial comienza en el noviazgo. Toda la razón de ser del noviazgo
católico, consiste en su ordenación al futuro matrimonio. No hablamos de la
amistad entre jóvenes de ambos sexos, que puede ser muy santa; ni tampoco de
quienes juegan con los sentimientos en el flirteo, que no es más que "simular
una relación amorosa por coquetería o por puro pasatiempo" ; lo que no es nada
santo. Nos referimos a aquellos jóvenes que creen amarse y piensan formalizar su
relación a través del casamiento.
CONOCIMIENTO MUTUO
¿Cuál es la característica de esta relación particular, que es
el noviazgo? Su rasgo definitorio radica en poder llegar al convencimiento de
que ambos "están hechos el uno para el otro" y que, consecuentemente, han de
llevar de manera normal y plena, su vida matrimonial el día de mañana, con la
convicción irreversible de que sabrán realizar sobre todo, la educación de sus
futuros hijos. Digo sobre todo porque mediante la experiencia en el trato con
tantos novios, he podido observar que el pensamiento puesto en los hijos, es el
factor que los hace concientizar más la realidad. Muchas jovencitas creen estar
enamoradas, pero se dan cuenta de que deben cortar ese noviazgo cuando, al
pensar en la descendencia futura, advierten que el joven en cuestión no está
capacitado para ser un buen padre. Otra forma de evitar el capricho subjetivo,
tan propio de quienes no aman de verdad al otro, sino que están enamorados del
amor, o sea, de lo que ellos sienten y, por tanto, caen en juicio erróneo acerca
de la idoneidad de la otra persona para poder emprender, con un mínimo de
seriedad, la gran empresa de formar "un nido para los dos" y para los que
vengan, es tener presente la opinión de los padres sobre la persona de que se
trata. En general, no hay amor más desinteresado que el de los padres y, por
consiguiente, nadie más adecuado para dar un sabio y prudente consejo a quien,
por la edad y por ver todo color de rosa, muchas veces no está capacitado para
valorar justamente la idoneidad o no de otra persona para unirse de por vida a
la misma. Además, no hay que olvidarse que la experiencia de los padres es mucho
mayor: ellos antes ya pasaron por esto y además conocen cientos de casos de
noviazgo de familiares, amigos y conocidos. Los novios han de tener bien claro
que el fin del noviazgo es este conocimiento mutuo en orden al matrimonio,
conocimiento que es causa del amor, ya que nadie ama lo que no conoce, pues "el
amor requiere la aprehensión del bien que se ama" .
Dicho de otra manera, el noviazgo es un estado preliminar al
matrimonio en el que debe darse cierta familiaridad y conversación continuada
entre un hombre y una mujer a fin de prepararse al futuro matrimonio. Al decir
preliminar, afirmamos que no es un estado definitivo (conocemos el caso de un
noviazgo de más veinte años en el que la novia preparó cinco veces el ajuar, y
el novio se murió sin casarse), y que todavía no son esposo ni
esposa.
CONOCIMIENTO LIMITADO
Reafirmando lo anterior, creo que rara vez –por graves motivos–
resulta aconsejable un matrimonio sin la bendición de los padres. Generalmente,
a la corta o a la larga, los que se casan sin la aquiescencia paterna, fracasan
en su vida conyugal, y la excepción, que puede haber, hace a la regla.
Ahora bien, el conocimiento mutuo durante el noviazgo es
relativo, ya que de algún modo, sólo podrá ser absoluto y total, recién en el
matrimonio. Muchos, con la excusa de conocerse más, fomentan las relaciones
prematrimoniales de funestísimas consecuencias. Es decir que en el noviazgo se
da el "ya, pero todavía no": ya se deben amor, pero no todavía como en el
matrimonio. El conocimiento mutuo debe ser tal durante el noviazgo que cause el
amor mutuo, uno de cuyos efectos es la unión espiritual entre el amante y el
amado, ya que no serán dos, sino uno solo en el matrimonio, y deben ir
aprendiendo a buscar cada uno el bien del otro como el suyo propio. En el
noviazgo debe madurarse la unión de las almas de los novios, y sólo cuando se de
esta unión espiritual –y como consecuencia de esta unión– han de unirse, en el
matrimonio los cuerpos, consumándose así la perfecta unidad entre ambos. De lo
contrario el resultado es nefasto. Si fuera del matrimonio se busca la unión
corporal no hay amor verdadero que quiere el bien del otro desinteresadamente,
sino búsqueda egoísta de sí mismo. Si se busca la unión corporal solamente, ¿en
qué se diferencia de la de los animales? El amor humano ha de ser amor de la
voluntad racional, que ordena las inclinaciones del apetito concupiscible y debe
ser imperado por la caridad.
El hecho de no estar unidos por el sacramento del matrimonio,
hace que el noviazgo sea disoluble. Por ello, hay que tener la valentía de
cortar esta relación si se ve que no lleva a buen término. Aún después de
comprometidos, hasta el momento de dar el "sí" en el templo, se puede y se debe
–si hay razones– decir "no". ¡Cuántos fracasan desastrosamente en el matrimonio
por no haber tenido el coraje de decir "no" en el momento debido! A propósito,
conozco un caso realmente fuera de serie protagonizado por una joven heroica:
sus padres desaconsejaban tenazmente la boda, el novio era un muchacho haragán y
muy irascible; el día del enlace nupcial, el novio la tomó del brazo para
conducirla al altar, ella tropezó con su vestido largo y él, de muy malos modos,
recriminó a su prometida en estos términos: "¡Vos sos siempre la misma tonta".
Llegado el momento del consentimiento, lo dio el novio y cuando el sacerdote
preguntó a la novia: "¿Fulana, quieres por esposo a Fulano?", se oyó clara y
serena la voz de ella: "No quiero", respuesta que repitió ante la nueva pregunta
del sacerdote, en medio del asombro de todos. En la actualidad, está casada, con
otro, tiene varios hijos que, cuando se enteren de lo que hizo su madre, no
dejarán de agradecérselo por los siglos de los siglos.
CONOCIMIENTO RESPETUOSO
Muy extendida y criminal es la creencia de algunos en el
sentido de que los esposos no se deben respeto en el matrimonio. Algunos,
especialmente hombres, suponen que todo está permitido durante la relación
conyugal y eso es matar el amor, que siempre debe estar regulado por la razón y
subordinado a la caridad, que nos manda cumplir con todos los mandamientos de la
Ley de Dios. San Agustín, Doctor de la Iglesia, reprende a los cónyuges
depravados que intentan frustrar la descendencia y, al no obtenerlo, no temen
destruirla perversamente, diciéndoles: "En modo alguno son cónyuges si ambos
proceden así, y si fueron así desde el principio no se unieron por el lazo
conyugal, sino por estupro; y si los dos no son así, me atrevo a decir: o ella
es en cierto modo meretriz del marido, o él adúltero de la mujer" . Pues bien,
si no aprenden a respetarse desde novios, menos se respetarán en el matrimonio,
con las consecuencias previsibles. Si no lo hacen durante el momento de los
grandes sueños e ideales, no lo harán cuando los devore la rutina. Parafraseando
a un conocido autor, podemos afirmar que: "A noviazgo regular corresponde
matrimonio malo; a noviazgo bueno, matrimonio regular; sólo a noviazgo santo,
corresponde un matrimonio santo".
A modo de consejo, yo diría que nadie debe casarse, sin haber
encontrado en el otro, al menos, diez defectos. Porque los defectos
necesariamente, en razón de la naturaleza caída, existen. Si no se ven en el
noviazgo, no hay verdadero conocimiento. No es amor el no querer ver los
defectos ajenos. Sí el ayudar a que se superen. Si no se advierten en el
noviazgo, aparecerán más tarde, tal vez cuando sea demasiado tarde para poner
remedio. Sería vano y tonto el pretender que el otro fuese "perfecto". Habría
que casarse recién en el cielo. Debe quedar bien en claro que en el amor
verdadero no es todo color de rosa. La realidad es otra. El amor verdadero es
crucificado, porque exige el olvido de sí mismo en bien del otro. Sin cruz no
hay amor verdadero. El ejemplo nos lo dio nuestro único Maestro, Cristo. El
noviazgo –y el matrimonio– no consiste en una adoración mutua, sino en una
ascención en común que, como toda ascención, es dificultosa: "no es el mirarse
el uno al otro, sino el mirar juntos en la misma dirección". Hablábamos de
noviazgo santo y esto nos lleva como de la mano a lo que constituye el peligro
más frecuente para los novios. Y donde resbalan más frecuentemente.
LAS AFECTUOSIDADES
Siendo jóvenes y briosos, con el bichito del amor en el
corazón, mentalizados por toda una propaganda pansexualista y, a veces, incluso
por algún –como los llama el P. Cornelio Fabro– "pornoteólogo" , es evidente que
en la manifestación del amor mutuo se muestren demasiado efusivos. Hay toda una
moda, a la que no muchos se sustraen, en bailes, atrevimientos en el caminar
juntos, prendidos como ventosas en apasionados e interminables besos, colgados
uno de otro como sobretodos del perchero; nuestro lunfardo caracteriza esto con
una palabra: "franeleros" . En lengua culta se los llama sobadores. A muchos
jóvenes les han hecho creer que la esencia del noviazgo consiste en pasarse
horas sobándose y sobándose más que cincha de mayordomo. Esos coqueteos,
manoseos y besuqueos de los novios y novias sobadores que se adhieren entre sí
como hiedra a la pared y que no llegan a una relación sexual completa se
realiza, en el fondo, por razón de que los placeres imaginarios son más vivos,
más fascinantes, más duraderos, más íntimos, más secretos, y más fuertes que los
placeres y deleites del cuerpo. Es mucho más excitante y más "espiritual", para
algunos, el hacer todo como para llegar a la relación sexual, pero quedarse en
el umbral. Aún fuera del aspecto moral, esas efusividades desmedidas son de muy
deplorables consecuencias:
1) Son causa muchas veces de frigidez, sobre todo en la mujer,
ya que por un lado siente cierto placer y al mismo tiempo miedo de que las cosas
pasen a mayores, por lo que busca reprimir aquello que siente.
2) Según me aseguran algunos médicos, puede ser, en algún caso,
causa de infecundidad en el matrimonio: el dolor que luego de grandes
efusividades sienten en sus órganos genitales ambos novios, es indicio innegable
de que la naturaleza protesta por un uso indebido.
3) Generalmente, esas prácticas empujan a la masturbación y al
joven, además, al prostíbulo (donde lo masturban ya que no es un acto de amor lo
que allí hace con una prostituta). Lo más grave aún, es que quien está habituado
a la masturbación, aún casado lo sigue haciendo, en consecuencia el mismo acto
matrimonial deviene en una masturbación de dos. El egoísmo del que cae
habitualmente en el pecado solitario es tan crónico que, por resultante,
concluye siendo impotente de realizar el acto sexual por amor, como Dios manda.
A ello empujan las novias que muy sueltas de cuerpo excitan al novio creyendo
que así, ellos las van a amar más. No dudo en afirmar que ésta es la causa
principal de tantas desgracias familiares. Cuando ella o él descubre que el otro
lo usa como "objeto", es decir, por egoísmo, la muerte del amor es casi
inevitable y de allí, las peleas, rupturas y separaciones. Porque, es preciso
decirlo con toda claridad: generalmente, cuando en un matrimonio anda bien lo
sexual, todo otro problema encuentra solución fácilmente.
4) No hay que olvidarse de que "aunque todas las potencias del
alma estén inficionadas por el pecado original –enseña Santo Tomás–
especialmente lo está (entre otras facultades)... el sentido del tacto" , que,
como todos sabemos, se extiende por todo el cuerpo.
5) Tratándose de seres normales, es muy poco lo que les puede
provocar excitación; entonces, hay que evitar completamente todo aquello que
pueda producirla. Querer evitar excitaciones y no evitar las efusividades, es
como pretender apagar un incendio con nafta. Los novios en el tema de la pureza
tienen las mismas obligaciones que los solteros. A la pregunta siempre repetida:
"Padre, ¿hasta dónde no es pecado?", algunos responden con la consabida fórmula
que se puede encontrar en cualquier buen manual de moral: "mientras no haya
consentimiento en ningún placer desordenado". Pero este principio por más que
los jóvenes lo tengan grabado en su alma con letras de fuego, pierde toda
eficacia cuando se enciende la llama de la pasión; de ahí que lo más prudente es
aconsejar a los novios, como se hacía antaño: "Trátense como hermanos".
Percibimos la sonrisa sobradora de algunos que se pasan todo el día hablando de
"hermanos" (no refiriéndose a esto), mas la experiencia nos dice que eso es lo
efectivo e innumerables novios y novias nos lo han agradecido de todo corazón y
viven, ahora, un muy feliz matrimonio. Todos los sacrificios que se hagan
durante el noviazgo para respetarse mutuamente, son nada comparados con los tan
grandes y dichosos frutos que, por esos sacrificios, se tendrá en el matrimonio.
Todo lo que los jóvenes hagan en este sentido no terminarán de agradecerlo el
día de mañana, porque redundará en la felicidad del cónyuge, en la felicidad de
los hijos y en la felicidad de quienes los rodeen. Y, por el contrario, lo que
no hagan en este sentido, dejándose arrastrar por el torbellino de la pasión,
será causa de amarga tristeza, de grandes desilusiones y frustraciones. El fruto
del egoísmo no puede ser la alegría ni la paz. La alegría es la expresión de
aquel "a quien ha caído en suerte aquello que ama" .
En el caso de esa profanación anticipada del sacramento del
matrimonio que son las relaciones prematrimoniales, la mujer lleva la peor
parte:
- pierde la virginidad;
- se siente esclavizada al novio que busca tener relaciones
cada vez con mayor frecuencia;
- no puede decirle que no, porque tiene miedo que él la deje,
reprochándole que ella ya no lo quiere;
- vive con la gran angustia de que sus padres se enteren de sus
relaciones;
- participa de las molestias del acto matrimonial, sin tener la
seguridad y la tranquilidad del matrimonio ...
El novio, por el contrario, no tiene apuro en concretar la
boda, ya que obtiene beneficios como si estuviera casado, sin estarlo, y además,
el hombre no queda embarazado –por lo menos hasta ahora–; la mujer sí, y éste es
un peligro demasiado real como para que ella no lo tema.
Si ocurre el embarazo, generalmente se empuja a la mujer al
aborto –"crimen abominable" lo llama el Concilio Vaticano II – que es la muerte
injusta de un ser humano inocente, indefenso y sin bautismo, y es la mujer quien
conservará toda la vida el remordimiento del cobarde acto cometido.
Además si ya en el noviazgo se ha derribado toda barrera, ¿qué
le quedará a la mujer cuando en el matrimonio –¡si es que llega!– sea solicitada
sin arreglo a la razón o a la moral? Si no supo respetarse y hacerse respetar en
el noviazgo, será imposible, salvo excepción, que se la respete en el
matrimonio. Si llega a la boda, lo hará sin alegría, sin ilusión, sin esperar
recibir nada ni poder dar nada nuevo. Y luego, muchas veces, al tener alguna
discusión en su matrimonio, escuchará con dolor el reproche de su marido que no
dejará de recordarle su vergonzoso pasado. Por eso la novia debe –amablemente–
poner las cosas en su lugar antes de que la pasión hable más fuerte que la
razón.
La Iglesia Católica, al defender a capa y espada la santidad
matrimonial no ha hecho otra cosa, durante ya casi veinte siglos, que defender a
la mujer, "que es un vaso más frágil" (I Pe 3,7) y a los hijos que son los que
sufren cuando se alteran las leyes divinas que rigen al matrimonio. Desde el
siglo I, la Iglesia es la mayor defensora de la familia, al haber luchado
siempre para que la mujer no fuese convertida en un mero objeto de placer, ni
los niños en meros hijos de incubadora.
LA FRECUENCIA EN EL TRATO
Una de las más funestas costumbres que se han ido imponiendo en
el noviazgo, es la gran frecuencia con que se encuentran. Ello es generalmente
nocivo, porque, muchas veces, hace perder frescura al amor, los somete a la
rutina y va matando la ilusión. En gran parte, se debe a que los hombres nos
hemos olvidado del sentido profundo de los ritos y del sentido profundo de la
fiesta. Sobre el primero escribe admirablemente Saint-Exupèry: "Hubiese sido
mejor venir a la misma hora –dijo el zorro–. Si vienes, por ejemplo, a las
cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres. Cuanto más avance la
hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agotado e inquieto:
¡descubriré el precio de la felicidad! Pero si vienes a cualquier hora, nunca
sabré a que hora preparar mi corazón... Los ritos son necesarios.
– ¿Qué es un rito? – dijo el principito.
– Es también algo demasiado olvidado –dijo el zorro–. Es lo que
hace que un día sea diferente de los otros días; una hora, de las otras horas.
Entre los cazadores, por ejemplo, hay un rito. El jueves bailan con las
muchachas del pueblo. El jueves es, pues, un día maravilloso. Voy a pasearme
hasta la viña. Si los cazadores no bailaran un día fijo, todos los días se
parecerían y yo no tendría vacaciones" .Respecto de la fiesta dice también,
magistralmente, Hans Wirtz: "El hábito, la costumbre, es la escarcha del amor.
Lo que vemos, oímos y tenemos a diario, pierde su matiz de inusitado y raro,
deleitoso. Al final llegamos a beberlo sin apreciarlo, sin sentir su sabor, como
si fuera agua. Los novios no pueden cometer mayor error, que el estar juntos con
excesiva frecuencia. Cuanto más escaso, tanto más apreciado. Pensar siempre uno
en otro; anhelar continuamente la presencia del otro, pero... Estar juntos lo
menos posible. El encuentro ha de ser siempre una fiesta". Y no pueden
celebrarse fiestas todos los días.
¡Cómo aburren esos pretendientes de todos los días a todo el
resto de la familia! Muchas veces se pierde la intimidad del hogar: los padres
no pueden ver televisión tranquilos, aumentan los gastos de comida, incluso la
novia deja de arreglarse convenientemente, a veces no terminan sus estudios y,
lo que es más grave, pierden el trato con sus propios amigos. La relación entre
los novios debe ser gradual, paulatina, debe dejar tiempo para el conocimiento
mutuo, maduro y serio. Por eso los novios han de comenzar siendo compañeros,
luego amigos, más tarde pretendientes, y recién cuando se eligen, "filo" (como
se decía antes, del italiano popular filare: galantear, cortejar ). Hasta aquí
no hay ninguna decisión. Más tarde novios, cuando entran en la casa para "pedir
la mano" de la joven, realizándose la mutua promesa de fidelidad y de matrimonio
futuro, una vez conocido el carácter y las dotes (físicas, psicológicas,
morales, culturales y religiosas) del otro, para ver si se pueden adaptar a su
modo de ser. "Pedir la mano" es una hermosa expresión que significa que el joven
varón pretende hacer esposa a determinada mujer.
Una palabra para quienes se frecuentan en lugares solitarios y,
las más de las veces, oscuros: enseña la palabra de Dios: "Huye del pecado como
de la serpiente" (Ecl 21,2) a lo que comenta San Isidoro: "Imposible estar cerca
de la serpiente y conservarse largo tiempo sin mordeduras" .
Ciertamente que "quien ama el peligro, perecerá en él" (Ecl
3,27) ya que la ocasión hace al ladrón; y si se frecuentan los novios –hablo de
los normales– en lugares solitarios y oscuros, eso es ponerse en ocasión de
pecado y como dice San Bernardo: "¿No es mayor milagro permanecer casto
exponiéndose a la ocasión próxima que resucitar a un muerto? No podéis hacer lo
que es menos (resucitar a un muerto) ¿y queréis que yo crea de vosotros lo que
es más?" . Hay que tener bien en claro que en el noviazgo no hay ningún derecho
a los actos carnales, los cuales, consumados o no, son pecado. No así en el
matrimonio.
PREOCUPACIÓN DE LOS PADRES
Los padres deben aconsejar a sus hijos respecto de sus novios,
procurando informarse acerca del candidato y su familia, controlando
discretamente sus tratos, espaciando las visitas, recordándoles la obligación de
sus deberes de estado, no quitándoles su ilusión pero haciéndoles tomar contacto
con la realidad.
Dice con mucha gravedad San Alfonso María de Ligorio: "Habrá
padres y madres necios que verán a sus hijos con malas compañías, o a sus hijas
con ciertos jóvenes, o frecuentando reuniones de doncellas, o hablando a solas
unos con otras, y los dejarán seguir así con el pretexto de que no quieren
pensar mal. ¡Tontería insigne! En tales casos están obligados a sospechar que
puede surgir algún inconveniente, y por esto deben corregir a sus hijos, en
previsión de algún mal futuro" .
Y ello no porque desconfíen de sus hijos, sino porque conocen
la naturaleza humana caída por el pecado original y porque saben que sus hijos
no conocen todo y no pueden, por tanto, defenderse de los peligros que los
acechan.
EDAD
– Padre, ¿a qué edad hay que ponerse de novio?, es una pregunta
que escuchamos con frecuencia a la que siempre respondemos invariablemente:
- El amor no tiene edad: conocemos matrimonios muy felices que
se pusieron de novios de muy jóvenes, y también, de aquellos que se conocieron
siendo más grandes.
En general, es desaconsejable el noviazgo de muy jóvenes, por
varias razones:
1. No tienen la madurez que dan los años.
2. No tienen plena responsabilidad.
3. La perspectiva de un noviazgo, necesariamente largo, es
siempre peligrosa, el amor puede enfriarse con el excesivo transcurso del
tiempo.
4. Pierden –literalmente– los mejores años de la juventud,
incluso el trato con sus amigos o amigas que es de gran importancia para la
vida.
5. Muchas veces decae el interés por la carrera o la formación
profesional.
6. El conocimiento del campo de elección del novio o la novia
es, necesariamente, muy estrecho cuando jovencitos. Con los años, normalmente se
amplía el círculo de conocidos y de amistades y la elección puede hacerse
mejor.
Es totalmente enfermiza la preocupación de niñas de catorce
años por conseguir novio porque de lo contrario, piensan que van a quedar
solteras: ¡Es el efecto de tanta telenovela y radioteatro de color rosa!
¡Todavía no terminaron de jugar a las muñecas y ya hasta las mismas madres, a
veces, las empujan al noviazgo!
Debe respetarse la naturaleza de las cosas. En el noviazgo pasa
como con los frutos, necesitan tiempo para madurar, pero si no se sacan a
tiempo, caen y se echan a perder; si no se da el tiempo necesario al noviazgo,
el matrimonio está verde todavía; pero si está maduro y no se realiza,
generalmente, se corrompe. Por consiguiente, conviene no apurar demasiado el
casamiento, pero tampoco dejar pasar el tiempo oportuno, que es lo que les
acaece a los que inician el noviazgo muy jóvenes.
Finalmente hay que destacar que las grandes diferencias entre
los novios, de nivel económico, de cultura, de edad, de religión, son
generalmente un obstáculo que conduce al fracaso en el matrimonio. Los cónyuges
deben ser, en cierto modo, semejantes, ya que es la semejanza la causa del amor.
En efecto, enseña Santo Tomás de Aquino que dos son semejantes en cuanto poseen
en acto una misma cosa y por esto mismo son uno en esa cosa. Por eso el afecto
de uno tiende al otro, como a sí mismo, y quiere el bien del otro como el de sí
mismo. Sólo si es así el amor entre los novios serán felices en el matrimonio, y
se realizarán los efectos del amor: la unión; la mutua inhesión, esto es, que el
amado esté en el amante y viceversa; el éxtasis, es decir, el salir de sí mismo
procurando el bien del otro (es lo opuesto al egoísmo, que es cerrarse sobre sí
mismo); el celo (no el celo envidioso, sino el que busca apartar todo lo que es
obstáculo del amor). El amor causa una herida en el que ama, que lo impele a
obrar siempre movido por el amor .
LA DIMENSIÓN RELIGIOSA DEL NOVIAZGO
¿Cuál es la señal más evidente por la que se puede tener la
certeza de que los novios se aman de verdad? La señal indubitable es el
crecimiento en el amor a Dios. Noviazgo en el que no se ame a Dios, es señal de
seguro fracaso en el matrimonio; noviazgo en que el amor a Dios sea un excusa
para amarse ellos, señal de futuro matrimonio inestable y quebradizo, noviazgo
en el que se ame a Dios sobre todas las cosas, señal de que realizarán un sólido
matrimonio "fundado sobre roca" (Mt 7,25): caerá la lluvia de las dificultades,
vendrán los torrentes de sacrificios, soplarán los vientos de calumnias, pero el
matrimonio permanecerá enhiesto. La falta de este amor a Dios, "con todo el
corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas" (Mc
12,30), es la primera y principalísima causa de los fracasos matrimoniales.
Cuando Dios es el "convidado de piedra" en el hogar, poco a poco se volverán "de
piedra" (cfr Ez 26,26) también los corazones de sus miembros. En cambio cuando
todos los integrantes de la familia cumplen ese "primer y mayor mandamiento" (Mt
22,38),
no hay problema sin solución,
no hay día sin alegría,
no hay obra sin mérito,
no hay cruz sin consuelo,
no hay trabajo sin satisfacción.
Muchos son desgraciados porque no han seguido la voluntad de
Dios. Dios los llamaba a algo más grande, más sublime, pero se hicieron los
sordos y siguieron su propio gusto y no terminan de encontrar consuelo a su
penoso extravío. Por ello, quien quiera de verdad que Dios reine en su noviazgo
y luego en su matrimonio, antes debe estar dispuesto a seguir la vocación que
Dios quiere. Si Dios quiere a un joven como sacerdote, jamás será feliz
casándose y lo que es más, ni su esposa ni sus hijos serán felices. Si una joven
no sigue el llamado de Cristo a ser su esposa, andará siempre muy alejada de la
felicidad. Todos se dan cuenta de que si Dios llama al matrimonio no se puede
ser feliz como monje, pero muy pocos alcanzan a ver que al revés, tampoco.
Sabido que Dios nos quiere en el matrimonio, tenemos que elegir a la otra parte
según Él: para esto debemos rezar siempre pidiendo por la esposa o el esposo que
Dios nos tenga destinados, como así también por los hijos.
Además los novios deben formarse examinando en común la
verdadera concepción del matrimonio, sus deberes y derechos; deben conocer la
doctrina católica sobre el mismo, leyendo los documentos pontificios sobre el
tema, tales como las Encíclicas Casti Connubii de Pío XI, la Constitución
pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et Spes, nn. 46-52, Humanae
Vitae de Pablo VI, Familiaris Consortio de Juan Pablo II, etc. Buenos libros,
como Casados ante Dios de Fulton Sheen, Cristo en la Familia de Raúl Plus, Amor
y responsabilidad de Karol Wojtyla, etc. Deberían también aprender a cultivarse
gustando de la buena música, del teatro culto, de la buena literatura argentina
y universal, de la pintura... Deberían comprometerse en el trabajo apostólico,
incluso asociativamente, en parroquias, capillas o movimientos, dando a los
demás tanto que han recibido de Cristo y, ¿por qué no?, en la medida de lo
posible, en alguna obra de caridad, como visitar hospitales, sanatorios,
cotolengos... O sea, cultivar la inteligencia adhiriéndose a la verdad, la
voluntad practicando la caridad –que los ayuda a salir de sí mismos– y la
sensibilidad gustando de la belleza.
En fin, mantener siempre bien altos los sueños dorados y las
juveniles ilusiones de formar un hogar único en el mundo. Sabiendo que el mismo
Dios asocia a los esposos como cocreadores en su gran obra. Entendiendo que
Jesucristo los necesita como maestros, guías y sacerdotes en esa "Iglesia
doméstica" , que es la familia católica. Comprendiendo que están destinados a
una de las obras más santas, laudables y meritorias, como es la de engendrar
hijos para la Iglesia, ciudadanos para la Patria, y santos para el Cielo.
Amasando su noviazgo con oración, frecuencia de sacramentos, participación en la
Santa Misa dominical, tierna devoción a la Santísima Virgen María, lectura de la
Palabra de Dios, fidelidad a la Iglesia de siempre, con un trato familiar a los
santos de su devoción y así irse santificando más y más cada día. Aquí podemos
decir que "novios que rezan unidos, forman un matrimonio unido".
Los sacerdotes católicos tenemos la dicha inmensa de conocer
jóvenes de ambos sexos que son modelo de castidad. Algunos –más de lo que la
gente o los Kinsey's Report dicen– que jamás han manchado sus almas con ningún
pecado carnal conservando su inocencia bautismal, que son los que forjarán los
más sólidos, fecundos y felices hogares. Una propaganda diabólica busca llevar a
la impureza a los jóvenes, diciéndoles inclusive, que "todos son igual" o que
"todas son igual", eso es falso de toda falsedad. Puedo asegurar a los jóvenes
que hay muchos que serán grandes padres de familias y muchas heroínas en su
hogar, por vivir ejemplarmente la castidad; en fin, que por la gracia de Dios
conoceremos todavía padres y madres, esposos y esposas amantísimos que como
bellas flores han de brillar aun en los peores pantanos morales, para honra y
prez de la Iglesia y de la Patria.
Jesucristo, "es el mismo ayer, hoy y siempre" (Heb 13,8) y
siempre suscitará novios y novias santas que con todo amor y fidelidad lo
seguirán a él, porque es el único que "tiene palabras de vida eterna" (Jn
6,68).-
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